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Opinión

Jesús, el auténtico pastor

Yo soy el auténtico pastor. El auténtico pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, que no es propietario de las ovejas, abandona las ovejas y huye, cuando ve venir al lobo; y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. Como es asalariado no le importan nada las ovejas. Yo soy el auténtico pastor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo modo, el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a esas debo conducir: Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño bajo un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla; esa es la orden que he recibido de mi Padre.

[Evangelio según san Juan (Jn 10,11-18); Domingo del “buen pastor”; 4º de Pascua]

La liturgia de la Palabra nos propone, para este 4to domingo de Pascua, el pasaje del Evangelio de san Juan que se centra en la figura del “pastor auténtico” y “las ovejas”. Me parece preferible emplear el adjetivo “auténtico” para calificar a “pastor” en razón de que el adjetivo “buen/bueno” se presta a confusión dado que, en nuestra cultura, de ordinario se señala como “bueno” al “ingenuo”, al que no dice nada y, no pocas veces, al “permisivo” o “cómplice”. El vocablo griego kalós (“bello”, “auténtico”) que usa el evangelista nos permite esta propuesta de traducción. Además, el contraste con la figura del pastor “asalariado” —que “abandona a las ovejas”— confirma esta opción porque —por vía de oposición— deja en claro el antagonismo entre “pastor auténtico” y “pastor inauténtico”.

La metáfora del “pastor y su rebaño”, frecuente en los escritos del Antiguo Oriente, servía para retratar el vínculo que une al soberano —humano o divino— con sus súbditos. En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se ha convertido, también, en un lenguaje tradicional. Su primer empleo es la designación de Israel como el rebaño de Dios (Gn 49,24; Jer 13,17; 23,1.3; Ez 34,31; Sal 74,1; 79,13; 80,2; Miq 7,14). Ese rebaño de Dios es conducido con una solícita protección a través del desierto (Sal 78,52s; 77,21; 95,7) y, luego, a través de las dificultades en la historia de Israel que iba progresando hacia el cumplimiento del plan de Yahvéh (Is 49,9s).

La imagen expresa también la relación personal del israelita con su Dios (cf. Sal 23). Así, Yahvéh interviene con poder al lado de su pueblo deportado a Babilonia. El profeta Isaías dice: “Como un pastor que apacienta su rebaño, recoge en sus brazos a los corderos, los pone sobre su pecho y conduce al descanso a las ovejas madres” (Is 40,11). Para que el pueblo no sea “como las ovejas sin pastor”, Dios confía a algunos de sus siervos el compromiso de conducirlas según su voluntad: Moisés, los jueces, David, son llamados por eso “pastores”, y hasta el mismo emperador Ciro de Persia recibe este apelativo (Sal 77,21; Nm 27,17; 2 Sam 7,7s; Sal 78,79s; Is 44,28).

En un período posterior, los profetas lanzan críticas contra los pastores infieles que se aprovechan de las ovejas y dejan que el rebaño camine hacia su perdición. La experiencia cruel del uso y del abuso del “poder” fue suscitando la esperanza de que el mismo Señor vendrá a ocuparse del rebaño, ya que las ovejas le pertenecen. La intervención prometida desemboca en el anuncio mesiánico de un “pastor misterioso” que suscitará Dios según su corazón, como a un nuevo David. Gracias a este futuro pastor, Israel “se salvará y vivirá en seguridad” (Jer 23,5s).

Juan recoge esta figura del Antiguo Testamento; pero su planteamiento es profundamente original: el Pastor es ahora único, pues no se menciona a otros pastores; y, además, es un pastor que “da la vida por sus ovejas” (Jn 10,15).

Está claro que los interlocutores de Jesús eran los fariseos, caracterizados por la incoherencia de vida, porque en Juan, poco antes del inicio de nuestro texto, se dice: “Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: ‘¿Es que también nosotros somos ciegos?’. Jesús les respondió: ‘Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís que veis, vuestro pecado sigue en vosotros’” (Jn 9,40-41).

El cuadro presentado en Jn 10,11-18 es simbólico, de evidente configuración pastoril. Se menciona a los que actúan mal respecto a las ovejas: Un ladrón, un bandido, un extraño; en el centro, por contraste, aparece el pastor en relación de cercanía con las ovejas. Las figuras negativas dan un tono polémico al texto. El evangelista nos conduce a identificar con los fariseos a los antagonistas; ellos son los enemigos de las ovejas. Con calificativos que impugnan a los fariseos, como el “latrocinio”, el “bandidaje” y la actitud propia del “extraño”, Jesús alude a un grupo más grande: Los guías de Israel, representados en el episodio por los rigurosos observantes de la ley. Ellos son los responsables de la experiencia política y religiosa del Pueblo de Dios, representantes de la élite gobernante en Israel. La figura del “ladrón” indica al que roba o a los que roban; la imagen del “bandido” representa a aquellos que son amigos del “pillaje”, del “saqueo” y la “rapiña”; y el “extraño” caracteriza al que no le interesa la suerte de las ovejas.

La expresión “auténtico pastor” no subraya tanto la actitud “clemente”, “compasiva” o “afable” de Jesús, notas que pueden servir para calificarlo como “bueno” al “pastor”, una bondad correctamente comprendida. Por supuesto que Jesús es “clemente”, “compasivo” y “misericordioso”; pero esas cualidades se afirman en otros textos; en los sinópticos abundan la mención de estas notas; pero aquí no es ese el objetivo. En nuestro texto se dice kalós, no en el sentido de “mansedumbre”, de un “pastor apacible”, “manso y humilde de corazón” como lo han popularizado los artistas en ciertas imágenes. El vocablo kalós subraya, según el contexto, la “calidad” o “autenticidad” del pastor. Así, Jesús es el “pastor auténtico”, en oposición al “falso pastor”, porque cumple su misión y es leal con su grey; es fiel a su rol de “guía” en razón de que está dispuesto a “dar la vida por las ovejas”. En este sentido, se puede hablar que Jesús es un pastor “fidedigno”, “probado”, “creíble”, pues su discurso es coherente con sus hechos y obras.

En línea con las afirmaciones precedentes, el biblista y filólogo jesuita Juan Mateos traduce: “Yo soy el Pastor ejemplar (modelo de Pastor). El Pastor ejemplar se entrega él mismo por las ovejas”. Y porque es “ejemplar” es el paradigma de todos los pastores que vendrán después de él. Esta coherencia o autenticidad es la razón por la que el pastor expone su vida por las ovejas. En este sentido hay que comprender lo que Jesús dice en el Evangelio de san Marcos: “El Hijo del hombre ha venido a dar su vida para rescate de la multitud” (Mc 10,45); también, en el Evangelio de san Lucas, durante la última cena, afirma: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros” (Lc 22,29). “Dar la vida” no quiere decir “entregarse a la muerte”. Indica más bien “arriesgar” o “exponer” la vida en el marco de un peligro que amenaza a otro.

El Antiguo Testamento usa la expresión “poner la vida en la palma de la mano”. De este modo, David, el pequeño pastor, pone en juego su vida por defender a las ovejas de su padre Jesé. No se entrega a la muerte: Si él muriera, el rebaño sería presa del león o del lobo; pero se expone a ello, momentáneamente, ya que se preocupa y se ocupa de las ovejas. En ese sentido Jesús es pastor auténtico, en contraste con el “mercenario” que huye ante el lobo. El Pastor auténtico se expone; y desde luego, deja vislumbrar, indudablemente, la posibilidad de la muerte. Jesús, a lo largo de su ministerio, está dispuesto a enfrentarse con la muerte por defender a sus ovejas. Con palabras del Apóstol Pablo, “se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,8).

El “mercenario”, en cambio, no tiene ninguna relación personal con las ovejas. Es un “contratado”; no es el pastor; tiene solo un interés económico, es decir, el salario. Por eso, ante el peligro, se escapa, huye; y deja a las ovejas indefensas ante el “lobo” asesino. En cuanto al “lobo”, que es un animal salvaje —un depredador— peligroso para las ovejas, representa a las personas que hacen daño; es un depredador, adversario del rebaño de Dios. En el Evangelio de san Mateo, la expresión “los lobos” designan a los “falsos profetas” (Mt 7,15) y en Hechos de los Apóstoles se refieren a “los maestros del error” (Hch 20,28s).

 En su discurso, Jesús menciona que tiene también “ovejas de otro redil”. Es necesario precisar que Jesús no dice que “habrá un solo redil”, sin duda para eludir las representaciones espaciales y mantenerse en la perspectiva de la libertad que caracteriza a las relaciones personales. Un “redil” puede dar cobijo a varios rebaños diferentes. Pero lo que Jesús afirma es que el “rebaño” será “uno solo”. El “pastor único” es, sin duda, Jesucristo, el Hijo de Dios, que cumple de este modo la profecía de Ezequiel sobre el Mesías: “Mi siervo David será rey sobre ellos; habrá para todos ellos un solo pastor” (Ez 37,24; cf. 34,23). El evangelista san Juan presenta la comunidad ideal de Jesús como un solo rebaño, y con un solo pastor; y, por tanto, hay motivos para soñar, para trabajar por la unidad de los cristianos; para dialogar entre cristianos y establecer puentes de cercanía con judíos y musulmanes; ¡es motivo para tener esperanzas!

En relación con su vida, Jesús afirma: “Nadie me la quita”. Sin duda se refiere aquí a la planificada agresión que contra él se cierne de parte de los miembros de la aristocracia del Templo de Jerusalén. De la voluntad del Padre y de su libertad dependen la entrega generosa de su vida. El Padre le ama no solamente a causa de su entrega en favor de las ovejas sino porque a través de esa entrega se realizará en plenitud el poder de vida que el Hijo posee en sí mismo (Jn 5,26). Jesús resucitará por su propia fuerza, por sí mismo, porque él tiene la vida en sí mismo por haberlo recibido del Padre. Según la teología de San Juan se da una unidad de acción perfecta entre el Padre y el Hijo: Voluntad del Padre y libertad de Jesús se conjugan a la perfección porque, como dice Jesús: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30).

 Una consideración final: Pilato decía a Jesús, en el contexto del juicio romano: “Yo tengo poder para liberarte y poder para crucificarte” (Jn 19,10b); Jesús, en cambio, dice “yo tengo poder para poner mi vida (a disposición) y tengo poder de recuperarla”. El poder político (Imperio romano) manifiesta su poder quitando la vida de los hombres; el poder de Dios se manifiesta con la entrega de la vida de Jesús. Y aquí se vislumbra el horizonte inmediato de la “muerte del Pastor”. Como se puede notar, el pastor “que se apacienta a sí mismo” (Ez 34,8.10) no es idóneo para el ministerio pastoral porque no se arriesga, se centra en su bienestar, en el encargo o condición de pastor que ostenta y en las estructuras que representa. Al contrario, el pastor que se configura a Jesús es el auténtico pastor porque su preocupación y su ocupación es la grey, las personas concretas, “heridas” por tantos dolores y penurias.

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