Opinión
El primero de todos los mandamientos
28Se acercó uno de los escribas que les había oído discutir y, advirtiendo lo bien que les había respondido, le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” 29 Jesús le contestó: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, 30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 31El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos. 32Le dijo el escriba, muy bien, maestro; tienes razón al decir que él es único y que no hay otro fuera de él, 33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 34 Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
[Evangelio según san Marcos (Mc 12,28b-34) — 31º domingo del tiempo ordinario]
Para nuestra reflexión dominical, la liturgia de la palabra nos propone —como texto central— un segmento del Evangelio de san Marcos que forma parte de la narrativa del ministerio de Jesús en la ciudad de Jerusalén (Mc 11,1—12,44), tercera y última etapa de su misión. El tema que Jesús aborda no parte de su iniciativa sino de “uno de los escribas” que le interroga sobre “el primero de todos los mandamientos” (Mc 12,28a). A diferencia del Evangelio de Mateo, en el que uno de los fariseos, para ponerlo a prueba, le preguntó sobre “el mandamiento más grande” (entolē megálē), en Marcos le interrogan sobre “el primero de todos los mandamientos” (entolē prōtē pántōn). Mientras el primer evangelista emplea el adjetivo “grande” con el sentido de “importante”, el segundo evangelista usa el adjetivo ordinal “primero” con el sentido de “precedente” o el mandamiento que encabeza una lista de varias prescripciones normativas.
El protagonista es “uno de los grammateoús”, es decir, un miembro del círculo de los “escribas”. Se trata de un jurista que se dirige a Jesús bruscamente, sin emplear ningún trato de cortesía ni el título protocolar para dirigirse a un rabino, el apelativo escolástico “maestro” que es de uso recurrente en el segundo Evangelio; tampoco formula ninguna captatio benevolentiae. Con todo, el evangelista no observa que haya tenido la intención de ponerlo a prueba.
Los escribas eran los referentes intelectuales del judaísmo rabínico, en estrecho vínculo con los fariseos y asociados con los sumos sacerdotes, miembros del supremo consejo o Sanedrín. Aparecen en constante discusión con Jesús (Mc 2,6.16; 3,22; 9,11; 12,28. 32.35) y en actitud hostil en relación con el naciente cristianismo. Contaban con “escuelas” y discípulos. Transformaban los textos bíblicos en normas jurídicas vinculantes. Cumplían, además, el rol de jueces en los casos prácticos que surgían en los procesos (cf. Eclo 38,24ss). Ejercían su influencia sobre el pueblo mediante su actividad docente en las sinagogas y en los centros formativos para jóvenes que se organizaron a partir del siglo I de la era cristiana (cf. G. Baumbach).
La motivación que animó al escriba a acercase a Jesús para plantearle el tema de su interés, según Marcos, fue la respuesta “correcta” (kalōs) con la que el maestro refutó a los saduceos, en la precedente controversia, sobre el tema de la resurrección de los muertos (Mc 12,18-27): “Advirtiendo lo bien que les había respondido, le preguntó…” (Mc 12,18b).
La pregunta sobre cuál es “el primero de todos los mandamientos” implica una disquisición cualitativa que supone, claramente, una “gradación” de importancia de los mandamientos de la Ley. De hecho, el planteamiento supone que había dificultad para identificar el primero de todos los mandamientos. La pregunta era clásica entre los rabinos y se debatía en las escuelas en razón de que se habían formulado 613 normativas como prescripciones de la Toráh, de las cuales 365 eran prohibiciones (tantas como los días del año) y 248 positivas (tantas como los componentes del cuerpo humano). Para ciertos círculos prevalecía el precepto šabático, considerado el mandamiento de mayor peso.
La respuesta de Jesús al escriba consta de tres partes: El enunciado del šema‘ Israel, el amor a Dios y el amor al prójimo. En primer lugar, formula: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor” (Mc 12,29). Para responder estrictamente a la pregunta del escriba, Jesús no necesitaba citar el “šema‘ Israel”; hubiese bastado que formulara directamente lo que se refiere al amor a Dios; pero, al mencionarlo, hace suya la exhortación de Moisés al pueblo hebreo, sin mencionar al antiguo profeta que recibió las tablas de la Ley. La “escucha” es la actitud primera que precede al mandamiento del amor porque no se puede amar lo que no se conoce. Por eso, el israelita está llamado, ante todo, a escuchar a Dios, el cual es “nuestro Señor”, “el único Dios”, “el único Señor”. El “nuestro” (hemōn: literalmente, “de nosotros”) involucra al pueblo, a la comunidad de la alianza. Dios es el soberano, el cual es “uno solo” en el sentido de “único” porque, fuera de él, no hay otro Dios (Is 45,5). Esta profesión de fe —la del “šema‘ Israel”— era recitada por el judío piadoso dos veces al día, a la mañana y a la tarde.
En segundo lugar, Jesús enuncia el mandamiento que se refiere al amor a Dios: “…y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc 12,30). Consecuencia y exigencia de la unicidad de Dios como Señor es el amor total del hombre a él, un amor que implica entrega y fidelidad; por eso, todo el hombre está comprometido: Corazón, alma, mente y fuerza. El “corazón” (kardía) denota inteligencia y sentimientos; el “alma” (psychē) se refiere a la vida, a la existencia individual y concreta de la persona; la “mente” (diánoia) expresa la manera de pensar o la facultad de comprender; finalmente, la “fuerza” (ischýs) se refiere a la capacidad de actuar poniéndola al servicio del plan de Dios. Es interesante observar que, respecto a Dt 6,4-5 que cita “corazón”, “alma” y “fuerza”, Jesús introduce otro elemento, la “mente”, que explicita y subraya una de las denotaciones del “corazón”, posiblemente con el fin de subrayar la necesidad de “pensar” como Dios recordando la contumacia de Israel el cual ha llegado a formular ideas contrarias a las de Dios (cf. Mc 10,5), manteniéndolas con terquedad. De manera que Jesús les exhorta a rectificarse. En pocas palabras: El hombre entero se debe a Dios.
En tercer lugar, Jesús añade un segundo mandamiento: “El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’” (Mc 12,31a). La respuesta de Jesús rebasa la pregunta del jurista, pues “el primero de todos los mandamientos” no es uno solo porque va unido a un segundo del que no se puede disociar. Ya en el judaísmo se percibe la conexión entre el amor a Dios con la lealtad al prójimo (cf. Dt 6,5 y Lv 19,18). En consecuencia, para Jesús la relación con Dios ha de reflejarse en el comportamiento con los seres humanos. El maestro cita aquí el texto del Levítico (Lv 19,18) que, al principio no estaba incluido en el šema‘. En este pasaje, “prójimo” se refiere al compatriota, aunque en Lv 19,34 se extiende a los inmigrantes extranjeros. Poco a poco, esta concepción fue adoptando una visión más universalista.
El paradigma del amor al prójimo, según la fuente a la que recurre Jesús (el libro del Levítico), es “el amor a sí mismo”, es decir, cada uno encuentra en sí la norma de la propia conducta con los demás. Los bienes que desea para sí mismo debe desearlos para los otros; lo que uno procura evitar para sí debe procurar evitarlo para los demás. Este segundo mandamiento, en consecuencia, tiene la función de crear las condiciones de la convivencia humana. Su práctica habría sido la preparación para la plenitud del reino mesiánico (J. Mateos – F. Camacho).
Para concluir su respuesta, Jesús añade: “No existe otro mandamiento mayor que estos” (Mc 12,31b). Esta conclusión —aseverativa— nos conduce, necesariamente, a varias conclusiones: Ante todo, que los demás mandamientos y preceptos aparecen como secundarios, accesorios e, incluso, dispensables. Se puede decir, igualmente, que ninguna otra práctica es esencial para regular la vida del israelita. De esta manera, Jesús echa por tierra la pretensión farisaica de regular la vida religiosa de sus compatriotas mediante ciertas prácticas piadosas inconsecuentes. En efecto, escribas, fariseos y sumos sacerdotes inculcaban que para honrar a Dios era suficiente seguir puntillosamente las prescripciones legales y los ritos sacrales. No se puede glorificar a Dios olvidándose del hombre, menospreciando al hermano y desatendiendo al prójimo que encontramos en nuestro camino. Una liturgia desconectada del compromiso solidario carece de validez para Dios. ¡Es pura farsa!
Al constatar la pertinencia de la respuesta, el letrado reconoce que la explicación de Jesús es coherente y, por segunda vez, manifiesta su opinión positiva respecto a las ideas del que ahora llama “maestro”. Sostiene, de modo explícito, que la formulación de Jesús compendia la antigua revelación. Esto implica que, desde el punto de vista “doctrinal”, coincide con el rabino de Nazaret. En su respuesta, el jurista corrobora lo dicho por Jesús y lo repite casi a la letra. No obstante, omite el “escucha, Israel” y emplea pequeñas diferencias conceptuales. Por ejemplo, el escriba dice, respecto a los dos mandamientos (“amor a Dios” y “amor al prójimo”): “…vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,33c). Estos ritos que pretendían asegurar la relación del israelita con Dios quedan subordinados al amor a Dios y al prójimo, que son los que verdaderamente unen con él. Desprecia así la praxis ritualista de la religión en favor de su componente interior. Pone la religión personal y espontánea por encima de los ritos rigurosamente regulados. De esta manera, invierte la escala de valores existentes y, como Jesús, se alinea a los profetas en detrimento de la perspectiva sacerdotal.
Considerando Jesús que el escriba había respondido correctamente le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12,34a). Así, Jesús ve en el jurista un hombre que sabe reconocer la verdad y, por eso, quiere darle la oportunidad de dar el paso definitivo. “El reinado de Dios está cerca” anunciaba Jesús al inicio de su ministerio (Mc 1,15). Poner al hombre como valor supremo, inmediatamente después de Dios y comprender que estas dos realidades son indisociables, como lo ha entendido muy bien el letrado, acorta la distancia del Reino. Pero esta comprensión pertenece al campo intelectual, al mundo teórico. El letrado, como consecuencia de su “ciencia”, debe dar ahora el paso decisivo; si es coherente, tendrá que abandonar la antigua ideología judía para abrazar los desafíos de la Buena Noticia. Jesús alaba la inteligencia del escriba, su respuesta inteligente lo cual ya es una ventaja que abre a la posibilidad de la opción. Pero el experto de la ley deberá romper con el grupo al que pertenece, la élite que quiere matar a Jesús por la denuncia que ha hecho (cf. Mc 11,17-18).
La palabra final la tiene el evangelista: “Y nadie se atrevía a hacerle más preguntas” (Mc 12,34b). Jesús ha salido airoso de la prueba. Todos han sido invitados a la enmienda. Lo que queda es que quienes le escucharon se comprometan a cambiar su visión de la relación con Dios y con el prójimo y convertirse a la causa del Evangelio. No atreverse a preguntar significa que temen las respuestas que Jesús pueda darles; perciben en ellas un peligro pues los desmontaría de sus posiciones, exigiéndoles a todos la renuncia a la injusticia y, a los dirigentes, a desistir de toda explotación al pueblo.
En síntesis: En el trasfondo de la pregunta del escriba estaba toda la tradición de Israel y desde esta instancia se interrogaba respecto a lo que es más importante para Dios, es decir, la expresión suprema de su voluntad y, por tanto, lo primario en el comportamiento del hombre. En su respuesta, Jesús une dos mandamientos: El amor a Dios y el amor al prójimo. Ahora bien, el maestro deja constancia de que el “amor a Dios”, unilateralmente considerado, no lleva de por sí a la expresión religiosa, sino al comportamiento ético. Es decir, no se puede observar el primer mandamiento más que viviendo el segundo; el amor a Dios se hace concreto y visible solamente en la práctica del amor al prójimo. En consecuencia, a partir de Jesús, el amor viene a ser la instancia crítica para toda obra de piedad religiosa. Dar culto a Dios e ignorar al prójimo (y peor aún, cuando se le hace daño) es un contrasentido. Parafraseando a san Juan: Amar a quien no se ve sin amar a quien se ve, al prójimo (cf. 1Jn 4,20), implica falsificar el amor a Dios.
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Juan Carlos Arce Cabrera
3 de noviembre de 2024 at 14:05
Excelente análisis, para hacernos comprender éste pasaje y lectura dominical. Encantadisimo con la Palabra de Dios.
Un saludo y abrazo camarada.. Que Dios te siga bendiciendo.
Juan Carlos Arce promo 1980