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Política

“Para mis amigos, todo; para mis enemigos, la ley”

La Constitución Nacional debe estar no solo sobre cualquier ley, sino también encima de la voluntad presidencial, y encima de los caprichos de los legisladores, y encima de los intereses personales de jueces y fiscales. Foto: CSJ

La Constitución Nacional debe estar no solo sobre cualquier ley, sino también encima de la voluntad presidencial, y encima de los caprichos de los legisladores, y encima de los intereses personales de jueces y fiscales. Foto: CSJ

Alan L. Redick

Difícil es saber quién fue el que introdujo esta frase. Algunos sostienen que fue Benito Juárez, otros dicen que fue Juscelino Kubitschek, otros hasta juran que fue un peruano. Incluso el mismo Perón había tenido su propia versión: “al amigo, todo; al enemigo, ni justicia”. Pero la frase nos resulta demasiado familiar a los latinoamericanos; tanto, que ya ni importa quién lo dijo primero, pues parece haber estado en nuestra conciencia colectiva desde ya hace muchos años.

Hans Kelsen, un tanto disconforme con las definiciones tradicionales, intentó abordar la pregunta: ¿qué es Justicia? Sin embargo, creo yo que los romanos habían acertado el tema ya hace mucho tiempo.

Los griegos comenzaron a dialogar sobre ello. El sabio Simónides dijo que la justicia era “dar a cada uno lo suyo”. Sócrates no conforme con ello, planteó un caso: ‘si estando fuera de mí mismo pidiese a mi amigo que me devuelva mi cuchillo para cometer una locura, ¿es eso justicia? La respuesta fue obvia: no’. Así llega el debate hasta los romanos, hasta que Ulpiano concreta la definición de Justicia:

Dar a cada uno lo suyo,

Sin dañar a nadie, y

Vivir honestamente.

Recuerdo que, en mis tiempos de estudiante de Derecho, nuestros maestros repetían constantemente esta definición, y todos sin remediar, restaban total importancia al tercer precepto: “vivir honestamente”. El razonamiento era que la justicia dependía del campo social y la honestidad era una cuestión personal. Hoy día, después de mucho meditar, veo que es totalmente lo contrario. Los dos primeros preceptos tienen por base fundamental al último precepto. Sin honestidad no se pueden desarrollar equitativamente los otros dos preceptos.

Las diferentes ideologías ordenan la perspectiva de lo que puede ser justo para cada uno. Pero donde nos golpea a todos es en esa pregunta de integridad que nos demanda vivir honestamente.

En Paraguay, más que en muchos países latinoamericanos, nos regimos por la filosofía de la “necesidad”, de la escasez. Hasta cuando manejamos, nadie quiere ceder el paso por temor a perder algo, e irónicamente, lo que más se pierde con los embotellamientos, es el tiempo. Pero siempre y cuando todos también pierdan, eso parece servirnos de consuelo. Todo, bajo esa presión de necesidad, se convierte en imperioso y esa visión de escasez domina nuestra acción inminente (acción que por cierto tampoco por lo general se planifica, y ante esa inminencia, todo es improvisación).

Quizás esa sea la gran diferencia con otras culturas ya alejadas de la amenaza de la necesidad o con valores éticos más fuertes. Manejar en Toronto es un placer, todos ceden al paso y todos se mueven sin embotellamientos innecesarios. Alejarnos de la necesidad nos lleva a un mayor control no solo de nuestro entorno, sino también de nosotros mismos (y los grados de civilización se miden conforme al control sobre las necesidades). Ese control nos lleva, quizás, a ser más tolerantes y generosos.

Gobierno piñata

Bien latina es la cultura de la piñata, en cuyo juego nos abalanzamos todos al mismo tiempo para agarrar, no sin pocos esfuerzos, un puñado de caramelitos. En los Estados Unidos en cambio, tienen el Halloween, donde los niños disfrazados van “en orden y formando filas” a las casas para recibir caramelos (hasta llenar un balde).

La seguridad y la confianza en Dios hizo que los hebreos, con el maná, aprendieran a no apiñatarse y a no acumular angurrientamente más de lo necesario (Éxodo 16).

El gobierno tendría que haber cumplido esa misión de proveer seguridad e inspirar confianza. Sin embargo, el gobierno parece ser la piñata por la que saltan los que pueden. La consigna es sacar todo lo que se pueda, sin importar a quien se dañe, y luego negociar los desperdicios.

El principio de isonomía o igualdad ante la ley parece ser más que una mera idea para nosotros, especialmente en el país de los amigos. El gobierno tendría que dar garantías y ofrecer servicios; servicios como educación, salud y seguridad. Debería ser así al menos dentro de un sistema republicano, donde el Estado es servidor del hombre libre.

El principio de imparcialidad es fundamental para un gobierno republicano. Esa fue ya una de las primeras leyes que recogemos en la “Ley de las XII Tablas”: privilegia ne irroganto (no se impondrán privilegios). Pero en el país de los amigos, primero están los amigos antes que la Patria; después de todo, son los amigos quienes auxilian.

No es el Estado el que nos socorre en nuestra necesidad (ya que sabemos que es inoperante e ineficiente). El gobierno lleno de amigos sigue funcionando según la dinámica entre necesidad y amigos (o compinches). Esto se da en todas partes del gobierno, desde los más pobres hasta los más ricos, y en todas las divisiones del ejercicio del poder: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. De este modo, la corrupción generalizada llega a corromper hasta las mismas leyes e incluso la Constitución (que de todos modos solo sirve para sugerir en el País de los amigos).

El famoso “Gestor”

La Constitución Nacional debe estar no solo sobre cualquier ley, sino también encima de la voluntad presidencial, y encima de los caprichos de los legisladores, y encima de los intereses personales de jueces y fiscales. La ley debe primar para el orden: necesitamos orden para la libertad, y libertad para el orden.

En el País de los amigos esto no ocurre. La picardía forma ya parte de la idiosincrasia y la corrupción pasó a ser parte del patrimonio folklórico. En Brasil, a esa picardía la llaman jeitinho. Nosotros ejecutamos ese aspecto folklórico no solo con los agentes del gobierno, sino que tenemos también instituciones especiales para “arreglar” o “facilitar” las gestiones; ahí es donde aparece el famoso “Gestor”.

Es bastante difícil explicar a los americanos y europeos qué es un gestor y por qué es importantísimo tenerlos y pagarlos bien. El gestor es algo así como un nexo que arregla los problemas, es el que lubrica (US$, para el que entiende lo que digo) los engranajes de la maquinaria del gobierno; son aquellos cuya profesión básicamente consiste en saber cómo tranzar y con quién tranzar, porque, ¡Dios nos libre!, ante todo se deben salvar las apariencias.

El gestor a su vez tiene una red de amigos, y así como un “Joselo”, pueden hasta llegar a las más altas esferas para una changa, hacer un golpe, o un gran negociado (tristemente, nunca para negociar).

Tenemos nosotros una cultura de la coima, mientras que otros países tienen la cultura de la propina. La coima sirve para facilitar algo ilícito antes de que ocurra la acción; la propina es una especie de premio o gratitud por un servicio ya prestado.

La cultura de la necesidad es una cultura de miedo, una cultura de sumisión que nos aleja de la responsabilidad, que no es más que la capacidad de responder por nosotros mismos.

No es que esta cultura de la necesidad sea exclusividad nuestra, en todos los pueblos existe cierto porcentaje de corrupción; en el nuestro, ya es una especie de monopolio.

Al descubierto

Tenemos que reconocer que siempre estuvimos mal, pero creo que no tan mal como ahora que ya ni las apariencias se guardan. El robo es obscenamente al descubierto al igual que la apología del delito. Ya no son rateros que roban cuando nadie los ve, ni ladrones que entran a robar en la oscuridad de la noche: roban a plena luz del día, y se pasean y desfilan en tropeles con toda impunidad (ahora ya también con inmunidad).

En esta cultura de la necesidad también pasamos a traicionar nuestros ideales; ideales que antes suprimían nuestro deseo de saciar nuestras necesidades. Teníamos valores que eran más grandes que nuestras necesidades. Pero ahora hasta los partidos políticos han cambiado. A las ideologías remplazaron los soquetes, lo cual convirtió a los partidos políticos en máquinas electorales sin valores ni principios.

No diré más. Bien decía Voltaire: “es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado”. Llevamos ya 31 años de vivir en esta farsa, a la que quienes manejan la narrativa nacional llaman “era democrática”. Pero alguien tiene que decirlo.

Luis María Argaña. Archivo ANR

Luis María Argaña. Archivo ANR

La memoria no olvida que desde un principio no se respetó la voluntad popular, cuando se robó la elección a Argaña; y esto no lo digo yo, Calé hizo galas ufanas con una confesión sin reparos. Sabido también es que Lino O. mantuvo al gobierno de Wasmosy en jaque por esta cuestión. Después, fuimos testigos de las tensiones entre Oviedo y Wasmosy, y uno hablaba del intento de golpe mientras que el otro acusaba un intento de autogolpe (al estilo fujimorazo).

Como consecuencia no permitieron a Oviedo poder candidatarse. El resultado ya sabemos: Cubas Grau fue candidato con la premisa “tu voto vale doble”. El 80 % de los empadronados votó y Cubas obtuvo el 54 % de los votos; pero, de todos modos, la voluntad popular tampoco se respetó y sin más, se obligó a Cubas a renunciar.

En reemplazo de Cubas sube González Macchi, y sin reparos de respetar la Constitución, instauró un gobierno de facto (sin que ni siquiera importe considerar la voluntad popular). A este gobierno de facto (que de hecho contaba con plena complicidad de la oposición), le sigue una fuerte duda de fraude electoral, contra ODD a favor del candidato del argañismo, y remedo del Dr. Argaña, Nicanor Duarte Frutos, quien nuevamente pisotearía la Constitución y pasaría a ser conocido como el brazo de Hugo Chávez en Paraguay y el magnánimo Mariscal de la Derrota.

Nuevamente se pisotea la Constitución y se permite que un obispo entre en la carrera electoral. De cualquier manera, Fernando Lugo, a quien se lo conoce como el padre putativo del EPP, gana las elecciones. Pero fiel a la disciplina de esta era ñembo democrática, a Lugo se lo vuelve a sacar, desconociéndose nuevamente la voluntad popular. Asume el poder su vicepresidente, Franco.

Cartes y Marito

Y así llegan a la escena Horacio Cartes y ahora Marito. A Cartes, la Corte Suprema, encargada de interpretar la Constitución, le permite candidatarse para senador. A pesar de tener la mayoría de los votos, a Cartes no se lo permite jurar como senador, desconociéndose así la voluntad popular y pisoteándose una vez más el Estado de Derecho.

Aquí, entre medio, está el caso del excéntrico senador Paraguayo Cubas, quien también a pesar de contar con la voluntad popular fue destituido, quedándose así el Senado sin la oposición más formidable que tenía el gobierno (no solo al Ejecutivo, pues arremetió vigorosamente también contra legisladores y jueces).

Hoy en el curul de Cartes se encuentra Rodolfo Friedmann, quien, no solo no fue electo por el pueblo, sino que tampoco fue nombrado por la Justicia Electoral; y por si eso ya no fuera suficiente, cuenta también con un deleznable currículo de corrupción. Se lo acusa de haber robado la merienda escolar de niños pobres.

En cualquier país medianamente serio, este tipo de personajes no tendría cabida en ninguna parte del gobierno que no sea la cárcel. Pero en el País de los amigos nadie es destituido, ni nadie renuncia hasta las últimas consecuencias. La justicia se encarga ndayé tan bien de los que caen que en muy poco tiempo ya se los ve libres, como si el pueblo ya hubiese perdido su sensibilidad.

Vivimos 31 años bajo el engaño de que estamos en democracia y somos los capitanes de nuestro propio destino nacional. Vivimos bajo el engaño que estamos bajo un Estado de Derecho, pero la historia grita que no. En tres décadas no se ha respetado la voluntad del pueblo ni el Estado de Derecho: Vamos de mal a peor.

En tres décadas se ha impuesto una narrativa alienante, que ha ido destruyendo nuestra identidad nacional, nuestros principios y valores, en esencia: nuestra paraguayidad. Inseguros de nuestra identidad, avergonzados de nuestros valores nacionalistas (el amor a nuestra Nación), hemos permitido también que se perviertan las instituciones de nuestra República (poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial). Incluso han desprestigiado a tal punto nuestras gloriosas fuerzas armadas, que hoy día, muchos de los que sirven en ella, pesan también con la vergüenza que se les impone.

Vivimos en el País de los amigos: para los amigos, todo; y para los enemigos, la ley.

2 Comments

2 Comentarios

  1. Ricardo Jiosé Zelada

    23 de septiembre de 2020 at 07:44

    Y por que usted no se acuerda de las sesiones mau que Cartes y Frente Guasu protagonizaron?? donde quisieron pisotear la CN y trajo como consecuecuencias la quema del congreso y muerte de un joven lider liberal
    Para el amigo..la complacencia.. y para el pueblo nedia verdades??

    • Alan Redick

      23 de septiembre de 2020 at 08:56

      Estimado Ricardo: Ud. confirma lo que digo. El punto es justamente eso, que se ha pisoteado constantemente la voluntad popular y el Estado de Derecho. Ud. también comprenderá que ya de hecho es un articulo considerablemente extenso. Me hubiese gustado poner mas casos. Gracias por su comentario, y por añadir mas casos que yo ya no pude.

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