Opinión
“Salió un sembrador a sembrar”
1Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. 2Se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, mientras toda la gente se quedaba en la ribera. 3Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: “Salió un sembrador a sembrar. 4Pero, al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; y vinieron las aves y se las comieron. 5Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron en seguida por no tener hondura de tierra; 6pero, en cuanto salió el sol, se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. 7Otras cayeron entre abrojos; pero crecieron los abrojos y las sofocaron. 8Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: una ciento, otra sesenta, otra treinta. 9El que tenga oídos, que oiga.
[Evangelio según san Mateo (Mt 13,1-9) — 15º domingo del tiempo ordinario]
El presente texto evangélico, propuesto por la liturgia dominical, da inicio al discurso de Jesús por medio de “parábolas” (Mt 13,1-51). Después de la “enseñanza del monte” (Mt 5,1—7,29), esta es la segunda “instrucción” del rabino de Nazaret, de las cinco que nos reporta el Evangelio según san Mateo. La “parábola” es un género literario, empleado para la enseñanza, cuyo método consiste en el uso del mecanismo de la “comparación” con el fin de allanar la comprensión de una determinada instrucción, o con el objeto de responder a una pregunta. Se vale de la “similitud” analógica entre el objeto comparado y el elemento propuesto para la comparación. En su sensibilidad pedagógica, Jesús emplea representaciones tomadas de los contextos de vida de su auditorio, prototipos que a la gente les resultan familiares. Aquí recurre a la imagen de la “siembra”, típica del mundo agrícola, con el objeto de hacerse comprender por sus oyentes, presumiblemente campesinos.
Desde el punto de vista narrativo, el autor dedica casi tres versículos a la ambientación introductoria que dibuja el “escenario” del relato parabólico (Mt 13,1-3a). El narrador provee de datos como “tiempo”, “movimiento”, “encuentro” y “palabra”. El “tiempo” del relato se define por la genérica expresión “aquel día”. Según parece, la frase se identifica con una “locución estereotipada” para indicar una simple “transición” de un texto a otro sin que implique, necesariamente, un “valor cronológico” preciso. Sin embargo, la alusión al factor “temporal” invita a pensar no necesariamente en la idea de “historicidad” del acontecimiento sino en su contextualización “temporal” que acompaña a la dimensión “espacial” (“…a orillas del mar”).
Al “cuadro temporal” sucede la dinámica del “movimiento” de Jesús en un “espacio” determinado: “Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar” (Mt 13,1). Determinar el lugar geográfico concreto no resulta fácil por los escasos informes a mano; y quizá no tenga relevancia en comparación con el mensaje. Lo más probable es que se trate de uno de los poblados en torno al “lago” (o “mar”) de Galilea (Tiberíades) porque al finalizar el discurso en parábolas, el autor señala que “partió de allí” y retornó a “su patria” (es decir, a Nazaret) y “se puso a enseñarles en su sinagoga” (Mt 13,53-54a). En todo caso, desde el punto de vista de la misión, Jesús estaba ejerciendo su ministerio hacia el norte, lejos de Jerusalén. Él abandona la casa donde estaba alojado “y se sentó a orillas del mar”. “Sentarse” (griego: kathēmai), la misma posición adoptada por Jesús durante la “enseñanza del monte” (Mt 5,2), indica “autoridad” en el ejercicio de la cátedra.
A la ambientación geográfica, el evangelista añade el dato del “encuentro” con la concurrencia (“mucha gente”). El verbo “sentarse” (griego: synágō), en pasivo, parece indicar que el gentío fue invitado a “acomodarse” en torno a Jesús (Mt 13,2a). El autor subraya la afluencia extraordinaria de personas de tal manera que el nazareno se vio obligado “a subir a sentarse en una barca, mientras toda la gente se quedaba en la ribera” (Mt 13,2b).
Determinado el “escenario” para la instrucción, el narrador cede la “palabra” a Jesús: “Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo…” (Mt 13,3a). El evangelista refiere la enseñanza en parábolas como un hecho consumado al expresarse en tiempo pretérito (aoristo): “Y les habló” (griego: elálēsen); sin embargo, la acción de la enseñanza lo formula en presente: “Diciendo” (griego: legōn). Es el momento de la “palabra” que Jesús se dispone a pronunciar. El “discurso” se refiere a “muchas cosas” (griego: pollá), es decir, a todo aquello que se deduce de las parábolas del “sembrador” (Mt 13,4-9), de la “cizaña” (Mt 13,24-30), del “grano de mostaza” (Mt 13,31-32), de la “levadura” (Mt 13,33), del “tesoro” y de la “perla” (Mt 13,44-46) y de la “red” (Mt 13,47-50) porque este conjunto de enseñanzas integra el compendio del discurso en parábolas.
El sujeto que siembra es anónimo, se le denomina simplemente por el oficio que realiza: “Sembrador” (griego: speirōn). El verbo de movimiento “salió” (griego: exēlthen), en pasado puntual (aoristo), señala una actividad ya realizada, cumplida con antelación. Mediante la formulación de una expresión contrastante, se comienza a indicar los distintos tipos de tierra en los que “cayeron” las semillas; y los diferentes resultados de la siembra en función a las características diversas del suelo. Jesús tipifica cuatro clases de terreno para el sembradío: “A lo largo del camino”, “el pedregal”, el terreno con “abrojos” y la “tierra buena”. Partiendo de la constatación que solo uno de los terrenos, el último en este caso, es calificado de “bueno”, se deduce que los anteriores tres resultan problemáticos. Aquí no se pone el acento en la calidad de la semilla. Según se puede deducir, a juzgar por el cuarto caso, es de buena calidad. El problema radica más bien en la calidad de la tierra que cumple el rol “receptivo”, es decir, el referente que recibe en su seno el “grano” o “simiente”.
En el primer caso, se menciona el “camino” (griego: hodós). La semilla habría caído “a lo largo” de la “vía” o “sendero”. La expresión verbal “cayeron” (griego: épeisen) más que señalar un hecho involuntario de parte del sembrador indica que la semilla —durante el acto de la siembra— entró en contacto con ese tipo de terreno, pues en todos los casos se emplea la misma acción verbal (“cayeron”). El “camino”, en este contexto, se refiere a un espacio libre, de tránsito, tanto para personas como para animales. La presencia de las “aves” no necesita mayor explicación. Solo habría que señalar que tienen fácil acceso a las semillas o plantas que brotan a la vera del camino. Con todo, para el pensamiento bíblico, todas las aves —menos las tórtolas y las palomas— son consideradas impuras y, en consecuencia, pueden representar, desde el punto de vista simbólico, a los paganos. En efecto, el resultado de esa siembra fue negativo porque: “… vinieron las aves y se las comieron” (Mt 13,4). No hubo fruto.
En el segundo caso, el terreno es caracterizado como “pedregal” (griego: petrōdes), sin la cantidad de tierra suficiente. Allí, las semillas germinaron rápidamente en razón de que la tierra no tenía mucha profundidad para sostener y nutrir el cultivo (Mt 13,5). En estas condiciones limitantes, a las que se sumaron la incidencia del sol y la falta de raíces, los plantines se marchitaron y se secaron (Mt 13,6).
Respecto al tercer caso, el terreno del cultivo estaba poblado de “abrojos” (griego: ákantha). Es decir, había “zarzas” o “plantas espinosas” que hacían inapta la tierra. Allí cayeron las semillas que fueron sofocadas por los matorrales espinosos que crecieron (Mt 13,7).
En el cuarto, y último caso mencionado, el terreno es calificado de “bueno” en el sentido de “apto” (griego: kalós). El resultado, como es de esperarse, fue positivo porque “daba fruto”. Es pertinente señalar que el verbo “dar” (griego: dídōmi) es conjugado en imperfecto para indicar un tiempo continuo. En consecuencia, se quiere expresar que no cesaba de dar fruto (Mt 13,8). La citación de la producción en escala descendente (“ciento”, “sesenta” y “treinta”) no quiere expresar un progresivo descenso de la calidad de la tierra y el consiguiente declive del rendimiento sino la cantidad de semilla caída en el campo bueno (cf. U. Luz).
El texto termina con una apelación o invitación a la reflexión sapiencial: “El que tenga oídos, que oiga” —les dice Jesús— (Mt 13,9). Esto implica que los oyentes son invitados a reflexionar sobre el segundo término de la parábola, a calcular la representación de los diversos tipos de suelo y los resultados adversos (los tres primeros casos), por un lado; y, por el otro, el efecto positivo (como el último caso). Las semillas sembradas en terrenos no aptos no producen fruto. Solo la tierra “buena” tiene la potencialidad para fructificar.
Más adelante, después de responder a sus discípulos sobre el motivo por el que hablaba a la gente en parábolas (Mt 13,10-16), el mismo Jesús facilita la exégesis o explicación de la “parábola del sembrador” (Mt 13,18-23): En primer lugar, “oír la palabra del Reino” es representada por las semillas; la falta de “comprensión” es la figura de la siembra a lo “largo del camino”. Pero no se trata de una simple cortedad mental para “comprender” sino de una actitud antisapiencial. El verbo griego syníēmi indica, en efecto, un “endurecimiento” del corazón, la falta de apertura al Evangelio; al contrario de los discípulos que están abiertos a la escucha y recepción de las palabras de Jesús. Por eso el Maligno arrebata lo sembrado. “Este es el que fue sembrado a lo largo del camino” (Mt 13,18-19).
En segundo lugar, las semillas sembradas en pedregal representan a aquellos que oyen la palabra del Reino, en principio con alegría; pero como no tienen raíces, por ser “inconstantes”, en breve tiempo sucumben por ser incapaces de resistir tribulaciones y persecuciones por causa de la palabra (Mt 13,20-21).
En tercer lugar, las semillas sembradas entre “abrojos” representan a los que oyen la palabra del Reino, pero las “malezas espinosas” de las preocupaciones del mundo y las “zarzas” de la seducción de las riquezas sofocan la palabra, la ahogan, inhibiendo así la producción de frutos (Mt 12,22).
En cuarto lugar, las semillas sembradas en “tierra buena” (“apta”) es el que “escucha” la palabra y la “entiende”. El verbo griego syníēmi indica, en este contexto, un rol opuesto al del primer caso (Mt 13,18-19) porque alude a la capacidad de comprensión, de apertura a la palabra del Reino. “Este sí que da fruto y produce: uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mt 13,23).
En síntesis: Las palabras del Reino de los cielos proclamadas en diversos ámbitos y a distintos destinatarios no siempre producirán los frutos deseados por el “sembrador” (Dios, Jesús, predicador) por la atención preferencial que los oyentes prestan a las cuestiones secundarias de la vida: La “divinización” de una ciencia que se cierra a Dios; la prioridad en la búsqueda y posesión de bienes materiales, la vanidad, la obtención del poder de dominio y la falta de perseverancia en la escucha de la Buena Noticia y su aplicación en la vida.
Las palabras del Reino producirán frutos cuando hay escucha atenta y comprensión sapiencial del anuncio evangélico. La “tierra apta” o “buena” implica, además, la perseverancia del discípulo, la disponibilidad para testimoniar ese anuncio en medio del mundo, sobre todo como el de hoy cada vez más hostil a la fe cristiana.
-
Destacado
Peña deja la cumbre del G20 en ambulancia tras sentir dolor en el pecho
-
Lifestyle
“Bungee jumping training”: saltar para estar en forma
-
Política
Falleció el abogado José Fernando Casañas Levi
-
Deportes
¿No habrá premiación si Olimpia grita campeón este domingo?
-
Deportes
Cuando Lionel Messi no conocía a Antonio Sanabria
-
Agenda Cultural
Paraguay e Irlanda celebran el legado de Madame Lynch
-
Deportes
¡Olimpia aguanta con uno menos y conquista su estrella 47!
-
Política
En redes sociales despiden a Casañas Levi