Opinión
El estilo sobrio de los misioneros
7Y llamó Jesús a los doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. 8Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; 9que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. 10Y añadió: “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. 11Y si en un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos”. 12Ellos salieron a predicar la conversión, 13echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
[Evangelio según san Marcos (Mc 6,7-13) — 15º domingo del tiempo ordinario]
El Evangelio propuesto por la liturgia de la palabra, para este 15º domingo del tiempo ordinario, es una perícopa que expone la actividad de Jesús después del episodio de Nazaret (Mc 6,1-6), el pueblo donde habitaba junto a su parentela. El evangelista no menciona un cambio de lugar o una ruptura nítida con el episodio anterior. Simplemente, mediante el empleo de una conjunción coordinativa, refiere que “llamó a los doce y los fue enviando de dos en dos” (Mc 6,7a). El grupo de “los doce” fue instituido por Jesús, según su propio deseo, con el fin de estar con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). San Marcos cita por sus nombres a los miembros del “colegio apostólico”: Simón, llamado Pedro; Santiago de Zebedeo y Juan, su hermano. A estos dos les dio el sobrenombre de Boanerges que significa “hijos del trueno”; también están Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el traidor (Mc 3,16-19).
El evangelista indica que Jesús “llamó a los doce”, una acción básicamente vocacional que recuerda aquella motivación vinculada estrechamente con la elección inicial de este círculo particular (Mc 3,13-15). La convocatoria tiene un objetivo inmediato: El “envío de dos en dos” (Mc 6,7b). Al conferirles la “misión”, Jesús extiende en ellos su propia tarea evangelizadora (Mc 6,7b) en el anuncio y testimonio de la Buena Noticia (cf. Mc 1,14-15). La estrategia planteada, de enviarlos en seis grupos de dos discípulos, encuentra su inspiración en la práctica hebrea de la validación testimonial en un juicio en el que se requería al menos de dos deponentes o declarantes. La concesión de la “autoridad” (exousía) sobre los “espíritus inmundos” (Mc 6,7c) completa aquellas otras misiones dadas con anterioridad: “Ser pescadores de hombres” (Mc 1,17); “estar con él” y “predicar” (Mc 3,14). El “poder” sobre los espíritus impuros consiste, fundamentalmente, en la facultad de exorcizar o expulsar demonios que atenazaban a los posesos (Mc 3,15).
Jesús se preocupa de aspectos básicos que conlleva la misión de sus principales colaboradores: El vestido, el equipamiento y el alimento. Respecto al vestido, en sentido negativo, se les prohíbe llevar “una túnica de repuesto”; solo se les permite una “sandalia”. En cuanto al equipamiento, se les indica que pueden llevar únicamente el “bastón”; no así alforja ni dinero suelto en la faja. En relación con el alimento no se les permite llevar ni siquiera “pan” (Mc 6,8). El bastón es un instrumento útil para el misionero porque servía para defenderse de las agresiones de alimañas y animales salvajes, y para sostener al que lo porta en el largo camino que debe recorrer. El uso de la sandalia tiene la finalidad de facilitar el desplazamiento por itinerarios áridos y escabrosos. Según se puede constatar, el estilo del misionero es sumamente simple con el fin de demostrar su soberanía sobre las necesidades materiales.
Los misioneros deben cumplir su misión con una carga ligera, ataviados con lo mínimo. Con el fin de diferenciarse de escribas y fariseos —que acostumbraban llevar amplios ropajes, adornados con las insignias y los emblemas de su oficio (Mc 12,28; cf. Mt 23,5)—, los discípulos estaban impelidos a ser sobrios y austeros, en el límite de la estrechez y la precariedad. En este mismo estilo, el ideal del pastor, según la presentación de san Pablo, se configura con el misionero completamente libre de intereses materiales y ganancias. En efecto, Pablo dice claramente: “Nunca he codiciado plata, oro o vestido de nadie. Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros…” (cf. Hch 20,32-35). Del mismo modo, recuerda: “… mi recompensa consiste en predicar el Evangelio gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere su proclamación” (1Cor 9,18). Mediante esta radical opción se desea demostrar la credibilidad del mensaje del que es portador porque se comunica un mensaje que no tiene precio, que no puede ser cuantificable y porque, sobre todo, es un don de Dios.
La esencia del modo de ser misionero no radica en una determinada concepción de “ascética” o de un “abandono en la providencia” en el marco de un equivocado concepto de espiritualidad que ponga énfasis en el sufrimiento y la renuncia —al estilo de los filósofos estoicos— si no está fundada, más bien, en la lógica de la “acogida” y la “hospitalidad” comunitarias tan propias de la mentalidad bíblico-judea y cristiana primitiva. La razón de tal disposición encuentra sentido en las relaciones eclesiales de fraternidad. Así, cuando un discípulo llega a un poblado o a una ciudad, encuentra una familia dispuesta a recibirlo, casa en la que deberá permanecer hasta el momento de su partida. Por tanto, no tiene por qué necesitar de provistas, dinero o alimento para asegurarse su sustento. La hospitalidad doméstica presupone la acogida y el feliz recibimiento a quien es portador del anuncio evangélico (Mc 6,10). Además, según la concepción de Mateo y de Pablo, quien ha trabajado en la dura tarea de la evangelización merece su recompensa “porque digno es el obrero de su sustento” (cf. Mt 10,10; 1Tim 5,18).
Con todo, la misión nunca tiene garantía de éxito. Es más, el éxito no depende del misionero. Por eso, el predicador itinerante no debe abrigar falsas expectativas esperando aplausos y reconocimientos. Al contrario, debe estar preparado para un eventual rechazo y una respuesta negativa en relación con el anuncio. La resistencia para acoger el Evangelio tiene como fundamento la incapacidad de “escuchar”, cerrazón que imposibilita que la palabra de Dios germine en el corazón humano (Mc 6,11). Por eso, ya en el antiguo Israel, el mandamiento primigenio se refiere a la “escucha”: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno” (cf. Dt 6,4-9). Solo quien “escucha” está en condiciones de conocer a Dios y de amarlo con todas sus fuerzas y potencialidades.
Jesús, heredero de las tradiciones judías, recomienda aplicar una práctica conocida cuando no hay receptividad del mensaje: “Sacudir el polvo de los pies” (Mc 6,11). Esta señal es un testimonio grave contra el rechazo a los misioneros y su mensaje. Es un gesto de ruptura que practicaban los hebreos después de volver de territorio extranjero con el fin de indicar su separación del mundo pagano (cf. Hch 13,51).
Al finalizar, san Marcos presenta un breve sumario de la actividad misionera de “los doce” que consiste en “la predicación de la conversión” (Mc 6,12), la expulsión de demonios y la unción con aceite a muchos enfermos que se curaban (Mc 6,13). Se trata de palabras que invitan a un cambio no solo de mentalidad, sino de vida, y que son acompañadas por actos taumatúrgicos y terapéuticos que procuran restablecer a las personas en su dignidad con el fin de que, libres de toda atadura, puedan formar parte del discipulado de Jesús.
En un mundo en el que se expande una cultura de valores relativos, urge crecer en la conciencia misionera con el fin de ofrecer a hombres y mujeres de buena voluntad el proyecto de una sociedad alternativa basado en el Evangelio de Cristo. Los misioneros que predicarán con la autoridad de Cristo no deberán caer en contradicciones que desfiguren y contradigan el anuncio, principalmente en lo que se refiere a los bienes materiales. El perfil que Cristo dibuja sobre el evangelizador es el de un misionero itinerante, confiado en la fuerza del Espíritu, de estilo sobrio y discreto.
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