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Opinión

En espera del “novio”, entre necedad y sabiduría

Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con sus lámparas en las manos, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron del aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a medianoche se oyó un grito: “¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!”. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan”. Pero las prudentes replicaron: “No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. 13Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.

[Evangelio según san Mateo (Mt 25,1-13), 32o domingo del tiempo ordinario]

El Evangelio que la Iglesia nos propone para este domingo aborda el tema del Reino de los Cielos. Con el fin de explicar la lógica de este Reino, Jesús se vale de una parábola en la que compara este nuevo régimen con “diez vírgenes” (griego: déka parthénois) que, con sus “lámparas en las manos, salieron al encuentro del novio” (Mt 25,1). Las “vírgenes” son clasificadas en dos grupos que se componen de “cinco vírgenes” cada uno. En el relato, desde el principio, se discrimina un grupo del otro por la doble calificación “necias” (griego: mōrai) y “sabias” (griego: phrónimoi), dos modos de vida opuestos y relacionados con la concepción sapiencial.

La parthenía o “virginidad” (cf. Lc 2,36) se refiere a una muchacha en edad de casarse. Estas mujeres jóvenes, aún no casadas, aguardan la llegada del “novio” (griego: nynphíos) con el fin de participar en el “banquete de bodas” (cf. Mt 25,10c). La figura del “novio”, en Mt 9,15, alude a Jesús cuya presencia —“durante la boda”— es signo de alegría y de gozo, razón por la que los discípulos no tienen motivo para ayunar. Ayunarán cuando el “novio” sea arrebatado, en alusión al desenlace final de su experiencia terrenal. En nuestro texto, el “novio” de la parábola es esperado (Mt 25,1), tarda en llegar (Mt 25,5), se anuncia su presencia (Mt 25,6) y, finalmente, “llega” (Mt 25,10). Seguidamente, la denominación “novio” es cambiado en el relato por el título “señor” (griego: kýrios) al que se le suplica que abra la “puerta” a quienes llegaron atrasadas al banquete. En la misma perspectiva que los demás evangelios, tanto en los sinópticos como en el joánico, la figura del “novio” se delinea en un horizonte significativo de eminente predicamento cristológico. Según parece, su demora alude a la parusía o segunda y definitiva venida del Mesías, tiempo de espera que se dilata en la historia.

El primer grupo de “vírgenes” —que espera al “novio”— es calificado como “necias” (Mt 25,2). El adjetivo griego mōrós indica una actitud “tonta”, “estúpida” o “insensata”. En la enseñanza del monte, es el calificativo más grave que se puede aplicar al hermano porque alude no solo a la “insensatez” sino, según la comprensión judía, a la “impiedad”. De hecho, la sanción prevista para quien formule este epíteto —por la gravedad que implica— se hace merecedor de la “gehenna de fuego” (Mt 5,23c). En la parte conclusiva de la enseñanza del Monte, mōrós o “necio” es una locución negativa atribuida por Jesús a quien habiendo escuchado la palabra de Dios fue inconsecuente al no ponerla en práctica y, como lógica repercusión, arruinó su vida, representada —en el discurso (Mt 5,1—7,29)— por la casa derrumbada en razón de haber sido construida sobre una base de arena, incapaz de sostenerse ante las fuerzas indomables de la naturaleza (cf. Mt 7,26). Jesús emplea también el adjetivo “necios” contra escribas y fariseos, en paralelo con el simbolismo de la “ceguera”, por las contradicciones de sus doctrinas insensatas (cf. Mt 23,17). A la luz de estos textos, se puede comprender que la “necedad” o mōría, aplicada aquí a cinco de las diez vírgenes, es de extrema dureza porque representa una conducta de vida que arriesga la misma salvación.

El segundo grupo de “vírgenes” es rotulado como “sabias”. El adjetivo griego phrónimos, en contraste con la “necedad”, tiene que ver con la “inteligencia”, la “sagacidad” y la “prudencia”. En el primer Evangelio, Jesús emplea este adjetivo con el fin de caracterizar al “hombre” que habiendo escuchado la palabra de Dios fue consecuente y se adhirió a ella poniéndola en práctica y esta opción de vida es representada por la imagen de la construcción del edificio de la casa cimentada sobre un sólido fundamento, capaz de resistir los más fuertes embates de los vendavales (Mt 7,24). Se emplea, igualmente, el apelativo phrónimos en el sentido de “astucia”, cualidad atribuida a las “serpientes”, como una nota que deberá caracterizar a los misioneros, en razón de que, en el contexto del mundo en el que deberán evangelizar, predicarán como “ovejas” en medio de “lobos”. En paralelo a esta “sagacidad” o “cautela”, Jesús presenta la “sencillez” (griego: akéraios), propia de las palomas (Mt 10,16), la segunda característica del misionero. Este paralelismo enseña que “inteligencia” y “sabiduría” van de la mano con la “humildad” y “simplicidad”. Del mismo modo, Jesús designa phrónimos al “siervo fiel” que cumple cabalmente con la tarea asignada por su señor aún estando este ausente. El concepto de “fidelidad” (griego: pistós), en paralelo con “prudencia”, ayuda a iluminar el concepto de “sabiduría” según la perspectiva de san Mateo (Mt 24,45).

De la “necedad” o “sabiduría”, actitudes y opciones con las que se encara la vida, dependerá el acceso a la “fiesta de boda” que simboliza, precisamente, el Reino de los Cielos. En este punto, surge espontánea la pregunta: ¿Cuál es el motivo por el que unas son calificadas “necias” y otras “sabias”? La parábola, por su naturaleza “comparativa”, no se ocupa en describir los detalles de la vida y de la experiencia de estas vírgenes. Nos presenta imágenes y figuras que deberán ser descifradas para comprender las opciones fundamentales de cada una de ellas. En la parábola se habla de “lámparas”, útiles para la vigilia nocturna, y del “aceite” necesario para mantener las lámparas encendidas.

Por un lado, se relata la actitud imprudente de la “vírgenes necias” que se dejaron estar y no proveyeron las alcuzas de sus lámparas del indispensable “aceite” para mantener sus lámparas encendidas (Mt 25,3). Y como el “novio” tardaba en llegar tuvieron sueño y quedaron dormidas. Y cuando se oyó el anuncio, en torno a la medianoche, de que llegaba el “prometido”, estas cinco vírgenes se percataron de que no tenían el suficiente combustible para mantener encendidas las lámparas y salir a recibir al “novio”. Pidieron a las “sabias” que se las proveyeran, pero estas se negaron porque argumentaron que, si compartieran el aceite, corrían el riesgo de quedar todas en la oscuridad. Por eso, las prudentes aconsejaron a las insensatas que salieran a comprar mientras llegaba el “prometido” (Mt 25,4-9). La figura del “aceite” (griego: élaion), extracto del olivo, se empleaba como “remedio curativo” (cf. Mc 6,7.13; Lc 10,34); para ungir a enfermos (Sant 5,14s); una mujer ungió los pies de Jesús con “perfume”, como gesto de amor, al contrario de Simón, un fariseo que, como anfitrión, no observó el protocolo de ungirle con “aceite”, al invitado Jesús, que llegaba a su casa (cf. Lc 7,36-50). En general, el “aceite” expresa “alegría” (cf. Am 6,6; Sal 23,5; Prov 27,9; Ecl 9,8). En nuestro texto se emplea como combustible de la lámpara (cf. I. Broer), asociado, según parece, con una experiencia sabia y prudente de la vida. Esa opción de vida es personal e intransferible; por eso las sabias no pueden compartir su aceite con las necias. No se trata de una actitud antisolidaria sino la simbolización de lo que cada una ha elegido como “camino” de vida.

Por el otro lado, se describe la actitud previsora de las “vírgenes prudentes” que, a su tiempo, se proveyeron del “aceite” imprescindible para mantener sus lámparas encendidas durante la espera nocturna. Como el “novio” tardaba en llegar, lo mismo que las “necias”, las “sensatas” fueron vencidas por el sueño y quedaron dormidas, pero, a diferencia, de las “insensatas”, cuando se oyó el grito del arribo del “prometido”, ellas se despertaron, dispusieron sus lámparas y se prepararon para la llegada. Por eso, cuando llegó el “novio”, ellas estaban preparadas y entraron al banquete de boda.

En este punto de la narración, se menciona un dato inquietante que implica “límite”: “…y se cerró la puerta” (Mt 25,10d). El ingreso del “novio” a la sala nupcial es el momento para la clausura del acceso al recinto del banquete. Las cinco vírgenes necias que salieron a comprar aceite llegaron después de la entrada del “prometido” y a pesar de la insistencia (“¡señor”, “señor”!) para que se les abriera la puerta, la respuesta del “novio” —que ahora es invocado como kýrios— fue negativa. El argumento del “señor” tiene que ver, precisamente, con el ámbito de la sabiduría: “En verdad que no las conozco” (Mt 25,12). Es decir, no ha tenido experiencia (de vida) con ellas. El modo solemne que encabeza la respuesta (“con seguridad les digo” [amēn légō hyīn]) comunica certeza y definición. Definitivamente, la “puerta” no podrá ser abierta para las “necias”.

En la sentencia final, Jesús advierte: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25,13). Esta exhortación a la “vigilancia” (verbo griego: grēgoreō) es una invitación no a la actitud pasiva, de una “espera” inmóvil, sino un estímulo para “custodiar” y “observar” la palabra de Dios, “protegerla” y “cumplirla” (cf. Mt 5,21-25). La escena parece casi transformarse de fiesta de nupcias en tribunal y el personaje que funge de esposo deviene en juez. La sentencia adquiere un tono inexorable sancionando el “desconocimiento” que se transforma en rechazo (cf. S. Grasso).

En síntesis: Esta parábola de perspectiva “escatológica” —relacionada con el fin de los tiempos— nos enseña a prepararnos, durante esta experiencia terrenal, con los criterios de la sabiduría bíblica que, básicamente, se fundamenta en la capacidad de comprender en profundidad el misterio humano y vivir según una lógica de actitudes relacionada con “la astucia de la serpiente” y la “mansedumbre de la paloma”, es decir, con la sagacidad y la humildad, simultáneamente. El sabio no es el que se pavonea y alardea de su conocimiento ni el que presume de su rango o posición sino aquel que actúa con sencillez y sobriedad. El prudente no es complicado y enmarañado sino simple, llano y sencillo; su tenor de vida está marcado por la rectitud y la pureza de corazón. Es auténtico y sin doblez. Ser sabio, según san Mateo, supone, al mismo tiempo, “fidelidad” al Señor Jesús el cual nos muestra el camino de la vida y el arte de la convivencia en su Evangelio.

1 Comment

1 Comentario

  1. MARIA VICENTA ZAVALA

    12 de noviembre de 2023 at 07:12

    Una verdadera clase maestra de este Evangelio, que nos permite conocer más aún la fuerza de sus enseñanzas .
    Que claridad y sabiduría la del Padre Villagra.

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