Opinión
El amor más grande
“Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto sea duradero; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre él os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros”.
[Evangelio según san Juan (Jn 15,9-17); 6º Domingo de Pascua]
El simbolismo de la vid, del texto anterior, deja su lugar al “amor” que tiene su fuente en el Padre. En efecto, Jesús se remonta al origen, al amor con que el Padre lo ha amado y que es la base de su propio amor a la humanidad: Del Padre al Hijo, del Hijo a los discípulos, luego de los discípulos entre sí, hay un solo amor que brota continuamente. Más adelante se introduce el término “amigos” en relación con los discípulos con el fin de profundizar en la perspectiva del amor. En el centro del texto se evoca la muerte de Cristo como acto supremo de amor (Jn 15,13).
La revelación del amor desemboca en una llamada: “Permaneced en el amor, en el mío” (Jn 15,9b). Se trata de permanecer en el amor de Jesús para alcanzar el amor del Padre porque del amor del Padre es de donde procede la inhabitación por la que los “dos” se hacen “uno”, sin dejar de ser “dos”. Ahora bien, el permanecer en el amor de Jesús no pertenece al orden del sentimiento de una experiencia mística, sino de la comunión de voluntades; significa, en concreto, permanecer unido a él obedeciendo sus mandamientos (v. 10).
Jesús declara: “Os he dicho esto para que el gozo, el mío, esté en vosotros y vuestro gozo sea pleno” (Jn 9,11). Esta manifestación permite interiorizar la revelación sobre el amor bajo el aspecto del gozo que implica. Permanecer en el amor del Padre cuya obra ha acabado, ese es el gozo del Hijo al final de su misión, y que se comunicará a todos los que se unen a él en el amor. El gozo, en el Antiguo Testamento va unido a la salvación prometida y, en el Nuevo Testamento, al acontecimiento Cristo. La novedad del evangelista consiste en que el mismo gozo de Cristo es el que se pasa a los discípulos.
En la prosecución de la cantata del amor divino, el amor que Dios ha concedido a los discípulos se expresa en el amor que estos se tienen mutuamente en este mundo. Por eso, el amor fraterno se presenta como el mandamiento por excelencia. En efecto, la práctica del “mandamiento nuevo” caracteriza al verdadero discípulo de Jesús. En este punto, Jesús proclama una sentencia: “Nadie tiene un amor más grande que el amor del que entrega su propia vida por sus amigos” (Jn 15,13). Aquí, Jesús evoca su propia muerte como testimonio supremo de su amor. La expresión “entregar su propia vida” designa la muerte voluntaria del Hijo y alude al carácter insuperable de su amor. Este amor absoluto de Cristo tiene que motivar la fidelidad cotidiana del discípulo al mandamiento del amor fraterno. “Dar la vida por los que ama” o “por sus amigos” no excluye a los hombres que sean enemigos. Subraya la motivación de aquel que ofrece su vida. De hecho, según la perspectiva del Evangelio, solo el amor da razón de la cruz.
“Os he llamado amigos” –les dice Jesús– “porque todo lo que he oído de mi Padre, os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). Esto implica que el amor que se expresó en la entrega de la vida es también el amor que reveló el secreto de la intimidad propia del Hijo. Luego Jesús declara sobre “la elección” de la que son objeto todos los creyentes, aquellos a los que el Hijo llama sus amigos, es decir, la comunidad con todos sus miembros en oposición al “mundo”. Jesús los establece para que den fruto y ese fruto permanezca a fin de que el Padre les conceda todo aquello que le soliciten en su nombre (Jn 15,16). En efecto, ellos son los sarmientos injertados en la vid, destinados a fructificar a través del envío y de la misión. Al final de esta parte del discurso de Jesús, se repite el mandamiento por excelencia, como un “sello” al “cántico del amor”.
Con otras palabras: El amor no se reduce a un simple sentimiento afectivo. En general, podemos distinguir tres niveles de amor: el “amor–eros” que se refiere al amor sensitivo, sensual, de atracción; el “amor–filia” o amor de amistad, de sentimientos y el “amor-agápē”, el amor de naturaleza espiritual que consiste en dar la vida por los demás; es el amor de Cristo, el amor cristiano por antonomasia. Quizá la mejor descripción, de ese amor, lo presenta Pablo en la 1ª Carta a los corintios, capítulo 13. Sus notas características son: la paciencia, la benignidad, oposición a la envidia, a la jactancia, al engreimiento; es decente, no es egoísta, no se fastidia y no toma en cuenta el mal; se alegra en la justicia y en la verdad. Excusa, espera y soporta todo. Según Pablo, no es un carisma; es más bien “un camino”, el camino por excelencia. Por tanto, es un estilo de vida propio de los discípulos. Solo con el amor podemos cooperar en el proyecto de Dios de salvar al mundo. Que en este tiempo de pandemia prime la solidaridad y Cristo resucitado nos mantenga unidos en ese amor redentor.
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