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Opinión

“Mujer, grande es tu fe”

Y salió de allí y se retiró a la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: “¡Ten misericordia de mí, Señor, ¡Hijo de David! Mi hija ha sido malamente poseída por el demonio”. Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: “Despídela, que viene gritando detrás de nosotros”. Respondió él: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!” Él respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. “Sí, Señor —repuso ella—. Pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, grande es tu fe; que suceda como deseas”. Y desde aquel momento quedó curada su hija.

[Evangelio según san Mateo (Mt 15,21-28) — 20o domingo del tiempo ordinario]

El texto evangélico propuesto para este domingo se inicia con un dato geográfico: “Y salió de allí y se retiró a la región de Tiro y de Sidón”. El narrador menciona el punto de llegada, pero obvia el punto de partida. En realidad, la expresión “y salió de allí” (Mt 15,21a) se refiere a Genesaret (Mt 14,34), localidad en la que la embarcación de Jesús y de sus discípulos “tocó tierra” después de la travesía sobre el lago. En ese episodio se relataba que Jesús caminaba sobre las aguas y Pedro que intentó hacer lo mismo sucumbió en razón de su “poca fe” (Mt 14,22-32). Genesaret (griego: Gennēsarét), conocido también como Gennésar en el primer libro de los Macabeos (11,67), asimilado más adelante a Nazaret, es territorio de Galilea, norte de Israel. “Tiro” (griego: Týro), que en el Nuevo Testamento aparece con frecuencia junto a “Sidón” (griego: Sidōn), es territorio extranjero, de Fenicia. Esta información no debe pasar desapercibida teniendo presente que —como Jesús mismo dirá—: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). No se dice que va a las ciudades de Tiro y de Sidón sino a la “región” (griego: eis tà mérē). De todos modos, es territorio pagano.

Si Jesús fue enviado exclusivamente a los hijos de Israel… ¿por qué pasó la frontera, a territorio gentil? El evangelista, después de la ambientación geográfica de la misión de Jesús, se concentra en la presencia de una “mujer cananea” (Mt 15,22). En el Evangelio según san Marcos se dice que esta mujer era “griega, sirofenicia de nacimiento” (Mc 7,26). Con este dato de san Marcos se quiere subrayar su cultura pagana. La denominación “cananea” es un gentilicio antiguo para designar a las personas que habitaban, en tiempos de Jesús, la costa y el interior de la provincia romana de Siria. La expresión “que había salido de aquel territorio” (Mt 15,21b) insiste en la nacionalidad extranjera de la innominada mujer.

En el primer cuadro, el evangelista describe la conducta de la mujer que “gritaba” (griego: ékrazen), en imperfecto, lo que indica una acción continua: Gritaba sin pausa. Imploraba una acción “misericordiosa” (griego: eleéō) de parte de Jesús a quien se dirige con dos títulos cristológicos: “Señor” (griego: kýrios) e “Hijo de David” (griego: huiós Dauíd). El empleo del título “Señor”, en el Evangelio de Mateo, implica reconocimiento de la divinidad de Jesús y el uso del título “hijo de David” supone la afirmación de que el Mesías prometido a Israel desciende, según la carne, de la casa del rey David. La acción misericordiosa que suplica la mujer no es para ella sino para su “hija que estaba malamente poseída por el demonio” (Mt 15,22b).

En varios episodios, en el Evangelio de Mateo, se narra la petición de una acción “misericordiosa” a Jesús: En el caso de “los dos ciegos” que suplican con vehemencia que les abriera los ojos (Mt 9,27-31); también imploró misericordia un hombre a favor de su hijo que era “lunático” (griego: selēniázomai) que “sufría mucho” (Mt 17,14-21). En la parábola del “siervo inmisericorde”, el rey reclama a su siervo, a quien perdonó una deuda de “diez mil talentos”, no haber actuado con “misericordia” (Mt 28,33) con su compañero, por una deuda de “cien denarios”, habiendo sido él el beneficiario de una gran condonación. A este lo trata de “siervo malvado” y se le sanciona con la sentencia de tener que pagar toda la deuda (Mt 18,15-35). Los “dos ciegos de Jericó”, sentados en el camino por donde Jesús pasaba, ruegan “misericordia” (Mt 20,30) con el propósito de poder “ver” (Mt 20,29-34). Sobre el tema, resulta particularmente relevante que la “misericordia” sea la quinta bienaventuranza, concomitante con la “justicia”: “Felices los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). También Mateo es el único evangelista que cita dos veces el texto del profeta Oseas (6,6): “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13; 12,7). En sus invectivas contra los escribas y fariseos, junto a la “justicia” y a la “fe”, Jesús cita la “misericordia” como uno de los tres pilares de la Toráh, centro neurálgico de la revelación bíblica veterotestamentaria.

La solicitud de la mujer cananea se refiere a una posesión demoniaca (Mt 15,22b). El pasivo del verbo “demonizar” (griego: daimonízetai) señala una acción externa al “hijo” en el que el agente (el “demonio”) ha actuado con una fuerza potente de signo negativo: “malamente” (griego: kakōs). En varios pasajes, Mateo relata acciones taumatúrgicas de Jesús con el fin de expulsar demonios: Antes de pronunciar su primera enseñanza, la programática (Mt 5,1—7,29), en el contexto del anuncio del Reino de los Cielos (Mt 4,24); después de este discurso, en Cafarnaún, luego de haber sanado a la suegra de Pedro (Mt 8,16). En la región de los gadarenos expulsa demonios de dos personas salidas del sepulcro que se manifestaban con violencia (Mt 8,28-33). Hace lo mismo con el “endemoniado mudo” que no podía hablar a causa de la posesión (Mt 9,32) y en el caso del “endemoniado ciego y mudo” cuando los fariseos, que estaban observando, usaron como pretexto el milagro realizado con el fin de acusarlo de exorcizar con el “dedo de Beelzebul, príncipe de los demonios” (Mt 12,22). En el caso de la mujer sirofenicia o cananea, en principio, Jesús no responde a la petición; sencillamente, no dice nada; no responde a la súplica de la mujer (Mt 15,23a).

En el segundo “cuadro”, Mateo da cuenta de la intervención de los discípulos de Jesús. Ellos se acercaron y le rogaban: “Despídela, que viene gritando detrás de nosotros” (Mt 15,23b). El imperfecto del verbo griego erōtaō (“rogar”, “suplicar”) revela que la acción de mediación de los discípulos era reiterativa. Pedían que “despida” a la mujer en razón de su grito insistente. Según el texto, ella iba detrás del grupo reclamando misericordia. La respuesta de Jesús a sus discípulos fue negativa. Se niega a atender a la mujer porque, según les dice, solo fue “enviado para las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). En este mismo sentido, cuando envió a “los Doce” a la misión les dio la siguiente instrucción: “No toméis las rutas de los paganos ni entréis en poblados samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,5-6). El pueblo hebreo (“los judíos”), como herederos de la elección y de las promesas, deben ser los primeros en recibir el ofrecimiento de la salvación mesiánica. Según parece, Pablo de Tarso empleaba también esta táctica, pues se dirigía primero a los judíos y solo después de la negativa de estos, anunciaba a los gentiles (Hch 17,2-3; cf 13,46). Esta segunda negativa de Jesús deja sin palabras a los discípulos.

En el tercer “cuadro”, nuevamente interviene la mujer pagana, sirofenicia, esta vez no solo mediante palabras sino con un gesto nítidamente religioso: el acto de la “adoración” (griego: proskynéō). Esta acción que se realiza mediante la “postración” describe la conducta de los que se acercan a Jesús para rendirle el homenaje que corresponde al Hijo de Dios (Mt 14,33). Es un acto de sumisión, lleno de confianza, porque en el Jesús terrenal se reconoce la plenitud de la autoridad divina (Mt 28,18). Por eso, la pretensión del tentador de que Jesús se postre ante él y le rinda pleitesía es rechazada categóricamente con la observación de que tal reverencia solo corresponde a Dios (Mt 4,10; cf. Dt 6,13).

La mujer no se doblega, no se rinde. El empleo de la conjunción adversativa griega (pospositiva), que se puede traducir por “pero”, “sin embargo”, o “no obstante”, indica una actitud contrastante con la reiterada negativa: Es decir, a pesar de la oposición o “negativa”, mediante el silencio, primero, y la desaprobación, después, de atender a su súplica, ella se muestra impertérrita. Vuelve a insistir. Apelando al “señorío” de Jesús (griego: vocativo kyrie) le implora: “Ayúdame” (griego: boētheō). Así la misericordia requerida, al principio, se convierte en “clamor”, en una petición de auxilio en tono imperativo.

La respuesta de Jesús, en coherencia con lo que había expresado a los discípulos que intentaron mediar inútilmente (Mt 15,23), se dirige, ahora, directamente a ella: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. La respuesta es fuerte, quizás dura; es la tercera negativa. La imagen que emplea del “pan” que simboliza los bienes salvíficos destinados a Israel, es decir, a los hijos, tiene preeminencia. Los primeros destinatarios de la misión son los miembros del pueblo elegido. Por eso, atender la petición de una pagana no tiene un carácter prioritario. Quizás el empleo del vocablo diminutivo “perritos” (griego: kynaríois) pueda hacernos pensar en un recurso de mitigación al tono despectivo que conlleva el calificativo “perros” aplicado a los extranjeros y gentiles.

La reacción responsorial de la mujer también es inesperada, sorprendente. No reacciona mal; no se siente rechazada; por un lado, da la razón a Jesús y, por el otro, vuelve a reclamar misericordia por tercera vez; con la mediación de los discípulos, ya era la cuarta intervención: “Sí, Señor —repuso ella—. Pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (Mt 15,27). Con esta aseveración, no solo sigue reconociendo el “señorío” de Jesús sino, además, acepta la inferioridad de condición, de su status pagano, frente a los judíos a quienes califica de “amos”. Ella no reclama una posición privilegiada ni una atención especial o preferencial sino los “restos” o “migajas” que caen o sobran en la mesa de sus señores.

La inconmovible actitud de la mujer, que dio muestras de tenacidad y de perseverancia, ocasionó, por fin, la reacción positiva de Jesús: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (Mt 15,28a). El adjetivo comparativo griego megas, “grande”, que se refiere a la “fe” de la cananea, no alude a “tamaño” o “volumen” sino a aquello que “descuella” o “sobresale notablemente”, en el mismo sentido que se emplea para calificar la fe del centurión romano (Mt 8,10), una fe madura, constante, perseverante, a toda prueba, que no se rinde ante los obstáculos ni se desanima ante las negativas y desaprobaciones. Jesús, ante la fe probada de la mujer, le concede su pedido de sanación en bien de su hija que estaba “malamente endemoniada” (Mt 15,22b). Las palabras finales del evangelista ratifican lo expresado por Jesús: “Y desde aquel momento quedó curada su hija” (Mt 15,28b).

En conclusión: La fe de la mujer pagana calificada como “madura”, constante y perseverante, difiere de la fe de Pedro y de la de los discípulos, calificadas, con frecuencia, de “poca fe”, es decir, una fe inmadura que necesita “crecer” y afianzarse. Dos paganos, el centurión romano (Mt 8,10) y la mujer cananea (Mt 15,28) reciben, del mismo Jesús, un notable elogio. Esta distinción de ambos gentiles nos mueve a pensar que, de este modo, queda superada la inicial preeminencia de la “casa de Israel” para dar entrada, en el nuevo pueblo de Dios, a los paganos quienes, incluso, son presentados como modelos de los creyentes. De esta manera, sin clausurar el envío misionero a Israel, el Mesías abre nuevos caminos, acogiendo a todos. La lección que el texto nos plantea, además de la necesidad de avanzar hacia una confianza y fe plenas en Jesús, muerto y resucitado, consiste en superar el concepto de una Iglesia cerrada y aislada, avanzando hacia una Iglesia más abierta, que no “hace acepción de personas” (cf. Hch 10,34; Rom 2,11; Gál 2,6; Ef 6,9).

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