Opinión
Es “necesario” que Jesús sufra mucho
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que le matarían y que resucitaría al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle diciendo: “¡Ni se te ocurra, Señor! ¡De ninguna manera te sucederá eso!” Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: “Ponte detrás de mí, ¡Satanás! ¡Solo me sirves de escándalo porque tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres!” Entonces dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué puede dar el hombre a cambio de su vida? “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles; y entonces pagará a uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán de la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino”.
[Evangelio según san Mateo (Mt 16,21-28) —22º domingo del tiempo ordinario]
El texto evangélico propuesto para el presente domingo subraya el “itinerario doloroso” que debe transitar Jesús de Nazaret al final de su ministerio terrenal (Mt 16,21). Del mismo modo, quien opta por el “camino cristiano” deberá recorrer —como su Señor— esa “vía de sufrimiento” que consiste en la negación de sí mismo (Mt 16,24-26). Al final de la historia, el Hijo del hombre juzgará el comportamiento de sus seguidores (Mt 16,27).
Este aviso sobre el fin de su experiencia terrena (Mt 16,21-28) es el primero de los tres anuncios de la “pasión” de Jesús según el primer Evangelio (cf. Mt 17,22-23; 20,17-19). La repetición o insistencia en el tema es indicio de su centralidad y relevancia en la perspectiva del evangelista. Si bien es cierto que refiere también su futura “resurrección al tercer día” (Mt 16,21c), no quedan dudas sobre el desenlace ignominioso de su experiencia en el mundo. En efecto, Jesús no proyecta un fin terrenal triunfalista de su ministerio sino, todo lo contrario, lo presenta como un “fracaso” desde la perspectiva humana. Él viene, por cierto, como un Mesías que debe “sufrir” y “padecer”.
El texto (Mt 16,21-28) sigue, inmediatamente, a la profesión de Pedro que lo reconoce como “Cristo” e “Hijo del Dios viviente” (Mt 16,16). En consecuencia, desde el momento en que se declararon su identidad mesiánica y su filiación divina, Jesús dejó en claro que su ministerio no estaba en función a responder expectativas sino en relación con el proyecto del Padre para salvación de los hombres.
En primer lugar, menciona a sus discípulos que la ciudad santa de Jerusalén estaba señalada como el lugar donde se consumarán los eventos finales de su vida signadas por los padecimientos y aflicciones. En efecto, según les anunció, “era necesario que él sufra mucho” (Mt 16,21b). El verbo griego páschō indica, sobre todo, “soportar”; y en este caso, sufrir “muchas cosas” (griego: pollá), sufrimiento que culminará en su “muerte” violenta (Mt 16,21c). No se tratará de una muerte natural o accidental sino de un deceso infligido por agentes externos, por lo que el verbo griego apokteínō adquiere el significado de “asesinato” (un “crimen de Estado”). No debe pasar desapercibido que estos sucesos se cumplirán “necesariamente” (griego: deī), dejando entrever, de este modo, que su muerte en manos de los hombres estaba prevista en un plan que trasciende la esfera humana.
Como responsables de su muerte física, Jesús señala a las autoridades que componen el Supremo Consejo o Sanedrín, organismo colegiado que gobernaba Israel bajo el control del representante plenipotenciario del emperador romano, en aquel tiempo el gobernador Poncio Pilato (cf. Mt 27,2). El Sanedrín (hebreo: bêt dîn haggādōl) estaba constituido por tres facciones: Por la aristocracia saducea sacerdotal, por la aristocracia saducea laica y, desde los tiempos de la reina Alejandra (75-67 a.C.), por los escribas, que eran mayoritariamente fariseos. La competencia de esta asamblea colegial, a la que aquí se añaden los “ancianos”, se extendía a la interpretación y aplicación del derecho civil y cultual de la Toráh, las decisiones sobre la guerra y la paz, la actividad judicial, la supervisión del templo y la adopción de decisiones sobre la práctica religiosa como el calendario de fiestas. El derecho de dictar “sentencia de muerte” (latín: ius gladii) le fue suprimido por Herodes el grande quien se atribuyó tal facultad, pero en los años 6 al 66 d.C. los gobernantes romanos se arrogaron esa prerrogativa. Aunque en el texto se acusa directamente a este colegiado de ser responsable de la muerte de Jesús, como se verá, la función del Sanedrín consistirá en la toma de declaración de testigos y en el interrogatorio de Jesús con el fin de encontrar la notitia criminis, es decir, la comisión del delito que merezca la pena máxima (cf. Mt 26,59-67). Violando todas las normas de procedimiento jurídico, vigentes en la época, el Sanedrín logra embaucar al gobernador —que tenía el derecho de dictar la sentencia de muerte— para que este obtenga la falsa conclusión de que Jesús cometió alta traición con su actuación política (cf. U. Kellermann).
Respecto a la “resurrección al tercer día” vale la pena observar no solo la novedad de un Mesías sacrificado por los hombres y resucitado en breve tiempo sino la problemática que representa la expresión “al tercer día”. Estamos habituados, sobre todo en Occidente, a juzgar los acontecimientos desde una perspectiva espacio-temporal. Y como nuestro conteo se realiza, frecuentemente, desde un horizonte realístico, no coinciden los “tres días” con la resurrección dominical. Pues, si Jesús hubiese muerto el “viernes santo” a las tres de la tarde —como se ha impuesto en la religiosidad—, el “tercer día” debería corresponder, con precisión, al lunes a las tres de la tarde. Aquí hay dos problemas que resolver: el tema del simbolismo numérico y el problema del calendario empleado.
En primer lugar, el número “tres”, en la Biblia, no necesariamente es de orden cuantitativo sino cualitativo, es decir, es un referente aritmético que se emplea como “vehículo” de simbolización de un tiempo no de orden humano sino divino. Así, por ejemplo, Jonás estuvo “tres días y tres noches” en el vientre del cetáceo o ballena (Jonás 2,1); y Jesús contrapone la destrucción del templo de Jerusalén, construido en “cuarenta y seis años”, a los “tres días” de su reconstrucción (cf. Jn 2,19-21). En consecuencia, la resurrección no se considera en el marco de la comprensión temporal humana sino de Dios. En este horizonte, Jesús puede decir al “ladrón arrepentido”: “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). No dentro de “tres días” sino “hoy”. Este dato nos hace pensar que lo que nosotros concebimos como “tiempo”, entendido como factor del devenir de la historia, adquiere en la esfera propia de Dios un significado totalmente distinto.
En segundo lugar, respecto al calendario, usamos el “gregoriano” (solar) mientras las Sagradas Escrituras, desde el punto de vista de la medición del tiempo, supone el calendario judío-babilónico (que tiene en cuenta las fases lunares). Ambos calendarios no coinciden en la clasificación de meses, días y horas. Las expresiones “jueves”, “viernes”, “lunes”, etc., pertenecen al calendario gregoriano y responden a referentes temporales no judeocristianos.
La intervención de Pedro, después del aviso, abre una nueva escena de discusión entre Jesús y el principal discípulo, cabeza del colegio apostólico. Pedro lo aparta del grupo con el fin de desaprobar la consumación de su vida terrenal oponiéndose a su anuncio de sufrimiento sin siquiera tener en cuenta la resurrección final también anunciada. Literalmente le dice: “¡(Sea Dios) clemente contigo, oh Señor!” (cf. Blasβ-Debrunner), es decir, “¡sea Dios clemente apartando a Jesús de la pasión!” (ThWNT). Y añade: “Esto no te sucederá a ti” (Mt 16,22c). La actitud de Pedro, que probablemente refleja la expectativa de los demás discípulos (cf. Mt 20,20-23: el “arribismo” de los Zebedeo), no es concordante con la visión de Jesús y el plan de Dios.
Por lo dicho en precedencia, la reacción no se hace esperar: Jesús da un “giro” y reprende a Pedro. El texto bíblico, al respecto, no dice “¡quítate de mi vista, Satanás!” —como traduce, por ejemplo, la Biblia de Jerusalén: cf. Mt 16,23b)— sino “ponte detrás de mí, Satanás”. Es verdad que el “ponerse detrás” implica “desaparecer” de la presencia de Jesús, pero este modo de comprender obedecería a una percepción “nerviosa” y “furibunda” de la reacción de Jesús, cuando es más lógico pensar en una perspectiva vocacional. De hecho, la expresión griega opísō mou, empleada aquí, es una expresión técnica para indicar “seguimiento”. La frase, exceptuando Mt 24,18, está en clave vocacional (cf. Mt 3,11; 4,19; 10,38 y 16,24). Lo que Jesús indicó a Pedro es que su actuación no correspondía a la de un discípulo el cual “debe seguir” al Señor y maestro (“ponerse detrás”) no solo en el sentido “físico” o “locativo” de la expresión sino cumpliendo el rol de “neófito”. La función “docente” corresponde al maestro, no al discípulo. Este debe actuar como “prosélito”, como quien sigue el “camino” trazado por su Señor. Por este motivo, la pretensión de Pedro es calificada como propia de Satanás el cual cumple, en las Sagradas Escrituras, el papel de “oponente” del proyecto de Dios, como “opositor” y “tentador” o “seductor” (cf. Job 1,6-12; 2,1-17; Mt 10,4; Ap 12,9-10). Pedro y sus compañeros, en consecuencia, no deben oponerse al plan de Dios diseñado para la salvación de la humanidad sino ponerse en seguimiento existencial del Mesías por la “vía dolorosa”.
Con el fin de refrendar la corrección a Pedro, Jesús añade: “¡Solo me sirves de escándalo porque tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres!” (Mt 16,23b). Así, resulta evidente que la manera de pensar (griego: phronéō) del apóstol se manifiesta en línea con la lógica del mundo, con la concepción humana del triunfalismo y, en contravención con los postulados de Dios. La conducta de Pedro es calificada de “escándalo” (griego: scándalón) que adquiere el significado de “trampa”, “ocasión para el pecado” y recurso para “la caída”. Se puede decir que Pedro “se convierte en la tentación personificada de Jesús, porque intenta seducirle, como hace Satanás” (cf. Mt 4,10) para que no vaya por el camino del sufrimiento que el Padre ha determinado para él” (cf. H. Giesen).
Luego de la severa amonestación al príncipe de los apóstoles, Jesús se dirige a sus discípulos con el fin de dar una inequívoca lección sobre las implicancias vocacionales: “Seguirle” al Mesías es una cuestión seria que debe asumirse plenamente con todas las consecuencias que conlleva. Esta opción vocacional de ser cristianos y, sobre todo, cooperadores de la evangelización, no se configura con otros tipos de “seguimientos”, como en las escuelas filosóficas o los partidos religiosos o políticos, sino con la “escuela de la cruz”, con el vía crucis en el que se compromete la propia vida. Arriesgar la vida por la causa de Cristo será la condición para obtener la vida verdadera y definitiva. Pretender seguirle, pero sin riesgos, contemporizando con el mundo, y el modo humano, llevará al fracaso y a la perdición definitiva. El sistema mundano puede ofrecer el “éxito”, la “conquista” de la cumbre de las metas y objetivos diseñados por la mente humana; y hay quienes pueden lograr esas “cúspides” y “ganarse el mundo entero” pero, según la reflexión retórica de Jesús, ¿de qué sirven? Pues, no sirven para nada ante el valor de la vida que puede exponerse a la ruina. Nada hay de más precioso y valioso que el don de la vida definitiva (Mt 16,24-26).
Empleando un título apocalíptico para referirse a sí mismo (“Hijo de hombre”), Jesús advierte que vendrá, al final de los tiempos, “en la gloria de su Padre”, acompañado de su corte celestial (“ángeles”) con el fin de “pagar” a cada uno según su “práctica” (griego: práxis), es decir, otorgará —o no— la recompensa merecida, según la conducta de sus seguidores, en relación con el testimonio ofrendado por la causa del Reino de los Cielos (Mt 16,27). Podría decirse que esta perspectiva escatológica, así formulada, se basa en el esquema de una justicia retributiva o bien en la idea de un restablecimiento de la justicia conculcada a los testigos durante el desarrollo de la historia.
El último anuncio de Jesús parece ser una exhortación a la perseverancia indicando que la segunda venida del Hijo del hombre (cf. Dn 7,13) se concretará, aparentemente, en breve tiempo: “Os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán de la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino” (Mt 16,28). La cercanía del “juicio” pierde su dimensión “terrorífica” porque el Hijo del hombre que promete venir no es otro que Jesús mismo que la comunidad conoce y reconocerá. El concepto de la “proximidad”, según parece, pasa por alto el aspecto de la temporalidad, subrayando que el anunciado “Reino de los Cielos” ya se irá concretando, cuanto antes, en el “Reino del Hijo del hombre” que será puesto en movimiento por la comunidad eclesial naciente (cf. U. Luz).
En conclusión: El camino del ministerio de Jesús está marcado por la experiencia de la cruz, del rechazo y del vilipendio que culmina con su muerte violenta. Este itinerario, si bien es voluntad de Dios, en el plano histórico obedece a la voluntad del estamento religioso y político de la época que lo rechaza porque su anuncio y su conducta difieren de sus esquemas mentales. Así, la “cruz” no se limita al suplicio histórico, consumado en el Gólgota, sino representa el destino de “dolor”, de “sufrimiento” y de “pasión” vivenciados por el Mesías, vía crucis al que también deberán asociarse sus discípulos y todos los cristianos —de todos los tiempos— a fin de ganar la vida eterna. Al creyente se le advierte que no es posible contemporizar con el mundo y seguir a Jesús, simultáneamente, porque los “caminos” y “pensamientos” de Dios no coinciden con la perspectiva de “éxito” y de “triunfo” que proyectan los seres humanos en el efímero tiempo de su experiencia histórica. El discípulo más prominente puede cumplir un rol satánico cuando formula una vía paralela o alternativa a la diseñada por Dios.
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