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Opinión

Jesús huyó cuando intentaron hacerle rey

1Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, 2y mucha gente le seguía porque veían los signos que realizaba en los enfermos. 3Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. 4Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. 5Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: “¿Dónde nos procuraremos panes para que coman estos?” 6Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. 7Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco”. 8Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: 9“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?” 10Dijo Jesús: “Haced que se recueste la gente”. Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. 11Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. 12Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda”. 13Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. 14Al ver la gente el signo que había realizado, decía: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo”. 15Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

[Evangelio según san Juan (Jn 6,1-15) — 17º domingo del tiempo ordinario]

  El Evangelio —propuesto para este 17º domingo del tiempo ordinario, en el contexto de la multiplicación de los panes— plantea, entre otros delineamientos, una cuestionable concepción mesiánica en razón del signo que Jesús realizaba (Jn 6,14-15).

El amplio contexto, el “don del pan” (Jn 6,4-13), que Jesús otorga a la muchedumbre, es paralelo al “don del vino” en Caná (Jn 2,1-12); y evoca el “pan de la vida” que anunciará en su discurso en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,22-71). También se conecta con el “don del agua viva” prometido a la samaritana en Sicar, a orillas del “pozo de Jacob (Jn 4,1-52). Entonces tenemos el vino, el agua y el pan, símbolos joánicos que se completan para significar, cada uno a su manera, la vida que Jesús comunica al creyente.

En relación con nuestro texto (Jn 6,14-15) se dice que Jesús pasa al otro lado del mar, no se sabe de dónde parte ni tampoco exactamente dónde se dirige. La gente sigue al taumaturgo, arrastrada por un cierto entusiasmo. La mención de la montaña da a la escenificación un carácter solemne: Jesús sube a ella y se sienta con sus discípulos. El Monte, en la Biblia, simboliza el encuentro con Dios. La escenificación se cierra con una indicación temporal: “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos” (Jn 6,4). Jesús “levanta los ojos” y constata que mucha gente se acerca; y expresa su deseo de proveerle de pan. El deseo de provisión de pan simbolizará el don de su propia persona. Pero ¿qué hacer para dar de comer a tanta gente? Jesús planteó la pregunta a Felipe, “para probarlo” —dice el evangelista— porque “sabía lo que iba a hacer”. Felipe recurre al argumento del dinero, de la compra de la comida. Andrés, el hermano de Simón, hace notar que hay un muchacho que tenía cinco panes de cebada y dos peces, pero dejando constancia, a través de los números 5 y 2, de la insuficiencia (Jn 6,5-9). Los panes de cebada son sin duda el alimento de los pobres (la cebada es más barata y temprana que el trigo).

Jesús ordena que la gente se recueste en la hierba, unos cinco mil hombres (Jn 6,10). Casi no pronuncia palabras; como un padre de familia en la mesa, toma los panes y da gracias; y los repartió junto con los peces “todo lo que quisieron”. El milagro se realiza con suma sencillez; Jesús mismo reparte el pan. Luego de que la multitud se saciara, ordena que “se recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda”. No se trata de restos sino de sobrantes. Y se necesitaron doce canastas para recoger los panes (Jn 6,11-13). De este modo, se quiere subrayar la sobreabundancia y la generosidad del donante y el número doce, símbolo vocacional, da sentido a esta magnanimidad. Esta multiplicación de panes evoca el don del maná en el desierto y simboliza el pan que Jesús dará como alimento escatológico.

Al proclamar que Jesús es el profeta, la gente reconoce en él no solamente a un profeta, sino al personaje prometido por Dios que sería semejante a Moisés porque Moisés había dicho al pueblo en Dt 18,15: “Dios os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo” (cf. Hch 7, 37), es decir, un legislador e intérprete último de la Ley. El evangelista, interpretando el sentir de la gente, culmina observando que “sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (v. 15). La gente quiso forzar un nombramiento regio, en sentido político, razón por la que Jesús huyó porque “su reino no es de este mundo” y un mero ascenso político empobrecería su verdadero reinado de orden escatológico y supramundano. Jesús sube al monte porque ahí se encontrará con su Padre, el que otorga la verdadera realeza.

Por un lado, somos conscientes de que hambre y sed son necesidades básicas y perentorias que el ser humano necesita saciar en el lapso de un breve tiempo. No comer, no beber o comer mal o de modo insuficiente expone a la persona a un deterioro de la salud. Muchos mueren de hambre porque carecen de los medios necesarios para acceder al sustento necesario. Jesús vino a satisfacer esta necesidad básica, donando el pan material. Jesús nos enseña a “multiplicar” el pan, a partirlo y repartirlo, con el fin de crear una cultura de la solidaridad y ayudar a los más necesitados a restablecer las fuerzas y energías vitales. No obstante, en este gesto milagroso también ofreció saciar un hambre más profunda: El hambre de la palabra de Dios, verdadera comida para la vida eterna, la vida verdadera.

Por otro lado, es importante subrayar —en este episodio— que Jesús huye ante la pretensión de la gente de convertirlo en rey. Como hacía signos y prodigios (curar enfermos, proveer de alimentos), la multitud lo quería instalar como gobernante porque era capaz de responder a las necesidades y expectativas populares. Pero él no se deja arrastrar por esa concepción errónea de liderazgo o mesianismo. Sus acciones y gestos| están en función de una finalidad mucho más grande y profunda. No se trata de llegar a la cumbre del poder temporal como una meta utilitaria. El objetivo de Jesús es radicalmente distinto: Mediante los signos eficaces realizados conduce a la gente hacia la fe en Dios que dona la plenitud de la vida o “vida eterna”. La curación de las enfermedades y la saciedad con el alimento material deben conducir a la fe en la salvación definitiva.

1 Comment

1 Comentario

  1. Julián

    28 de julio de 2024 at 14:18

    Todo milagro atrae por instinto o por curiosidad. Si el milagro es de Cristo nos lleva a la vida eterna. Ahora, seguir ese camino de la fé no es nada fácil, Pero seguirle a Cristo es esa gracia consumada que nos hace libres y eternos.

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