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Opinión

Jesús ingresa a Jerusalén como rey de la paz

1Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, 2diciéndoles: “Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. 3Y si alguien os dice: “¿Por qué hacéis eso?”, decid: “El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida”.4Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron.5Algunos de los que estaban allí les dijeron: “¿Qué hacéis desatando el pollino?”.6Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron. 7Traen el pollino ante Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. 8Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. 9Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!10¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”

[Evangelio según san Marcos (Mc 11,1-10); Domingo de ramos]

En el texto inmediatamente anterior (Mc 10,46-52), al final del largo camino a Jerusalén, Jesús cura a un ciego de Jericó llamado Bartimeo. Al culminar su intervención, Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. San Marcos, para concluir la narración, añade: “Al instante recobró la vista y le seguía por el camino” (Mc 10,52). Este camino es la vía de Jericó a Jerusalén. Por esa vía, Bartimeo, el ciego curado, sigue a Jesús. Cuando Betania llega a ser visible sobre el Monte de los Olivos, el cortejo se aproxima a la ciudad. Aquí, Jesús se detiene. Se narra, con precisión, que dos discípulos deben procurar un borrico (Mc 11,2-7). A continuación, cabalga hacia Jerusalén entre honores y cánticos de júbilo (Mc 11,8-10).

El encargo asignado (Mc 11,2-3) y la ejecución (Mc 11,4-7) se corresponden exactamente (cf. Mc 14,13-16): Jesús previene sobre todo lo que va a suceder y da indicaciones precisas. Lo que aquí se narra, sucede por primera vez y en muchos aspectos resulta insólito. Hasta ahora, Jesús siempre se desplazaba a pie o, sobre el lago, en barca. Ahora bien, antes de llegar a Jerusalén envía dos discípulos para conseguir una cabalgadura. Ellos no deben buscar mucho, pues encontrarán de inmediato, al ingresar al villorio o sobre el camino, un borrico. Ellos solo deben pedirlo y traerlo. A la pregunta ¿para qué lo quieren?, ellos deben responder que el Señor lo necesita y que lo devolverá de inmediato. Jesús, después, no necesitará una cabalgadura, lo necesitará solo por poco tiempo, para una ocasión particular. Mientras los dos discípulos cumplen con esta misión, Jesús espera con los otros frente al villorio. Es una última parada para reposar, antes de ingresar a Jerusalén.

Cuando los discípulos le traen el borrico, Jesús sube e inicia a cabalgar hacia Jerusalén. Aquí se revela, al mismo tiempo, su autoridad y su pobreza. En cuanto Señor, él se hace conducir en un asno que, antes de él, nadie lo había usado. Pero el animal no es de su propiedad; él lo tomó en préstamo solo por poco, y los mantos de los discípulos deben sustituir la montura. En lo que sigue del relato, Marcos refiere cómo aquellos que acompañan a Jesús se percatan de su sorprendente comportamiento. Igualmente, aquello que ellos hacen es del todo nuevo: extienden sus mantos delante de Jesús sobre el camino y esparcen follajes cortados de los campos. Actuando de esta manera, lo reconocen como rey (cf. 2 Re 9,13).

Gritando a voz en alto, manifiestan su reconocimiento y sus esperanzas. Diciendo: “Bendito aquel que viene en el nombre del Señor” (Sal 118,26), reconocen que Jesús ha sido enviado por Dios y obra por su encargo y que junto a él está la bendición y la potente ayuda de Dios. A estas ideas añaden la esperanza que Jesús traiga consigo el reino de su padre David. Esperan un reino similar al reino de David y llamando a David su padre (cf. Hch 4,25), se declaran los hijos que gozarán de tal reino (cf. Mc 3,9). Jesús mismo había anunciado desde el inicio el reino de Dios (Mc 1,15), no el de David. En la primera parte del grito de la gente, se reconoce a Jesús como el rey enviado por Dios; en la segunda parte, la gente prescribe, en cierto modo, de qué tipo debe ser su reino. Aquí se prepara un mal entendimiento y la desilusión (cf. Mc 8,27-33).

Antes de su viaje hacia Jerusalén, Jesús había puesto solo a los discípulos el planteamiento sobre su identidad, y Pedro lo había reconocido como el Cristo (Mc 8,27-30). Y sabiendo este dato, los discípulos lo han acompañado a Jerusalén y se han informado sobre las predicciones de su destino. Entonces, antes de realizar su obra en Jerusalén, Jesús se dirige, cabalgando un borrico, hacia la ciudad. Este modo de actuar corresponde precisamente a lo que se describe en Zac 9,9-10 (cf. Mt 21,5; Jn 12,15):

“Exulta grandemente, hija de Sión! Alégrate, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene a ti. Él es justo y victorioso; es humilde y cabalga un borrico, un asno hijo de una asna. Yo hago desaparecer los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén, será destruido el arco de guerra. Anunciará la paz a las gentes, su dominio será de mara a mar y del Eufrates a los confines de la tierra”.

No con palabras, sino mediante esta acción Jesús desea abrir sus ojos y hace entender quién, en su persona, viene a Jerusalén. Estos hechos tienen lugar no solo delante de los discípulos, sino delante de la gran multitud que lo acompaña (Mc 10,46). Las personas deben saber que él es el rey anunciado. Deben saber, además, que su reino no es belicoso y violento, más bien humilde y pacífico. Es sobre este trasfondo que ellos deben interpretar aquello que Jesús hará en Jerusalén.

Aquello que acontece aquí, es una de las más importante y claras revelaciones de Jesús. La gran multitud comprende aquello que él hace: Asume el rol de la hija de Sión y exulta por él. Con todo, debe todavía entender, junto con los discípulos, cómo Jesús ejercerá su realeza. Al final de su actuación en Jerusalén, Jesús se remitirá a su relación con David y planteará en el templo la pregunta sobre cómo el Cristo pueda ser el hijo de David (Mc 12,35-37). Lo que aquí se manifiesta en la acción simbólica debe ser profundizado.

En resumen: El grande y permanente significado de este advenimiento es que Jesús se remite a las Escrituras y demuestra su cumplimiento. El rey enviado por Dios está presente. Su venida, y con ella también su señorío, es radicalmente diverso de los reinos terrenos. Él viene sin ejércitos, sin carros, sin armas, sin fastuosidad ni potencia. El cabalga únicamente un borrico que ha sido tomado en préstamo. Inmediatamente después volverá a caminar a pie. Con el vienen muchos peregrinos que se dirigen a la fiesta. ¿Qué cosa se debe entender respecto a lo que Jesús hará en Jerusalén? A los ojos terrenales, y según los criterios de medición de la potencia mundana, esta expedición no puede sino carecer de importancia. Tanto más resulta evidente que Jesús pone toda su confianza en Dios y su guía no es otra cosa que la voluntad de Dios. Justamente sus acompañantes lo saludan llenos de júbilo y de gozo, y su grito se ha trasformado en un elemento propio de la liturgia cristiana. Su misión consiste en no atribuir a este rey y proyectar en él sus deseos e ideas, sino dejarse guiar por él, aferrándose plenamente con él a la potencia de Dios.

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