Opinión
Hijo de burro no puede salir caballo
Todos los que apoyamos a Marito, para que suba como presidente, sabíamos perfectamente de su estirpe; sin embargo, cualquier duda sobre su inteligencia u honestidad, hoy nos abofetea gritándonos la culpa de lo que estamos atravesando.
Si bien, su padre fue el hazmerreír de la sociedad en general, lo fue también (aunque con discreción) en el círculo del gobierno de Stroessner. Recuerdo, cuando yo era chico, en la escuela solíamos reunirnos en los recreos para contar chistes que retrataban la ignorancia sin par de “Don Mario”, quien, por entonces, era secretario del presidente.
La “burreza” de Don Mario, ante el chiste y la burla, tenía como contrapeso en la consideración social otras virtudes. De hecho, hasta sus adversarios reconocían que era indiscutiblemente leal, y que era un hombre con mucha sensibilidad y generosidad con la gente. Por el contrario, su hijo, hoy en el sillón de López, no da muestras de haberse abrevado en las escasas virtudes que, en su momento, le confirieron un significativo poder a su padre.
Al momento del voto sabíamos que teníamos por candidato a un tipo de pocas luces, pero, bajo el blasón partidario, con fe apostamos a que Marito actuaría como “hombre de partido”. Lo que nadie ni sospechó fue que resultaría ser un gran traidor y vendepatria, con un profundo resentimiento contra el Paraguay.
Hay una larga lista de varias inescrupulosas traiciones de Marito en su obsesión por el poder. Utilizó y traicionó a quienes fueron más que sus amigos de la infancia. Cuando su familia se vio en aprietos, después del Golpe del 89, fue la familia Stroessner la que siempre le ayudó. Fueron los Stroessner los que lo apoyaron en su carrera política, y fue a ellos a quienes primero traicionó.
Traicionó también a otros que confiaron en él en la arena política, como Juan Alberto Ramírez Díaz de Espada, ODD y hasta al mismo Horacio Cartes. Una y otra vez se encargó de hacer fracasar cualquier proyecto que no lo catapultara a él a la presidencia.
Para satisfacer su obsesión presidencial no tuvo ningún remordimiento en resucitar a los más impresentables personajes, como a Nicanor Duarte (Mariscal de la derrota) o a un Juan Ernesto Villamayor. Como si aliarse con esa caterva fuera poca cosa, decidió soberbiamente gobernar con los detractores de su partido y con otras ‘joyitas comprables” de la plataforma política opositora.
Su gobierno es uno de los peores que ha tenido el Paraguay. Además de su mala suerte o tyeraku, su mala gestión en la pandemia se cobró la vida de 15 mil compatriotas: se declaró “manos arriba” ante incendios, sequías y reclamos organizados.
No debemos olvidar que ya antes de la pandemia mostró la hilacha con el sonado caso de corrupción de Petropar, y poco después se ganó el mote de traidor como vendepatria en su intento de entregar los intereses del Paraguay en Itaipú al Brasil. Sus desmanes y desatinos continuos se muestran hasta en su intento de malvender la emblemática Estancia La Patria, que también, de no haber sido por la ciudadanía, se habría concretado.
Ya en pandemia, dio sus muestras de ineptitud y complicidad con el robo de insumos sanitarios para afrontar la crisis sanitaria, llegando así a una bajeza moral de proporciones históricas. A Marito no le interesa para nada la gente. Solo eso explica el formato de su gobierno y su proceder político. Al parecer, lo único que le interesa es vender su asfalto para pronto mandarse mudar fuera del país.
Tras una notoria desaparición mediática volvió a aparecer para dar su apoyo a su vicepresidente, Hugo Velázquez (por cierto, otro gran vendepatria en el caso de la entrega de Itaipú). En la ocasión, con todo cinismo, Marito se ufanó de su lealtad. Nunca antes le quedó tan mal a alguien como a él la frase “nadie es vencedor contra su bandera”, por su cinismo y su soberbia. A la luz de todo esto, surge la cuestión de si todavía existe una Asociación Nacional Republicana (ANR) con la suficiente vitalidad para obrar a favor del bien común.
Para no terminar caduco, como los otros partidos de la oposición, la ANR necesita purgarse y marcar una línea moral bien delimitada que diga clara y contundentemente “esto no podemos aceptar”. Como partido político necesita redefinir su lenguaje preservando sus conceptos y principios que le dan su identidad ideológica, pero, también adaptando su realidad a un discurso que conjugue con las nuevas circunstancias nacionales y globales, sin caer bajo la férula globalista.
La ANR debe recordar que es una “asociación”, y no el partido de unos pocos. Debe también reafirmarse en su doctrina republicana, al mismo tiempo que define lo que significa el nacionalismo para una nueva era.
Soy de la idea de que, en una democracia, la gente no solo debe votar para elegir a sus autoridades, sino que también debe tener el poder de terminar con el mandato de cualquier funcionario público, porque no es justo votar a un candidato que promete ser fiel a una ideología para después traicionarla y que el pueblo se aguante la traición por 5 años, porque sabemos que por intereses los poderes del Estado se confabulan para sostener a cualquier régimen corrupto.
Una vez más repito, nosotros ya sabíamos que ‘hijo de burro no puede salir caballo’, pero no nos esperábamos tanta traición ni tanta insensibilidad con ‘la gente’. Los vendepatria, los ladrones de meriendas escolares, los que intentaron robar y robaron en esta pandemia, no deberían tener más espacios dentro de la vida política de los que amamos al país.
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Ana
11 de septiembre de 2021 at 07:19
Suscribo este escrito… Duele reconocer que seguimos teniendo gente inepta, incapaz, y peor aún..DESHONESTA en todo sentido, al frente de la administración de la República del Paraguay. Triste realidad…