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Cultura

“Boreal”, la escala humana dentro del paisaje

Escena de "Boreal", opera prima de Federico Adorno. Cortesía

Escena de "Boreal", opera prima de Federico Adorno. Cortesía

De a poco el cine paraguayo va armando un rompecabezas, va pintando ese fresco llamado Paraguay, real e imaginario, cinemáticamente representado. En su diversidad de propuestas y miradas, ya se pueden encontrar inquietudes en común que llevan a una tendencia estética.  El campo, la tierra, el monte, el desierto chaqueño, como contextos y temas son recurrentes en nuestra joven filmografía desde sus inicios. Podemos decir que hay un interés por esos paisajes, no en el sentido pictórico, sino en su valor como espacio social, histórico y narrativo. Por supuesto que este paisaje es un personaje más en el relato; pero, por lo general, es el factor humano en relación con este paisaje el que interesa a las diferentes miradas. Porque es el ser humano el encargado de resignificar estos paisajes. Esta relación humano-paisaje es el punto de partida de Boreal, la nueva película paraguaya y opera prima de Federico Adorno, para centrarse fundamentalmente en la escala humana de manera profunda. Casi que acá el paisaje chaqueño, por momentos un aliado, pero la mayoría del tiempo un antagonista, es más bien un macguffin para explorar relaciones, tensiones sociales y demonios internos.

Escena de "Boreal". Cortesía

Escena de Boreal. Cortesía

Estamos en algún lugar del Chaco donde tres hombres son llevados por un terrateniente extranjero a delimitar un terreno con unas vallas. Los tres hombres tienen diferentes edades: Benjamín es joven; César, de mediana edad; y Genaro, ya mayor.  Benjamín parece haber venido de manera obligada y a los pocos días ya desea irse. César tiene un pasado oscuro y por las noches se sumerge en el alcohol. Genaro, por su parte, es taciturno y, probablemente por todos los golpes de la vida, resignado al trabajo y al patrón. En algún momento este llega a verificar el trabajo y eso desata un conflicto y la tensión entre los hombres. Sin embargo, la resolución se aleja totalmente de la esperada por el espectador, porque estamos ante una obra que privilegia la poética del realismo antes que lo mimético y estrictamente narrativo.

Es del interés del director y guionista concentrarse en la escala humana. Por lo que encontramos en la puesta en escena de Boreal que los paisajes son, sobre todo, los rostros y los cuerpos de los protagonistas que se imponen en la pantalla, logrando así, por un lado, que los rostros queden impregnados en nuestra retina y que no sean necesarias palabras para describir lo que los ojos, los gestos mínimos, las respiraciones, las miradas, revelan o cuentan; por otro, construir ese paisaje de manera predominantemente subjetiva. Ese monte, ese desierto, ese Chaco, es lo que percibimos a través de los personajes. Por momentos es extremamente hostil, por otros, un espacio de cierta introspección, que permite a alguno de los personajes reencontrarse con su pasado, a otro obtener tal vez un acercamiento a cuestiones como la muerte (en un momento Benjamín se queda fascinado con el esqueleto de un animal). Hay pocos diálogos en Boreal, y pocas veces son necesarios. Esto, además, se da gracias a las inmejorables actuaciones de Amado Cardozo, Fabio Chamorro y Mateo Giménez.

En algunos momentos Federico y el director de fotografía, Fernando Lockett, se alejan para ver cómo estos cuerpos se pierden en el monte, anticipando el devenir de estos hombres ya que, a medida que el relato avanza, los rostros se van abandonando para convertir a estos personajes en formas casi abstractas que atraviesan las nubes de polvo y deambulan en el desolador paisaje, consumido por aquel. El paisaje, de esta manera, no es un escenario más, sino un personaje que está latente, esperando para entrar en escena. Y cuando entra, siempre termina ganando.

Escena de "Boreal". Cortesía

Escena de Boreal. Cortesía

Este paisaje es siempre dolor, es como un mal sueño, que tiene su raíz en una de las pesadillas recurrentes del Paraguay: el problema de la tierra. Siempre volvemos ahí, a la violencia histórica y social. El Chaco paraguayo es un gran monstruo creado por los hombres y cuyo gruñido está presente en cada plano gracias al impecable diseño sonoro. El antagonista no es el “patrón terrateniente” que abandona a sus hombres en ese lugar, va más allá de eso. El antagonista es la deshumanización de un sistema terrible de diferencias sociales y violencia que permite que eso suceda. En ese sentido, la sobriedad del relato de Boreal, que puede perfectamente caer en la “villanización” o “criminalización”, nos presenta una situación real que para cierto sector de la sociedad está totalmente normalizada. Sin embargo, el cine ve siempre algo más, y por más que la película no caiga en esa retórica (el blanco y negro, el bueno y el malo), es imposible no notar lo que se está manifestando frente a nuestros sentidos.  Si no lo vemos ni escuchamos al ver la película, es absoluta negación.

Escena de "Boreal". Cortesía

Escena de Boreal. Cortesía

Producida por la cineasta Renate Costa, a quien perdimos tristemente antes de que la película se llegara a finalizar y cuya búsqueda cinematográfica y el amor que le dio al proyecto se pueden sentir en la obra, Boreal suma con fuerza a ese cine paraguayo que nos retrata como somos y no nos presenta una salida (no es su función, de hecho, presentarla), pero sí nos indaga y no nos deja indiferentes. Película altamente recomendada, no solo por esto sino por sus valores cinematográficos, que son muchos.

 

Sergio Colmán Meixner es máster en Escritura para cine y televisión–UAB. Realizador, guionista, script doctor. Fue director de la carrera de Cinematografía de la Universidad Columbia de Paraguay.

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