Opinión
Los “señores absolutos” y los “servidores”
35Se acercaron a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. 36Él respondió: “¿Qué queréis que os conceda?” 37Ellos le dijeron: “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. 38Jesús les dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? 39Ellos respondieron: “Sí, podemos”. Jesús añadió: “Desde luego que beberéis la copa que yo voy a beber; y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado. 40Pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no está en mis manos concederlo. Será para quienes así esté dispuesto”. 41Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. 42Jesús los llamó y les dijo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. 43Pero no ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, 44y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos; 45que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.
[Evangelio según san Marcos (Mc 10,35-45) — 29º domingo del tiempo ordinario]
El texto del Evangelio, propuesto por la liturgia de la palabra para este domingo —“Día mundial de las Misiones” (DOMUND)—, opone dos sistemas de comprensión y de ejercicio del poder y de la autoridad, tanto en el ámbito político como en la comunidad eclesial. La problemática se plantea en el contexto de la petición de los hijos de Zebedeo que solicitan a Jesús les conceda, a ambos —a Juan y Santiago—, ocupar puestos preeminentes en el Reino que, según ellos comprenden, Jesús liderará en un tiempo no ya lejano, teniendo presente que se acercaban a Jerusalén.
Subiendo ya hacia la ciudad santa, después del “tercer anuncio de la pasión” (Mc 10,32-34), en el que Jesús les advertía a “los Doce” sobre su destino doloroso y la muerte ignominiosa que le tenían reservada, dos de sus discípulos —tomando la iniciativa— “se acercaron” al maestro (Mc 10,35a) con el fin de formularle una concreta petición en relación con la “gloria” futura que avizoraban (Mc 10,37) y que creían inminente. Por eso se adelantan dejando atrás al resto —a “los diez”—.
Los dos discípulos son hermanos de sangre, Juan y Santiago, hijos de Zebedeo. Figuran entre los cuatro primeros elegidos por Jesús para el discipulado. Fueron llamados inmediatamente después de la elección de Pedro y de su hermano Andrés. Trabajaban con su padre, con estos dos hijos de Jonás (cf. Mt 16,17-19) y otros jornaleros, integrando, según parece, una pequeña asociación de pescadería que centraba su trabajo en el gran lago de Galilea (Mc 1,16-20). Junto a Pedro, ambos fueron invitados por Jesús para subir al “monte” donde asistieron como testigos de la transfiguración del Señor el cual cambió totalmente de aspecto ante Moisés y Elías que aparecieron en el marco de aquella teofanía (Mc 9,2-8).
Juan, en particular, había intervenido ante Jesús con el fin de comunicarle que “han tratado de impedir” que un personaje anónimo practique el exorcismo en nombre de Jesús en razón de no pertenecer al grupo de “los Doce”. El maestro había corregido esta pretensión exclusivista de Juan que hablaba en nombre de sus compañeros (Mc 9,38-40). Según san Lucas, Santiago y Juan plantearon a Jesús ordenar que baje fuego sobre un pueblo samaritano que no les dio acogida (Lc 9,51-56), intención corregida, igualmente, por el maestro. Es posible que el sobrenombre arameo Boanērghes, “hijos del trueno”, con el que Jesús retrató a estos hermanos (Mc 3,17) se deba a su carácter impetuoso —semejante al estallido de un rayo— o a su irritabilidad, sin descartar una relación con su ambición desmedida de ocupar puestos encumbrados, pretensiones que no les ayudaban a comprender el mensaje universalista de Jesús.
También, junto a Pedro, Jesús los tomó consigo (a Santiago y Juan) para que le acompañaran hasta el huerto de Getsemaní donde oró intensamente al Padre antes de su apresamiento y su posterior pasión. Según estos datos, proveídos por los evangelistas, se constatan la cercanía de estos dos hermanos a Jesús, formando, juntamente con Pedro, el círculo más íntimo del maestro, no en razón de un privilegio sino, tal vez, porque eran quienes más necesitaban cambiar de mentalidad de cara al nuevo Reino que Jesús predicaba.
Santiago y Juan, al estar ante Jesús, le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte” (Mc 10,35b). Se dirigen al Señor empleando el título “maestro” (didáskalos), un apelativo recurrente en el segundo Evangelio y usado siempre para designar el rol docente de Jesús. De hecho, todos lo reconocen como tal: Los discípulos (Mc 4,38; 9,38; 10,35; 13,1), unos personajes innominados (Mc 9,17), un hombre rico (Mc 10,17.20); los fariseos y herodianos (Mc 12,14); los saduceos (Mc 12,19); uno de los escribas (Mc 12,32) y Jesús mismo que indica a dos de sus discípulos que lo nombren de este modo con el fin de solicitar a un hombre —que llevaba una alforja de agua— una sala para la preparación de la cena pascual en la ciudad de Jerusalén (Mc 14,14).
Los dos discípulos, integrantes del colegio apostólico, desean que el maestro les conceda lo que van a peticionar. No emplean un lenguaje sugerente o persuasivo ni prometen nada a cambio de lo que van a solicitar. Ellos, simplemente, requieren que Jesús provea lo que pretenden, sin esgrimir mérito alguno. El verbo poiéō, “hacer”, indica una decisión que el maestro deberá tomar favoreciendo el anhelo de los hijos de Zebedeo. No se trata de una “misión” sino de una pretensión o aspiración de encumbramiento sobre sus otros hermanos.
Como Santiago y Juan, al inicio de la requisitoria, no mencionaron el objeto de la ambición que tenían, Jesús les interrogó: “¿Qué queréis que os conceda?” (Mc 10,36); o, más literalmente, les dijo: “¿Qué deseáis que haga por vosotros?”. La respuesta de los hijos de Zebedeo, que tiene dos partes, se refiere a un “dar”, a “una donación” (dídōmi): La primera concesión que solicitan, que afecta a ambos, se refiere a “sentarse en la gloria” —de Jesús—(Mc 10,37a); y, en la segunda, alude a una organización distributiva de esa pretendida “gloria” colocándolos a los dos en los flancos: “Uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mc 10,37b). “Sentarse” en un trono o en una cátedra refleja una posición de poder y de dominio que, según el contexto, es propio de los reyes y gobernantes. La “gloria” (dóxa) que ambicionan —“esplendor” y “grandeza”— de modo estable (“sentarse”) se puede comprender desde un horizonte militar, ritual o regio (2Sam 16,6; 1Re 7,39; 2Cro 3,17; 1Re 2,19) en cuanto que alude a puestos de honor (cf. S. Grasso).
En la versión de san Mateo, la madre de Juan y Santiago, que plantea la petición a favor de sus hijos, habla concretamente del “reino” (basileía) de Jesús (Mt 20,21); desea para ambos puestos de supremacía en el futuro gobierno mesiánico. A la luz del texto del primer evangelista, la solicitud consiste, en consecuencia, en la concesión de privilegios en el nuevo ordenamiento que ellos entienden que surgirá con la intervención del maestro en Jerusalén. Sin duda, los discípulos seguían pensando según la lógica mundana y alimentaban la idea de que Jesús desplazaría a los líderes de aquel tiempo con el fin de establecer un reinado temporal donde “sentarse a la derecha y a la izquierda” significaba ocupar los puestos más importantes en la corte relacionados, probablemente, con el poder político y económico. No asumían aún el destino doloroso del Mesías no obstante el triple anuncio de su pasión, muerte y resurrección (cf. Mc 8,31; 9,30-32; 10,32-34).
Antes que formular una respuesta positiva o negativa a la petición, Jesús enuncia una observación de carácter sapiencial en tono negativo: “No sabéis lo que pedís” (Mc 10,38a). El verbo oīda, empleado por el maestro, no se refiere tanto a un “saber” o “conocer” de naturaleza intelectual sino más bien a una “facultad práctica de conocer” basada en la “intuición” (cf. A. Horstmann). Lo que quiere expresar Jesús es la incapacidad de percepción y de reconocimiento de las cosas de los suyos. Estos discípulos aún no han adquirido la capacidad para comprender, en su justa medida, el proyecto que les ha propuesto desde el principio. No obstante, en un segundo momento, les interroga sobre su “capacidad” para “beber la copa” que él beberá o si tienen la disposición para “ser bautizados en el bautismo en el que él será bautizado” (Mc 10,38b). Las expresiones “beber la copa” y “ser bautizados” están construidos, gramaticalmente, según el mecanismo de un paralelismo sinonímico, y se refieren al martirio que él deberá sufrir —e igualmente ellos— y que reiteradamente les había anunciado en todo el trayecto hacia Jerusalén. Juan y Santiago, a una sola voz, sin excitación alguna, respondieron: “Sí, podemos” (Mc 10,39a).
Es posible inferir que si los dos hermanos, hijos de Zebedeo, no eran muy conscientes de la naturaleza del reinado de Jesús y como estaban obsesionados con la idea de ocupar puestos relevantes hayan dado una respuesta ligera e irreflexiva al afirmar que no tenían problemas en atravesar por la dura prueba que Jesús advertía que debían experimentar. No obstante, al afirmar, con énfasis, que estaban dispuestos a pasar por aquella prueba, como si fuese un requisito para lograr su ambición de sentarse a la derecha y a la izquierda, respectivamente, Jesús les confirmó que, efectivamente, atravesarán por la vía dolorosa que supone el discipulado (Mc 10,39b); pero, respecto a la solicitud de ocupar puestos relevantes en la conformación de un futuro reinado les manifiesta que carece de facultades para conceder lo peticionado (Mc 10,40a), pues el “sentarse a la derecha o a la izquierda” es una potestad que sobrepasa sus competencias. Esos puestos “serán para quienes así está dispuesto” (Mc 10,40b).
En este punto del diálogo entre Jesús y los dos hermanos, Juan y Santiago, el evangelista informa respecto a la reacción de “los diez” discípulos que si bien no formaban parte del conversatorio estaban “escuchando” el debate sobre los primeros puestos (Mc 10,41). Como no se mencionan los nombres, excluyendo a los dos hijos de Zebedeo, hay que incluir aquí a Simón (Pedro), Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote (cf. Mc 3,16-19). El verbo empleado por san Marcos para indicar el estado de ánimo de “los diez” (aganaktéō) indica “indignación” o “enojo”. Se irritaron por la petición de sus dos compañeros enfadándose con ellos. Este disgusto, que puede considerarse legítimo si hubieran comprendido bien el anuncio de Jesús sobre su misión, es, sin embargo, revelador de sus reales motivaciones, en el sentido de que es un indicador que refleja que también ellos (“los diez”) ambicionaban lo mismo que Juan y Santiago. Solo que estos se les adelantaron y solicitaron, sin ambages, los primeros puestos.
Evidentemente, el tema de los “puestos” y “cargos” de privilegio en el futuro Reino —según ellos comprendían— suscitó una discrepancia en el círculo apostólico apeligrando fragmentar al grupo en el contexto de una disputa por preferencias en la distribución del poder. Jesús, como pedagogo, con el fin de dar un cierre inmediato a la controversia surgida, convocó a “los diez” junto con “los dos” hermanos (Mc 10,42a) con el fin de darles una lección al respecto, siempre en la lógica del Reino de Dios que él anunciaba. En su intervención apeló a un recurso sapiencial que parte de la observación de los gobiernos mundanos distinguiéndolos del ejercicio del poder y del régimen de la autoridad en la comunidad cristiana y estableciendo los criterios de la verdadera “grandeza” y de la “primacía” presentándose él mismo como factor referencial y ejemplar.
Ante todo, apelando al “conocimiento” experiencial —de sus discípulos— respecto a los sistemas políticos mundanos, observa que los “gobernantes” o “jefes” de las naciones (archontes) se “enseñorean” (katakyrieýō) sobre los pueblos ejerciendo un poder omnímodo y los “grandes” (megáloi) los oprimen con su poder (katexousiazō) (Mc 10,42b). En consecuencia, los jefes de las naciones —emperadores, reyes, príncipes y gobernantes— ejercen su poder como “señores absolutos” y dirimen los asuntos del Estado con una autoridad incuestionable e incontrovertible. Al rechazar estas modalidades de gobierno —“no ha de ser así entre vosotros” (Mc 10,43a)—, Jesús las presenta como antimodelos para el colegio apostólico y las comunidades cristianas, una descalificación que cuestiona totalmente los criterios del ejercicio del poder y de la autoridad de cara al régimen propio del Reino de Dios.
Jesús no deroga el poder ni la autoridad. Siempre habrá quienes ejerzan estas facultades y liderazgos en la comunidad cristiana, pero según las categorías del Reino de Dios, no según las modalidades mundanas. Lo que cambia son los criterios de cómo ejercer los liderazgos. Estos adquieren otra valoración porque responden a las categorías axiológicas de un régimen distinto y superior, según el modo propio de Dios en cuyo reinado el “grande” (mégas) debe ser un diákonos (“servidor”) (Mc 10,43b) y el “primero” (prōtos) debe ser doūlos, es decir, “esclavo de todos” (Mc 10,44). En otras palabras: Jesús, ante los regímenes mundanos caracterizados por el uso y el abuso del poder y el ejercicio de una autoridad de dominio y de opresión plantea un sistema de gobierno basado en el servicio y en la prestación de ayuda y auxilio a los demás; en definitiva, un “poder” oblativo, de renuncia a sí mismo por el bien de los hermanos.
Como conclusión de la lección sobre los primeros puestos, el poder y el ejercicio de la autoridad en la comunidad, Jesús —refiriéndose a sí mismo como “Hijo de hombre”, título tomado del texto del profeta Daniel (Dn 7,13) que ilustra la naturaleza divina de su poder— se autopresenta como paradigma de gobierno. En efecto, afirma que él “no vino para ser servido” —al estilo de los reyes mundanos— sino “para servir” —según los criterios del Reino de Dios— y “a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45), como oblación generosa para la redención de quienes están bajo su autoridad. Brevemente: El poder de Jesús consiste en el servicio y en el ejercicio de una autoridad que está en función de la salvación de la humanidad.
En conclusión: El texto de Mc 10,35-45 deja entrever la gran dificultad de los discípulos para comprender y asimilar los valores del Reino de Dios. Seguían aferrados a sus convicciones judías de grandeza y de gloria terrenales. Por eso, los dos hermanos, Juan y Santiago, en detrimento de “los diez”, solicitan puestos de relevancia en un reinado mundano que ellos comprenden que se realizará por intervención de Jesús considerado aún como un Mesías político.
Jesús rechaza con una áspera crítica la modalidad con que los líderes de las naciones ejercen su poder y hacen sentir su autoridad comportándose como “señores absolutos”, oprimiendo a los pueblos que gobiernan. En contraposición, plantea un liderazgo basado en la diakonía o servicio a los demás que es la única forma que legitima el ejercicio del poder y de la autoridad en la sociedad alternativa que él pregona. En este sentido, la Iglesia, comunidad de los discípulos, está llamada a renunciar a los modos mundanos de ejercer la autoridad la cual debe caracterizarse no solo por ser discreta y moderada sino, sobre todo, servicial, justa y oblativa.
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