Opinión
Volver a empezar, sin remiendos
Algo en mi interior me dice que este año promete ser uno de los buenos. Empieza la semana con la alegría de los brasileños, una alegría contagiosa generalizada durante la asunción al mando de Lula. Por tercera vez Brasil es presidido por el hombre que después de varias batallas viene a sentarse nuevamente en la silla presidencial con su consigna de “poner fin al fome y su invariable reivindicación sobre las igualdades y la relevancia de la diversidad cultural. Que la desilusión nunca llegue a la gente que con tanto fervor le acoge.
Su primer gran anuncio fue la restitución del Ministerio de Cultura, borrado de un solo soplo por Jair Bolsonaro, quien no tuvo el valor para quedar a acompañar la presidencial ceremonia. Se fue, vai embora gritaba la multitud. No pudo soportar su derrota, no tiene el don de la nobleza, un hombre con tremenda soberbia que obviamente no se animó a acompañar el ritual de entrega de la banda presidencial. Su actitud habla de mezquindad. Increíble, el hombre que ha sido el gobernante de uno de los países más poderosos del mundo, carece de voluntad para enfrentar la derrota.
La ausencia del gobernante saliente fue cubierta con las manos gastadas de una honorable representante de la ciudadanía, una mujer del pueblo, trabajadora, Aline Souza, hermosa morena de negros cabellos lavados, sin ninguna sofisticación, una mujer negra que sobrevive como “recicladora”, recogiendo los restos de las basuras. Al lado también vimos al cacique Raomi, junto a otras seis personas con la mente puesta en la posibilidad del acceso a oportunidades para una vida digna. Se vislumbra con esta presentación emblemática en el Palacio de Planalto, la determinación de avanzar hacia una sociedad incluyente, para que “nadie quede atrás”, la consigna de los ODS, la agenda global que tanto quebranta a los grupos retrógrados y antiderechos de nuestro país.
¿Cuál es el mensaje de Lula? ¿Cuál debe ser la lección aprendida de este ejemplo de tenacidad, de humildad, y de humanidad ante un pueblo que lo aclama con confianza, con entrega, con ternura, con la cercanía de un amigo? Él rompe el esquema clásico, se desprendió de aquella presencia autoritaria, propia de nuestros gobernantes, esa postura acartonada y lejana, y nos transporta a la ilusión de que nuestros gobernantes de todos los poderes del Estado entiendan que no somos sus súbditos. Que ellos son quienes deben rendirnos cuenta, que ellos son nuestros sirvientes civiles, y que ellos y ellas no deben estar al servicio de alianzas de privilegios con los más favorecidos, sino que deben garantizar el servicio público a los más necesitados. No necesitamos remiendos, necesitamos transformaciones profundas, y que el pago de nuestros impuestos no sea para que se reparta el tesoro público con prebendas de toda índole. Este pueblo nuestro está cansado de sufrir con los desatinos de los gobernantes de turno, al punto de renegar de la democracia. Es necesario pensar en un nuevo modo de gobernar, más sencillo, más cerca de la gente. ¿Utopía? Puede ser, pero yo siempre tengo fe.
Probablemente, los dirigentes políticos no querrán entender porque les gusta contar con una clientela incondicional, pero debemos hablar. Debemos decir que la pobreza no es un estado natural ni propio de un pueblo haragán, que la pobreza se puede combatir, que la pobreza se puede disminuir y que la pobreza se puede eliminar. También deben entender nuestros gobernantes de todos los niveles que existen mecanismos efectivos para combatir la desigualdad económica y social, que la discriminación no es natural, que la subordinación de las mujeres no es natural, que la exclusión de los vulnerables no es natural. Entender que la pobreza no es un problema de los pobres solamente, es un problema de todos. Deben entender que el Paraguay es de todos y para todos, y que la felicidad es un derecho de todos y debe alcanzar a todos.
Necesitamos volver a empezar, sin remiendos, sin rellenos, sin sucedáneos, sin subvenciones y subsidios de caridad, sin mentiras, sin corrupción. Debemos volver a empezar partiendo de un punto cero, revisar y evaluar los programas sociales existentes hoy, y corregir aquellos que son solo distractivos y que no apuntan hacia la solución de los problemas de fondo. Debemos participar todos en la construcción de políticas públicas transformadoras de todo un sistema injusto, de un sistema establecido para beneficio de unos pocos, y ensayar como un niño a caminar, aunque sea gateando, por un sendero que no siempre agradará a todos, pero que calmará la miseria en que viven muchos, garantizando la seguridad alimentaria. Necesitamos transitar con alma nacional, por una ruta que nos conduzca a una sociedad igualitaria, participativa e incluyente, como es el mandato imperativo de este tiempo.
Este desafío es la gran oportunidad para los ganadores de abril 2023. No importa de qué colores se vestirá la victoria. Y si me permiten ser clara, debo compartir que las afirmaciones vertidas en esta opinión no son solamente mis ideas, no, son repeticiones del clamor de la gente, un clamor que vemos y escuchamos todos los días gracias al esfuerzo de los comunicadores de la prensa que nos tienen al tanto de todos los desastres de la vida cotidiana en nuestro país, con feminicidios, asaltos, drogas, niños en la calle, enfermos clamando por los servicios públicos que no llegan. Quien no ve, es porque no quiere ver. Es porque se niega a ver. Que los y las que tanto pregonan el “cambio” se saquen su lente hū, que asuman que no están allí para enriquecerse, y que se pongan sus trajes de faena para trabajar como corresponde. Que los hombres gobernantes pongan a un lado sus corbatas, que las mujeres políticas se despojen de sus tacos y se pongan los championes como lo hace la kuña guapa. A trabajar y no figuretear. ¡Para eso le elegimos!
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