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Opinión

La “vid verdadera” y los “sarmientos”

 1Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. 2Él corta todo sarmiento que en mí no da fruto y limpia todo el que da fruto para que dé más fruto. 3Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he dicho. 4Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros podréis si no permanecéis en mí. 5Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. 6Si alguno no permanece en mí, es cortado y se seca, lo mismo que los sarmientos; luego los recogen, los echan al fuego para que ardan. 7Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. 8La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.

 [Evangelio según san Juan (Jn 15,1-8); 5º Domingo de Pascua]

 En este 5º Domingo de Pascua, la Iglesia nos propone un segmento del discurso de “despedida” de Jesús (Jn 13—17), en el contexto del “lavatorio de los pies”, celebrado durante la cena pascual. Este episodio testimoniado por san Juan (Jn 15,1-8) se centra en la estrecha relación entre Jesús y sus discípulos representados aquí por la “vid” y los “sarmientos”. Desde antiguo, la vid caracterizaba, junto con el olivo y la higuera, a la vegetación de Palestina. La “vid” (griego: ámpelos) es uno de los bienes más preciosos del campesino israelita. Recogiendo este dato tradicional, Jesús se presenta como “la vid verdadera” y a su Padre como “el viñador”. De este modo, empleando estas comparaciones extraídas del mundo agrícola, indica la necesidad que tiene el discípulo de permanecer en él.

Isaías, en su cántico a la “viña de un amigo” (Is 5,1-7), recuerda que el propietario espera frutos del plantío al que ha dedicado atención y cuidado. Emplea esta parábola con el fin de aplicarla a Israel, el pueblo de Dios, del que también se esperan frutos: Frutos de “justicia” y de “honradez”. Como el viñedo solo produjo frutos amargos, todo el esfuerzo ha sido en vano. En su denuncia, el profeta lamenta que de la Casa de Israel solo brotara “iniquidad” y se oyeran “clamores” (Is 5,7).

Cuando Jesús afirma de sí mismo que es la “vid verdadera” quiere indicar, sobre todo, que es la “vid auténtica”, imagen que subraya su fidelidad al Padre, es decir —empleando la imagen agrícola— una vid que produce frutos buenos. Se trata de una “vid” exclusiva, única, que cumple las expectativas del viñador. Metafóricamente, el vínculo de la vid con el viñador representa la unión de Jesús con el Padre; y la relación entre la “vid” y los “sarmientos” simboliza la comunión de Jesús con los suyos.

Las acciones de “cortar” y “limpiar” —o “podar”— describen las actividades del viñador que condicionan la fecundidad de la planta que debe dar frutos cada vez más abundantes. Jesús asegura a los discípulos que han sido “podados”, que fueron “injertados” en la vid y, en consecuencia, son aptos para dar fruto bueno. Como el sarmiento permanece en la vid y da frutos, así el discípulo está llamado a permanecer en el Hijo, es decir, llamado a adherirse fielmente para ser trasformado por dentro. Como el sarmiento recibe la savia de la vid, el discípulo es beneficiario de la actividad del Hijo y se convierte en “coautor” del fruto. Por eso, en forma lapidaria, Jesús les dice: “Fuera de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). El discípulo, al estar “injertado” en Jesús —es decir, plenamente adherido a él—, acoge la actividad del Hijo de Dios y se convierte en un medio de expansión de su amor y de toda su actividad con el fin de suscitar la vida.

La figura de los “sarmientos” (griego: klēma) eliminados por el campesino recoge las antiguas amenazas dirigidas a la viña-Israel. Son “echados fuera”, como decía Jesús del “Príncipe de este mundo” (cf. Jn 12,31). Los sarmientos fuera de la vid no pueden subsistir, mueren necesariamente porque ya no reciben el líquido vital de la vid. El riesgo de no perseverar en la fe conduce a la apostasía, pecado que deriva en la muerte espiritual. Los sarmientos rechazados, por ser estériles, se refieren, con seguridad, a los cristianos de origen judío que habrían cedido a la presión de las sinagogas contra el mensaje de salvación en Jesucristo. Entonces, los que se niegan a creer en el Hijo ya no están insertos en la vid y no puede decirse de ellos que “permanezcan en él”. Mientras el discípulo permanece en el misterio del Hijo, es decir, permanece en fidelidad, podrá pedir lo que quiera y “lo conseguirá” (Jn 15,7).

La glorificación del Padre consiste en el cumplimiento de su designio, en la manifestación plena de su amor al mundo; esto coincide con la reunión de los creyentes por el Hijo en la unidad divina. Entonces, la condición del discípulo es dinámica: Se realiza en un obrar en el que se expresa su unidad con el Hijo.

Consecuentemente, se puede afirmar que un cristiano incoherente en cuya conducta no se reflejan las enseñanzas de Jesús es como un “sarmiento” estéril, una rama seca separada de la vid, sin vida y sin horizonte. El creyente que hace de la Palabra de Dios el fundamento de su vida y de sus acciones, en cambio, es como un sarmiento lleno de savia, de vida, que produce frutos buenos y abundantes porque permanece en conexión con la vid, es decir, con Jesús.

Esta metáfora de la vid y de los sarmientos, en pocas palabras, nos indica que no debe haber dicotomía entre lo que se predica y se cree; entre el “credo” y la vida diaria. El creyente produce frutos abundantes cuando logra pensar como Cristo y actuar según sus criterios y valores. La vida cristiana no se reduce a una profesión de fe o al conocimiento doctrinal. La formación y la catequesis son necesarias. Son instancias previas, podríamos decir; pero si no están en la base de las acciones, actitudes y obras del discípulo, quedan como mera adhesión intelectiva a Jesús.  De nada sirve estar de acuerdo con lo que Jesús enseña si no la concretamos en nuestra experiencia cotidiana. De hecho, se puede profesar la fe, pero vivir según los códigos de un pragmatismo que, poco a poco, se va erigiendo como criterio de acción dominante, un modo de ser “pagano” con disfraz cristiano.

La Iglesia, para cumplir su misión, necesita sobre todo de “testigos” (de “sarmientos” productivos) que se involucren en todos los ambientes —mediante el trabajo por la justicia y por la paz— con el fin de encaminar a la sociedad y el mundo hacia el Reino de Dios. Hay tantos “alaridos” y sufrimientos de personas vulnerables que necesitan de un bálsamo de esperanza para lograr una calidad de vida que sea signo patente de nuestra conexión con la “vid” (Cristo) y con el “viñador” (el Padre-Dios).

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