Opinión
La metamorfosis de Jesús
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
[Evangelio según san Mateo (Mt 17,1-13) — 2º domingo de Cuaresma]
El Evangelio para este domingo se concentra en un episodio singular: la metamorfosis de Jesús. El episodio se sitúa, tanto en Marcos como en Mateo, “seis días después” (Mt 17,11) de la confesión de Pedro (Mt 16,13-20) y del primer anuncio por parte de Jesús de su destino de pasión, muerte y resurrección (Mt 16,21-28). La expresión temporal pone, por tanto, en evidencia de qué manera la transfiguración está estrictamente vinculada a la revelación de la identidad de Jesús, Señor crucificado y resucitado.
Jesús, por su iniciativa, toma a Pedro, el jefe de los apóstoles, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Son tres de los cuatro discípulos que Jesús había llamado por primera vez (Mt 4,18-22) y enviados después en misión (Mt 10,2). Juntos suben “a un monte alto” que, en el Evangelio de Mateo, heredero de la tradición bíblica (Ex 19,16; 24,15), es el lugar de la revelación de Dios realizada en Jesús (Mt 5,1; 24,3; 28,16). La tradición cristiana ve en el monte Tabor el lugar de la transfiguración (Cirilo de Jerusalén). Recientemente se ha propuesto el monte Hermón. Esta manifestación ahora es descrita con el verbo griego metamorpheô (Mt 17,2), que es usado solamente en este relato en los evangelios de Marcos y Mateo. Por eso, hemos preferido como título de la presente reflexión la expresión “metamorfosis” que implica una “transformación” o “modificación” del aspecto de Jesús. El verbo, construido en pasivo, da realce a la acción de Dios que permite la iluminación del rostro y el esplendor de los vestidos. El blanco luminoso, en el campo de la simbología y, principalmente, en la literatura apocalíptica, indica la pertenencia al mundo de Dios y evidencia cómo Jesús está habilitado a ponerse en contacto con este ámbito.
La “metamorfosis” de Jesús es preparatoria al diálogo con Moisés y Elías (Mt 17,3), dos personajes de gran importancia en el marco de la tradición bíblica. El primero, además de ser el jefe del pueblo en la liberación de Egipto, es también el mediador de la ley de Dios. El segundo es un profeta que ha tenido un rol determinante en la reorientación del pueblo idolátrico a la adoración del único Dios. Por tanto, Moisés representa la experiencia de la ley mientras Elías a la profética. No hay que olvidar que tanto Moisés como Elías han sufrido el rechazo y la persecución, es decir, el mismo destino de Jesús.
El número (dos) de los personajes podría ser un indicio de que ellos tienen la misión de garantizar el testimonio a favor de la identidad de Jesús (Dt 17,6). Según la tradición bíblica judía estos dos personajes han sido llevados al cielo (cf. 2Re 2,11; también Flavio Josefo, Antigüedades judías). El hecho que Jesús hable con ellos significa que también ellos tienen un estatuto glorioso análogo.
El diálogo es interrumpido por Pedro, el cual solicita construir tres tiendas: una para Jesús, una para Moisés, una para Elías (Mt 17,4). Solamente en el primer Evangelio Pedro no es reprendido por sus palabras y llama a Jesús “Señor”. La intervención del apóstol tiene quizás la finalidad de querer retener esta situación celestial sobre la tierra o bien de querer asimilar el rol de Jesús al de aquellos protagonistas de la antigua alianza.
La nube luminosa (Mt 17,5) que envuelve a los discípulos es un elemento de teofanía: Por una parte, revela, pero por la otra esconde la presencia de Dios en medio de su pueblo. El momento central de esta segunda parte de la revelación está constituido por la voz celestial: “Este es mi Hijo predilecto. Escuchadlo” (cf. Is 42,1). La misma proclamación se ha tenido también en el momento del bautismo de Jesús, inicio de su misión, en el que se había revelado su verdadera identidad.
En esta segunda parte del Evangelio de Mateo, en el que Jesús ya ha precisado la modalidad de su ministerio que se realizará en la pasión, muerte y resurrección, la voz celestial lo confirma nuevamente en su identidad filial. Este rol de Jesús, revelado por el Padre a los discípulos de los cuales Pedro es el portador (Mt 16,16) es ahora reconfirmado por Dios. La relación con el Padre, en su carácter del todo particular, ya ha sido evidenciada a los discípulos en la oración de alabanza en la que Jesús afirma la intimidad de esta relación (Mt 11,25-27). Así, él, comunicándose con los grandes personajes bíblicos, tiene una identidad diversa a la de ellos: es el Hijo, en el cual Dios encuentra complacencia.
La invitación final, “escuchadlo”, se halla en la tradición bíblica y sobre todo en el Deuteronomio, donde se le solicita al pueblo a escuchar la palabra de Dios. La visión y la voz provocan en los discípulos el temor, reacción humana muy frecuente en la escena de revelaciones. La manifestación de Dios lleva al hombre a sentirse inadecuado y, en consecuencia, a experimentar el temor. Los discípulos, como tienen temor cuando Jesús se acerca a ellos caminando sobre las aguas, revelándose como Señor de la creación (Mt 14,26-27.39), prueban la misma sensación cuando la voz celeste proclama a Jesús: “Hijo” predilecto.
Pero la comprensión de la verdadera identidad de Jesús se tiene solamente en la conclusión, con la nota: “no vieron a ninguno, sino a Jesús solo” (Mt 17,8). El que se ha transfigurado para ponerse en contacto con Moisés y Elías y recibir la confirmación celestial de su identidad filial, ahora permanece solo con los discípulos. La única voz autorizada que ellos pueden escuchar es la suya que resuena aún hoy en la comunidad de los creyentes a través de las palabras del Evangelio.
La orden del silencio (Mt 17,9) impartida por Jesús a sus discípulos es de tenor apocalíptico (cf. Dn 12,4.9) y está en relación con su pasión, muerte y resurrección. Esto pone en evidencia el carácter extremadamente delicado de la experiencia de la transfiguración que puede ser instrumentalizada o comprendida de manera distorsionada. Jesús, transfigurado y perteneciente al mundo celestial, en comunicación con las grandes figuras bíblicas, podría de hecho suscitar entre el pueblo judío las expectativas de un Mesías glorioso y victorioso. Solamente el destino de pasión y de muerte, del cual los discípulos ya están en conocimiento mediante la enseñanza de Jesús, puede hacer comprender, sin posibilidad de distorsiones y comprensiones torcidas, la experiencia de la transfiguración o “metamorfosis”.
En la conclusión del episodio, ya sea Mateo como Lucas, describen a los discípulos mientras plantean una pregunta a Jesús sobre el profeta Elías (v. 10), esperado por el judaísmo para preparar la venida del Mesías. Jesús, que comparte la opinión de los escribas, aprovecha la ocasión para hablar de la misión del Bautista que no solo ya ha venido sino también ha sido asesinado por las autoridades (cf. Mt 14,1-12). En el Evangelio de Mateo, de hecho, Juan el Bautista es identificado con Elías (Mt 11,14) y descrito con características que pertenecen al profeta como el cinto de piel (Mt 3,4; cf. 2Re 1,8). No solo su mandato tiene la finalidad de preparar la venida del Mesías (Mt 11,10), sino también su muerte violenta e injusta prefigura el destino del Hijo del hombre que debe sufrir y ser crucificado.
En la prospectiva de Mateo que, a diferencia de Marcos, presenta a los discípulos capaces de comprender la enseñanza de Jesús (Mt 13,10-17.51; 16,12), el diálogo se cierra con la observación que ellos han comprendido de qué manera el Elías esperado no es otro que el Bautista.
La metamorfosis o transfiguración de Jesús es lo que, técnicamente, se conoce como “prolepsis”, es decir, un adelanto de la realidad futura. Jesús manifiesta su verdadero ser, caracterizado por una luz que no es propia del ámbito humano. Según parece, era necesario, desde el punto de vista de la pedagogía de la cruz, que se hiciera un “paréntesis” al repetido anuncio de la pasión y muerte; de los sufrimientos que el Mesías deberá padecer antes de resucitar. Con esta acción, anima a sus discípulos mostrándoles el punto de llegada ante la cercanía de los padecimientos anunciados.
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