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Opinión

Llamada y elección

Tomó Jesús de nuevo la palabra y les habló con parábolas. Les dijo: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero estos no quisieron venir. Volvió a enviar otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: ‘Mirad, mi banquete está preparado. Ya han sido matados mis novillos y animales cebados, y todo está a punto. Venid a la boda’. Pero ellos no hicieron caso y se fueron: el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. El rey, enojado, envió sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos e invitad a la boda a cuantos encontréis. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Cuando entró el rey a ver a los comensales vio allí a uno que no tenía traje de boda. Le dijo: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’ Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos”.

[Evangelio según san Mateo (Mt 22,1-14) — XXVIII domingo del tiempo ordinario]

El texto evangélico de la liturgia de la palabra, para este domingo, forma parte del “discurso en parábolas” de Jesús. El tema en torno al cual gira el relato es el “Reino de los Cielos” comparado aquí con la celebración de un banquete de bodas del hijo del rey. No se trata de una simple “cena” o “fiesta” sino de la celebración de una “alianza matrimonial”. El vocablo griego gámos (“boda”) se repite ocho veces dando tonalidad a todo el relato. Con todo, el “hijo”, que debería ser el personaje central —puesto que se trata de su boda— solo es mencionado al principio, en una sola ocasión (Mt 22,2). La figura del “matrimonio” es recurrente en la tradición bíblica. A menudo se la emplea con el fin de expresar las relaciones de Dios con su pueblo, en concreto entre Yahwéh e Israel porque los autores sagrados quieren subrayar que, entre ellos, hay una relación íntima (como la de una pareja). En el mismo sentido, Jesús es presentado como “esposo” de la nueva comunidad que él funda (cf. Mt 9,15). Juan el Bautista lo llama “el novio” (cf. Jn 3,28-31). Así también en el Apocalipsis se presenta al “Cordero y la Novia” relacionados según categorías matrimoniales con el fin de representar la comunión definitiva (cf. Ap 19,7-8).

El auditorio de Jesús sigue siendo las autoridades hebreas vinculadas con el Supremo Consejo o Sanedrín: Sumos sacerdotes, escribas, ancianos y fariseos (Mt 21,23.45; cf. v. 15). Ellos representan a la élite religiosa, a la nobleza laica e intelectual de Israel. Se presentan como enemigos consuetudinarios de Jesús porque, en todo momento, buscan la forma de tenderle una trampa y, finalmente, terminarán confabulándose para arrestarlo y, después de un sumario proceso judío y romano, condenarlo a muerte.

En nuestra parábola (Mt 22,2-14), se puede distinguir dos partes fundamentales: El proceso de invitación de los comensales y la celebración del banquete.

En la primera parte, el texto deja entrever dos grupos de invitados: El primero que rehusó y, el segundo, definido —en conjunto— como “malos y buenos”, que aceptó participar de la celebración. En la parábola se especifica que el rey se vale de unos “siervos” (griego: doūloi), encargados de “llamar a los invitados” (Mt 22,3).

Para el primer grupo, que parece identificarse con los destinatarios privilegiados, se da una insistencia. Ante la negativa a acudir después del primer aviso —porque rehusaron participar—, el rey envía otros servidores con el fin de hacer una segunda invitación con la explicación pormenorizada de los preparativos de la fiesta y una “rogativa” final: “Venid a la boda” (Mt 22,4). Que el rey se encargue de detallar todo lo que se previó para el acontecimiento no es un dato menor: “Banquete preparado”, “novillos matados”, “animales cebados”, todos los detalles previstos. No solo parece emplear aquí el argumento económico, al subrayar la inversión realizada, para constreñirles a que acudan, sino refleja, sobre todo, el empeño y el cariño puestos en la boda del príncipe, su hijo. Con todo, los primeros invitados que, en la primera oportunidad ni se molestaron en esgrimir los motivos de la inasistencia, ahora del mismo modo “no hicieron caso” y se “marcharon” a su campo o a su negocio. Es más, un grupo indeterminado, identificado aquí con la expresión “los demás”, se encargó de vilipendiar a los siervos para luego asesinarlos (Mt 22,5-6). Esta reacción violenta y desproporcionada de algunos que golpean y matan a los enviados es una alusión al destino de los profetas perseguidos en la historia del pueblo de Israel (cf. Mt 23,37-39).

Además, la agresividad de los invitados se puede comparar con la de los “viñadores” que no solo matan a los enviados del dueño de la propiedad sino también al Hijo pretendiendo quedarse con la herencia (cf. Mt 21,35-39). Esta violencia es sancionada por el rey que hace matar a los primeros invitados y ordena destruir su ciudad. Así la negativa de los invitados se transforma en la causa de su ruina. El desaire y la incomprensible reacción violenta de los invitados “enfurecieron” (griego: orgízomai) al rey que decidió enviar tropas para “dar muerte a los homicidas y prender fuego a su ciudad” (Mt 22,7). La eliminación de los invitados y la destrucción de la ciudad parece evocar la institución bíblica veterotestamentaria del herem (“consagrar al exterminio” o al “anatema”) por la cual no se deja un solo superviviente y se arrasan o desmantelan los edificios (cf. Ex 22,19; Lv 27,28-29; Nm 21,35).

Después de la dantesca escena que describía el fin violento de los invitados, la parábola progresa con la presentación de una nueva iniciativa del rey: Llamó a sus siervos para darles una nueva misión fundamentándoles su decisión: Como la boda estaba preparada y los invitados eran indignos (griego: ouk áxioi) les ordenó para que salgan en los cruces de los caminos e inviten en forma indiscriminada: “a quienes encontréis” (Mt 22,8-9). Se trata del segundo grupo. Resulta sugerente el modo en que se define la “totalidad”: “Malos y buenos”, dos extremos que califican la conducta moral humana.

Sin detenerse en observar que esta vez todos los invitados acudieron, Jesús, que relata la parábola, dice, simplemente: “La sala de bodas se llenó de comensales” (Mt 22,10). A diferencia de los primeros invitados, estos no se rehusaron ni presentaron excusas de inasistencia. Finalmente, la fiesta se realizó como el rey quería: Con participantes venidos de todas partes.

Ya en la celebración del banquete, cuando el rey entró se percató de que había un invitado que no llevaba la vestidura adecuada; su traje no era para la ocasión. En la tradición bíblica, de ordinario, el vestido representa la dignidad o indignidad. El rey lo encaró por haber ingresado sin reunir las condiciones exigidas para el banquete. Y como el interpelado no pudo responder palabra alguna, el rey ordenó a sus siervos que lo aten de “pies y manos” y lo echen en las “tinieblas” de fuera (Mt 22,11-13a). Ser atado de “pies y manos” indica la total incapacidad para la movilidad, la anulación de su libertad y la idea de que está totalmente bajo el poder del rey.

La figura de las “tinieblas” y el “llanto y rechinar de dientes” sugieren un ámbito de sufrimiento y de dolor que configuran la esfera definitiva de la condena. Se refiere al momento escatológico del juicio final. Si la fiesta es símbolo del Reino de Dios que llega a su punto culminante en el momento de la celebración de las nupcias del Hijo, signo de comunión entre Dios y su pueblo, las tinieblas corresponden al ámbito de la condena y de la muerte, que en la teología del primer Evangelio tienen la característica de la irreversibilidad.

Jesús finaliza el relato de la parábola con una sentencia: “Porque muchos son llamados y pocos escogidos” (Mt 22,14). Según la fórmula establecida, “llamados” y “elegidos” no son coextensivos. Podríamos decir: La elección supone la llamada, es decir: Aquel que es elegido siempre es un “llamado” o “convocado”; pero no al revés, pues, hay llamados que, finalmente, no resultan elegidos, como el caso comentado en la parábola que no vino vestido con el “traje adecuado” (cf. Mt 22,11). La “llamada” es como una vocación universal que no exceptúa a nadie. Pero la “elección”, que implica una previa “llamada”, supone exigencias y comportamientos concretos en respuesta a la vocación planteada. En realidad, este pronunciamiento conclusivo (Mt 22,14) es la clave interpretativa de la parábola: Se construye sobre la contraposición entre “muchos” / “pocos” y “llamados” / “elegidos”. Si bien la invitación se extiende a todos (“malos” y “buenos”), finalmente quienes participan de la boda son solamente un pequeño número, en coherencia con la perspectiva del evangelista (cf. Mt 7,13-14).

En síntesis: La “vocación” o “llamada” de Dios no es garantía de acceso al Reino de Dios; es señal de la universal apertura del Padre Eterno que quiere que todos participen de su vida divina. Sin embargo, la “elección” —que abre el acceso a la vida eterna—, depende de la respuesta positiva a la convocatoria recibida. Esta respuesta consiste en la adhesión total a Cristo, presentado en la parábola como el “hijo del rey” a cuya boda se invita a participar. Los criterios de la adhesión al Mesías “rechazado” y “restablecido” (Mt 21,33-46) se delinean en el primer discurso inaugural y programático de Jesús que se condensa en la práctica de una “justicia superior” (cf. Mt 5,20).

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