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Opinión

Palabras de vida eterna

60Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” 61Pero Jesús, percatándose de que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: “¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?… 63“El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. 64Pero hay entre vosotros algunos que no creen” (Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar). 65Y decía: “Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí, si no se lo concede el Padre”. 66Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 67Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” 68Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna 69y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

[Evangelio según san Juan (Jn 6,60-69) — 21º domingo del tiempo ordinario]

La liturgia de la palabra de la fecha —21º domingo del tiempo ordinario— nos presenta la “sección conclusiva” del largo discurso sobre el “pan de vida” (Jn 6,1-71) en la que converge el significado del excepcional “alimento” que Jesús propone para el acceso a la “vida eterna”.

En el texto se distinguen dos grupos de seguidores que entran en relación con Jesús: “Los discípulos” (Jn 6,60a.61a. 66) y “los Doce” (Jn 6,67). Al final, las palabras concluyentes estarán en boca de Simón Pedro, uno de los Doce que negará tres veces a su Señor (Jn 18,17.25.27) pero que, al final, será restablecido al conferírsele la conducción de la grey de Cristo después de la resurrección (cf. Jn 21,15-17).

El texto se inicia con la información de que “muchos de sus discípulos” —después de haber oído todo el discurso de Jesús— calificaron el mensaje como un “duro lenguaje”. El adjetivo “muchos” (polloí) no implica “totalidad”; según parece, en efecto, no involucra a todos los seguidores de Jesús sino a una cantidad considerable que asume una postura negativa ante la revelación manifestada en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,59). El adjetivo sklērós que califica el “lenguaje” o la “palabra” de Jesús adquiere el significado de “extrema dificultad” para aceptar la propuesta. En unión con “corazón” se forma la expresión compuesta sklērokardia o “dureza del corazón” que, ante todo, es un “reproche” respecto a la cerrazón mental sobre el tema del divorcio (cf. Mt 19,8); pero, según Pablo se aplica a los judíos que no creen en Cristo y que, por tanto, no están dispuestos al arrepentimiento, actitud que les acarrea el inevitable juicio (cf. Rom 2,5). En Mc 16,14 se aplica a los discípulos que no fueron capaces de creer en el anuncio de la resurrección.  La pregunta retórica “¿quién puede escucharlo?” —que exige la respuesta negativa: “nadie”— (Jn 6,60b) certifica y remata la renuncia al “pan de vida”.

Los discípulos disidentes no se dirigen directamente a Jesús; ellos “murmuran” entre ellos. Él se percata de tal actitud de descrédito en el que están empeñados aquellos desavenidos. El “rumor” y el “cuchicheo” recuerdan la conducta del pueblo hebreo —durante la travesía por el desierto— (Nm 13-36) ante el miedo de encarar el desafío de la libertad hacia la tierra prometida. La conquista de la autonomía exigía renunciamientos y el coraje para experimentar una nueva vida, retos que no estaban dispuestos a asumir por la incomodidad que suponía.

Jesús cataloga el “rumoreo” de los discípulos discordes como “escándalo”: “¿Esto os escandaliza?” (Jn 6,61b) —pregunta en forma retórica—. El verbo “escandalizar” (skandalizō), básicamente, significa “tropezar”, “hacer caer”, figuras relacionadas con la “incredulidad”, la “incapacidad de llegar a la fe”; o la “apostasía”, es decir, el “abandono de la fe” que implican, inexorablemente, la pérdida de la salvación (cf. H. Giesen).

Según la técnica “de menor a mayor” (A minore ad maius), Jesús minimiza su discurso calificado de “duro lenguaje” indicando que no es nada (minor) en comparación con la subida del Hijo del hombre al cielo, donde antes estaba (maius). Pues si el discurso sobre el “pan de vida” les escandaliza ¿qué sucederá cuando sean testigos del retorno del enviado del Padre a las moradas eternas? ¿Cómo reaccionarán ante semejante acontecimiento futuro? Es un planteamiento retórico y comparativo, en clave de refutación, que queda abierto porque la respuesta estará del lado de quienes se resisten a creer.

Progresando en su propuesta argumentativa, Jesús opone “espíritu” y “carne”. Ambas realidades están en el origen de dos resultados diametralmente opuestos: La vida y la nada. “El espíritu” engendra vida; por el contrario, la carne es impotente e inoperante, sin capacidad para proyectar ni producir evento alguno, pues “no sirve para nada” (Jn 6,63a). “Las palabras” de Jesús —su discurso en Cafarnaún—, las cuales fueron “dichas” (rēma) o proclamadas abiertamente, “son espíritu y son vida” (Jn 6,63b), es decir, engendran en la fe que lleva a la vida. De hecho, en el Evangelio según san Juan, la “carne” (sárx) pertenece a la esfera terrenal y no concierne al Reino de Dios. Al contrario, el “espíritu” (pneūma) es el que impulsa el acceso a la vida propia de Dios (cf. A. Sand).

Mediante una adversativa (allá), Jesús introduce el problema que afecta a “algunos de vosotros”, los cuales parecen formar parte de “muchos de sus discípulos” que acusaban a Jesús de hablar según un “duro lenguaje”. Serían los “murmuradores” que se escandalizaron por el discurso sobre el “pan de vida” (Jn 6,60). La dificultad al que se refiere Jesús es la falta de fe: “Pero hay entre vosotros algunos que no creen” (Jn 6,64a). El evangelista, a renglón seguido, explica como dentro de un paréntesis, que tenía conocimiento —desde el principio— quiénes eran “los que no creían”, los incapaces de abrirse a la propuesta de fe; e, indicando un grado de responsabilidad más alto, señala —aludiendo a Judas— “quién era el que lo iba a entregar” (Jn 6,64b). Recordando un argumento ya formulado con anterioridad, decía: “Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí, si no se lo concede el Padre” (Jn 6,64).

De modo similar, Jesús formulaba en precedencia, en sentido positivo: “Todo el que me dé el Padre vendrá a mí…” (Jn 6,37); y, con modalidad negativa, como el texto que comentamos: “Nadie puede venir a mí, el Padre que me envía no lo atrae…” (Jn 6,44). En el fondo, Jesús enseña que la fe no es el mero resultado de un silogismo lógico o de una deducción especulativa formulada según los principios de la razón sino de realidades que tienen que ver con el mundo de las interrelaciones. “Venir a…” o “ser atraído por…” indican algo más global e involucran a toda la persona que “sintoniza” con otra y experimenta “encuentro” y “cercanía”.

Al llegar a este nivel del discurso, según la observación del evangelista, se da un punto de inflexión porque se consuma el abandono de sus seguidores: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn 6,66). La formulación literal —“se marcharon”, en el sentido de “lo abandonaron” o “se distanciaron”— enfatizada con la expresión, también literal, “ya no andaban con él”, trae reminiscencias de la experiencia del pueblo hebreo que organizó preparativos para desandar el camino hacia la tierra prometida y regresar a Egipto, la zona de la esclavitud. Del mismo modo, la expresión “ir detrás de…” recuerda la expresión de los profetas que denunciaban el abandono de Dios para ir tras las engañosas propuestas de los ídolos (cf. Os 4,11-19).

El abandono de la fe de muchos de los discípulos no supuso un cambio en el tenor del discurso de Jesús. De hecho, su proclama nada tenía que ver con un proselitismo sino con la revelación del proyecto de Dios, de libre aceptación o rechazo y con las consecuencias inherentes a cada decisión. Por eso, se concentra ahora no ya en los “discípulos” sino en el círculo más cercano e íntimo, en el colegio apostólico, al que el evangelista, en su explicación, ya aludía al mencionar “quién era el que lo iba a entregar” (Jn 6,64c). Les dijo a “los Doce”, en forma interrogativa: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67). Se puede pensar que el planteamiento de Jesús tiene la finalidad de reafirmar su propuesta sobre el “pan de vida”. Su proclama no puede cambiar por el abandono de unos cuantos o de muchos, por la aceptación o no de su discurso porque la palabra de Dios no está a merced del escrutinio humano ni se formula con el fin de agradar o no al auditorio. Son palabras de vida, palabras del Espíritu y en cuanto tal son salvíficas.

La respuesta al planteamiento de Jesús proviene del principal apóstol, Simón-Pedro, que entendió perfectamente que Jesús no transigiría con el nivel de exigencias del que era portador. La contestación del apóstol contiene cuatro elementos: Primero, indica que no hay otra opción válida (“Señor, ¿a quién vamos a ir?”); segundo, afirma que las palabras de Jesús, que fueron motivo de escándalo y de extrañeza para los discípulos desertores, contienen, en cambio, “palabras de vida eterna”; tercero, asegura que el círculo apostólico —habría que excluir a Judas— se adhiere a sus palabras mediante la fe; cuarto,  afirma que ellos “conocen” (“saben”) que él es el “Santo de Dios” (Jn 6,68-69). Este “conocimiento” es fruto de la experiencia que han tenido junto a Jesús y de los “signos” de los que son testigos. El título poco frecuente de “Santo de Dios” se refiere al “enviado” y “elegido de Dios”, consagrado y designado de modo eminente, es decir, al Mesías (cf. Jn 10,36; 17,19; además, Mc 1,24; Mt 16,16).

En pocas palabras: La síntesis del discurso de Jesús sobre el “pan de vida” es puesta, por el evangelista, en boca de Simón-Pedro: “Palabras de vida eterna”. Estas palabras pueden producir, por un lado, “escándalo” y “murmuración” cuando quienes las escuchan no están equipados por el don de la fe porque se han cerrado a la sutil atracción del Padre. Pero se equivocan porque no es Dios el que debe adecuarse a las exigencias del ser humano; es al revés, es el hombre, el ser humano, el que debe adecuarse al proyecto de Dios. Siempre existirá la tentación de rebajar la palabra de Dios para mimetizarla con la voluntad humana o presentar las ideas humanas con el brillo de lo divino. Esto es, simplemente, idolatría.

Por el otro, aunque sean pocos, siempre habrá un “resto” como “los Doce” o, mejor, “los Once”, exceptuando al traidor, que, renunciando a sus propias ideas y razonamientos, productos de la limitada capacidad especulativa de la mente humana, se dejan iluminar por aquella “palabra” de lo Alto que tiene fuerza de eternidad.

Por otra parte, nadie se salva de la posibilidad de la defección de la fe. Al respecto, es necesario estar atentos y en guardia porque aún el más cercano seguidor del Santo de Dios, como Judas, puede dejar morir “el amor primero” que lo condujo a la Palabra de vida porque se dejó encandilar por palabras vanas e inconsistentes propuestas por el régimen de la mundanidad.

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