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Opinión

Juan, el Bautista, hijo de Zacarías

“El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo, tetrarca de la región de Iturea  y Traconítida, y Lisanio, tetrarca de Abilene; bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, le llegó un mensaje de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Recorrió entonces toda la comarca del Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: La voz de uno que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanadle sus senderos. Que todo valle se levante, que todo monte y colina se abaje. Que lo torcido se enderece, y lo escabroso se iguale. Entonces todos los hombres verán la salvación de Dios””.

[Evangelio según san Lucas (Lc 3,1-6); 2º domingo de Adviento]

El texto del Evangelioque se nos propone para nuestra reflexión dominical comienza con una séxtuple referencia cronológica que da el marco histórico al anuncio formulado por el evangelista san Lucas: cinco del ámbito político —imperial y regional— y uno del ámbito religioso —de Israel—. Lucas inicia con la mención del reinado del emperador Tiberio (Tiberius Iulius Caesar Augustus), sucesor de Augusto (Gaius Octavius Caesar Augustus) ejercía, entonces, la hēgemonia (griego), es decir, el “liderazgo”, “jefatura” o “mandato” de todo el Imperio. Se especifica “el año quince” de su reinado. A continuación se menciona a “Poncio Pilato” (Pontius Pilatus), sexto gobernador de Judea, nombrado por Sejano (Lucius Aelius Seianus), consejero de Tiberio y furibundo anti-judío. Según Flavio Josefo, este funcionario imperial ejerció sus funciones de gobernador durante los años 26-36 d.C. Político severo y administrador arbitrario, no supo congraciarse la benevolencia de la población judía, sometida a su autoridad. Lucas le aplicó el título genérico de hēgēmon (griego) con el significado de “gobernador”.

Sigue Herodes Antipas, hijo menor de Herodes el Grande y de Maltace, que heredó parte de los dominios de su padre a la muerte de éste y gobernó sus territorios desde el año 4 a.C. Gobernó como tetrarca hasta el año 39 d.C., cuando el emperador Calígula, molesto porque Herodes pretendía convertir su título honorífico de “rey” en una auténtica realeza, lo depuso y lo desterró al sur de las Galias. La designación “tetrarca” se refería, originariamente, al que reinaba sobre la cuarta parte de un determinado territorio. Pero en tiempos de la tradición evangélica ya se había convertido es un formulismo para referirse a un príncipe de poco rango. Se cita, después, a “Filipo, tetrarca de la región de Iturea y Traconítida”. Filipo (Herodes Filipo II) era hijo de Herodes el Grande y de Cleopatra de Jerusalén. Iturea y Traconítida son dos pequeños regiones que comprendían todos sus dominios. No hay precisión sobre esta jurisdicción; lo cierto es que la tetrarquía de Filipo abarcaba la región este del río Jordán y subía hacia el Norte hasta los confines de Siria. A grandes rasgos, se puede decir que se extendía desde el Norte de la Decápolis hasta el Sur de Damasco. Filipo gobernó sus territorios desde el año 4 a.C. hasta el 34 d.C., año en que murió, sin dejar descendencia. Sus dominios pasaron a formar parte de la provincia romana de Siria.

El último referente político mencionado es “Lisanio, tetrarca de Abilene”. No se sabe con precisión quién es este personaje. Difícilmente se puede tratar del hijo de Tolomeo, que llevaba el título de “rey” de Calcis; este fue asesinado por Marco Antonio, a instigación de Cleopatra, reina de Egipto, el año 36 a.C. Su identidad resulta problemática y también el motivo por el cual Lucas lo ha mencionado. Lo más probable es que la referencia a Lisanio se base en una información personal de Lucas, que él obtuvo de manera totalmente independiente.

Al final se citan dos referentes de la religión hebrea: “bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás”. Anás (Eleazar ben Ananás), hijo de Set, fue nombrado Sumo sacerdote por el gobernador Romano Sulpicio Quirino el año 6 d.C., y se mantuvo en el cargo hasta que fue depuesto en el año 15 d.C. Sus sucesores fueron: Ismael, hijo de Fiabi (año 15 d.C.); Eleazar, hijo del propio Anás (años 16-17); Simón, hijo de Camit (años 17-18), y, finalmente, José, yerno de Anás, apellidado Caifás. Este último (Yosef bar Kabafa) ejerció el sumo sacerdocio durante los años 18-36 d.C. En el Cuarto Evangelio se menciona a Caifás dos veces, como “el que era sumo sacerdote aquel año” (Jn 11,49; 18,13b), es decir, el año de la muerte de Jesús. Pero hay que notar que también se atribuye a Anás el título de “sumo sacerdote” (Jn 18,13ª.19). En Hch 4,6, Lucas vuelve a mencionar a Anás como “sumo sacerdote”, mientras Caifás aparece simplemente como “uno de los que pertenecían  a familias de sumos sacerdotes”. Hay que tener presente que era habitual seguir dando el título de “sumo sacerdote” a los que habían ejercido esa función, aunque no estuvieran en activo. Posiblemente, el significado de esta frase no sea más que una simple referencia a un período en el que el judaísmo palestinense estaba dominado por dos figuras especialmente relevantes. Y en ese período es donde sitúa Lucas la vocación de Juan el Bautista.

Resulta relevante constatar que, literalmente, el texto dice: “una palabra de Dios fue (dirigida) a Juan. Así, el evangelista describe su actividad como el resultado de una llamada. Esta alusión relaciona la llamada de Juan con la vocación de los profetas —Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, etc.— en el Antiguo Testamento, y así queda especificado el carácter profético de la misión de Juan (cf. Lc 1,76; 7,26). En el caso de que el Bautista hubiera pertenecido a la comunidad de Qumrán, esta vocación profética habría marcado su ruptura con esa comunidad. La palabra de Dios le llama a una misión mucho más universal.

La expresión locativa “en el desierto” (griego erēmos)procede del hebreo midbar que, sugestivamente, incluye la palabra hebrea dābāabar, es decir, “palabra”. ¿Es el desierto el espacio específico y referencial para recibir la palabra de Dios como el pueblo recibió el Decálogo mediante Moisés? No se señala con precisión en qué parte concreta del desierto habitaba Juan como tampoco se especifica en Lc 3,4 ni en Lc 7,24. El tercer evangelista no menciona específicamente “el desierto de Judea” como lo hace san Mateo (Mt 3,1); pero la relación que se establece aquí entre ·el desierto” y “toda la comarca del Jordán” hace plausible que el punto de referencia sea precisamente el desierto de Judea. Lucas describe a Juan como un predicador itinerante que, desde el desierto, va por todo el valle del Jordán predicando su mensaje a cuantos se acerquen a escucharlo.

Juan predicaba un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Así, el bautismo se asocia con la metanoia (“arrepentimiento”; literalmente: “cambio de mentalidad”, pero en sentido religioso, se refiere prácticamente a la “conversión”, a la “reforma de la vida”). Es posible que el bautismo predicado por Juan fuera una de las derivaciones de un movimiento “bautista” que floreció en el judaísmo palestinense entre los años 150 a.C. y 250 d.C. Durante todo este período fueron surgiendo diversos grupos, tanto judíos como cristianos, que practicaban ciertas formas de ablución ritual. Dentro de la diversidad de ritos y de la consiguiente diferenciación de significados, podemos identificar como muestras de ese movimiento las purificaciones rituales de la comunidad esenia, el bautismo de Juan y el de sus discípulos (Hch 18,25; Jn 3,23-25), el del propio Jesús y el de sus seguidores (Jn 3,22; cf. 4,2). Mientras que en el libro del Levítico (Lv 4—5) se prescriben diversos sacrificios como expiación por el pecado, el mensaje de Juan sustituye esa ofrenda por un rito de ablución. No se nos dice nunca expresamente cuál era la eficacia de ese bautismo; lo que sí es cierto es que hay que oponerse decididamente a una tendencia a interpretar el significado de ese rito bautismal con categorías anacrónicas, como sería, por ejemplo, asociarlo con el carácter y efectos sacramentales del posterior bautismo cristiano.

Aplicado a Juan, el texto de Isaías le presenta como una “voz que clama en el desierto”, es decir, una voz profética que proclama la salvación de Dios que está destinada a todos. En realidad, Juan predicaba esa salvación como un predicador profético centrado en el ésjaton, es decir, en las realidades últimas que implican reforma y conversión, pero todavía sin el horizonte del Reino.

En fin, la finalidad principal de este pasaje del Evangelio de san Lucas consiste en presentar a Juan como llamado por Dios para preparar la inauguración de la nueva etapa de la salvación y describir al Bautista como un predicador itinerante que “prepara el camino para el Señor”. La cita del profeta Isaías (Is 40) sirve para dar más relieve a su aparición, con un matiz de “cumplimiento”: la consolación de Israel, anunciada antiguamente en este pasaje profético, adquiere aquí nueva perspectiva.

 

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