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Opinión

La reaparición de Cubas, uno más entre tantos criollos aprendices de brujo

Arresto de Paraguayo Cubas. Foto: Gentileza.

Arresto de Paraguayo Cubas. Foto: Gentileza.

Como desde hace tiempo la frase hecha está olvidada debo recordar que, en la modernidad, lo de aprendiz de brujo designa a quienes la desmesura de la propia ambición sin límites les hace desatar fuegos infernales que nos calcinan a todos y por tanto también a ellos. Son peligrosos donde sea que aparezcan, pero sobre todo en democracias de bajísima calidad como la nuestra, en la que además imperan los poderes fácticos.

Paraguayo Cubas, el miércoles 7, en el centro de nuestra tugurizada capital, con su estilo prepotente kachiãi (la grafía es de Antonio Guash y Diego Ortíz, ambos jesuitas, pero con un fonema recomendado por la Academia de la Lengua Guaraní), montó de nuevo su circo de violencia sin pan que tiene adeptos en bolsones de la inmensa mayoría de compatriotas olvidados y humillados a diario por autoridades y grupos dominantes locales. Estos, en las últimas tres décadas de transpartidaria politiquería seudodemocrática y de prepotencia del poder, generaron innumerables hechos y procesos nocivos para la convivencia social, perfeccionando en el siglo XXI la tan prolongada tradición autoritaria y prebendaria de nuestro pasado.

El actual liderazgo nacional, que en su mayor parte se disfraza de democrático, creció exponencialmente a partir de la metástasis del estado de corrupción originario, implantado a partir de 1947, y que sobrevivió al 3 de febrero de 1989. Desde esa apertura política, de inmediato capturada por la cleptocracia, como de costumbre predominaron los colorados de todas las facciones pero con la novedad pluralista de la participación en menor medida de líderes “opositores”. Y esto que agrava los defectos de la criolla politiquería (la perversión de la política democrática) también contamina a la sociedad y la economía. Como resultado no solo nuestro aparato de Estado es fallido: todo el Paraguay está al borde de un Big Bang sistémico de otra naturaleza al que estudia la cosmología.

Privilegios para el violento Cubas

Tratándose de Cubas, quien con sus actuaciones públicas conscientemente o no beneficia a los criminales organizados que nos oprimen, la fiscala de la causa al imputarlo lo hizo por resistencia, robo y perturbación de la paz pública pero a la vez tuvo consideraciones discriminatorias que le beneficiaron. También fue imputado (bajo cargos de resistencia, lesión grave en grado de tentativa y perturbación de la paz pública) el liberal Marcos Antonio Báez, funcionario de la denominada Justicia Electoral en calidad de cupo del PLRA. Y puesto que nuestros fiscales y jueces poseen una pituitaria especial que les permite distinguir entre poderosos, poderositos y demás ralea, la fiscala Luz Guerrero a Cubas le concedió la medida de arresto domiciliario.A su “defensor”, al menos tan violento como él en la agresión callejera a policías,consideró aplicarle la más gravosa de prisión preventiva. Queda en manos de la jueza Hilda Benítez confirmar lo solicitado por la fiscal o decidir otras penas en la audiencia correspondiente.

No solo nosotros sabemos que el Poder Judicial y el Ministerio Público, y los demás poderes constitucionales y el resto del aparato de Estado, salvo excepciones excepcionales –no incurro en redundancia con tal expresión–se encuentran en manos de los poderes fácticos actuales que controlan el crimen organizado del lavado de dinero, el estado de corrupción y el narcotráfico que impunemente transita por aquí.Todo ello nos envilece y aplasta en el presente, expropiándonos el futuro. Y no somos el único pueblo en el mundo en padecer esta némesis de la propia historia contemporánea. Lo decimos no para atenuar nuestra responsabilidad ciudadana al suicidarnos como sociedad en la anemia y la anomia de las instituciones democráticas locales. Tampoco cultivamos el masoquismo.Insistimos en martillar los rótulos de nuestras lacras solo a efectos de una mejor descripción de lo que acontece aquí. Y porque somos desmemoriados.

Tanta influencia poseen los líderes de los poderes fácticos paraguayos que días atrás el Secretario de Estado norteamericano en persona, Antony J. Blinken, anunció públicamente la prohibición y castigo sicosocial internacional, el de ingresar a EUA, que desde ese momento en adelante padece el diputado oficialista Ulises Quintana, lo que también es una advertencia para sus colegas y jefes. El parlamentario Ulises de esta narcocracia, perteneciente a la “cicatriz” colorada, que debería denominarse gangrena, no es sino otro lunar politiquero del presidente Mario Abdo Benítez y de Horacio Cartes, cabezas de los dos sectores en que está dividido el coloradismo actual que probablemente tenga a muchos afiliados más con similares prontuarios al del diputado de marras y no solo en el Congreso. Es muy probable que en tiendas de la oposición también haya mucha mano de obra disponible, solo que sus afiliados no pueden ingresar al crimen organizado, todavía oligopolizado por los colorados.

El legislador y candidato a la intendencia de Ciudad del Este, Quintana, en el universo en descomposición del Paraguay actual, según agencias norteamericanas de seguridad e inteligencia con su disfraz de diputado (i) participa activamente en actos significativos de corrupción, (ii) opera como facilitador de la delincuencia organizada internacional rama local, (iii) socava el más nominal que real Estado de derecho y (iv) obstruye la fe del público en los procesos políticos e institucionales paraguayos. En el Paraguay del autoritarismo y de la apertura política el cursushonorum de los antiguos romanos fue desechado sobre todo por los colorados que lo cambiaron por sus doctorados y posdoctorados en prontuarios. Al respecto tampoco son machistas, como demuestra el caso de la ex diputada cartista Cynthia Tarragó. Días antes de lo de Quintana el Departamento de Estado también había publicado su informe 2020 sobre los derechos humanos en el mundo, que en el capítulo correspondiente reitera que nuestro Poder Judicial no es tal pues “subsisten problemas sustanciales” para hacer realidad su funcionamiento independiente.

La realidad nacional a diario vuelve lírico el artículo 1 de nuestra Carta Magna: “La República del Paraguay (es un) Estado social de derecho, unitario indivisible y descentralizado” y “adopta para su gobierno la democracia representativa, participativa y pluralista, fundada en el reconocimiento de la dignidad humana”. En lo socio-cultural, económico y jurídico-político, y también en cuanto a seguridad y medio ambiente, casi la totalidad de los compatriotas padecemos el Paraguay sin que la constitución nos proteja. Además, la pandemia nos está demostrando que las injusticias e inequidades se han agravado para la mayoría de nuestros compatriotas a raíz del auténtico pandemonio que son nuestros tan pregonados Estado social de derecho y su república democrática y constitucional.

Colguemos el hierro de una vez por todas

Javier Gomá Lanzón, un pensador, escritor y publicista español contemporáneo, poco conocido en nuestro medio, años atrás en un impecable alegato suyo en contra de la violencia terrorista de todos los tiempos (“Colgar el hierro”, publicado por el matritense El País) celebra el “prodigio civilizatorio que supone la solución pacífica de conflictos instaurada por el Estado de Derecho” tres siglos atrás y que, por cierto jamás funciona a la perfección, razón por la cual, para reencauzarlo no debemos recurrir de nuevo a la devastación del hierro, esto es a la violencia en cualquiera de sus formas. En tal escrito recuerda el también catedrático español que “si se suprimieran las leyes, los hombres necesitarían las garras de los lobos, los dientes de los leones (Epicuro)”, y agrega que, a partir de la ilustración, el “Estado de Derecho es ese conjunto de leyes que logra extirpar o al menos sujetar la pulsión animal del hombre operando como una pasión fría que despersonaliza la revancha”.

Antes ha explicado Gomá Lanzó que durante “nueve años Julio César ‘pacificó la Galia’(son los términos que él emplea), un eufemismo con el que se refiere a la salvaje guerra que promoviera y condujera contra los pueblos autóctonos de esa región practicando a su conveniencia la vastatio, técnica terrorista (quema de casas, destrucción de cosechas y rebaños, ejecución de prisioneros) que busca amedrentar al enemigo hasta obligarlo a una rendición incondicional”. Tras eso, César, el genocida (así lo denomino yo, no mi fuente en este artículo) “enlazó el combate al extranjero con una guerra civil entre romanos añadiendo otros tres adicionales años de violencia en Europa y África. Murieron centenas de miles de hombres a consecuencia de rivalidades y ambiciones personales. Cuando en julio del 46 a. C. César volvió a Roma, celebró un triunfo militar de una magnitud sin precedentes: se paseó montado en un carro tirado por caballos blancos, desfilaron esclavos y botines del saqueo, hubo banquetes abundantes, actuaciones teatrales, competiciones atléticas, luchas de gladiadores (más de 400 leones sacrificados), simulacros de batallas navales y procesiones religiosas. El Senado republicano, importando por primera vez una tradición oriental, tributó a César honores de dios”.

El emperador romano, agrega Gomá Lanzón, es un ejemplo histórico de lo que en la primera mitad del siglo pasado, en su teoría sociológica, Max Weber conceptualizó como “liderazgo carismático”, propio de la antigüedad. A ese tipo de líder “todos reconocían su derecho a mandar y ser obedecido, (y) era por modo eminente el caudillo militar victorioso en la batalla. Exterminar ejércitos y pueblos enemigos legitimaba el mando porque era signo de que los dioses bendecían al vencedor. La violencia, si le acompañaba el triunfo, era virtuosa. Homero compendia en un verso (Ilíada, IX, 443) el paradigma griego del hombre excelente: debe ‘hablar bien y realizar grandes hazañas’. En suma, asamblea (palabra) y guerra (espada). César fue uno de los mejores oradores de su tiempo pero su apoteosis se debió a los méritos con la espada. Había aprendido en la escuela qué significaba para un romano ser un virvirtutis: la vir-tud era la cualidad del vir, varón de coraje moral y habilidad militar suficientes para ejercitar con éxito la violencia física contra sus semejantes”.

Entre numerosas consideraciones más, expone el intelectual español: “De los dos mencionados componentes del ideal homérico de excelencia, la modernidad (de la ilustración) renuncia a la espada ––las garras y los dientes–– y retiene la palabra: la palabra de la deliberación política, la palabra de la controversia judicial. La virtud no reside ya para nosotros en el ejercicio de la virilidad castrense sino en el mantenimiento del nuevo tratado de paz. En comparación con el realismo de la naturaleza, la pax democrática participa de la sutileza intangible de una metáfora, y si nos comprometemos tan seriamente con esta ficción poética es porque la creemos más justa que la realidad. Esa convicción nace de una constatación delicada: el hombre es mortal y esto quiere decir vulnerable, pero su vulnerabilidad ostenta dignidad, luego su cuerpo debe ser respetado y merece la protección de los derechos. Toda violencia queda proscrita y ni siquiera el Estado, legitimado en casos tasados para privar de libertad al ciudadano, lo está para lesionar su cuerpo. Éste resiste incluso al interés general de la soberanía y nadie tiene derecho a herirlo, ni siquiera en nombre del bien común. Discrepemos y disputemos cuanto queramos, pero dejemos al cuerpo en paz”.

No necesitamos líderes violentos

En nuestro país, reiteramos, el Estado de derecho y la república constitucional democrática que la Constitución de 1992 instituyó están todavía muy lejos de ser realidad: tal metáfora, para volver a Gomá Lanzón, hoy incluso corre peligro de desaparecer.

De ocurrir eso regresaríamos a la era de la espada y a las garras y colmillos, de todo lo cual (en sus aspectos más visibles)aquí nos libramos apenas hace tres décadas desperdiciadas puesto que fuimos incapaces de construir un verdadero Estado constitucional de derecho democrático. Para evitar su desaparición y lograr que empiece a funcionar en lo sustantivo (hasta que podamos dotarnos de una nueva y mejor Carta Magna, empezando por escribirla correctamente y sancionarla y promulgarla constitucionalmente, tarea que no es para el presente y el futuro inmediato) es imprescindible que sobreviva nuestra pax democrática por debilitada que esté. El deber, ahora, consiste en cumplir de buena fe con la constitución teórica que dictamos en 1992.

Tal desafío no requiere de aprendices de brujo del tipo del prepotente y kachiãi Cubas, y tampoco de otros ambiciosos e irresponsables seudo líderes democráticos, obsesionados con la violencia y que, de imponerse a las fuerzas democráticas hoy desperdigadas y enfrentadas entre sí, desatarán los fuegos históricos hasta ahora contenidos para imponernos el terrorismo de la vastatio. ¡Basta de líderes autoritarios y carismáticos y también de los que se consideran democráticos pero que carecen de capacidad para plasmar sus propuestas en políticas sensatas y prácticas.

Necesitamos ciudadanos y líderes democráticos, pues la nuestra es una tarea cívica, propia de ciudadanos, partidos políticos, organizaciones sociales, libertad de pensamiento y expresión, profesionales, intelectuales, empresarios, trabajadores del campo y la ciudad y de todos quienes estemos dispuestos a defender en los hechos, cívicamente y unidos, el ideal del Estado de derecho constitucional y republicano, siempre por procedimientos establecidos en nuestra actual ley suprema, la que a diario se desdibuja y debilita más y más en las trampas de esta deplorable democracia de bajísima calidad.

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