Opinión
Jesús y Juan el Bautista
Juan, que había oído hablar en la cárcel de las obras del Mesías, envió a sus discípulos a preguntarle: ¿Eres tú quien tenía que venir, o debemos esperar a otro? Jesús les respondió: Vayan y cuenten a Juan lo que están oyendo y observando: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí! Cuando se fueron Jesús empezó a hablarles de Juan a la gente: “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? Pues, ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre lujosamente vestido? Los que visten con lujo están en los palacios de los reyes. Pero entonces ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, y les aseguro que más que un profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero por delante de ti; él te irá preparando el camino”. Les aseguro que no ha surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él.
[Evangelio según san Mateo (Mt 11,2-11) — Tercer domingo de Adviento (Gaudete)]
El inicio de la actividad pública de Jesús está signado por el arresto de Juan (Mt 4,12.17). Para Flavio Josefo, Juan es arrestado porque incitaba al pueblo a la sedición (Ant. XVIII,5,2). En cambio, para la tradición evangélica la motivación de su encarcelamiento está en la condena del concubinato que el profeta había dirigido a Herodes Antipas y a Herodías (Mt 14,3-4).
En la cárcel, Juan se entera de las “obras del Cristo” (v. 2). La expresión, única en los evangelios, sitúa al lector en condiciones de encontrar ya una respuesta a la cuestión puesta por Juan. El profeta desea resolver la duda y envía una delegación de sus discípulos a Jesús con la misión de plantearle la cuestión sobre su identidad. La expresión “aquel que debe venir”, objeto de la pregunta de los discípulos del Bautista, indica al enviado mesiánico (cf. Mt 3,11; 21,9; 23,39). El dilema de Juan puede ser comprensible del examen de su predicación sobre el Mesías, atestiguada principalmente en el Evangelio de Mateo (Mt 3,7-12). El profeta dirigiéndose a los jefes, fariseos y saduceos, lo hace con características fuertemente apocalípticas. Su bautismo es en “Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11); él tiene la misión de separar a los justos de los injustos, expresada con la imagen del Mesías que “tiene en su mano el bieldo y va a limpiar su era”, pero “la paja la quemará con fuego inextinguible” (Mt 3,12).
La actividad y la predicación de Jesús, al contrario, no reflejan esta espera. Él es el Mesías que anuncia el amor, que se dirige a los pobres y a los pequeños y realiza gestos de liberación en relación con los enfermos (Mt 4,17—11,1). No es un Mesías que ejerce el juicio; es un Mesías humilde (Mt 11,29; 21,5) y misericordioso (Mt 9,13; 12,7). Con toda probabilidad el modo con que Jesús lleva a cabo su misión choca con la expectativa mesiánica de Juan, que entra en crisis.
Jesús, replicando, no da una verdadera y propia respuesta, sino exhorta a los enviados al discernimiento y, en consecuencia, a la toma de posición (v. 4). Así, la proclamación del Mesías acontece a través de testimonios que, después de haber constatado, a su vez se hacen cargo del anuncio. Las seis obras nominadas (v. 5), de las que se sustancia la esperanza bíblica, sobre todo isaiana, en la acción de Dios y de su Mesías, corresponden a los gestos realizados por Jesús durante su misión: los ciegos recuperan la vista, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, los sordos escuchan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Esta última expresión, por un lado, reasume todas las acciones precedentemente nominadas, por el otro, es una particular referencia a la misma predicación de Jesús. Al inicio del primer grande discurso (Mt 5—7), de hecho, él declara: “Bienaventurados los pobres en el Espíritu”. A aquellos que reconocen la propia y total dependencia de Dios, Jesús promete la posesión del Reino que se inicia con la acogida del Evangelio (Mt 5,3).
Una bienaventuranza (v.6) concluye el mensaje que los discípulos deben llevar a Juan. Son declarados felices aquellos que no se escandalizan del proyecto mesiánico de Jesús. El escándalo o la caída en la fe es provocada por una falsa imagen del Mesías. Jesús no hace justicia a los justos (cf. Mt 13,24-30), ni pone en movimiento los programas mesiánicos del mundo judío propuesto por el tentador (cf. Mt 4,1-11), al contrario, él se presenta con su anuncio de paz y de amor, haciéndose a su vez disponible para socorrer a los necesitados y a los enfermos.
La respuesta de Jesús, por tanto, constituye un vértice del primer Evangelio. Se trata de una invitación dirigida no solamente a los discípulos de Juan, sino al lector, al cual se le solicita una reflexión sobre la actividad de Jesús-Mesías, descrita hasta ahora en el Evangelio, y a tomar posición con relación con él.
El encuentro con los discípulos enviados por Juan se convierte en la ocasión en la que Jesús se dirige a la multitud para hablar del Bautista haciendo un elogio (v. 7). Juan es identificado por exclusión. Él no es “una caña vacilante por el viento”, es decir, no es un hombre débil o miedoso ni manipulable (cf. 1Re 14,15) que se manifiesta oportunista y cambia de posición de acuerdo a las circunstancias; al contrario, se halla en prisión precisamente a causa de su denuncia contra el tetrarca Herodes (Mt 14,3). Tampoco, al decir de Jesús, Juan es un hombre refinado o elegante (v. 8); no lo es. Se viste con una túnica hecha de piel de camello y un cinturón de cuero, al estilo del profeta que vive de manera ascética (Mt 3,4). La multitud que proviene de todas partes de Israel (Mt 3,5) se dirige a Juan en el desierto (Mt 3,1-6), reconociendo en él un profeta (cf. Mt 14,5; 21,26); se halla, por tanto, en la dirección justa para entender el rol de Juan y, en consecuencia, el de Jesús.
Con todo, Juan no es solamente un profeta (Mt 21,26); él tiene una misión del todo excepcional. Para describir su rol extraordinario Jesús recurre al texto bíblico (Mal 3,1; cf. Ex 23,20 LXX), que contiene el anuncio de la venida de un mensajero, enviado a preparar el camino del Señor (v. 10). Si por un lado Juan, por su misión en relación con el Mesías, es el más grande entre los hombres, por el otro, quien se pone en el seguimiento de Jesús, entrando en el Reino inaugurado por él, pertenece a un nuevo régimen de salvación netamente superior al precedente (v. 11).
En fin: El rol de precursor no termina para Juan solamente con el anuncio de Jesús-Mesías, sino anticipando su destino doloroso, primero con la prisión (Mt 4,12; 11,2) y después con la muerte por decapitación (Mt 14,3.12). Por tanto, Jesús puede afirmar con una sentencia a primera vista enigmática (v. 12) que precisamente con los advenimientos sucedidos a Juan el Reino está padeciendo violencia. Los “violentos”, los jefes y los responsables judíos, movidos por un espíritu demoníaco, eliminando primero a Juan y luego al mismísimo Jesús, son aquellos que en modo agresivo buscan suprimir el Reino que, no obstante, la persecución se está desarrollando.
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