Opinión
La transfiguración de Jesús
9(2)Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente.3 Incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. 4Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. 5Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chosas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 6En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. 7En eso se formó una nube que los cubrió con su sombra y desde la nube llegaron estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, escúchenlo”. 8Y de pronto, y mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; solo Jesús estaba con ellos. 9Cuando bajaban del monte, les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del Hombre resucitara entre los muertos. 10Ellos guardaron el secreto aunque se preguntaban unos a otros qué querría decir eso “resucitar de entre los muertos”.
[Evangelio según san Marcos (Mc 9,2-10): Segundo Domingo de Cuaresma]
En el presente texto, el autor relata una experiencia nueva, y única, una “teofanía” por la que Jesús se da a conocer plenamente a sus discípulos más cercanos, pues, mediante una “trasformación” o “metamorfosis”, revela su naturaleza más íntima, superior al nivel meramente humano. Al mismo tiempo, queda claro que se sitúa por encima de la Ley y los Profetas representados por Elías y Moisés que aparecen en la “transfiguración”. El acontecimiento adquiere claras notas de “teofanía” (manifestación de Dios”) por la presencia de elementos trascendentes y celestiales. El acontecimiento se produce “seis días después” del episodio precedente (Mc 9,2). La iniciativa parte de Jesús que decide tomar consigo a algunos discípulos, a los más cercanos: a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan (Mc 9,2a). El evangelista relata que subieron a “un monte alto”, referente geográfico empleado para indicar el ámbito de las revelaciones de Dios, como sucedió con Moisés (cf. Ex 3,1-2; 19,3.20; 24,13). El suceso que describe el autor se denomina “transfiguración” porque Cristo se “trasfiguró” (griego: metamorfóō) en alusión a la “transformación” que experimentó Jesús ante sus discípulos (Mc 9,2b).
La transfiguración – al ser un evento fuera de lo común – se percibe como en “desnivel” con la realidad ordinaria: el “vestido” que adquiere un resplandor extraordinario (Mc 9,3; cf. 16,5) y la “aparición de Elías y Moisés” (Mc 9,4), personajes del Antiguo Testamento que habían muerto muchos siglos antes.En concreto, el autor indica que los vestidos de Jesús se tornaron “resplandecientes”, es decir, “brillantes”, “luminosos” o “refulgentes”. Luego, el evangelista, con el fin de insistir en el tema de los vestidos, añade que eran “muy blancos”, esto es, extremadamente “limpios” y “claros” hasta el punto de afirmar que “ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo” (Mc 9,3). Esta última afirmación, subraya el aspecto sobrenatural de los vestidos, por su brillantez extrema, teniendo presente que en el escenario humano, la “tierra”, nadie es capaz de lograr la “pureza” de las túnicas de Cristo así como las describe el autor.
Elías y Moisés son dos personajes del Antiguo Testamento que tuvieron importantes intervenciones en la conformación del pueblo judío. Ante todo, se puede observar que el orden de aparición de las dos figuras veterotestamentarias es inversa al orden cronológico: Elías y, luego, Moisés; en vez de Moisés y, luego, Elías. En la Corte de Herodes había una confusión respecto a Jesús, pues algunos lo identificaban con la figura profética de Elías (Mc 6,15). También, la gente opinaba que Jesús era Elías vuelto a la vida (Mc 8,28). Al bajar del Monte, después de la trasfiguración, respondiendo a la pregunta de los discípulos, que interrogan respecto a la expectativa popular sobre el “retorno de Elías”, Jesús afirma dos cosas: Primero que “Elías vendrá primero y lo restablecerá todo” y, segundo, que “Elías ya ha venido y han hecho con él cuanto ha querido, según estaba escrito de él” (Mc 9,13), aludiendo a Juan el Bautista, el precursor. Cuando Jesús, en la cruz, invoca a Dios con el nombre de “Eloí” (Mc 15,34), algunos presentes – confundidos – creen escuchar que Jesús llamaba a Elías (Mc 15,35) y ante el auxilio que clama pidiendo algo de beber, lanzaron el siguiente desafío: “Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarlo” (Mc 15,36).
Por su parte, Moisés es el personaje central de la liberación de Israel de Egipto. Representa la Ley o Toráh (Mc 1,44; 7,10; 9,4.5). En el marco de la legislación del pueblo hebreo, es mencionado en el debate sobre el divorcio vincular (Mc 10,3), en la controversia sobre el levirato, la resurrección de los muertos (Mc 12,18-19.26) y la idea sobre Dios que “no es un Dios de muertos sino de vivos” (Mc 12,27).
Después de la presentación de los dos personajes representativos del Antiguo Testamento, sigue la intervención de Pedro que formula la siguiente frase: “está bien que nos quedemos aquí” (Mc 9,5). Pedro manifiesta su deseo de permanecer en el ámbito donde acontece la trasfiguración, en el “monte”. La expresión “está bien” puede indicar el gozo que experimenta y que no desea abandonar sabiendo que, según el anterior anuncio de Jesús, su ministerio en Jerusalén — meta a la que debe llegar — está signado por la confrontación, la “vía dolorosa” y la muerte. El deseo de la permanencia, expresada por Pedro, se grafica en la propuesta de levantar “tres chosas” y esquivar, de ese modo, la “pasión” anunciada por Jesús (Mc 8,31; 9,31; 10,33-34).
El evangelista observa que “no sabían que responder” (en plural), en alusión a los tres discípulos. Pedro, según parece, habla en nombre de ellos. Y a continuación completa la información ofreciendo una justificación de la “incapacidad” de responder, o decir algo, respecto al evento extraordinario que estaban experimentando: el “temor”. En efecto, el autor afirma que “estaban atemorizados” (Mc 9,6). El “temor”, según se aprecia, ha causado en ellos “sobresalto”, un “espanto” y “asombro” que inhibía la reacción. La observación “no sabían que responder”, según el contexto, no parece indicar una falta de conocimiento o ignorancia sino una especie de “parálisis” ante una situación que les superaba. Al mismo tiempo, la expresión negativa conlleva una desaprobación porque los discípulos no fueron llevados al monte para construir tiendas sino para vivenciar una experiencia de la que, luego, serían testigos. Por eso, va a ser la “voz” de lo alto la que dará el sentido correcto de tal experiencia. Entonces, después de la errática observación de Pedro, movida por el “temor”, el evangelista relata que “se formó una nube que los cubrió con su sombra y llegó una voz desde la nube: ‘este es mi Hijo amado; escuchadle’” (Mc 9,7).La figura de la “nube” es indicativa de una realidad superior, que está por encima del nivel de la experiencia humana, pues está arriba, y por eso mismo les cubrió con su sombra”. Indica, por tanto, el ámbito propio de Dios cuyo antecedente se halla en el Antiguo Testamento, sobre todo en la experiencia del desierto (cf. Ex 24,16). En efecto, en la etapa de formación del pueblo y en su peregrinación hacia la “tierra prometida”, Dios guiaba a su pueblo desde la nube (cf. Ex 40,36).
Por tanto, puede afirmarse que el motivo de la experiencia de la transfiguración es eminentemente cristológico, en cuanto que se centra en Cristo, revelado por Dios como “su Hijo amado”. Además, la “voz” celestial, en forma imperativa, pide que se le escuche. Así, puede decirse, que Cristo tiene la palabra autorizada de parte de Dios y, por eso, la actitud del discípulo debe ser la obediencia.Los discípulos, al terminar el acontecimiento teofánico, ya no pudieron ver a Moisés y Elías. Solo quedó Jesús como objeto de su visión; y de hecho, ya no era necesario ver a los dos referentes del Antiguo Testamento porque la “voz” procedente de la nube determinaba que la única palabra que debían escuchar es la del “Hijo amado”. Con esta observación, culmina la experiencia de la transfiguración en la que queda subrayada que los discípulos necesitan, únicamente, de Jesús para poder vivir su experiencia de seguimiento. Él tiene la palabra autorizada del Cielo.
Brevemente: La transfiguración, o experiencia teofánica, es como un “paréntesis” que sirve para animar a los discípulos a continuar el “camino hacia Jerusalén” con la certeza de Dios que el “Rabbi” Jesús de Nazaret tiene la palabra autorizada del Padre. Puede comprenderse, además, que la teofanía es un “anticipo” de la gloria futura; por tanto, un estímulo a continuar y acompañar a Jesús en su destino doloroso y en la resurrección (cf. Mc 8,31; 9,31; 10,33-34).
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