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Política

Wabi-Sabi y Kintsugui

Alan Redick

Alan Redick

Por Alan L. Redick

Como artista, muchas veces al pintar he cometido varios errores. Lo bueno de pintar al óleo es que todo error puede ser enmendado pintándose encima. Un buen artista no es quien no comete errores, pues uno debe arriesgarse a probar cosas diferentes para poder innovar; el buen artista es quien sabe cómo enmendar sus errores y hacerlos bellos. Del mismo modo se da con otras formas de arte, como la medicina o la política.

Los japoneses han aprendido a filosofar con sus pasatiempos. ¿Quién diría que el amor por la jardinería miniatura, como el bonsai, inspiraría a los japoneses a crear tecnología en miniatura, dándonos microchips que permiten hoy que podamos tener una computadora en la mano?

La concepción de armonía y belleza que tenemos generalmente es la que va de acuerdo con las simetrías. Simetrías y proporciones ideales que crean un balance y un orden, pero que pueden llegar a ser bastante aburridas. No es que no sean admirables las obras de Bouguereau, pero los impresionistas, alejados de la perfección de los detalles, pudieron también traer belleza.

Desde niños proyectamos muchas veces ideales de perfección para nuestras vidas. Esperamos tener una relación perfecta, un trabajo, una carrera, etc., pero la vida nos va dando sorpresas. No es que sea malo aspirar a algo ideal; lo malo en ello está en idealizar eso demasiado, llevándolo a un límite obsesivo y fantasioso.

La vida se encarga a su paso de romper nuestras ilusiones, y especialmente, para muchos, este 2020 fue un año bastante especial.

Wabi-Sabi

El WabiSabi es la armonía en la desarmonía; es la belleza en lo perecedero, lo imperfecto y rústico. Con WabiSabi la belleza ya no deriva su de su perfección y su utilidad, sino del respeto por lo que es modesto, frágil, pasajero y agrietado. El paso del tiempo y la individualidad dan un agregado estético superior a las cosas. Para el budismo Zen, la sabiduría se concibe haciendo las paces con la naturaleza imperfecta.

La estética del WabiSabi está delineada en la ceremonia del té descripta en la carta de Murata Shuko, que se conocerá más adelante como “la carta del corazón” (Kokoronofumi). Posteriormente Sen No Reikyu(1522 – 1599) volvió a reorganizar la ceremonia del té, respetando siempre los principios estéticos que revelan la ética del WabiSabi.

Según se cuenta, un día el monjeReikyu pidió a uno de sus discípulos que limpiara la casa del té, a lo que el esmerado discípulo puso todo su empeño, dejando el lugar impecable. Cuando Reikyu fue a inspeccionar el trabajo, golpeó la rama dejando así caer algunas hojas, trayendo WabiSabi al sitio.

Taza de te, Japón, siglo XVII, Museo Smithsonian, Washington DC.

Taza de te, Japón, siglo XVII, Museo Smithsonian, Washington DC.

Kintsugui (Kin, oro / tsugui, unir, pegar, o sea ‘unirlo con oro’).

Así como los españoles aprendieron a hacer filosofía desde su literatura, los japoneses, desde la perspectiva de los monjes budistas zen, aprendieron a desarrollar una visión de la vida desde la relación con el tratamiento de la cerámica.

El origen del Kintsugui se remonta al periodo Muromachi. El Shogun de Japón, Ashikaga Yoshimitsu (1358 – 1408) rompió su taza de té favorita. Por el apego que tenía a la taza, la envió a la China a que la repararan los grandes maestros de la cerámica. Los chinos repararon el tazón usando grampas y dejando la pieza cerámica en un estado lamentable.

El Shogun decidió dejar el desafío de reparar su taza de té a sus artesanos, quienes emplearon un método en el que ya no se pretendía ocultar las grietas que mostraban que había estado roto, lo cual iba acorde con la filosofía WabiSabi, de la armonía en la desarmonía, que celebra lo que es simple, viejo o antiguo.

Cuenta la leyenda que el monje Sen No Rikyufue invitado a una cena donde el anfitrión hizo gala de su magnifica porcelana, lo cual no impresionó al monje, que se pasó admirando una pequeña rama que se movía en el jardín. Una vez que Rikyu se retiró, el dueño de casa decidió romper la tan valiosa porcelana china. Por suerte, quienes presenciaron el evento decidieron volver a rescatar la vasija utilizando la técnica del kintsugui. Cuando el filósofo Rikyu volvió a visitar la casa, pudo volver a apreciar la vasija, y cuentan que exclamó: “¡ahora es magnífica!”

Con el kintsugui los fragmentos de un vaso de cerámica son cuidadosamente unidos con lacra y oro en polvo, sin ningún intento de enmascarar la rotura. El objetivo es justamente mostrar bellamente las fallas unidas por el material más precioso, enfatizando las grietas que revelan que una vez estuvo roto.

Vivimos en una era de consumismo; una era que valora lo inmediato, lo nuevo, lo pragmático. Vivimos en una era donde creamos tanta basura y simplemente lo que ya está roto lo tiramos como si ya no sirviese para nada y ya no tuviese nada de valor. El kintsugui nos alienta a volver a revalorar las cosas y a respetar aquello que está roto o dañado, no solo en lo material, sino también en nuestras vidas, en nuestra sociedad y en nuestra política.

No se trata ya de ocultar los errores, como antes se reparaban las cerámicas con ceras (de ahí lo de una persona ‘sincera’); sino de todo lo contrario: se trata de mostrar las gritas ahora bellamente unidas con oro. No es tarea fácil; demanda muchísima atención a los detalles, paciencia y destreza.

Se puede volver a unir lo que estaba roto, tanto en uno mismo, en una relación o en la sociedad. El error en el que siempre caemos es el querer ocultar los errores, y muchas veces, como no podemos esconder los errores o imperfecciones, nos resulta mucho más fácil deshacernos de lo roto y reemplazarlo; pero hay cosas que no pueden ser reemplazadas y merecen la pena que las volvamos a unir con oro.

Escucho con mucha frecuencia muchas críticas contra nuestros partidos políticos tradicionales. La gente parece a veces querer apostar por algo nuevo, sin historia política, pero ya hemos aprendido que eso tampoco funciona. Es hora de volver a salvar lo que es valioso; es hora de reconocer nuestros errores y en lugar de esconder nuestras faltas, mostrar que nos hemos superado bellamente.

 

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