Cultura
La Guerra del Chaco en la historia del Paraguay
A 90 años del inicio de la contienda, un repaso por un acontecimiento histórico cuyas consecuencias políticas y sociales marcaron el siglo XX paraguayo.
El general José Félix Estigarribia y el presidente Eusebio Ayala en el Desfile de la Victoria,1935. Emblemática foto que indica el fin de las hostilidades, 1935
El 15 de junio de 1932, una fuerza militar boliviana atacó por sorpresa el fortín paraguayo Carlos Antonio López, a orillas de la laguna Pitiantuta, provocando el estallido de un conflicto bélico entre el Paraguay y Bolivia, en el Chaco Boreal, que se prolongó por tres años, hasta junio de 1935. Fue un enfrentamiento entre ejércitos regulares, que se desarrolló en territorio agreste, mayormente despoblado, con comunicaciones deficientes y en el que escaseaba el agua. Salvo los excepcionales ataques aéreos contra Concepción y otros puertos del litoral del río Paraguay, la guerra solo afectó a poblaciones civiles en los últimos meses. Tuvo, sin embargo, fuerte impacto para los pueblos indígenas que por siglos habían ejercido señorío en las tierras chaqueñas, y que quedaron finalmente sometidos a la autoridad de los estados beligerantes. Para recordar la Guerra del Chaco, a noventa años de su inicio, se presenta aquí una breve síntesis de sus causas, su desarrollo, la organización del país ante la conflagración y las gestiones diplomáticas que permitieron poner fin a las hostilidades, mediante el Protocolo de Paz suscrito en Buenos Aires el 12 de junio de 1935.
Causas del conflicto
La guerra se fue incubando durante largo tiempo. El Chaco, vasta llanura extendida entre la Cordillera de los Andes y el río Paraguay, era al momento de producirse la independencia del Paraguay y de Bolivia un espacio desconocido, marginal, sin delimitaciones definidas y habitado únicamente por indígenas que no reconocían autoridad estatal alguna. La combatividad de sus pobladores, las adversas condiciones climáticas y la deficiencia e irregularidad de los cursos de agua en su interior desalentaron la ocupación de ese territorio por los conquistadores españoles y sus descendientes.
En 1852, se planteó formalmente la controversia entre el Paraguay y Bolivia por la delimitación del Chaco, cuando Bolivia alegó derechos sobre la margen occidental del río Paraguay entre los grados veinte y veintidós de latitud. Por su parte, el Paraguay sostuvo que el dominio de ese territorio le correspondía hasta la Bahía Negra, y que los límites debían determinarse más allá del litoral del río de su nombre. Las respectivas aspiraciones se ampliaron con el tiempo, al punto que ambos países reclamaron todo el Chaco Boreal, con base en disposiciones de las autoridades hispánicas y de actos posesorios practicados en los extremos del vasto territorio chaqueño. A partir de 1879, se iniciaron las negociaciones bilaterales, y se acordaron sucesivas líneas divisorias sin tomar en cuenta los derechos invocados por las partes; pero esos acuerdos no llegaron a perfeccionarse. Se buscó luego avanzar en la exposición de los títulos históricos y jurídicos o someter la controversia a arbitraje, y tampoco pudo arribarse a entendimientos. En tales circunstancias, en la década de 1920, Bolivia y el Paraguay adelantaron la ocupación del territorio disputado mediante el establecimiento de pequeñas guarniciones militares, que se fueron aproximando peligrosamente, dando lugar a continuos incidentes.
En consecuencia, la causa principal de la Guerra del Chaco fue la larga controversia diplomática en torno al dominio del Chaco Boreal, que conllevó la ocupación militar del territorio disputado y predispuso a la opinión pública de ambos países hacia la opción bélica. Desde luego, también entraron a tallar factores económicos. Los establecimientos forestales y ganaderos del Chaco aportaban una parte muy significativa de los ingresos fiscales del Paraguay. Estaba, además, el petróleo, descubierto al occidente del Chaco, y cuya explotación había sido concedida por Bolivia a la Standard Oil de Nueva Jersey. Las dificultades que encontró esta empresa estadounidense para extraer el petróleo boliviano por territorio argentino, reafirmaron la decisión del gobierno de Bolivia de asegurar un puerto propio sobre el río Paraguay, que facilitase la exportación de dicho producto.
Por otra parte, la situación interna de los dos países que se enfrentaron en el Chaco se había complicado mucho en los años previos al estallido de la guerra. En Bolivia, el gobierno del presidente Daniel Salamanca afrontaba una crisis política y económica muy delicada. Se ha sostenido que las decisiones adoptadas por él en 1932, a más de basarse en la confianza en las fuerzas propias y el menosprecio de las del adversario, estuvieron motivadas por el temor de que el colapso económico llevase a Bolivia a la anarquía social. Durante los años previos a la guerra, Salamanca había sostenido una posición radical en cuanto a la cuestión chaqueña, planteando mantener las pretensiones de su país sobre la totalidad del territorio y ocuparlo efectivamente. Al asumir el gobierno, en 1931, dio instrucciones de “extender y consolidar la posesión boliviana, a todo el territorio no ocupado todavía por el Paraguay”, con la orden expresa de “no provocar rozamiento alguno con las posiciones paraguayas”.
Por la indebida aplicación de esas instrucciones, se produjo el hecho puntual que provocó el estallido de la guerra en junio de 1932, que fue el ya mencionado desalojo por fuerzas bolivianas del fortín paraguayo Carlos Antonio López, situado a la vera de la laguna Pitiantuta. Tropas del Paraguay recuperaron la laguna en julio siguiente, y Bolivia, que presentó el hecho como una agresión inmotivada, se apoderó de los fortines paraguayos Corrales, Toledo y Boquerón, a fines del mismo mes. Se pensó que después de estas pretendidas represalias las gestiones diplomáticas pondrían término al incidente, como había ocurrido en 1928, cuando el ataque al fortín Vanguardia. Pero no fue así.
Desarrollo de las acciones militares
En agosto de 1932, el gobierno paraguayo autorizó al comandante de las fuerzas del Chaco, teniente coronel José Félix Estigarribia, a retomar Boquerón. Un contingente de más de 5.000 hombres inició el ataque el 9 de setiembre siguiente y chocó con posiciones eficazmente fortificadas. Al fracasar los ataques frontales se decidió cercar el fortín, para evitar que recibiera refuerzos y provisiones. Tras veinte días de intensos combates, las fuerzas paraguayas, incrementadas durante la batalla, ocuparon finalmente Boquerón.
Además de recuperar Toledo y Corrales, los paraguayos tomaron, después de la caída de Boquerón, los fortines Castillo, Ramírez, Yucra, Arce y Alihuatá. La ofensiva paraguaya se detuvo en las últimas semanas de 1932, en el kilómetro 7 de Saavedra. Los reveses militares obligaron al gobierno de Bolivia a incrementar la movilización de tropas y a poner al frente de sus fuerzas combatientes al general Hans Kundt, militar alemán que había sido jefe del Estado Mayor General y organizador del ejército de ese país.
Con Kundt, las fuerzas bolivianas emprendieron una fuerte contraofensiva. Dos grandes arremetidas se produjeron en el primer trimestre de 1933 contra los fortines paraguayos Nanawa y Toledo, que pudieron resistir. En cambio, los bolivianos consiguieron recuperar Alihuatá y desalojar a los paraguayos del camino de Saavedra. En los meses siguientes, la ofensiva de Bolivia fue general en toda la línea, que quedó estabilizada entre Nanawa y Toledo, con un enorme desgaste para el ejército boliviano en vidas y material bélico. En setiembre de 1933, el Paraguay recuperó la iniciativa, y cercó las tropas enemigas en Pampa Grande y Pozo Favorito. Seguidamente se produjo el ataque decisivo en el sector de Alihuatá o Zenteno y en el de Gondra, que llevó al descalabro de las fuerzas de Bolivia: dos divisiones capitularon en Campo Vía, en diciembre de 1933, y quedaron como prisioneros 250 jefes y oficiales y ocho mil soldados. Como consecuencia de la derrota, el general Kundt fue reemplazado por el general Enrique Peñaranda.
Al concluir la batalla de Zenteno-Gondra se acordó un armisticio, que permitió reorganizar las fuerzas beligerantes. En los primeros meses de 1934, el ejército boliviano fue replegándose paulatinamente, hasta hacerse fuerte en el fortín Ballivián, sobre el río Pilcomayo, donde se concentraron grandes efectivos, así como también en El Carmen. Ante la estabilización del frente en Ballivián, que parecía inexpugnable, el comando paraguayo resolvió desplazar tropas hacia las espaldas del enemigo. En agosto, esas fuerzas tomaron los fortines Picuiba y 27 de Noviembre, se aproximaron al río Parapití y atrajeron hacia la zona una parte del ejército boliviano.
La disminución de tropas en El Carmen permitió al ejército paraguayo operar con éxito contra sus defensas, lo que concluyó, en noviembre de 1934, con la captura de miles de prisioneros, armamento y un centenar de camiones. Poco después, también cayó Ballivián. En el mismo mes de noviembre, tras un enfrentamiento con los militares, fue derrocado el presidente Salamanca, y asumió la jefatura del Estado boliviano, el vicepresidente José Luis Tejada Sorzano. En diciembre, se desbarató la ofensiva boliviana en el sector de Picuiba.
De Ballivián, los bolivianos se retiraron hacia la serranía de Ybybobo y luego a las estribaciones andinas, atrincherándose en Villamontes, casi en los confines del Chaco. Las fuerzas paraguayas intentaron, sin éxito, tomar esa localidad. Al norte, consiguieron cruzar el río Parapití, ocupar la población de Charagua y acercarse a los pozos petrolíferos. Una fuerte contraofensiva boliviana les obligó, empero, a retroceder varios kilómetros hasta Huirapitindy.
En el primer semestre de 1935, las acciones bélicas se estancaron y ninguno de los dos beligerantes parecía capaz de obtener una victoria definitiva mediante la rendición incondicional del enemigo. Las tropas adelantadas del Paraguay se encontraban a unos setecientos kilómetros del río de su nombre, cubriendo un amplio frente, en un terreno que favorecía la defensa del enemigo. El aprovisionamiento y transporte de los combatientes demandaban una logística cada vez más costosa y las disponibilidades financieras del gobierno se estaban agotando.
El Paraguay en guerra
De hecho, la Guerra del Chaco obligó al Paraguay a realizar un esfuerzo extraordinario. La conducción del Estado durante esos años se concentró en las experimentadas manos del presidente Eusebio Ayala. Pragmático y eficiente, Ayala administró con inteligencia el aparato gubernamental y las finanzas públicas, orientándolos hacia el sostenimiento del esfuerzo bélico. El ambiente de enfrentamientos que había predominado en los años previos fue reemplazado por una tregua política tácita.
El comando del ejército paraguayo en el Chaco fue ejercido a lo largo del conflicto bélico por el teniente coronel, y luego coronel y general, José Félix Estigarribia. Sus excepcionales cualidades de templanza, serenidad y carácter le permitieron conducir con éxito las fuerzas militares y ejercer una autoridad que fue fundamental para el mantenimiento de la disciplina y la buena organización entre la oficialidad y las tropas. Estudioso y buen observador, el comandante paraguayo supo adaptar sus conocimientos teóricos a las peculiaridades de la geografía chaqueña y de sus comandados para el desarrollo de las acciones bélicas. Condujo a jefes y oficiales que mostraron capacidad y compromiso, aunque no siempre plena armonía, entre los que destacaron, citando solo a los comandantes de Cuerpos de Ejército, los coroneles Juan B. Ayala, Nicolás Delgado, Gaudioso Núñez, Carlos J. Fernández, Rafael Franco, Luis Irrazábal y Francisco Brizuela.
Las tropas combatientes debieron enfrentarse no solo a las fuerzas enemigas sino, antes que nada, a las grandes dificultades naturales del territorio chaqueño. El problema más angustioso fue el de la falta de agua, que se cobró miles de vidas y obligó a que la caballería combatiera sin caballos y a que el transporte de provisiones y otros elementos se efectuara preferentemente por medio de camiones. Las deficiencias del transporte y las limitaciones para el abastecimiento frenaron, muchas veces, el avance regular de las operaciones militares.
El Paraguay tuvo que organizar una enorme estructura para atender las necesidades de las fuerzas combatientes, que incluyó desde la compra, acopio, distribución y transporte de alimentos, uniformes, herramientas, combustible, armas y municiones, hasta los servicios de sanidad y de asistencia espiritual. En los Arsenales de Guerra y Marina de Asunción, cerca de quince mil obreros trabajaron en tres turnos para la fabricación y reparación de elementos bélicos.
En la retaguardia, la guerra potenció las actividades económicas del país. Con la gran movilización de hombres, el desempleo disminuyó sensiblemente. La excepcional demanda de alimentos, vestuario y elementos para las fuerzas combatientes reactivó la producción y la ocupación internas, al igual que las ventas del comercio local. La recuperación de la economía mundial contribuyó también al incremento de las exportaciones y de los ingresos fiscales. Con todo, en razón de la limitada capacidad financiera del Estado, el esfuerzo bélico se efectuó en un marco de precariedad y grandes sacrificios. La superioridad de las fuerzas bolivianas, en efectivos y elementos de defensa, fue muy notoria durante la mayor parte de la conflagración.
En los primeros meses, el traslado de tropas y abastecimientos resultó más fácil para el Paraguay que para Bolivia. El transporte fluvial y la vía férrea que comunicaba Puerto Casado con el interior del territorio chaqueño permitieron el rápido traslado de los contingentes paraguayos en momentos decisivos. Las fuerzas bolivianas, en contrapartida, tuvieron que efectuar una larga y demorada travesía desde los centros de reclutamiento, por malos caminos y con insuficientes medios de locomoción. La diferencia se revirtió posteriormente, con el avance de las fuerzas paraguayas hacia el occidente chaqueño.
El Estado paraguayo pudo atender el financiamiento de la guerra mediante la utilización de las reservas internacionales de la Oficina de Cambios, la emisión monetaria, la expropiación de un porcentaje de las divisas provenientes de las exportaciones y la requisa de bienes solicitados para el ejército en campaña. Se apeló también, de manera limitada, al crédito interno y externo.
Según las estimaciones que se hicieron entonces, durante los tres años el Paraguay movilizó unos 140.000 hombres, equivalentes a más del 15 por ciento de su población, de los cuales unos 36.000 murieron en el Chaco; por su parte, Bolivia movilizó aproximadamente 200.000 efectivos, de los que perecieron más de 50.000. Al finalizar la conflagración, Bolivia mantenía unos 2.500 prisioneros paraguayos; y se calcula que el Paraguay capturó cerca de 21.000 prisioneros bolivianos.
La consecución de la paz
Varias gestiones se sucedieron, desde 1932, para detener las hostilidades, bajo el impulso de la Comisión de Neutrales de Washington, los países vecinos (Argentina, Brasil, Chile y Perú) y la Sociedad de Naciones. En mayo de 1933, el Paraguay declaró el estado de guerra, con el fin de hacer cumplir a los países limítrofes los deberes de la neutralidad. Así pudo dificultar el aprovisionamiento a las fuerzas bolivianas por territorio argentino; aunque no consiguió frenar el libre tránsito de materiales bélicos por el puerto chileno de Arica y el peruano de Mollendo. Además, Bolivia pudo contratar en Chile mineros para reemplazar a los movilizados y oficiales para su ejército. El Paraguay consiguió, en contrapartida, que el gobierno argentino facilitara la obtención de municiones, elementos sanitarios y combustible, fundamentales para la prosecución de las operaciones.
El largo e infortunado trámite de la cuestión del Chaco ante la Sociedad de Naciones concluyó con el retiro del Paraguay de dicho organismo, en febrero de 1935, ante la decisión que adoptó de mantener la prohibición de venta de armas para el Paraguay y de levantarla para Bolivia. Las gestiones de paz se trasladaron, entonces, a Buenos Aires, donde, en mayo de 1935, quedó constituido un grupo mediador con representantes de los países limítrofes y de los Estados Unidos de América y el Uruguay, bajo la presidencia del ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina. Días después llegaron a esa capital los cancilleres del Paraguay y de Bolivia y se adelantaron las negociaciones para poner fin a la guerra. En el curso de estos debates, se libró en el Chaco la última gran batalla, en la zona de Ingavi, donde fue derrotada la Sexta División boliviana. El comando paraguayo exageró las proporciones de la derrota enemiga, con el obvio designio de que la noticia influyera en las negociaciones que estaban en curso.
El 12 de junio de 1935 se suscribió el Protocolo de Paz, por el cual se acordó el cese de las hostilidades, sobre la base de las posiciones alcanzadas por cada uno de los dos ejércitos. Se decidió, además, la desmovilización de los combatientes, y el establecimiento de una Conferencia de Paz para resolver la cuestión de límites. Al mediodía del 14 de junio se ejecutó el cese del fuego en los frentes de batalla del Chaco, y una Comisión Militar Neutral fijó, mediante hitos, las posiciones en que se encontraban los contendientes. En los meses posteriores se concretó la desmovilización de las fuerzas militares. Más de 54.000 bolivianos y 46.000 paraguayos dejaron el Chaco.
Siguieron luego tres años de negociaciones. En julio de 1938 se firmó el Tratado de Paz, Amistad y Límites entre las Repúblicas de Bolivia y del Paraguay, en el que se determinó que la línea divisoria fuera establecida por medio de un arbitraje de equidad, sobre la base de las últimas propuestas formuladas. En realidad, los límites se acordaron previamente y el arbitraje constituyó un procedimiento utilizado para hacer más aceptable el arreglo por las opiniones públicas de los exbeligerantes. En el Paraguay, el tratado fue sometido a un plebiscito, en el que votaron por su aprobación más de 135 mil electores, y en contra unos trece mil. El Colegio Arbitral, constituido por delegados plenipotenciarios de Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos de América, Perú y Uruguay, dictó su laudo el 10 de octubre de 1938.
Por lo demás, y al margen de las negociaciones de paz, la Guerra del Chaco propició, tanto en el Paraguay como en Bolivia, cambios profundos. Tras la guerra, se puso término al orden liberal en lo político y económico que había imperado hasta entonces, y se buscó dar respuesta a los problemas sociales por medio de programas ideológicos distintos, con una fuerte injerencia de los jefes y oficiales que habían combatido en el Chaco. La dura experiencia vivida por ellos, y por los miles de combatientes y sus familias, se proyectó así efectivamente en el posterior devenir de ambas sociedades.
* Ricardo Scavone Yegros (Asunción, 1968) es abogado e historiador, miembro de número de la Academia Paraguaya de la Historia y miembro correspondiente de las Academias de Historia de Argentina, Bolivia, Colombia, España, República Dominicana y del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil. Publicó diversas monografías, resultado de sus investigaciones en archivos de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Es actualmente embajador de Paraguay en España.
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Ricardo Caballero
13 de junio de 2022 at 08:04
Muy buena sinopsis, yo solo le agregaría a la afirmación de que el agua era elemento precioso y esencial en el desierto, por lo que en el relato de los últimos episodios bélicos solo falta la recuperación de los Pozos de Yrendague por el célebre Avión Pytá. La pérdida de la aguada significó para Bolivia la muerte por sed de unos 13 mil combatientes en la Picada de la Desesperación.
Sara
20 de agosto de 2024 at 13:18
Excelente material de apoyo, muchas gracias por compartir sus conocimientos para con todo-.