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Opinión

La vid del Padre y los sarmientos  

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he dicho. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. 

[Evangelio según san Juan (Jn 15,1-8); 5º Domingo de Pascua]

Desde antiguo, la vid caracterizaba, junto con el olivo y la higuera, a la vegetación de Palestina. La vid es el bien más precioso del campesino israelita. Recogiendo este dato tradicional, el evangelista lleva a cabo un desplazamiento atrevido: el mismo Jesús es la vid del Padre. Así, mediante comparaciones extraídas del mundo agrícola, se indica la necesidad que tiene el discípulo de permanecer en Jesús. La vid debe dar fruto abundante según la “canción de la viña del amigo” que presenta Isaías: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor dedicado a mi viña” (Is 5,1), comienza diciendo el profeta. Del mismo modo que se espera que la vid produzca frutos, se espera que Israel, el pueblo de Dios, dé frutos de justicia por su fidelidad al Dios único y por la práctica de la Ley.

Jesús es la vid verdadera y el Padre es el viñador. El peso de esta afirmación se concentra en el calificativo “verdadera” que implica la idea de cumplimiento y de exclusividad. Esta imagen del vínculo de la vid con el viñador representaba, metafóricamente, la unión de Dios con su pueblo. Ahora, Jesús es la vid y solo él puede producir sarmientos fecundos. Esta figura representa el vínculo intrínseco de los creyentes con el Hijo único. “Cortar” y “limpiar” o “podar” describen las actividades del viñador que condicionan la fecundidad de la planta que debe dar frutos cada vez más abundantes. Jesús asegura a los discípulos que han sido podados; injertados en la vid; aptos para dar fruto.

La poda se atribuye a la Palabra del Hijo, presentada a la manera bíblica como una entidad poderosa en sí misma. Como el sarmiento permanece en la vid y da frutos, así el discípulo está llamado a permanecer en el Hijo, es decir, llamado a adherirse fielmente para ser trasformado por dentro. Como el sarmiento recibe la savia de la vid, el discípulo es beneficiario de la actividad del Hijo y se convierte en coautor del fruto. Por eso, en forma lapidaria, Jesús les dice: “fuera de mí no podéis hacer nada” (v. 5). Se trata para el discípulo de acoger en sí la actividad de Jesús y de permitir así el amor, expansivo por naturaleza, y suscitar la vida.

La figura de los sarmientos eliminados por el campesino recoge las amenazas dirigidas a la viña-Israel. Son “echados fuera”, como decía Jesús del Príncipe de este mundo (Jn 12,31). Los sarmientos fuera de la vid no pueden subsistir, mueren necesariamente. El riesgo de no perseverar en la fe conduce a la apostasía, pecado que deriva en la muerte espiritual. Los sarmientos rechazados por estériles se refieren, con seguridad, a los cristianos de origen judío que habrían cedido a la presión de las sinagogas contra el mensaje de salvación en Jesucristo. Entonces, los que se niegan a creer en el Hijo no están insertos en la vid y no puede decirse de ellos que “permanezcan en él”. Mientras el discípulo permanece en el misterio del Hijo, es decir, permanece en fidelidad, podrá pedir lo que quiera y “eso les sucederá”.

La glorificación del Padre consiste en el cumplimiento de su designio, en la manifestación plena de su amor al mundo; esto coincide con la reunión de los creyentes por el Hijo en la unidad divina. Entonces, la condición del discípulo es dinámica: se realiza en un obrar en el que se expresa su unidad con el Hijo.

Consecuentemente, se puede afirmar que un cristiano incoherente, sin ética, en cuya conducta no se reflejan las enseñanzas de Jesús, es como un sarmiento estéril, una rama seca separada de la vid, sin vida y sin horizonte. El creyente que hace de la Palabra de Dios el fundamento de su vida y de sus acciones es como un sarmiento lleno de savia, de vida, que produce frutos buenos y abundantes porque permanece en conexión con la vid.

Esta metáfora de la vid y los sarmientos, en pocas palabras, nos indica que no debe haber dicotomía entre lo que se predica y se cree y lo que se vive diariamente. El creyente produce frutos abundantes cuando logra “pensar como Cristo”, según sus criterios y valores, actuar como Cristo, “discernir” y juzgar como Cristo, relacionarse como Cristo. En esto consiste lo que Pablo denomina la “cristificación”: “yo ya no soy el que vivo –dice el apóstol– es Cristo el que vive en mí”. Que, en este tiempo tan particular de la pandemia, Cristo actúe por medio de cada creyente para dar respuestas justas y adecuadas a las circunstancias que nos tocan afrontar.

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