Opinión
Agua para todos y el derecho a la vida
Tomamos un vaso de agua y no vemos el milagro de la naturaleza en ese líquido vital. Construimos piscinas gigantescas cargadas con agua potable, mientras otros padecen por la falta de agua, y no imaginamos siquiera el costo de vidas humanas que el mal uso del agua y esos excesos pueden ocasionar. Hace unos años, la OEA me encomendó un estudio sobre las comunidades indígenas y el Acuífero Guaraní en Paraguay y Argentina. No podría reproducir en estas páginas mi informe, ya que tiene carácter confidencial. Gracias a la ayuda de varios colegas indigenistas, ecologistas, ingenieros hídricos de ambos países, pude realizar un trabajo fructífero que al mismo tiempo se constituyó en un ejercicio de sensibilización para todo el equipo, sobre la importancia del alto valor económico y social de los sistemas acuíferos por lo que requiere cuidados para su conservación. Asimismo, la trascendencia de la riqueza del agua subterránea debe ser entendida por el Estado como un don para todos, proveído por la Pachamama, estrechamente ligado al derecho de acceso al agua.
El Acuífero Guaraní nace en Brasil, ramificándose hasta Uruguay, se extiende en todo el territorio de la región oriental de nuestro país, y se prolonga al Chaco argentino hasta las proximidades de Salta. Es un tesoro de agua dulce que nos provee el vital líquido indispensable para la vida. Según la Ing. Elena Benítez, el Acuífero Guaraní “se extiende desde la cuenca sedimentaria del Paraná hasta la cuenca del Chaco Paranaense, su extensión se estima en 1.2 millones de kilómetros cuadrados” .En Paraguay, el acuífero Guaraní abarca los departamentos de Concepción, San Pedro Canindeyú, Caaguazú, Alto Paraná, Guairá, Caazapá, Misiones, Itapúa y Ñeembucú. Imaginen el tamaño y la riqueza inmensa que tenemos. En ese espacio geográfico se ubican los territorios ancestrales de propiedad de los pueblos indígenas Ava Guaraní, Mbya Guaraní, Aché y Pai Tavytera, donde se encuentran las principales áreas de recarga.
En el transcurso del trabajo de investigación pudimos comprobar la incidencia de las comunidades indígenas como guardianes en la conservación del acuífero ya que sus bosques están salvando la limpieza del agua, mientras que la deforestación afecta integralmente, en el riesgo de la destrucción del acuífero en su totalidad. Los acuíferos necesitan de los bosques y de las lluvias que filtran a través de las capas de carbonilla que permite su pureza de agua dulce. La misma ingeniera Benítez opina que se debe poner atención al alto valor estratégico y económico para el desarrollo sostenible y al mismo tiempo, entendemos que sólo el desarrollo sostenible protegerá a los acuíferos. Sin embargo, no hay conciencia de nuestra responsabilidad social en general tanto desde la mirada publica como en la observación de la conducta empresarial y ciudadana, ya que este bien tan preciado lo recibimos como una gracia proveída sin esfuerzos mayores; pero es cuando los arroyos empiezan a achicarse y de los manantiales deja de fluir el agua que empieza la angustia, y ya es tarde.
Casualmente en estos días estuve leyendo que el Uruguay se estaba quedando casi sin agua, y este hecho me hizo recordar de la instalación de una fábrica de celulosa, que había tenido varias denuncias incluso internacionales por los cultivos masivos de eucaliptus los que secan la tierra y afectan naturalmente a los sistemas de acuíferos. Aunque en las noticias se referían a la sequía y a la debilidad de los cuidados técnicos, y no se habla explícitamente sobre el caso referido, me permito suponer que la sequía pudo haberse ocasionado en parte con la plantación masiva de eucaliptus, y por una asociación espontanea comenzó a inquietarme el anuncio del cultivo de 135.000 hectáreas de eucaliptus en el departamento de Concepción. El Congreso debería interesarse por las inversiones y ejercer su control. Hace unos meses nomás integrantes de una comunidad del Pueblo Qom hicieron sendas protestas contra el cultivo de 30 hectáreas de eucaliptus en su territorio. Los indígenas saben. Los saberes indígenas son de tiempo inmemorial.
Este pensamiento me trae también a la memoria la existencia de los otros acuíferos como el Patiño, y el de Yrendagüe, este último que hace unos años estuvo amenazado por una exploración petrolera de “inversionistas”, y fue salvado con la denuncia de los indígenas Guaraní Ñandeva, con el apoyo de una organización no gubernamental. Me interpela cómo estará hoy este acuífero con tantas amenazas de deforestación, la ruta bioceánica y otros factores que pueden poner en riesgo la conservación de este patrimonio del Estado insustituible, y que necesita de una gestión eficiente de prevención para su protección contra las amenazas del cambio climático.
El acceso al agua es un derecho humano que debe ser garantizado, y sólo podemos hacerlo con la protección de la naturaleza. El agua no es objeto de mercancía. No se puede fabricar agua. Cuando recorro las comunidades indígenas de la región oriental, y veo las plantaciones de soja en las tierras de los indígenas, arrendadas por empresarios privados, me pregunto si con la desaparición de estos bosques cómo y en qué grado se estaría dañando las áreas de recarga. Pero ¿qué se puede hacer cuando la responsabilidad del cuidado del patrimonio del Estado no está en manos de uno mismo? En ese contexto, esta opinión sólo pretende ofrecer algún insumo de reflexión para el fortalecimiento de una conciencia colectiva que pueda llamar la atención a los hacedores de políticas públicas de prevención y sobre todo de los organismos de control, ya que por ahora están invirtiendo su tiempo en rencillas, y en banalidades que degradan el rango de su condición de representantes del pueblo.
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