Opinión
Mundo hispano
No será la historia a dar sustancia al vario mundo hispánico, pues que no la hay, a no ser que pueda considerarse tal un pasado más o menos común, y obligado, de enfrentamientos vividos como múltiples tragedias desarrolladas a ambos lados de una divisoria que iba a marcar para siempre todo posible porvenir. Lo acontecido y lo que mismamente dejó también de acontecer, o fue sin más acontecer negativo, el envés de una realidad innombrable o sin nombres a la altura de poder hacerse cargo de ella.
Al encuentro de los mundos europeo y americano faltó respeto y sobró violencia, sin duda, y no andan faltos de razones quienes promueven la justa revisión de todo aquello y prefieren hablar de definitivo desencuentro. No hay arreglo posible, pues el Nuevo mundo nace de ese desarreglo. Los cimientos de lo nuevo se hicieron con las ruinas aún calientes recién apenas arrasadas. Un mundo de vida heterogéneo y dispar quedó destruido por otro que impuso un orden hegemónico. Sin piedad, sin duda ninguna, o no suficientes, sin querer o sin poder reconocerse en una otredad distinta. Y hasta hoy, pues que la hegemonía epistemológica se impone sutilmente incluso en los dominios de la cultura liberacionista y decolonial.
Pero entre medias de aquel choque de los mundos, choque asimétrico y desigual, se fueron dando las varias formas de un mestizaje que a la postre iba a dar sustancia y color al nuevo mundo. Colores, sabores, olores, acentos y decires de lo vario sustantivo. Obvio que se viene de una herida que no es posible cerrar, una herida cultural, por lo demás, que no a todos duele por igual pero en la que hoy todos podríamos reconocernos como víctimas. Sin que eso quiera en modo alguno lavar la cara al pasado y evitar hablar de responsabilidades e injusticias. Todos víctimas de algo que en los anales españoles se contó –y cantó– como gesta heroica de la Conquista y hoy somos incapaces de mirar sin punta de vergüenza. Víctimas y victimarios de un tiempo lejano que mezclados a la fuerza vinieron a parar a este mundo nuestro de hoy en donde acaso sólo podamos reconocernos en el ultraje y en la herida, en el pillaje y saqueo, tal vez en la hermandad de la ofensa.
Pero no es fácil, pues el relato hegemónico y los cantares de gesta siguen operando una división de poderes y una jerarquía de colores que aparecen como natural paisaje del reino de este mundo. Pero no: que nadie se llame a engaño. Las guerras de independencia no iban a cambiar la forma del mundo, ni a corregir desmanes y atrocidades, sino que iban simplemente a conquistar el poder para seguir con otros desmanes y otras atrocidades. Y sobre todo –lección de geopolítica avanzada– iban a consolidar una fragmentación cargada de intereses, propios y ajenos, que acabaría por revertir en la actual marginalidad –y marginación– de todo lo hispano en el gobierno del mundo global.
No, pues, la historia, pero tal vez sí la lengua, la debilidad sustantiva de la lengua, incapaz por sí sola de crear comunidad, pero posibilidad de llegar a serlo, en ella o con ella, o a través de ella. Lengua de centros descentrados, dúctil y maleable, capaz de recogerse en la intimidad de cada rincón en que se habla. Lengua con memoria, lengua que lleva en sí la herencia de las víctimas y de los victimarios, y que no puede dejar de albergar, como propia memoria de la lengua, la memoria de las lenguas vencidas y humilladas, muchas ya desaparecidas y otras en condiciones de difícil supervivencia. Lengua que mira hacia atrás y pide perdón por todo, por el amor y la guerra, sobre todo porque fue un verbo encarnado en violencia. Pero lengua también que mira hacia adelante y busca el reconocimiento en esa débil y siempre frágil hermandad de los bastardos. La lengua como espacio de un propio reconocimiento que a nada obliga, pero ahí queda, como disponibilidad de una o varias alianzas que se tejen al cruzar todas las fronteras. Reconocerse en la frontera de la lengua común para tal vez empezar a tomar conciencia de un mundo hispano que no está dado, ni siquiera como resentimiento, sino que es mero proyecto, algo por hacer y llevar a cabo frente a los poderes del mundo globalizado. Mera política: para hacer de ese mundo hispano luz que se busca en la conciencia de la mejora del mundo.
* Francisco Martin Cabrero es profesor de literatura en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Turín.
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