Connect with us

Opinión

El discurso de despedida de Jesús

“Luego les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien. Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes. El Señor colaboraba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que la acompañaban”.

[Evangelio según san Marcos (Mc 16,15-20); Solemnidad de la Ascensión del Señor]

El evangelio de san Marcos, hoy en la Solemnidad de la Ascensión, nos presenta el “discurso de despedida” que tiene como tema fundamental el “envío de los discípulos por todo el mundo”. No deja de ser curioso que esta conclusión del evangelio que plantea una misión universal no esté en consonancia con el ministerio histórico de Jesús reducido a los confines del pueblo judío, un Mesías que, raramente, ha pisado suelo extranjero. No obstante, el envío a las gentes parece en sintonía con algunas sentencias diseminadas a lo largo del relato precedente, con las cuales Jesús permitía la percepción proléptica de la misión ecuménica (Mc 13,10; 14,9). La tarea consiste en proclamar el gozoso anuncio, la buena noticia de Dios (Mc 1,14-15). La expresión “evangelio” (del griego: euaggelion) no consiste en el anuncio que Jesús hace de sí mismo sino el relato de su muerte y resurrección, acontecimiento que permite comprender en su verdadera profundidad todo su ministerio.

El verbo kēryssō (“anunciar”) especifica también la actividad de la comunidad creyente, empeñada en la misión postpascual (Mc 3,10; 14,9). Los destinatarios de la actividad kerigmática no se limitan ya al pueblo de Israel, ni siquiera únicamente los hombres, sino involucra a todas las criaturas. Con el vocablo ktisis, que significa ya sea “creación”, ya sea “criatura”, se desea subrayar la dimensión cósmica del anuncio evangélico.

El Resucitado prospecta una doble reacción ante la proclamación cristiana: acogida o rechazo. La adhesión o respuesta consiste en el creer y se concreta y expresa en el acto del bautismo (griego: baptizō). Si bien el evangelio inicia con la presentación del Bautista, que ejerce su actividad bautismal, profetiza la llegada del Mesías, el cual administra un bautismo del Espíritu Santo. Solo en este cuadro final el Resucitado anuncia el bautismo en relación con la adhesión de fe. El verbo “salvar” (griego: sōzō) es usado en el evangelio de Marcos con frecuencia en relación con los milagros (Mc 3,4; 5,23.28.34; 6,56; 15,30.31), si bien se deja constancia que la salvación no se logra solo con actos taumatúrgicos sino con la adhesión al Evangelio de Jesús (Mc 8,35; 10,26; 10,52; 13,13.20). La reacción contraria es aquella de la incredulidad que, en cambio, tiene como consecuencia la condena. El verbo katakrinō (“condenar”), si bien aparece solo 2 veces en el evangelio de Marcos (Mc 10,33; 14,64), nunca ha sido pronunciado por Jesús cuando se dirigía a sus interlocutores. En este caso es una excepción. Resulta extraño que precisamente las palabras del Resucitado, en discontinuidad con el Jesús terreno, contengan una condena.

En la prospectiva de una comunidad en misión, el Resucitado indica también cuales son los signos de esta salvación. El término sēmeion, en el relato de san Marcos, nunca indica milagros de Jesús. Al contrario, él rechaza el pedido de realizar un signo (Mc 8,11.12), característica de la actividad de falos cristos y falos mesías (Mc 13,22). En el lenguaje del autor de este texto, diversamente, los signos llegan a ser el elemento que caracteriza a la comunidad creyente. En el evangelio de Marcos expulsar demonios es la actividad típica de Jesús (Mc 1,34.39; 3,15.22; 6,13; 7,26; 9,18.28.38) y de los discípulos (Mc 6,13), pero ahora llega a ser la tarea de la Iglesia postpascual.

El hablar en lenguas podría vincularse al modelo de las comunidades paulina, en las cuales se verifican experiencias extáticas de glosolalia (1Cor 12—14); menos pertinente sería la relación con la experiencia de pentecostés, en el que el Espíritu hace posible una comunicación plena del mensaje evangélico, también a quien no es de la misma raza o cultura (Hch 2,4). Tomar serpientes en las manos recuerda la escena del retorno de la misión de los setenta y dos discípulos a los cuales Jesús había dado el poder de caminar sobre serpientes y sobre escorpiones (Lc 10,19) y la escena de Pablo en Malta que, siendo mordido por una culebra, sale ileso (Hch 28,3-6).

La responsabilidad confiada habilita a los misioneros para afrontar las dificultades y contrariedades de una creación todavía amenazada por las fuerzas del mal. De hecho, la seguridad que si los discípulos llegasen a beber veneno no experimentarían la muerte, confirma esta experiencia. El último signo consiste en la imposición de las manos a los enfermos; típico gesto del taumaturgo, en ocasiones practicada por Jesús (Mc 1,41; 5,23; 6,5; 7,32; 8,23.25), y que ahora él trasmite a los discípulos.

La conclusión del discurso de despedida (v. 19) da un marco especial al epílogo con la escena de la ascensión en la que se describe que Dios toma consigo a Jesús, acción expresada mediante el verbo griego, en pasivo, anelēmphthē, “fue elevado”. Según parece, el texto se remite al modelo literario conocido en el Antiguo Testamento y en el mundo judío para describir el rapto de personajes con un importante rol histórico salvífico, en base al cual son admitidos a la comunión con Dios: Enoch, Elías, Moisés, Esdras, Isaías, Baruch. Junto al cliché de la ascensión el destino de Jesús en comunión con Dios es interpretado por aquello de la entronización de la que se habla en los salmos mesiánicos (Sal 110,1; 8,7). De este modo, el narrador se muestra omnisciente porque describe realidades que escapan a la vista humana.

Sobre el trasfondo se entrevén las imágenes bíblicas del ámbito de la realeza y del triunfo del héroe, usadas por la primitiva comunidad cristiana para expresar la condición exaltada de Jesús (Ef 1,20; Col 3,1; Hb 12,2). “Sentarse a la derecha” indica el ámbito salvífico de su situación gloriosa y autorizada. En tal modo, la identidad de Jesús en polémica con los escribas que refieren al Hijo de David puede ser comprendido a través del Sal 110,1, en el que el Mesías se sienta a la derecha del Señor.

La efectiva misión de los once presentada mediante el verbo kēryssō (“anunciar”, cf. Mc 15,15), según las palabras del Resucitado no conoce límites espaciales. La expresión “por todas partes”, que servía para presentar la extensión de la misión de Jesús, entonces restringida a Galilea, precisamente en la conclusión del primer cuadro en el que él actuaba  (Mc 1,28), ahora, en cambio, designa una actividad eclesial no más limitada por alguna frontera. El mandato eclesial se sintetiza mediante dos elementos: la palabra y los signos. La primera, proclamada por Jesús, ha sido registrada en el Evangelio; los segundos son aquellos que precedentemente el Resucitado mismo había indicado.

En fin, con este texto conclusivo parece terminar la experiencia de Jesús en el mundo humano. Así, el profeta de Nazaret que supo entusiasmar a la multitud ha sido clavado en una cruz. Sin embargo, ese hecho no ha sido la última palabra de Dios sobre la historia: Jesús, el Crucificado, contrariamente a los proyectos humanos, superará la barrera de la muerte, resucitando a la vida. No obstante su ascensión al cielo y su condición de exaltado, el Resucitado no está ausente de la historia sino acompaña y opera junto a la comunidad creyente.

Click para comentar

Dejá tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Los más leídos

error: Content is protected !!