Opinión
“Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”
“Estando Jesús a la orilla del lago de Genesaret, la gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. En esto vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. Subió entonces a una de las barcas, que era de Simón, y le rogó que se alejara un poco de tierra. Se sentó en la barca y, desde allí, se puso a enseñar a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Simón le respondió: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Así lo hicieron, y pescaron tan gran cantidad de peces que las redes amenazaban con romperse. Entonces llamaron por señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían capturado. Y lo mismo les ocurrió a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron”.
[Evangelio según san Lucas (Lc 5,1-11); 5º Domingo del Tiempo Ordinario].
El texto del Evangelio de san Lucas, que la Iglesia nos propone, como centro de la liturgia de la Palabra, para este domingo, se ambienta “a la orilla del lago de Genesaret”. Este nombre, en griego Gennēsaret, hace referencia a un pequeño distrito, muy fértil y de una gran densidad poblacional, situado al oeste del lago que algunos escritores llaman “el mar de Galilea”; a pocos kilómetros al sur de Cafarnaún. El distrito de Genesaret dio su nombre al lago. Este es el único pasaje de todo el Evangelio según san Lucas en el que Jesús enseña desde la orilla del lago.
San Lucas notifica que Jesús predicaba la palabra de Dios (Lc 5,1). Partiendo del inicio de su misión, la primera actividad “docente” de Jesús, según el registro del Tercer evangelista, se realiza inmediatamente después de superar las tentaciones. En efecto, cuando regresó del desierto, volvió guiado por el Espíritu e iba “enseñando” en las sinagogas; y era alabado por todos (Lc 4,15). Comienza así su ministerio como proclamador del proyecto de Dios. Después de la experiencia en la Sinagoga de Nazareth, donde se aplica a sí mismo el pasaje del profeta Isaías (Lc 4,16-30), también “enseñaba” en la Sinagoga de Cafarnaún en el día festivo del šabbat, probablemente en un contexto litúrgico; y el autor del Evangelio observa que su ministerio educativo lo hacía “con autoridad” causando asombro en su auditorio (Lc 4,31). El empleo el imperfecto griego edidasken quiere subrayar que tal actividad “escolástica” era continua, es decir, era su tarea habitual. El marco que nuestro texto presenta es, ahora, la orilla del lago de Genesaret. Allí enseña desde la barca de Pedro a la multitud agolpada para escucharle (Lc 5,1.3). También aquí, según la categoría gramatical pertinente (imperfecto), se indica una actividad continua.
¿Qué enseñaba Jesús a la gente? Por primera vez san Lucas emplea la expresión “palabra de Dios” (griego: logos tou theou) para indicar su actividad. Se trata de la proclamación, de la enseñanza de “la palabra que procede de Dios” o “la palabra que explica quién es Dios”. La actividad de Jesús, que proclama la palabra de Dios a la gente que se agolpa en derredor suyo, no tiene mucho que ver con el prodigio que va a realizar a continuación pero como, indirectamente, se trata de una proclamación del Reino, esa actividad prepara ya, en cierto modo, la tarea que Jesús encomendará a Simón.
Es evidente que el evangelista quiere poner énfasis en la identidad de Jesús como “maestro” reconociéndole una especial autoridad para hablar de Dios y de su programa de salvación. Él es “el maestro de los maestros” de Israel, el intérprete de la Toráh. Desde niño demostraba una especial capacidad hermenéutica y una inteligencia aguda para interpretar las Escrituras suscitando la admiración de los doctores de la ley (Lc 2,47). Enseñaba en todas las regiones y en todos los ambientes: en las sinagogas, a orilla del lago, en el Monte, en el templo de Jerusalén. Así, la “enseñanza” es uno de los temas favoritos de san Lucas. En el desarrollo del Evangelio, se insistirá en la tarea “escolástica” de Jesús (Lc 5,17; 6,6; 11,1; 12,12; 13,10.22.26; 19,47; 20,1.21 (2x).37; 23,5). De este modo, se puede inferir que la “enseñanza” es trasversal a todo el evangelio, una “constante”; constituía la acción pastoral mesiánica neurálgica y predominante.
El evangelista nos narra que Jesús vio, a la orilla del lago, dos barcas vacías porque los pescadores ya habían bajado de ellas y realizaban faenas propias de la profesión, pues “lavaban las redes”. Sin mediar palabras, Jesús decide subir a una de las barcas que, según san Lucas, pertenecía a Simón y rogó a este “que se alejara un poco de tierra”. Estaba preparando, evidentemente, el “escenario” propicio con el fin de tener el “ángulo” necesario para hablar al gentío. Por eso, “se sentó en la barca” y se dispuso a ejercer su ministerio docente.
Finalizada su primera actividad, la “enseñanza”, dedicada a la gente, Jesús se dirige a Simón, el dueño de la embarcación que usó Jesús para predicar. Empleando un imperativo, Jesús le ordena que se adentre en el lago; curiosamente, después de dirigirse a Simón, en singular, ordena “echad vuestras redes” (en plural), lo cual supone que hay otras personas en la barca con el fin de ayudar en el trabajo de la pesca. Solo al final de la narrativa se revelará los nombres de los acompañantes. Ante la disposición de Jesús, Simón plantea su objeción respecto al fracaso de la pesca anterior. Se dirige al predicador con un título que se emplea exclusivamente en Lucas: epistátēs que, frecuentemente, se traduce por “maestro” o “señor”. Sin embargo, en la cultura greco-helenística este vocablo adquiere un sentido mucho más amplio y se emplea como equivalente de “jefe”, “administrador”, “supervisor” (especialmente en la educación de los jóvenes). En los escritos de Lucas, únicamente los discípulos atribuyen este título a Jesús; los que no pertenecen a este grupo de los más cercanos colaboradores le llaman didáskalos, es decir, “maestro”. En algunos contextos se relaciona más bien con las actuaciones prodigiosas (cf. Lc 8,24; 17,13).
No obstante el fracaso de la pesca precedente, Simón expresa que echará las redes confiado en las palabras del “líder” que les ordenaba ejecutar un siguiente intento: “por tu palabra” —dice Simón— “echaré las redes”. De este modo, Simón accede a seguir la indicación de Jesús y así queda preparado el prodigio que va a tener lugar a continuación. En efecto, Lucas relata que “pescaron tan gran cantidad de peces que las redes amenazaban con romperse”. La enorme cantidad de peces subraya lo extraordinario del suceso que, al tiempo que manifiesta el poder de Jesús, sirve de preparación para la promesa que el Señor va a hacer inmediatamente a Simón. El prodigio se realiza como respuesta a la docilidad con la que el “pescador” pone en práctica la indicación de Jesús.
En razón de la gran pesca y ante la dificultad de gestionar solos la faena, hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que acudieran con el fin de prestar ayuda. El narrador, empleando un lenguaje “superlativo”, da cuenta del resultado del trabajo: “Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían” (Lc 5,7). Ante la evidencia del hecho taumatúrgico, Simón “se echó a los pies de Jesús” (literalmente: “cayó a las rodillas de Jesús”) y exclamó: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador” (Lc 5,8). No le dice “¡sal de la barca!”, sino más bien: “¡No te juntes conmigo!”. La respuesta de Simón ante el poder que se manifiesta en una captura tan extraordinaria relaciona a Jesús con un ámbito sobrenatural, al que él no pertenece por ser “un pecador” (griego: anēr hamartōlós). Su reacción es semejante a la del profeta Isaías: “Yo me dije: ¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros y vivo entre gente de labios impuros; y he visto con mis propios ojos al rey Yahwéh Sebaot” (Is 6,5). Esta autodescripción de Simón no tiene nada que ver con su futura defección cuando llegará a negar a Jesús tres veces (Lc 22,54-60); se trata más bien de una declaración de indignidad ante lo que le supera totalmente y le sobrepasa, ante la presencia de lo “numinoso”, de lo “tremendo” y “fascinante”.
Simón —al que más tarde se le cambiará su nombre por el de “Pedro”, “fundamento rocoso”— se dirige a Jesús nombrándole “Señor” (griego: kýrie), un título que normalmente se reserva para Cristo resucitado y empleado en la Biblia hebrea para designar a Dios con el tetragrama sagrado YHWH (Yahwéh). El asombro y el estupor no solo se apoderó de Simón sino también de los otros compañeros cuyos nombres aparecen aquí por primera vez: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, designados aquí como “compañeros de Simón” (griego: koinōnoí tō Símōni). Son los “compañeros de Simón” que habían acudido para ayudar en la faena pesquera. Son aquellos que están en “comunión” con Simón y que, más adelante, serán elegidos también para formar parte del grupo de “los Doce”.
No obstante la presencia de Juan y Santiago, Jesús se dirige solo a Simón con el fin de invitarle a superar el “temor” (griego: mē phobou), sobre todo porque el temor, como “pasión del ánimo”, “paraliza” dejando a la persona en un estado de “suspensión” emocional. Luego de animar al pescador, Jesús le indica su futuro rol, calcado, simbólicamente, de su oficio: “De ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5,10). En realidad, el texto griego dice, literalmente: “a los hombres pescarás vivos” (ánthōpous ésēi zōgrōn). En la profesión de pescador, Simón atrapaba peces que, una vez muertos, servía para el alimento humano. Empleando la metáfora de la “pesca”, ahora Jesús le dice que quiere que los hombres sean reunidos vivos por obra de la misión de Simón enviado por designio del “jefe” (griego: epistátēs). Se refiere a una acción activa, estrechamente vinculada al ministerio de Jesús con el objeto de edificar el Reino en el futuro (según la conjugación del verbo). Esta tarea asignada a Simón no se puede interpretar como propia “de todos los cristianos” sino como un rol singular del apóstol Pedro. Se trata del servicio “petrino” que se prolongará en el futuro o devenir de la historia de la salvación en el marco de la gran comunidad eclesial.
El texto finaliza con el epílogo en labios de san Lucas: “Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron” (Lc 5,11). En esta parte conclusiva se subrayan dos cosas. En primer lugar, el abandono de la anterior faena de “pescadores”, es decir, la renuncia a la profesión que les servía de sustento, de trabajo. Esto implica que Jesús no llama a desocupados laborales sino a gente trabajadora, ocupada en los quehaceres de la vida para ganarse el sustento cotidiano. En segundo lugar, esa “renuncia” (“dejándolo todo”), da lugar a una nueva realidad, a una vocación, es decir, a la “llamada” del epistátēs con el fin de iniciar un proceso de “seguimiento” (akoloútheō).
Brevemente: La actividad básica de Jesús durante su ministerio terrenal está signada por la “enseñanza”, la predicación de la “Palabra de Dios” que será la base y el fundamento de toda su misión. En este episodio se relata la elección de Simón-Pedro como el primer “apóstol”, un pescador que trabajaba en compañía de su hermano Andrés (aunque aquí no se le nombra) y con los hijos de Zebedeo: Juan y Santiago. Después de la pesca prodigiosa, que el “maestro” empleará como metáfora de la futura misión de sus seguidores, invita a Simón a colaborar en el ministerio de reunir personas para la edificación del Reino. Llama la atención que de Juan y Santiago se dice que son “compañeros” de Simón (los que están en koinōnía con él); es decir, gente que ayudan y ayudarán en la misión de Pedro. El estatuto de Simón como “pe(s)cador” es sintomático de quienes siguen al maestro: el trabajo de reunir gente en torno al proyecto de Jesús, no de otro proyecto “en nombre de Jesús” y la conciencia de la indignidad, de ser un “pecador” y de no merecer la cercanía de Dios y del Señor porque este le supera y le sobrepasa. Por tanto, solo quienes se reconocen falibles y frágiles (sin que sea una “falsa humildad”) pueden seguir auténticamente al Supremo “Pescador”.
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