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Opinión

Jesús, el “pan de vida”

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le preguntaron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí? Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan y os habéis saciado. No trabajéis por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”. Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios”? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”. Ellos entonces le dijeron: “Qué signo haces para que, al verlo, creamos en ti? ¿Qué obras realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer”. Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que venga a mí no tendrá hambre, el que crea en mí no tendrá nunca sed”.

[Evangelio según san Juan (Jn 6,24-35); 18º Domingo del Tiempo Ordinario]

El texto que la Iglesia nos propone para nuestra reflexión dominical inicia con el diálogo entre Jesús y los galileos, reunidos de nuevo. Desde el punto de vista formal, tiene la función de hacer que se articule al final la petición implícita: “Señor, danos ese pan, siempre” (Jn 6,34). En cuanto al contenido, plantea de antemano el tema de un alimento relacionado con la vida eterna y el tema de la fe en el enviado de Dios, condición de salvación. El movimiento de conjunto va continuamente del don al donante: el Hijo del hombre (Jn 6,27) y, en definitiva, el Padre (Jn 6,32). Todo esto en tres etapas. Los que han recibido en abundancia los panes perecederos son invitados a desear un pan que permanece, dado por el Hijo del hombre, y para ello han de hacer algo (Jn 6,26-28); luego Jesús les indica que ese “hacer” consiste en la acogida de su persona de “Enviado” (Jn 6,29-31); finalmente, les revela que el Padre es el donante del verdadero pan, el que da la vida al mundo; entonces se apresuran a pedirle ese pan (Jn 6,32-34).

La primera parte del discurso, como la segunda, comienza con la designación de Jesús como “pan de la vida” (Jn 6,35.48) y acaba con la promesa de la vida eterna, concedida al que cree (Jn 6,47)o al que come este pan (Jn 6,58). Al decir Jesús “Soy yo…”, él utiliza un procedimiento clásico de  alegorización. De este modo, puesto que “el pan de Dios” (Jn 6,33) se presentaba como la realización del maná, Jesús realiza en su persona la figura del maná escatológico. Jesús se presenta como el verdadero alimento, el pan anunciado en la Escritura.

Según el estilo midráshico, la afirmación inicial va seguida de una proposición de participio, como en la tradición sapiencial: Tras los anuncios de la Sabiduría sobre sí misma viene regularmente una invitación a “seguirla”, a “amarla”, a “comerla”, y luego una promesa escatológica. También la Sabiduría invita a quienes la escuchan a compartir su pan y a beber de su vino excelente (Eclo 24,19.21; Pv 9,5).

Aquí la llamada es análoga, pero la consecuencia es distinta: mientras que los discípulos de la Sabiduría seguirán teniendo hambre y sed de un alimento siempre sabroso, los de Jesús quedarán plenamente satisfechos. Para captar este desplazamiento del pensamiento, bastará con recordar los anuncios de Isaías, basados en los acontecimientos del Éxodo (Is 48, 21).

Con Jesús, los tiempos se han cumplido, el deseo quedará colmado, como sucedió de manera simbólica con los convidados saciados. La dimensión escatológica se manifiesta además en el hecho de que la llamada de Jesús se formuló de manera impersonal: se dirige no solamente a los galileos, sino a todos los oyentes de la palabra.

La secuencia de los versículos 36-40 sorprende, a primera vista, dada la sucesión tan poco coordinada de las ideas, al menos por la lógica occidental, pero no hay lugar para imaginarse un orden mejor, hasta la frase “he bajado del cielo”(Jn 6,33). Jesús confirma en Jn 6,35-40, en primera persona, que ha bajado del cielo y que su misión se la ha dado el Padre, Dios.

Es probable que la imagen de la bajada del cielo aplicada aquí a la palabra de Dios provenga del Éxodo, que habla de la bajada de Dios al monte Sinaí: “El tercer día Yahvéh bajará sobre el monte Sinaí…” (Éx 19,11.20). Lo mismo que la palabra de Dios baja, saliendo de su boca (lo mismo que la lluvia que procede del cielo), así en el Evangelio de san Juan, el pan baja de Dios, pero con un matiz: en vez de la preposición greiga ek, que indica una simple procedencia, se utiliza la preposición griega apó, que manifiesta más un vínculo constante con el origen.

La revelación central de Jn 6,38ª pone en primera persona la afirmación del “Prólogo” del Evangelio (Jn 1,1-18): “Y el Logos se hizo carne”: En pocas palabras, Jesús dice que pertenece al mundo divino. En los versículos siguientes, el que baja del cielo promete la vida eterna bajo diversas fórmulas: “no echar fuera” (v. 37), “no dejar parecer”(v. 39), “resucitar en el último día”(v. 39s)y, sobre todo, “tener la vida eterna”(v. 40).Las promesas de Jesús tienen una condición “llegar hasta él” (v. 37), expresión que equivale a “creer”. Se trata de creer en el Hijo a partir de un “ver” (v.40).

En resumen: Jesús es el Hijo del hombre bajado del cielo, es el “pan de vida” que alimenta para la vida eterna. En este sentido, se ha superado el pan provisional, el maná que Israel recibió de Yahvéh en el desierto por mediación de Moisés. Este “pan de vida” es el alimento imperecedero que nutre toda la vida y que nos prepara para entrar en la comunión definitiva con el Padre.

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