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Opinión

El Álbum Blanco y Memo

Uno

“Ponlo de una vez, quiero escucharlo completo”, le dije. Fue mi primera vez con el Álbum Blanco. Corría el año ’81 y estaba en la casa de mi causita Memo. En ese tiempo vivía en Mangomarca, un barrio mesocrata, con hileras de casas blancas y patios delanteros.

Dos horas antes, en una tarde soleada, Guillermo tocó la puerta de casa.

—“Oye, tengo el Álbum Blanco.

—No jodas —contesté.

—¿Quieres escucharlo conmigo?

—Seeeee.

Mandé a la mierda la tarea de aritmética y fuimos a su casa que estaba a la vuelta. Puso cuidadosamente el disco y nos dispusimos a escucharlo, sentados en el jardín de su casa. Colocó un parlante, en la ventana para que todo el vecindario sepa qué estábamos escuchando. Durante más de hora y media quedamos inmóviles y sin aliento. Eran temas casi sin pausa. Uno mejor que otro.

Iniciaba con un rocksurfer de los cincuenta Back in the URSS (homenaje a Chuck Berry y los Beach Boys); una pequeña muestra de reggae en Obladi-oblada; otra llena de galimatías: Glass Onion; dos pastoriles: Mother Natures Son y Blackbird; y otra descarnadamente sexual: Why don’t we doing in the road. El contraste era evidente. Luego se ahondaba con Yer Blues, Helter Skelter y Everybody hide something except me and my monkey (el bajo de Paul es grandioso); una mística y religiosa Long, long, long; la intimista While my guitar Wently weeps, que confirma el genio de George. Es una de las mejores del álbum. Ah, y el homenaje al music hall Honey Pie.

La letra, de varias canciones era de tal complejidad y una belleza poética que aún asombra.

“La mitad de las cosas que digo no tienen sentido,

solo las digo para alcanzarte”.

o tomaba posiciones políticas:

“Me preguntas por mi contribución
Bien, tú sabes
Nosotros haremos lo que podamos

Pero si quieres dinero para gente cuya mente está llena de odio

Lo único que te puedo decir, hermano, es que te esperes”.

Y denostaba a los políticos (¿paraguayos?)

“Con la vida asegurada en sus pocilgas

no les importa lo que pasa fuera

en sus miradas falta algo

y lo que necesitan es una buena paliza”.

Pasaban de un género a otro sin pausas. Más country –¿o western?–, como Rocky Raccoon y Dont Pass me by; el rock festivo de Bhirtday; la acústica I will; a la surrealista e iridiscente Happines is a warm gun. Para muchos, los mejores tracks del álbum son Happines… junto con Im so tired, donde se logra impregnar un ambiente cansino. Al final del disco, sucedía lo insólito: la antonimia perfecta, como dijo un crítico inglés: te generaban pesadillas y en el último track te mandan a dormir (Good night).

Memo y yo parecíamos hipnotizados, solo se movían nuestros rostros para asentir y afirmar, sin palabras, que era un álbum de la puta madre.

Dos

Había escuchado mucho acerca de este álbum en los años anteriores. En 1978, encontré, en la casa de mi abuelo paterno, la revista Life en español. Justamente de diciembre del ’68, tiempo en que Los Beatles presentaban el álbum en mención. Junto al artículo venían las letras de varias de las canciones. Leí el artículo embelesado. Como no tenía el money (era misio) para comprarlo, entonces hacía lo más lógico en aquel tiempo: escuchaba la radio para cazar cuando una emisora transmitía algún tema. Generalmente lo escuchaba en programas dedicados a los 4 de Liverpool (sábados de 11 am a 12 am en Radio El Sol). Pero nunca el álbum completo, hasta aquella tarde de 1981.

Lo regio de todo este asunto es que muchos de los temas eran simplemente para eso: escucharlos, como la música clásica. A tal grado de madurez había llegado el rock en aquellos años, que había trocado en música culta.

La portada es icónica. Minimalista, la antítesis del Sargento Pimienta. Adentro había un collage de fotos. En la versión americana venía con fotos incluidas, de tamaño mediano, de los Fabfour. Mientras la versión latina (al menos la que vino al Perú) carecía de esas fotos; ergo, tampoco tenía impresa la letra de las canciones (una huevada).

Ahora la generación actual no compra discos. No los necesita, todo lo tienen a un clic de distancia. Eso sí, los jóvenes de ahora no han contado con la experiencia de tener un vinilo en sus manos, palparlo, olerlo y emocionarse por ser dueño de un elepé. Cancherear a tus amigos, en voz alta, en plena tertulia musical “Yo ese álbum lo tengo”. Eso es algo que nosotros los cincuentones hemos experimentado y nunca olvidado: amar un vinilo y cuidarlo in extremis. Llegué a forrar con papel contact las portadas, comprar papel forro para hacer lo mismo con los discos y limpiarlos cuidadosamente con alcohol.

Tres

Cuando vuelvo a escuchar el disco en mención, concluyo que es atemporal. No ha envejecido un ápice. Logra conmoverme a pesar de mis 55 años. Eso sucede con la música, te brinda solaz, sosiego, trasladándote a tiempos pretéritos. Pero el disco de The Beatles hace algo más: escarba en tu vida y te deja expuesto. Te permite elucubrar, tonificándote para enfrentar la agitada vida cotidiana.

Algunos críticos indicaron que era un álbum desorganizado, que no era la suma de un trabajo grupal, sino todo lo contrario. Años después, nos enteramos que efectivamente fue así. Lo cual engrandece la obra. Aún peleados, Los Beatles eran capaces de dar un salto para atrás y luego atomizarse. Definiendo la música que vendría más adelante. Salió a la venta el 30 de noviembre de 1968 en EE.UU. e Inglaterra. En América Latina llegó en marzo del año siguiente. Insólito.

Al terminar de escucharlos los 2 discos, Memo y yo quedamos de una pieza y como nunca nos había sucedido: Sin habla.

Luego, de tragar saliva, Memo me preguntó en voz bajita.

“¿Lo escuchamos de nuevo?”.  Asentí moviendo la cabeza.

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