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Opinión

Partido-Estado

Estos primeros meses del gobierno de Santiago Peña se debe analizar racionalmente y alejarse de los colores que tanto daño hacen al Estado. En este espectro, el gobierno de Santiago Peña se ve apagado y no emerge la figura de estadista que se espera de él. Veamos algunos ejemplos ilustrativos:

  • La primera señal de esta simbiosis de Partido y Estado es el informe sistemático del presidente Peña al presidente del partido oficialista del gobierno. La más visible fue a su vuelta de un viaje al extranjero, cuando corrió al domicilio del presidente del partido para informar sobre su viaje. Después de ese faux pas, cambió el lugar de los informes y se produce hasta hoy día en el Mburuvicha Róga, pero con el apoyo férreo del Comando Nacional, que supuestamente orienta políticamente al presidente.
  • La segunda, bajo mi interpretación, es el informe del gobierno al pleno de la ANR, y antes del inicio de esa ceremonia, y de acuerdo a materiales audiovisuales publicados en los medios, se vio al presidente de la República con una actitud sumisa al presidente del partido. Esto no es nuevo, pues ya el presidente del partido le había dado una reprimenda por haber llegado tarde a una reunión partidaria.
  • La tercera, un hecho que sacudió a la sociedad y aún está en debate, es la defensa granítica y obsecuente del parlamento a un senador que ha insultado y denigrado a una funcionaria del Congreso. Esta acción, desde todo punto de vista, es deleznable y, por sobre todo, que el Congreso, que debe ser coherente y velar por el buen funcionamiento de la nación, se ha puesto de rodillas para cumplir con ese mandato “imperativo” que le impone el partido oficialista, por la absoluta mayoría que representa.

Estos tres ejemplos son solo principios de un hilo conductor de orden político que se debe tejer diariamente y debe trascender al de a pie que apenas puede entender por qué el tomate está tan caro o por qué el sueldo sube y los precios se disparan. Estos ejemplos dan pie a revitalizar el debate del concepto político del Partido-Estado, que se vivió de alguna manera durante la época estronista, pues los roles se mezclaban y la sociedad se acostumbró a ver el pabellón patrio al lado de la bandera del partido colorado. Esa asociación se ha acuñado en el colectivo social por tres décadas, lavando el cerebro a la sociedad de que el partido, en este caso, colorado, es responsable de la conducción y designios de la nación.

Con el fin de ilustrar esta idea en esta reflexión, me encontré con un artículo muy interesante titulado “La constelación política de México”, de González Casanova. Por la pertinencia, considero citar parte del artículo:

Según González Casanova, el Partido-Estado realiza las siguientes funciones:

  1. Consolidar el monopolio o predominio político e ideológico entre los trabajadores y la población, entre los líderes y caudillos políticos y entre la iniciativa privada.
  2. Organizar, movilizar y encauzar al electorado.
  3. Auscultar la opinión y orientar a los grupos más activos en la formulación de demandas, en la selección de sus representantes y en la elección de sus candidatos.
  4. Otorgar premios, concesiones y castigos para mantener la disciplina de quienes actúan en la política nacional y local.
  5. Asumir la lucha ideológica para que las masas acepten la política del Poder Ejecutivo.
  6. Elaborar planes y programas destinados a las campañas electorales que el Ejecutivo precisa con medidas concretas.
  7. Enfrentar a la oposición en las contiendas electorales, ideológicas y sociales, con agresividad y de modo que el Ejecutivo se erija en árbitro del conflicto.
  8. Servir como foro y arena de la lucha interna de clases y facciones.
  9. Fortalecer al Estado en su política de masas y con los representantes de las masas“.

Para Casanova, ninguna de estas funciones se pueden articular al margen del Estado, pues esto infiere que el Estado se presenta como partido y viceversa. “Ninguna de estas funciones se puede desempeñar al margen del Estado y de su política de masas. El poder del partido es el del Estado. El partido mantiene su fuerza económica, política e ideológica con una organización autoritaria y negociadora, represiva y concesionaria, oligárquica y popular, representativa de funcionarios, líderes, jefes políticos y de masas”.

Contra esta concepción o sistema de control del Estado por parte de un partido hegemónico, como lo es el partido colorado, los partidos políticos de oposición luchan diariamente, pero no lo suficiente porque se ven avasallados por la fuerza que ejercen los acólitos del partido de control. La estructura elefantiásica que se ha impregnado en los entes públicos por décadas es difícil de erradicar.

Actualmente, en la sociedad y en los medios de prensa se habla mucho, y hasta el hartazgo, del nazismo. Esto es preocupante porque a nivel educativo no hay propuestas concretas para avanzar hacia una formación cívica o por lo menos planear insertar en la malla curricular asignaturas que fortalezcan la comprensión de conceptos políticos básicos que en otros países ya se consideran entendidos, comprendidos, pero no olvidados, como por ejemplo en la misma Alemania, donde hay un fuerte componente de educación política y, por sobre todo, el recuerdo permanente de los hechos que han conmovido a todo el mundo en décadas pasadas.

En este contexto, lo subrayado en los párrafos anteriores se podría apreciar con las características del nazismo, es decir, el concepto de Partido-Estado, que es una característica del nazismo que implica la simbiosis del Estado y el Partido. Esto genera una fuerza poderosa y el resultado de esto es la destrucción de las ideas democráticas.

Por las acciones y el modus operandi del actual gobierno, puede inferirse que se estaría tratando de emular y revitalizar nuevamente el macabro concepto de Partido-Estado en el país. La función actual del Comando Nacional, que funge como un parlamento paralelo y que toma decisiones políticas nacionales, es una señal a la que los grupos políticos y la sociedad pensante deben tomar con pinzas.

Vivir en un estado de negación permanente de los hechos reales que ocurren en el país puede llevar a la nación a un descontrol total y con consecuencias graves para el desarrollo del pueblo. En estas tres décadas de democracia, no se ha podido avanzar en la reconstrucción de esta nación. Esto duele, principalmente, para los que hemos nacido, educado y vivido la mayor parte de nuestras vidas bajo un sistema oscuro, y más dolor aún para los connacionales que han emigrado, expulsados, exiliados del país por pensar diferente.

Que el 12 de junio pasado no haya sido en vano, por los que dieron sus vidas en esa última contienda que atrasó nuevamente al país.

Por esos soldados paraguayos, pensemos en una Nueva República para homenajearlos arropados con los colores de nuestra nación.

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