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Opinión

Elección de asientos y de invitados

1Sucedió que un sábado fue a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos. Ellos le estaban observando.7Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: 8“Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro más distinguido que tú 9y, viniendo el que os invitó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto. 10Al contrario, cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. 11Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”. 12Dijo también al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. 13Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. 14Así serás dichoso, porque, al no poder corresponderte, serás recompensado en la resurrección de los justos”.

[Evangelio según san Lucas (Lc 14,1.7-14) — 22º domingo del tiempo ordinario]

 El marco narrativo de este episodio es el mismo que el del pasaje precedente: Jesús está en casa de uno de los jefes de los fariseos, invitado a participar en un banquete de šabbāt (día festivo). Sus palabras van dirigidas a los convidados, es decir, a los fariseos y a los juristas, miembros de la élite laica y religiosa de Israel (Lc 14,1). Al observar el comportamiento de los comensales, Jesús aprovecha la ocasión para dar algunos consejos prácticos sobre el modo de comportarse en los banquetes. Sus comentarios versan sobre la conducta de los invitados y sobre la actitud del propio anfitrión (Lc 14,7-14). Las indicaciones de Jesús son normas de sabiduría, recomendaciones prácticas de un comportamiento sagaz, exactamente al mismo nivel que sus instrucciones sobre intentar ponerse de acuerdo con el contrincante antes de vérselas con el juez (cf. Lc 12,57-59). El historiador judío Flavio Josefo menciona expresamente, en su obra Antigüedades Judías, el gran prestigio que suponía ocupar un puesto preferente (Ant. XV,2,4, n.21).

Según la observación de Jesús, los comensales ponen en movimiento estratagemas para asegurarse los puestos más privilegiados (Lc 14,7). Naturalmente, en todo banquete hay asientos más honoríficos que otros. Pues bien, en esta situación, Jesús afirma que el verdadero honor no se consigue mediante el propio esfuerzo por situarse en los puestos más aparentes; la consideración y el respeto de una persona no se ganan por estrategias sino por otros criterios o razones. Jesús habla de “vergüenza” cuando el anfitrión ponga en movimiento el proceso de “descenso” del que buscó los primeros puestos.

En la tradición rabínica posterior se atribuyen idénticas recomendaciones a Rabbí Simeón ben Azzai: “Siéntate dos o tres puestos más abajo del que te corresponde, y quédate allí hasta que alguien venga a decirte: ‘Sube unos cuantos puestos’. No te vayas directamente a los puestos de cabecera porque puede ser que alguien te diga: ‘Siéntate en otro sitio’. Es mejor que vengan a decirte: ‘Sube, sube, que te obliguen a desplazarte, diciéndote: ‘Más abajo, más abajo’”. En la recomendación de Jesús se puede ver una resonancia de Prov 22,6-7, aunque adaptado a la situación de un banquete. El libro de los Proverbios dice así: “Ante el rey, no gloriarse; no colocarse con los grandes. Más vale escuchar: ‘Sube acá’ que ser humillado ante los nobles”. Y en la misma línea va el libro del Eclesiástico: “Hijo mío. En tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes” (Eclo 3,17-20).

El punto principal del razonamiento se formula en el v. 10: “Eso será un honor para ti ante todos los demás comensales”. El juego entre las expresiones “será humillado” / “será enaltecido” —que son pasivos teológicos— permiten inferir que no es una autoridad humana-terrenal, sino Dios el que concede el verdadero honor; es Dios el que, verdaderamente, “humilla” y “engrandece”. Y enaltecerá al que busca el puesto más humilde sin recurrir a maniobras o estratagemas para conseguir la propia promoción.

En la segunda parte del episodio (Lc 14,12-14), Jesús salta de esa ambición fundamentalmente egoísta a otro aspecto de esa actitud, que consiste en buscar una contrapartida; también esta modalidad es objeto de una severa crítica por parte de Jesús. La recomendación se dirige ahora no a los comensales, sino al anfitrión. A los banquetes no hay que invitar a los amigos, a los hermanos, a los parientes o a los vecinos, sino a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos. Es contraste es significativo: cuatro categorías sociales, suficientemente acomodadas como para corresponder a un gesto de benevolencia, se oponen a otras cuatro, incapaces de devolver el obsequio. Y es que el amor no piensa en posibles compensaciones y, precisamente, por eso, la generosidad no tendrá otro premio que el que se concede en la resurrección. La reciprocidad que se espera tiene que ceder a otro tipo de compensación, a una correspondencia más allá de toda expectativa; no vendrá del pobre desgraciado, que carece de medios para pagar favores, sino de otra generosidad mucho más abundante, la del propio Dios. El que invita a los marginados a participar en la fiesta se encontrará entre “los justos” el día de la resurrección.

En fin: Respecto a la primera parte (Lc 14,1.7-11) Con toda claridad, Jesús enseña a fariseos y juristas que las estratagemas, artimañas, maquinaciones y manipulaciones para conseguir un puesto considerado de honor, o un ascenso determinado, no funcionan ni encajan en la perspectiva de Dios y del Reino. Este proceso artificial que busca la propia autoexaltación ante el escenario humano es radicalmente inverso al proyecto de Dios. Por eso, Jesús insiste, una vez más, en la inversión o cambio de los valores humanos como exigencia fundamental de su predicación. El estado social, las categorías personales, la relevancia individual, todo queda radicalmente trastocado. Por eso, el cristiano no puede –no debe– reproducir en sus actuaciones estrategias propias del mundo pagano o de los escribas y juristas. Solo a Dios corresponde conceder el verdadero honor y la gloria. La gloria humana es solo espejismo y vanidad.

La perspectiva de la segunda parte (Lc 14,12-14) encaja perfectamente con la concepción global de Lucas sobre el uso de las posesiones materiales y la dedicación del cristiano a socorrer las deficiencias de los sectores más marginados de la sociedad.

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