Opinión
¡Silencio!: ¡Jesús ha muerto!
En una visita a una familia en un pueblito muy perdido en el estado de Kansas, EE.UU., me ha marcado un tanto mi vena espiritual el ritual que celebraba esa familia. Era un Jueves Santo, la familia me invitó a la iglesia del pueblito. Acepté gustosamente, pues quería tener la experiencia de una semana diferente en un pueblito en donde todos se conocían, era como entrar en un cuentito de hadas.
En la iglesia era el único con la piel más oscura, eso hacía que la grey que mirara como un bichillo raro. La familia me presentó ante la grey, me hizo pasar delante y pude saludar a los presentes, luego del protocolo de rigor. Con algunas palabras de bienvenida del sacerdote, ocupé un lugar en el banco de la primera fila.
La ceremonia de celebración por el Jueves Santo duró unos 30 minutos, luego se apagaron todas las luces y nos quedamos totalmente en una oscuridad absoluta. El silencio era desesperante y, a la vez, reconfortante, nadie decía nada, todos callados. En principio, traté de entender el ritual, pero al cabo de unos minutos me invadió una suerte de congoja, tristeza y un vacío se apoderó de mí, parecía que una parte de mi ser se iba lentamente. Esta incomodidad la notó la familia con la que fui a la iglesia. La madre de la familia me susurró al oído: “Jesús acaba de fallecer”, debemos estar callados y respetar su muerte. Me quedé prácticamente helado por la tan inesperada respuesta. Luego de un tiempo, el sacerdote indicó con una luz que debíamos abandonar el recinto. Salimos todos, cabizbajos, en silencio, compungidos por la muerte de un ser de luz y de amor. Solo al llegar a la casa, la familia empezó a intercambiar algunas palabrillas conmigo, solo lo necesario y después cada uno se retiró a su cuarto. Me dije a mí mismo: la Semana Santa ha iniciado.
Esta anécdota aflora siempre en esta época en la cual tenemos que reflexionar, pensar en lo que la vida nos ha dado, en nuestros antepasados, costumbres, en nuestras tradiciones familiares y otras vivencias individuales que nos arropan como individuos.
Cuando era niño, mis padres me exigían quedarme quieto, a estar en silencio y callado en tiempos de Semana Santa. No se podía caminar, hablar alto, correr, jugar, escuchar música, es más, no había ninguna emisora que emitiera algún programa.
La experiencia vivida en Kansas, EE.UU., no es tan diferente de la experiencia que viví por mucho tiempo cuando era niño, estoy hablando de décadas pasadas en las que las cosas eran un poco más sencillas, sin tanta vorágine como la que actualmente estamos sufriendo.
Estamos en una generación de la confusión, de la negación, en la que los valores éticos degradan la dignidad del individuo. Esto no ocurre solo localmente, sino a nivel mundial. Este Sábado Santo es de reflexión, de silencio ante el asesinato injusto de un hombre que vino a salvar a los descarriados.
Rescatemos esas tradiciones antiguas y genuinas nuestras, pensemos juntos qué país queremos para nuestros hijos, pensemos y pidamos a Dios que aparezcan candidatos probos, justos y honestos que puedan desarrollar este querido Paraguay. ¡Necesitamos una Nueva República!
Les deseo a todos mis lectores del diario El Nacional una Semana Santa en silencio, de introspección y de recogimiento en cada rinconcito espiritual.
*Correo electrónico: [email protected]
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