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Opinión

La Sagrada Familia, las tradiciones religiosas y el diálogo de Jesús con los doctores

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió los doce años, subieron como de costumbre a la fiesta. Pasados aquellos días, ellos regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtieran. Creyendo que estaría en la caravana, y tras hacer un día de camino, lo buscaron entre los parientes y conocidos. Pero, al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. Al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Todos cuantos le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando lo vieron, quedaron sorprendidos; su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos andado buscando, llenos de angustia”. Él les dijo: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Jesús volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”.

[Evangelio según san Lucas (Lc 2,41-52); Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José —Octava de Navidad—]

San Lucas, en los primeros versículos de este texto dominical, comienza informando sobre la práctica religiosa de la Sagrada familia: “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de Pascua. Cuando cumplió los doce años, subieron como de costumbre a la fiesta” (Lc 1,41-42). Ante todo, el evangelista deja constancia de la religiosidad de la familia porque “todos los años subían a Jerusalén”, la ciudad santa, en ocasión de la Pascua. La fiesta de Pascua se celebraba el día 15 de Nisán, el primer mes del calendario babilónico-judío, y corría prácticamente desde la última semana de marzo hasta la última semana de abril. La celebración comenzaba con la comida del cordero pascual. Durante un período de siete días, llamada “fiesta de los ázimos” era obligatorio comer pan sin levaduras. Esta fiesta se celebraba en recordación del éxodo o salida de Egipto con destino a la Tierra prometida.

San Lucas anota el dato de una pascua precisa para relatar un suceso concreto: “cuando Jesús ya tenía doce años”. Esto implica que Jesús estaba entrando en el período de la adolescencia, poco antes de la celebración del bar miswáh, ceremonia por la cual el joven varón israelita, de trece años de edad, leía públicamente la Torá o Ley y estaba obligado a cumplirla. La expresión hebrea significa, lit., “hijo del mandamiento”. Con todo, por la acendrada raigambre religiosa de la sagrada familia, el joven Jesús ya acudía antes de la edad indicada a participar de las celebraciones pascuales a Jerusalén. Esta costumbre de subir cada año a la fiesta es un detalle que recuerda la historia de Samuel (1 Sam 1-2), donde se dice que Elcaná y Ana “solían subir todos los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos, en Siló” (1 Sam 1,3).

No hay duda de que José y María pasaron en Jerusalén la semana entera de las fiestas de Pascua y de los Ázimos. Pero cuando volvieron a casa el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se enterasen. Ellos pensaban que estaría en la caravana y después de una jornada de camino de retorno lo buscaron entre sus parientes y conocidos; pero al no encontrarle se volvieron a Jerusalén en su busca. Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio “de los maestros” (griego: tōn didaskálōn), escuchándoles y haciéndoles preguntas.

El Templo es el referente fundamental de la fe israelita que cree en un único Dios verdadero, Yahwéh, el cual eligió a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Lo más probable es que Jesús estaba junto a los doctores en los pórticos exteriores, ámbito del conversatorio bíblico-hermenéutico. El evangelista observa que “todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus repuestas”. Evidentemente, la conducta que Jesús adoptaba se identificaba con la de los alumnos de los rabinos y las preguntas y las explicaciones versaban sobre la interpretación de la Biblia hebrea y sobre su importancia para la vida judía.

Las respuestas de Jesús son calificadas, en el original griego, de sýnesis, es decir, “poderosa capacidad de comprensión”, “inteligencia” y “criterio de juicio”. Esta manifestación pública de la “lucidez” de Jesús se conecta con la observación anterior de que “el niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y que la gracia de Dios estaba sobre él” (Lc 2,40). Al verlos allí, sus padres se llenaron de una tremenda impresión y María su madre, con toda delicadeza, reprochó a Jesús su comportamiento sin comprender aún el misterio de su hijo. El joven Jesús respondió con interrogantes a la objeción de su madre: ¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Según se entrevé en la respuesta de Jesús, el esperaba que sus padres debían haberse imaginado dónde habrían podido encontrarle. De todas formas, lo verdaderamente importante es que Jesús se refiere a Dios como a “su Padre”. En su pregunta late una cierta desilusión ante el hecho de que sus padres terrestres no hayan llegado a comprender que su relación específica con el Padre trasciende los vínculos más naturales, como los de la familia.

Al final, se deja constancia de la obediencia del joven a sus padres terrenales, signo de la sumisión a la voluntad de su Padre-Dios y que su madre, María, “conservaba todas estas cosas en su corazón”. Esto implica que María iba superando su incomprensión para abrirse a la inteligencia y al entendimiento del misterio del “Dios hecho hombre”. Si del vientre de María ha nacido el niño Jesús, en su interioridad, representada por su corazón, se atesoraba y custodiaba la verdadera identidad divina del “Hijo” engendrado por Dios (Lc 3,22).

En fin: Jesús nació y creció en el seno de una familia constituida, con un padre y una madre, José y María, con la pedagogía de la obediencia y de la ternura. El joven Jesús, si bien era consciente de su condición divina, no por eso prescindió de la disciplina familiar; al contrario, desde niño aprendió a obedecer y a someterse al suave yugo del hogar. Si bien sintió la necesidad de acercarse al Templo, casa de su Padre-Dios, también comprendió la necesidad de educarse en el templo doméstico tutelado por el justo san José y por el Sagrado corazón de María. El corazón de carne de una madre es sede de amor y de ternura; cuanto más el de María que después de gestar durante nueve meses al Hijo de Dios vivo, le cuidaba y educaba con docilidad y acatamiento a la voluntad del Padre eterno. Se subraya la poderosa capacidad hermenéutica de Jesús, el “joven” (griego: paīs) que, con soltura, intercambiaba —con los rabinos o doctores de la ley— cuestiones referentes a la Biblia hebrea.

 

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