Opinión
En vigilante espera
Observad y estad alertas porque ignoráis cuándo será el momento. Es lo mismo que un hombre que se ausenta: Deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que esté en vela. Velad, por tanto, porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, a medianoche, al cantar del gallo o de madrugada. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo a todos lo digo: “¡Velad!”
[Evangelio según san Marcos (Mc 13,33-37) — 1.er domingo de Adviento]
Al inicio del nuevo año litúrgico, que se inaugura con este “primer domingo de Adviento”, la Iglesia nos propone un texto del evangelista san Marcos que plantea la doble necesidad de “estar en observación” (griego: blépō) y “en vigilancia” (griego: agrypnéō), dos actitudes concomitantes y complementarias. Concomitantes porque están estrechamente relacionadas; y complementarias porque la “vigilancia” sigue a la “observación”. El creyente “vigila” porque es capaz de observar los signos de los tiempos. El motivo de esta disposición radica en la “ignorancia” o “desconocimiento” (griego: oīda) de cuándo acontecerá el Kairós, es decir, el “tiempo de la espera escatológica”. No es el tiempo de la historia (griego: chrónos) que se refiere al devenir de los acontecimientos del mundo, sino el “tiempo histórico-salvífico” (cf. J. Baumgarten).
“Estar en observación” no significa aquí “mirar” físicamente o “aprehender visualmente” sino la función receptiva del ojo que se traslada al plano intuitivo, cognitivo y crítico del “ver profundamente”, “contemplar” y “penetrar en la esencia”. Desde el punto de vista religioso supone una alerta de relevancia soteriológica porque adquiere el sentido de “expectación respecto al retorno de Cristo en la parusía” o “segunda venida” (cf. P.-G. Müller). La “vigilancia”, por su parte, es una actitud contraria al “sueño”; implica salir o superar el “insomnio” y tomar la decisión de “vigilar”, de “estar en vela” (cf. H. Balz – G. Schneider).
Después de la introducción conminatoria, Jesús expone una pequeña parábola o analogía en la que compara la “parusía” o “segunda venida” del Hijo del hombre con el retorno de un hombre que se ausentó de su casa después de dejar tareas a sus siervos dejándoles el encargo de dedicarse al trabajo asignado ordenando al portero que permanezca vigilante (Mc 13,34).
La concesión de “responsabilidades” (griego: exousíai) adquiere aquí el significado de “misiones” o “tareas” que, según se afirma, no son genéricas, sino específicas, para “cada uno” (griego: hékastos). Este dato resulta relevante porque no se trata de una única tarea asignada a todo el grupo, considerado en su conjunto, sino de gestiones conferidas a cada siervo en particular, de modo diferenciado, de tal manera que las responsabilidades personales no se diluyan en el “equipo” de siervos en el que todos son responsables y, al mismo tiempo, nadie, en concreto, lo asume. En consecuencia, ningún servidor puede transferir al grupo o a un “tercero” lo que a él le compete; no puede “esconderse” en el grupo a la hora del retorno del dueño de casa y en el momento de la verificación de lo confiado. El vocablo griego exousía es polisémico, rico en significados; aquí es “poder” delegado con la consiguiente “potestad” para realizar lo encomendado (cf. I. Broer).
La razón que esgrime Jesús para estar “alertas” y “atentos” se sustenta en el “desconocimiento” (griego: ouk oīda) del retorno del propietario (Mc 13,35a). Es la segunda vez que se menciona esta incapacidad o inadvertencia de la consumación del tiempo escatológico (cf. Mc 13,33). Según parece, es una realidad limitante del ser humano vinculada con el ámbito de la sabiduría. De hecho, la reflexión sapiencial veterotestamentaria ya se hacía eco de los límites del ser humano: “No es el hombre señor del viento, capaz de dominarlo; ni es dueño del día de su muerte, ni puede escapar a la guerra; ni la maldad libra a sus autores” (Qo 8,8). El hombre, mediante la ciencia, el estudio y la experiencia, puede conocer muchas cosas, pero desconoce otras muchas. Su inteligencia y sus facultades son limitadas. Por eso, lo más sensato y sabio es “vigilar”, estar “en guardia”, “expectante”.
Jesús especifica, a continuación, los diversos horarios de la “vigilia nocturna” que duraba como tres horas cada una: “Atardecer”, “medianoche”, “cantar del gallo”, “de madrugada” (Mc 13,35b). Son los nombres populares de las cuatro vigilias o “velas” que estaban en uso en el mundo romano (cf. J. Mateos).
La advertencia formulada en el versículo 36: “No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos”, adquiere sentido por el hipotético caso en que el señor llegue a la hora menos pensada. Los siervos corren el riesgo de relajarse y quedar “dormidos” (griego: kathéudō). Este vocablo no se refiere al periodo de inconciencia durante el cual el cerebro prácticamente se halla inactivo; más bien es una crítica para aquellos siervos que se dejan estar, que viven la vida con despreocupación, ocupados en las cuestiones secundarias y sin centrarse en las responsabilidades asumidas. El verbo mencionado no está en “pasivo” sino en “activo”, lo cual implica que el acto de “dormir” no es provocado por un agente externo, sino, al contrario, es un acto libre y consciente: El siervo, descuidado, decidió “dormir”, es decir, tomó la determinación de poner al margen el encargo de su patrón para priorizar “su sueño” y vivir en el contexto de un relajo. El adverbio griego exaíphnēs expresa la posibilidad de la “repentina” llegada del dueño de la casa que sorprendería al siervo descuidado en una situación de no vigilancia.
La perícopa termina con una “interpelación” final: “Lo que a vosotros digo a todos lo digo”: “¡Velad!” (Mc 13,37). Es una exigencia o requerimiento formulado no solo a los discípulos sino a “todos” porque, en definitiva, nadie sabe “el día ni la hora”. Es la tercera vez que se menciona la necesidad de estar en guardia, subrayando así la opción de “velar”, como lo hace un centinela (griego: grēgoréō).
En resumen: la falta de “cálculo”, de reflexión sapiencial, torna insospechada e inadvertida la irrupción del fin. Quien se pasa “durmiendo” vive la vida dejándose secuestrar por la “narcotización” que produce la mundanidad. Quien no “vigila” y se deja llevar por motivaciones secundarias, carece de profundidad espiritual y se acomoda a los requerimientos de los afanes de lo cotidiano. No percibe su existencia como un compromiso con Dios y con los demás. No pocas veces las “vanidades” y los “brillos” de este mundo acaparan la mente y el corazón del creyente (del “siervo”) y, como lógica consecuencia, se desenvuelve en la futilidad de lo superficial. El texto es una advertencia sobre la inesperada venida del Señor que, como “el ladrón”, no avisa cuándo asestará su plan. En el fondo, es una invitación a la sensatez, a la prudencia; a poner en práctica la tarea encomendada, la propia vocación, y permanecer en vigilante espera, lo cual conlleva la idea de cambio y de conversión.
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