Opinión
Parábola del trigo y la cizaña
(Jesús) les propuso otra parábola: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos se acercaron al amo y le preguntaron: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Por qué tiene entonces cizaña? Él les contestó: ‘Algún enemigo ha hecho esto’. Los siervos le dijeron: ‘¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?’ Les respondió: ‘No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Ya diré a los segadores, cuando llegue la siega, que recojan primero la cizaña y la aten en gavillas para quemarla, y que almacenen el trigo en mi granero”.
[Evangelio según san Mateo (Mt 13,24-30) — 16º domingo del tiempo ordinario]
El Evangelio de la liturgia de la Palabra nos presenta, para este domingo, una conocida parábola de Jesús. La Biblia de Jerusalén, una de las mejores traducciones de los textos originales a nuestro alcance, desde mi punto de vista, le confiere un título parcial (“parábola de la cizaña”), pues solo subraya el rol —negativo— de la cizaña, descuidando lo más importante: La figura del “trigo” que representa el aspecto positivo de la comparación. Me parece más adecuado denominar el texto: “Parábola del trigo y la cizaña”.
El tema, en torno al cual gira el relato, es el “Reino de los Cielos” el cual es comparado con “un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mt 13,24). En consonancia con la “parábola del sembrador” (Mt 13,3-9), Jesús extrae los elementos del ámbito agrícola. El vocabulario empleado (“sembrar”, “semilla”, “campo”, “cizaña”, “trigo”, “hierba”, “siega”, “granero”, etc.) hace referencia al mundo rural o campesino.
La siembra de la “semilla buena”, o de “calidad” (griego: kalós), se refiere al “trigo” (griego: sītos). En el relato se menciona a “los hombres” del “amo”, es decir, los “siervos”, encargados de cuidar el sembradío. Tal vez en la pausa de sus actividades, estos dormían, ocasión aprovechada por el “enemigo” (griego: echthrós) del amo que, en tal circunstancia desprevenida, sembró “cizaña” (griego: zizania) entre el “trigo” y se marchó (Mt 13,25).
En el siguiente cuadro, Jesús ya habla del brote de la hierba que produjo fruto; pero con la observación que, simultáneamente, también apareció la cizaña (Mt 13,26) que fuera sembrada por el “enemigo”. Ante la constatación de este hecho, los siervos se acercaron al “amo” con el fin de manifestarle su extrañeza, pues si ha sembrado “semilla buena” en su campo no les parecía explicable que brotara también la “cizaña” (Mt 13,27). La respuesta del amo reproduce lo que Jesús había indicado al inicio: “Algún enemigo ha hecho esto” (Mt 13,28; cf. v. 25).
La intención de los “siervos” consistió en dar inmediata solución al problema suscitado; por eso, plantearon al amo la eliminación de la cizaña, pero la respuesta del amo fue negativa porque no compartía la idea de los agricultores de proceder a eliminar la “mala hierba”. El problema consistía en que la cizaña, al brotar, se asemeja —al principio— al trigo (H. Balz – G. Schneider) y podía confundirse con la planta buena. Por eso, el amo les respondió: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo” (Mt 13,29). Él propone que ambas plantas, el trigo y la cizaña, crezcan juntas hasta la cosecha de tal manera que, llegado el momento, los segadores recojan primero la cizaña para que, atada en fajos, puedan ser quemados. Por su parte, el trigo será llevado a su granero (Mt 13,30).
Después de un “paréntesis” —al presentar otras parábolas: Del “grano de mostaza” (Mt 13,31-32); de la “levadura” (Mt 13,33) y una observación del evangelista (Mt 13,34)—, Jesús presenta la explicación de la parábola del “trigo y la cizaña” (Mt 13,36-43). La hermenéutica de la parábola surge a pedido de los discípulos, después de que la gente haya sido despedida. No pasa desapercibido el acento que los discípulos ponen en el aspecto problemático al descuidar la figura del trigo y titular la parábola como “de la cizaña del campo” (Mt 13,36). Ante el requerimiento, Jesús inicia directamente presentando la interpretación solicitada.
El hombre que siembra la semilla buena es él mismo, el Hijo del hombre; el campo representa al mundo; el trigo es la figura de los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno. El “enemigo” que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; y los segadores son los ángeles (Mt 13,37-38). Subrayando el fin negativo de la cizaña que será quemada, así será el fin del mundo. El rol del Hijo del hombre es puesto en evidencia por la iniciativa del envío de los seres angélicos con el fin de llevarse consigo a quienes han practicado la “iniquidad” y han sido motivo de “escándalo”. Su destino final será el “horno de fuego”, figura que representa el destino desfavorable de los perversos. El ámbito de la condenación se dibuja con referentes antropológicos que indican dolor y sufrimiento: “Llanto y rechinar de dientes” (Mt 13,39-42).
En una dirección antagónica, y positiva, se plantea el destino de los “justos” representados por el trigo, pues “brillarán como el sol en el Reino de su Padre” (Mt 13,43a). Al concluir, nuevamente, Jesús —como en la parábola del sembrador— llama al discernimiento sapiencial. Invita a sus oyentes (los discípulos, en este caso) a hacer un esfuerzo de la inteligencia con el fin de adquirir sensatez y prudencia: “El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13,43b).
En conclusión: La parábola del grano y de la cizaña, exclusiva de san Mateo, es portadora de una teología propia del evangelista: La separación entre el bien y el mal, entre buenos y malos, típico del ambiente judeo-apocalíptico, de perspectiva escatológica que invita a la paciencia y a la perseverancia. La parábola ilustra el dinamismo del Reino de los Cielos, amenazado por la “cizaña”. Este peligro permanecerá a lo largo de todo el curso de la historia, hasta el momento de la separación final (cf. Mt 13,47-50; 25,31-46).
El punto focal de la parábola radica en el doble contraste, aquello que se da entre el patrón y el enemigo que se concretiza en las dos siembras y aquello que se da entre el patrón y los sirvientes quienes piden la separación inmediata. Con toda probabilidad esta parábola se dirige contra los movimientos separatistas judíos, fariseos, esenios y apocalípticos que no toleran la convivencia con quien no es puro e incontaminado. Al contrario, Jesús frecuenta a todos sin preocuparse de su extracción social o estatuto moral (cf. Mt 9,9-10; 11,19; 21,31).
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