Opinión
La discriminación y la negación de la “otredad”
En estos días leí en Twitter un reclamo del senador Nakayama, @edu_Nakayama, julio 5/2023, por actitudes burlonas y discriminatorias que había recibido desde un canal de televisión, “se dedicaron a burlarse de mí, aludiendo a mi ascendencia japonesa”, escribió en su cuenta. No le conozco personalmente al señor Nakayama, pero celebro que lo haya hecho público. Francamente, ya no hay asombro respecto a las conductas discriminatorias que se viven constantemente en todos los niveles y en forma insistente en nuestro país. Esta conducta discriminatoria proviene desde todos los estratos sociales y las expresiones de la gente se manifiestan en forma de bromas o chistes muchas veces, o con alegorías que hacen alusión a una persona, dejándola en ridículo, o a determinado grupo de personas con ánimo de exclusión. Ya estamos acostumbrados a escuchar esta famosa frase de “No es como nosotros, el “ñande kuete mañoso”, como diría Oleg Vyzokolan. Se expresa en ambos idiomas, castellano o guaraní, perfilando líneas de poder y la irremediable sentencia de exclusión.
Sabemos que la discriminación no es privativa de nuestro país, que ocurre en muchas otras sociedades, por lo que su eliminación es una reivindicación para toda la humanidad. Al término de la segunda guerra mundial, las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, reafirmando su voluntad para la eliminación de la esclavitud y la discriminación contra “toda raza, color, sexo, idioma, religión, origen nacional o social, opinión política o de cualquier otra índole, posición económica, nacimientos o cualquier otra condición”. Pretender una declaración más explícita y completa es casi imposible. Asimismo, ha producido un buen número de estándares internacionales y creado en su seno el Comité contra todas las formas de discriminación racial. Sin embargo, los actos discriminatorios siguen ocurriendo en el mundo, en la vida cotidiana y pública, negando las diversidades y el derecho a la identidad de “los otros”.
Nacemos libres e iguales, y es curiosa la resistencia de la gente para posicionarse en la aceptación de la diversidad de las personas y la diversidad cultural. Luego de tantos años en que las Naciones Unidas ha adoptado una nutrida normativa contra la discriminación y la exclusión, y habiendo visto que dichas conductas excluyentes no disminuyen, a pesar de los esfuerzos de activistas defensores de los derechos humanos, la Unesco adoptó en el año 2002 la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural. En dicha declaración se afirma que en el mundo conviven miles de culturas diferentes unas a otras, que se destacan por su originalidad e identidad, haciendo énfasis en que ninguna cultura es superior ni inferior a otra.
Es difícil comprender cómo es que algo tan simple, como la aceptación de que vivimos en un mundo con tantas identidades culturales y personales distintas en un abanico de riqueza de saberes, nos cueste tanto aceptar este derecho a ser diferente, el derecho a optar cómo vivir, el derecho de los grupos étnicos a mantener su cultura, su idioma, sus modos de organización y sus expresiones culturales que responden a su genuina realidad identitaria. ¿Es acaso tan difícil entender eso? ¿Es tan difícil acaso comprender que una persona puede decidir su propia identidad o actuar conforme a su opción o a su genuina condición de origen? ¿Por qué nos cuesta tanto comprender que no somos el modelo paradigmático que debemos imponer a los “otros”?
La discriminación implica un menoscabo a la persona, sería en guaraní el ñembo apo’i, o sea el hacer de menos a una persona con el fin de disminuir su autoestima, o su prestigio social, político o de cualquier índole. Siempre me llamó la atención el uso de “los marcantes” alusivos a ciertas características de las personas, o cuando en algunos grupos de paraguayos se celebran los chistes respecto a los caciques, ridiculizando a las autoridades de las comunidades indígenas. Estos chistes ponen en evidencia la tremenda resistencia para la aceptación de la diversidad cultural y fomentan la cultura del odio.
Escuché con agrado al designado para ministro de Educación, manifestando en una entrevista que entre sus prioridades estaría la orientación hacia una vida amigable, promoviendo la inclusión en referencia a condiciones de discapacidad de cualquier índole, y aunque no mencionó explícitamente a la educación para la diversidad creo que, de alguna manera, lo hará ya que trabajando en el profundo significado de la inclusión, se construye una sociedad incluyente y se hace camino contra la discriminación.
Recuerdo que hace unos años participé en la redacción de un proyecto de ley nacional, “contra toda forma de discriminación”, el que fue tratado en la Cámara de Senadores, y aunque el senador Filizzola se hizo cargo de dicho proyecto y dedicó sus esfuerzos para su aprobación, entiendo que el mismo fue archivado. Tal vez hoy es el momento propicio para que el senador Nakayama, habiendo sufrido en carne propia el malestar, reviva dicho proyecto y se pueda llevar adelante su aprobación.
Hay momentos que son propicios para ciertas reivindicaciones de los derechos humanos. Constitucionalmente, el Paraguay se identifica como “país pluricultural y bilingüe”. Empezamos un nuevo ciclo, espero que de alguna manera se reviva esta legislación contra la discriminación, ajustada a nuestra Constitución Nacional, la que expresa en su art. 48 categóricamente que: “No se admiten discriminaciones”. Es mi opinión.
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