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Opinión

“Preparad el camino del Señor”

Principio del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en el profeta Isaías: Voy a enviar a mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, tras confesar sus pecados. Juan llevaba un vestido de piel de camello, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene uno que es más fuerte que yo; y no soy digno de inclinarme y desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”.

[Evangelio según san Marcos (Mc 1,1-8) — Segundo domingo de Adviento]

En este segundo domingo de Adviento, el Evangelio que nos propone la liturgia de la palabra narra la primera parte (Mc 1,1-8) del “prólogo del Evangelio de san Marcos” (Mc 1,1-13). El versículo inicial (Mc 1,1) es el “título” de todo el Evangelio y lo que sigue presenta la actividad del precursor del Mesías: Juan el Bautista (Mc 1,2-8).

Se puede hablar de “título” porque Mc 1,1 sintetiza los aspectos fundamentales de la obra de san Marcos: “Principio del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios”. El autor, con el vocablo “principio” (griego: archē), se refiere al “comienzo” del anuncio evangélico y de la narración de la obra atribuida a san Marcos. “Evangelio” (griego: euaggélion) quiere decir “buena noticia”, es decir, un “anuncio” que afecta a sus destinatarios que están invitados a asociarse a una experiencia gozosa en razón del advenimiento de “Cristo” (cf. F. Lentzen-Deis).

En efecto, la “buena nueva” se relaciona con el Mesías (griego: christós), llamado “Jesús” el cual —según el autor— es “el Hijo de Dios”. “Mesías” es un término hebreo que traduce el término griego Christós (“Cristo”) que quiere decir “ungido” y que designaba en el judaísmo “al futuro rey o líder que Dios había de enviar para salvar al pueblo” (cf. J. Mateos – F. Camacho). Se subraya, de este modo, la identidad del anunciado, identidad en la que se insistirá en momentos fundamentales de su ministerio.

En la fase inaugural de su misión, específicamente en el bautismo, “la voz que venía de los cielos” proclamará de Jesús: “Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco” (Mc 1,11); también los espíritus inmundos lo reconocerán: “Tú eres el Hijo de Dios” (Mc 3,11); Pedro, el principal apóstol, al inicio del “camino a Jerusalén”, en los contornos de Cesarea de Felipe, confesará que Jesús es “el Cristo” (Mc 8,29). Durante la experiencia de la “transfiguración”, en la que Jesús se dejará ver —tal cual es— a Pedro, Juan y Santiago, “una voz desde las nubes”, así como en el momento del bautismo, lo proclamará: “Este es mi hijo amado; escuchadle” (Mc 9,7). Durante el proceso jurídico ante el Sanedrín, ante la pregunta del Sumo Sacerdote que le interrogará si es “el Cristo, el Hijo del Bendito”, Jesús responderá: “Sí, yo soy; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder, y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14,61b-62). Será un militar pagano, responsable de una “centuria” de soldados, el que —al pie de la cruz— confesará, luego de que Jesús haya expirado, que “verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15,39).

Seguidamente, apelando a la Escritura, el evangelista narra que lo acontecido con Jesús, Cristo, Hijo de Dios (Mc 1,1) sucedió de conformidad con la profecía de Isaías, el cual ya anunciaba, mucho tiempo atrás, que Dios enviaría a su “mensajero” (griego: ággelos) como precursor del Mesías. La misión de este heraldo consistirá en una acción “preparatoria” para la venida del Mesías prometido. En este anuncio resuena lo dicho por Malaquías e Isaías que profetizaban: “Voy a enviar a mi mensajero a allanar el camino delante de mí” (Mal 3,1; cf. Is 40,3). El empleo del verbo griego kataskeuázō implica la “construcción” del “camino” del Señor (Mc 1,2). El “camino por el desierto” recuerda la experiencia del éxodo y es una “imagen clave” en todo el Evangelio. La profecía de la “voz que clama desde el desierto” (cf. Is 40,3), que se aplica a Juan el Bautista (Mc 1,3), que predicaba en una geografía estéril y alejada de la vida social, recuerda, sin embargo, las voces proféticas del Antiguo Testamento que, de diversos modos, durante la historia de la salvación, guiaban los pasos de Israel por los senderos de la fidelidad; pero, sobre todo, es un “pregón” del precursor de un “nuevo éxodo liberador” que conmina al pueblo a empeñarse para el encuentro con el Mesías enviado (cf. J. Mateos – F. Camacho).

El evangelista da cuenta, seguidamente, sobre la aparición de Juan describiendo su ministerio característico: El “bautismo” (griego: baptō), acción de sumergir al penitente en las aguas del río Jordán con el fin de significar un “cambio de mentalidad” (griego: metanoía), una transformación de toda la vida con el fin de obtener el “perdón de los pecados” (Mc 1,4), requerimiento básico para la reconciliación con Dios. El “bautismo” conlleva la idea de “muerte” a la anterior condición y el renacimiento a una “vida nueva” según la lógica del Reino de Dios. La procedencia del gentío que acudía ante Juan con el objeto de someterse al bautismo se identifica con “toda la región de Judea y todos los de Jerusalén” (Mc 1,5a). Las regiones de Judea que son zonas desérticas —ámbito de la predicación del Bautista— parecen contrastar con la ciudad de Jerusalén —sede del Templo y del poder religioso—. Así, Marcos insinúa que para encontrar el perdón hay que alejarse del culto formal e institucional, incapaz de sanar las injusticias; y acudir al “desierto” y experimentar un nuevo “éxodo” con el bautismo de Juan (cf. J. Mateos – F. Camacho).

La exigencia previa del bautismo era la “confesión de los pecados” (Mc 1,5b). El “pecado” (griego: hamartía), que implica el abandono del camino trazado por Dios, introduce al hombre en el ámbito de la maldad, de la impiedad y de la perversión, obstáculos para acceder al nuevo proyecto del cual el Mesías será testigo y heraldo.

San Marcos, a continuación, se detiene para describir la indumentaria y la alimentación del Bautista (Mc 1,6). En primer lugar, comenta que se vestía con “piel de camello”, animal de las zonas desérticas y “vehículo” para atravesar y transportar personas y cargas en esas áridas tierras. En segundo lugar, habla de su “dieta” que consiste en “langostas” y “miel silvestre”, sustancias obtenidas de la naturaleza de aquel peculiar ambiente. Con estos datos, san Marcos refiere la personalidad adusta y sobria del precursor, el cual no vivía en palacios, sino en el desierto; ni vestía ni se alimentaba con refinamiento y estilo (cf. Mt 11,7-12). Según parece, el autor, con estos datos, quiere asociar a Juan con los profetas auténticos, itinerantes, que escapaban al control institucional, como en el caso de los “falsos profetas” (cf. Dt 18,21-22; Gál 1,6-8).

La proclama de Juan el Bautista cierra la presente perícopa (Mc 1,7-8). En su discurso, el precursor se vale de cuatro comparaciones entre su persona y la del Mesías. En primer lugar, afirma él (el Bautista) que precede a Cristo en la aparición pública; por eso es “precursor”. En segundo lugar, sostiene que el Mesías es “más fuerte que él” (griego: ho ischyróterós mou), es decir, es “más poderoso”; en tercer lugar, Juan manifiesta su “indignidad” ante Cristo hasta tal punto que ni siquiera merece agacharse para cumplir respecto a él el ritual del servicio más humilde como “desatarle la correa de sus sandalias”. Hechas estas distinciones, en cuarto lugar, expone la diferencia entre el bautismo que él trae y aquel del cual el Mesías es portador, pues mientras Juan bautiza “con agua” Cristo lo hará “con Espíritu Santo”. Según parece, Juan quiere evitar cualquier equívoco respecto a su persona y la del Mesías, por eso se presenta como inferior a Cristo.

En fin: El texto es una invitación no solo a la “espera” y “expectación” —propias del Adviento— sino un llamado a la “preparación”, al trabajo activo en la “construcción” del camino, en el allanamiento de las sendas del Mesías anunciado. El bautismo con agua, propia de Juan el Bautista, no es definitivo, sino propio de una educación inicial; supone una toma de consciencia de que viene alguien que es superior, que requiere, fundamentalmente, de la conversión, de un cambio de paradigmas, cambio interior y de actitudes, un compromiso público de enmienda: La consigna consiste en cesar de obrar mal y aprender a obrar bien; despojarse de la antigua condición de pecado para abrirse al nuevo régimen de la gracia. Se trata de una revolución actitudinal, sobre todo hacia los demás. La efusión del Espíritu Santo que concederá el definitivo bautismo consistirá en la configuración con Cristo, el Mesías prometido. Esta asimilación con el Hijo de Dios será la semilla del Reino que transformará toda la sociedad.

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