Opinión
Jesús proclamaba el Evangelio
Después que Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva”. Iba Jesús bordeando el mar de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres”. Ellos dejaron las redes al instante y le siguieron. Continuó caminando un poco y vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en la barca arreglando las redes. Al instante los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
[Evangelio según san Marcos (Mc 1,14-20) — tercer del tiempo ordinario – domingo de la Palabra de Dios]
La liturgia de la palabra, para este domingo, nos presenta en el Evangelio el inicio de la acción evangelizadora de Jesús y la elección de los cuatro primeros discípulos. El evangelista parte de un dato temporal: “Después que Juan fuese entregado” (Mc 1,14a). De este modo, el fin de la misión del Bautista marca la inauguración del ministerio público de Jesús. De hecho, aunque en este texto no se diga, la misión de Juan fue abruptamente interrumpida (cf. Mc 6,17-29), un final violento que anunciaba de qué manera iba a morir el Mesías.
San Marcos indica que el ministerio de Jesús se inicia en Galilea, al norte. Aquí se dedicará a la gente, al pueblo sencillo y necesitado mediante la enseñanza y la realización de acciones taumatúrgicas y terapéuticas (Mc 1,21—8,26). Luego se encargará de la formación de sus discípulos en el camino a Jerusalén a partir de Cesarea de Felipe hasta Jericó (Mc 8,27—10,52). Finalmente, su misión se centrará en la ciudad de Jerusalén, en la que se confrontará con las autoridades políticas y religiosas (Mc 11,1—13,37). Luego el Evangelio se focalizará en la pasión, muerte y resurrección (Mc 14,1—16,20).
La ida de Jesús a Galilea tiene la finalidad de una “proclamación” cuyo contenido es el “Evangelio” o “buena noticia” de parte de Dios. No se trata de cualquier “noticia” sino de “la” buena noticia, de la noticia por excelencia que tiene como fuente a Dios mismo. Al tener a Dios como origen y fundamento, el pregón de Jesús no se basa en las ideologías de la época.
“Se ha cumplido el plazo”, dice Jesús, “está cerca el reinado de Dios” (Mc 1,15a). “Se ha cumplido el plazo” sugiere la llegada de un término previsto, que hace referencia al cumplimiento de las promesas. El “plazo” comprende el tiempo de la antigua alianza que está a punto de cesar. El reinado de Dios se refiere a la acción de Dios sobre la humanidad y “reino” denota la humanidad sobre la que Dios reina. Se pensaba, de hecho, en el antiguo Israel, que Dios mismo iba a gobernar mediante su Mesías que reúne los requisitos de un “rey justo”. El problema de esta concepción radica en que los judíos lo interpretaron como un reinado nacionalista. Ellos pensaban que el Mesías sería un rey davídico victorioso que iba a expulsar a los romanos y derrotaría a las naciones paganas y sería el custodio y maestro de la Ley. Además, se encargaría de purificar las antiguas instituciones (cf. J. Mateos – F. Camacho).
Los saduceos, miembros de la élite de la sociedad judía, que gestionaban el poder político y económico y la administración del Templo, no deseaban un cambio que pusiera en peligro su situación de privilegio. Los fariseos, observantes de la Ley, eran espiritualistas inactivos pues, aunque odiaban a los romanos, no hacían nada que los perjudicara. Ellos esperaban que el Mesías cambiara la situación por medio de una fulminante intervención. Los zelotas o nacionalistas, pertenecientes a la clase oprimida, que también esperaban el reinado de Dios, al contrario de los fariseos, actuaban. Ellos pensaban en una intervención de Dios que se iniciaría con una guerra santa en la que Dios intervendría milagrosamente para derrocar a los paganos. Los esenios, grupo integrista extremo —en ruptura con las instituciones oficiales— esperaban también el reinado de Dios, pero solo en relación con ellos mismos.
El pregón de Jesús anuncia la llegada del reinado de Dios, realidad individual (comunicación del Espíritu), y del reinado de Dios, realidad social, una sociedad nueva y justa, digna del hombre, la alternativa que Dios propone a la humanidad. Este reinado empezará a existir e irá avanzando hasta su realización plena. El reinado llega, pero al mismo tiempo, los hombres tienen que acercarse a él dando la adhesión a Jesús.
“Convertíos y creed en el Evangelio” proclama Jesús (Mc 1,15b). Hay una exigencia de cambio de mentalidad y de conducta porque quienes quieren ingresar al Reino vivirán según otros parámetros. El imperativo a “creer en el Evangelio” es una invitación a adherirse al mensaje de Jesús y a su persona. Hay unas nuevas condiciones necesarias para formar parte del nuevo régimen inaugurado por el Mesías, que no viene de modo violento, como muchos grupos esperaban, sino de modo pacífico.
Para poner en movimiento su proclama y comenzar con una estructura organizativa básica, Jesús elige a sus cuatro primeros colaboradores. No va a buscar a Simón y Andrés; el encuentro con ellos se percibe como casual. Ambos hermanos tienen nombres griegos (“Simón”, equivalente al hebreo “Simeón” y Andrés, que quiere decir “varón”). La presentación de Andrés como “el hermano de Simón” parece indicar que este era el mayor. La única relación entre Simón y Andrés es la hermandad (son “hermanos”), es decir, la igualdad. Trabajan en el mismo oficio, como pescadores. Jesús les dice: “Veníos detrás de mí y os haré llegar a ser pescadores de hombres” (Mc 1,17). No hay ningún requisito para la elección. Jesús no hurga en su pasado; solo ve que cumplen el oficio de pescadores. Ellos al aceptar la invitación al seguimiento deberán dejar su antiguo oficio para cumplir con un rol similar, “pescadores”, pero no ya de “peces” sino de “hombres”. El evangelista da cuenta que Simón y Andrés, dejando su tarea, inmediatamente lo siguieron (Mc 1,18).
A poca distancia, otro encuentro semejante al primero, con otra pareja de hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Estos dos, al contrario de Simón y Andrés, llevan nombres hebreos. Ellos no trabajan solos, pues estaban acompañados del padre y de unos asalariados. También ellos, al recibir la invitación para el seguimiento, dejaron a su padre con los jornaleros y siguieron a Jesús.
En fin, en este domingo de la “Palabra de Dios”, mediante el presente texto (Mc 1,14-20) se subraya el centro neurálgico de la predicación de Jesús: El anuncio del reinado de Dios, que no coincide con los reinados humanos, porque se rige por un sistema axiológico distinto. Formar parte de esta “sociedad alternativa” requiere de “conversión”, es decir, de un cambio de los esquemas mentales y del modo de ser y de actuar para procurar la adhesión a Cristo: A sus enseñanzas y a sus criterios de valores. El discipulado fue necesario, y lo sigue siendo, para expandir la Buena Noticia a todos los pueblos.
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Rs
21 de enero de 2024 at 06:47
Usted es humano, como explica lo que acabo de leer? Usted se ha convertido o espera que lo haga yo u otra persona? Interesante deducción, pero si me gusta la cerveza, por ejemplo; como quedo dentro de todo lo que ha dicho?