Opinión
Las tentaciones en el desierto
Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le respondió: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre”. Llevándole luego a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo el diablo: “Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque me los han entregado a mí y yo se los doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, todo será tuyo”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y solo a él darás culto”. Le llevó después a Jerusalén, le puso sobre el alero del Templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; 1porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te guarden. Y en sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús le respondió: “Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios”. Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta el tiempo propicio”.
[Evangelio según san Lucas (Lc 4,1-13); 1er Domingo de Cuaresma]
La “tentación” o “prueba” (griego: peirazein) de Jesús en el desierto es el último episodio de esta serie preparatoria, que introduce el ministerio público de Jesús en el Evangelio según Lucas (Lc 4,1-13). Está estrechamente vinculado con la escena del bautismo y con la lista genealógica, precisamente porque Jesús es sometido a prueba en cuanto Hijo de Dios. El agente que lo pone a prueba es el “diablo”. El tipo de la discusión que Jesús entabla con el diablo está basado, posiblemente, en el modelo de la diatriba rabínica haggádica.
El vocablo griego diábolos (“diablo”) es un apelativo que indica el “oponente” de Jesús. Equivale al hebreo Šāṭān (“satanás”) que significa “adversario”, “acusador”, “fiscal”. En el Antiguo Testamento aparece como un personaje que está en la corte de Dios (Job 2,1; Zac 3,1-2). En la Septuaginta (la versión griega del Antiguo Testamento) adquiere el significado de “calumniador”, es decir, aquel “impostor” que se vale de la insidia, de la mentira, de la falacia y la murmuración para alterar la verdad sobre el prójimo e infligir daño a este de una manera cobarde y pueril. El diablo o Šāṭān no es un referente menor del mundo del mal; es el “jefe” o “príncipe” de los demonios, según la angelología contemporánea. Su intención siempre es siniestra y perversa. Así como a Dios le es connatural el bien, al diablo le es connatural el mal. El diablo no intenta poner a prueba la fe de Jesús; más bien pretende frustrar el plan divino de la salvación.
Respecto a la ambientación del acontecimiento, Lucas provee tres datos: Que Jesús estaba “lleno de Espíritu Santo”, el cual le conducía desde el Jordán al desierto, durante cuarenta días (Lc 4,1-2ª). El Jordán recuerda el episodio del “bautismo” (Lc 3,21-22) en el que “bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma” (v. 22). Esto implica que la experiencia de Jesús se realizó como una moción del Espíritu, lo cual no implica que Jesús esté subordinado al Espíritu, sino que “actúa en el Espíritu”. La expresión “cuarenta días” (coordenada temporal), que hay que interpretar como número redondo, podría hacer referencia a Dt 8,2: “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto”. También puede aludir al tiempo que Moisés pasó en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24,18; 34,28) o al tiempo de camino que empleó Elías para llegar al monte de Dios, el Horeb (cf. 1Re 19,8). En el relato de Mateo, los “cuarenta días y cuarenta noches” son el tiempo que dura el ayuno de Jesús; mientras que en Lucas parece incluir el tiempo de las tentaciones y de la guía del Espíritu.
La mención del “desierto” (coordenada espacial) se refiere indudablemente a la región esteparia y salvaje de Judea. El “desierto” es un lugar solitario, morada de bestias salvajes y de demonios (Lv 16,16; Is 13,21; 34,14; Tob 8,3), pero, tal vez, se pueda ver una connotación del desierto como lugar de encuentro y contacto con Dios (cf. Os 2,14-15). De hecho, el vocablo hebreo que designa “desierto” es midbbār, una palabra compuesta por la preposición “mīn” (“desde”; “por causa de”) y dābār (“palabra”), literalmente, “desde la palabra” o “por causa de la palabra”. En consecuencia, el “desierto” sería el ámbito propio de “escucha de la palabra (de Dios)”.
Antes de presentar las tentaciones, Lucas nos informa que Jesús, durante todo este tiempo, estuvo sin comer. Se trata del “ayuno” (griego: nēsteusas). El evangelista dice, simplemente: “estuvo sin comer” y declara que Jesús “tuvo hambre”. Por supuesto, el número “cuarenta” tiene un evidente carácter simbólico aritmético en referencia, probablemente, a los “cuarenta días de ayuno de Moisés” (Éx 34,28; Dt 9,9) o de Elías (1Re 19,8). “Cuarenta”, en consecuencia, no tiene valor cuantitativo, sino cualitativo, es decir, representa un tiempo considerable y significativo en relación con la experiencia salvífica de Israel.
La referencia al episodio del bautismo está fuera de toda duda (Lc 3,22). El diablo no cuestiona el carácter mesiánico de Jesús. La mención del título “Hijo de Dios”, ya presente en los relatos de la infancia, está en directa relación con la declaración venida del cielo después del ritual del bautismo. La táctica del diablo consiste en poner a prueba la condición filial de Jesús, aprovecharse de su situación de hambre e intentar, en definitiva, desbaratar su rol en la historia de la salvación. Según parece, el sentido del planteamiento del diablo, al emplear una formulación hipotética o condicional (“si eres Hijo de Dios”), adquiere una tonalidad sarcástica, del mismo modo que las autoridades judías plantearon ante Jesús crucificado su venenoso planteamiento: “Los magistrados, por su parte, hacían muecas y decían: “Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido” (Lc 23,35).
En la primera tentación, que se refiere a la condición de dependencia del hombre del alimento para subsistir, el diablo propone a Jesús (con el fin de probar su filiación divina) que convierta “esta piedra en pan” (Lc 4,3). No deja de ser relevante el singular que emplea Lucas en relación con el plural de Mateo: “diles a esas piedras que se conviertan en panes” (Mt 4,3). Ya que Jesús está solo, bastará con trasformar una sola piedra en un pan para satisfacer su necesidad de subsistencia; así se evita la imagen grotesca de la panorámica de todo un desierto lleno de panes por todas partes. La respuesta de Jesús se basa en las Sagradas Escrituras: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). De este modo, la seducción del diablo queda rechazada con una cita del libro del Deuteronomio (Dt 8,3). En este punto, Mateo, basado en la Septuaginta (LXX) añade: “…sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Hay que tener presente que para Mateo el motivo sapiencial de la “palabra de Dios” adquiere un particular interés porque se empeña en presentar a Jesús como “maestro”, como un sabio de Israel que alimenta a sus discípulos con su palabra y su sabiduría (Prov 9,1-5; Eclo 24,19-27; Sab 16,26).
En la segunda tentación, que se refiere a la idolatría del poder político o de cualquier otro tipo de poder, Jesús es trasladado a “una altura”, literalmente, “le llevó hacia arriba”, una expresión genérica que no indica un monte o una cúspide determinada porque, de hecho, no existe ningún monte desde cuya cima se pueda contemplar la tierra entera. Quizás, el acento habría que poner no en el espacio, sino en el tiempo (“en un instante”), con un carácter visionario: todos los reinos de la tierra en un instante. Lucas no emplea la expresión “mundo” (griego: kósmos) como lo hace Mateo (Mt 4,5), sino el término griego oikoumenē (“tierra habitada”), como lugar más apropiado para la vida sedentaria y para el desarrollo cultural de la civilización.
No hay que descartar que haya una alusión al Imperio romano, aunque, así como se presenta el texto no resulta del todo claro. El diablo ofrece “el poder” y “la gloria” que implican esos reinos. Afirma que se los han dado a él. Pero san Lucas no dice quién los ha dado. En el Apocalipsis se lee que el Dragón entregó su poder a la Bestia y esta al Falso profeta (Ap 13,1-18). Aunque también, en el libro de Job, Yahwéh-Dios le dice a Satán: “Haz lo que quieras con sus cosas”. En este caso, Dios sería el agente implícito, propuesta interpretativa que supondría el uso de la “pasiva teológica”. La afirmación del diablo “yo se los doy a quien quiero” expresa el dominio absoluto sobre las organizaciones políticas y la gloria (humana) que implican. Con todo, el diablo pone una condición: “…si me adoras”. La adoración es el máximo homenaje que el ser humano tributa a la Suprema Divinidad, reconociéndose criatura en manos de su Creador. No se trata, simplemente, de ofrecer homenaje y pleitesía al diablo, sino de un planteamiento radicalmente perverso por el cual Jesús debía conceder al diablo, como señor del mundo, el sitio que corresponde a Dios. La intención del diablo es doblegar al Hijo de Dios subordinándolo al proyecto satánico. Jesús le replica con la citación de Dt 6,13: “A Yahwéh tu Dios temerás, a él servirás y por su nombre jurarás”. La expresión “temerás” —o “respetarás”— es muy cercana al texto hebreo. El adjetivo griego monō: “(a él) solo” indica la absoluta exclusividad de Dios como sujeto de adoración.
En la tercera tentación, que se refiere al uso de los poderes como Hijo de Dios, haciendo ostentación de ellos, el diablo pretende que Jesús se acomode a las ideas vigentes sobre el mesianismo triunfalista y espectacular. Con ese fin, Satán le traslada hasta el alero del Templo en la ciudad de Jerusalén, la ciudad en la que se va a consumar su destino de muerte. El alero del Templo es un elemento arquitectónico que designa una extremidad cualquiera. El diablo le propone que se “tire —desde el alero— al suelo”. Hay un escrito rabínico (la peshita) que podría representar una creencia del pensamiento judeo-palestino del siglo I d.C. que indicaría una tonalidad mesiánica en esta tentación. El escrito dice así: “Nuestros maestros han enseñado: “Cuando el rey, el Mesías, se manifieste, aparecerá de pie sobre el tejado del templo” (PesR. N. 36). La supuesta motivación del diablo para que Jesús se lance al suelo desde el alero del Templo consiste en que, al ser Hijo de Dios, los ángeles de su Padre le cuidarán, aludiendo así al salmo 91,10-11: “El mal no te alcanzará, ni la plaga se acercará a tu tienda; que él ordenará a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos”.
El Sal 91, considerado frecuentemente “sapiencial”, presenta a Dios como el protector de sus fieles: no tendrán que enfrentarse a peligro alguno porque el Señor enviará a sus agentes celestiales con el fin de resguardarlos y protegerlos. Después de una doble derrota en las dos primeras tentaciones, y precisamente por medio de una cita de las Sagradas Escrituras, el diablo recurre ahora a esa misma palabra de Dios para conseguir sus fines; si Jesús es Hijo de Dios, no cabe duda que está bajo una especial protección divina.
La respuesta de Jesús, como en las dos tentaciones anteriores, se basa de nuevo en las Sagradas Escrituras, con una citación de Dt 6,16: “No tentarás a Yahwéh vuestro Dios, como lo habéis tentado en Masá”. De este modo, Jesús se niega a usar sus poderes de Hijo para ceder a un reto absurdo que cuestiona su seguridad personal. Jesús, tentado por el diablo, pone en guardia sobre la pretensión de tentar a Dios. Implícitamente queda rechazada la osadía del diablo, que no debería haberse atrevido a poner a prueba a Jesús, porque eso supone, en definitiva, poner a prueba al propio Dios.
Terminadas las tentaciones, la frase conclusiva del texto es breve: (el diablo) “se marchó de su presencia, hasta el momento oportuno” (Lc 4,13). El diablo se marcha de la presencia de Jesús “hasta el momento oportuno” (griego: kairós). Este vocablo griego también puede traducirse por “momento crítico” que sería un tiempo de nuevo ataque. Con todo, esto no quiere decir que el “tiempo de Jesús”, que se inaugura en estos episodios, esté “libre de las insidias de Satanás”. La oposición a la persona de Jesús, simbolizada aquí en las tentaciones, continuará a lo largo de todo su ministerio público que culminará en el misterio de la pasión; y esos remanentes del mal e insidias del maligno continuarán a lo largo de la historia de la Iglesia.
En fin: Las tentaciones experimentadas por Jesús son exclusivas de él en cuanto que las padece por ser “Hijo de Dios”, unigénito del Padre. No obstante, tanto sus apóstoles como sus seguidores en la Iglesia primitiva y en el devenir de la historia tuvieron que enfrentar los remanentes del mal de diversas formas. De hecho, no pocos bebieron el “cáliz” del martirio en testimonio del Reino de Dios y enfrentaron al diablo con la santidad y la perseverancia en los valores evangélicos. El libro del Apocalipsis ilustra que la lucha final entre el bien y el mal se dará hasta el final de los tiempos, en la gran batalla de Harmagedón (Ap 16,16). Resulta relevante que, para el último libro de la Biblia, el concepto del mal no se identifica con una “entidad” concreta, como si fuese un “competidor” de Dios empeñado en una lucha universal dualista entre “bien” y “mal”, como si ambos principios tuviesen el mismo rango. En efecto, según el vidente de Patmos, el número de la Bestia (666) “es cifra de un hombre”, simbolismo aritmético que necesita ser decodificado. ¿Esto qué implica? Que el ser humano puede ser “vehículo del bien” como también puede ser “canal de actuación del mal”; en este caso se refiere al emperador Nerón que persiguió a los cristianos con medios violentos y con la muerte. Diablo es todo aquel que sigue la lógica del anti-Reino, proyecto alternativo que pone en movimiento mediante la “mentira” (actitud claramente demoniaca, porque “el diablo es padre de la mentira”: Jn 8,44), a través de la “injusticia” porque Dios no solo es “misericordioso”, sino también “justo” y “recto” (cf. Mt 5,6.7.8 y 10).
En este tiempo de Cuaresma, y durante todo el año litúrgico, la Iglesia nos invita a estar en guardia, reflexionando y revisando nuestros “esquemas mentales”, nuestras “actitudes”, opciones y acciones, pues, consciente o inconscientemente, podemos dejarnos llevar por los falsos valores del anti-Mesías. Especial cuidado deben tener aquellos que “descansan” (sin autocrítica) en la comodidad de las prácticas rituales y aparentemente “piadosas” sin encarnar en sus vidas los valores del Evangelio. Los creyentes no están exceptuados de ser “vehículos” del mal. El 24 de febrero de 2020, el Papa Francisco, reflexionando sobre el texto de Mc 9,14-29, alertó sobre los “demonios bien educados” que destruyen educadamente mediante las “injusticias”, la “diplomacia” y los “vicios” y, violentamente, por medio de las “guerras”. En general —afirma Francisco— “no hacen ruido”, “se hacen amigos”, “persuaden” y “te llevan por el camino de la mediocridad”, “te vuelven un tibio en el camino de la mundanidad”. Ante semejante “enemigo”, que convive pacíficamente en el seno de la misma comunidad, el Santo Padre pide “vigilancia cristiana” y “examen del corazón”.
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