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Opinión

Jesús limpia a un leproso

San Marcos

San Marcos

 

“Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”. Movido por una gran compasión, extendió su mano, le tocó y le dijo: “Quiero; queda limpio”. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: “Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio”. Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes”.

[Evangelio según san Marcos (Mc 1,40-45); 6º Domingo del Tiempo Ordinario]

 

Luego del sumario que el evangelista presentó sobre la actividad de Jesús en toda Galilea (Mc 1,39), sigue el relato sobre la curación de un “leproso” (leprós, en griego), el cual pone en movimiento gestos, actitudes y palabras que indican una fe firme: al movimiento hacia Jesús sigue la súplica y el gesto de ponerse de rodillas y, por último, las palabras que le dirige: “Si quieres puedes limpiarme”. El leproso se acerca solo, no tiene quien le ayude. Sus palabras reflejan confianza plena, reconoce sin reservas la voluntad y el poder de Jesús. Cree en el poder de Jesús; está seguro que lo puede “limpiar” (kazarisai). El verbo griego empleado no indica tanto una “curación” sino una “limpieza”, una “purificación”; “declarar ritualmente aceptable”. La “limpieza” que solicita el leproso alude a la particular miseria de su condición. Él no solo sufre por los efectos de su espantosa enfermedad sino, a causa de ella, por las leyes del Antiguo Testamento es considerado “impuro”, excluido de la esfera del Dios-Santo. El capítulo 13 del libro del Levítico aborda varias afecciones que tienen que ver con la salud de los israelitas, entre ellas la lepra: tumores, erupciones y manchas; lepra crónica, úlcera, quemadura, afecciones del cuero cabelludo, eccema, calvicie, etc.

 

El leproso no podía formar parte de ningún servicio divino o cultual; debía permanecer alejado del consorcio humano; él mismo debe dar aviso de su situación a aquellos que se le acercan.Respecto a la normativa de vida para el leproso, el autor sagrado dice textualmente: “El afectado por la lepra llevará la ropa rasgada y desgreñada la cabeza, se tapará hasta el bigote e irá gritando: “¡Impuro, impuro!”. Todo el tiempo que le dure la llaga, quedará impuro y vivirá aislado; fuera del campamento tendrá su morada” (Lv 13,45-46).

 

Alejado de Dios y de los hombres, es abandonado – con su enfermedad – fuera del circuito social. Solo puede estar en compañía de aquellos que padecen la misma desventura (cf. 2 Re 7,3; Lc 17,11-19). En razón de su valoración religiosa y social, esta enfermedad daña y destruye no solamente el cuerpo del hombre sino también su relación con Dios y con el prójimo. Así, la lepra era un factor de ruptura con el entorno comunitario y de aislamiento no solo social sino sobre todo sicológico y espiritual.

 

El leproso de nuestro texto (Mc 1,40) ha osado presentarse a Jesús, ante quién dobla las rodillas la miseria humana en persona. Es el ser humano desfigurado por la enfermedad y considerado de inferior condición por un discutible ordenamiento religioso y social. Jesús es consciente de esta situación y se manifiesta afectado profundamente por la compasión (cf. Mc 6,34; 8,2; 9,22) y actúa con gran determinación. El verbo que emplea el evangelista para indicar el estado anímico de Jesús (griego: splagchnizomai) indica, sobre todo, “conmoción”, una agitación interior que afecta las vísceras, algo similar a la experiencia de las parturientas antes de dar a luz. Él extiende las manos – signo de la actuación poderosa de Dios (Ex 3,20; 7,5; Sal 138,7), o de la acción realizada en nombre de Dios (Ex 14,16.21.27).

 

Trasgrediendo las normas del Levítico, Jesús toca al leproso, contacta con él. Naamán el Sirio, según el relato del libro de los Reyes, habría esperado que el profeta Eliseo realizara una acción similar a la de Jesús (2 Re 5,11), pero Eliseo ni siquiera había salido a ver al general extranjero que había venido a Israel a buscar salud. De hecho, por la Ley, cualquiera que toca a un leproso adquiere impureza. Jesús, en cambio, purifica tocando. De tener derecho de tocar y de estar por encima de la ley lo demuestra con el poder mediante el cual libera de la lepra (cf. Mc 2,10-12). Jesús retoma al mismo tiempo las palabras con las cuales el leproso ha confesado la propia fe y dice: “Lo quiero, queda limpio” (Mc 1,41). Y de inmediato, la lepra desaparece y el hombre queda sanado.

 

El anónimo personaje, curado de la lepra, manifiesta un triple motivo de felicidad: limpio del mal, puede entrar ahora en comunión con Dios y con los hombres. Tenía la explícita orden de no divulgar lo sucedido; de no propalar el milagro que Jesús obró en él. Pero la nueva situación de gozo y su total recuperación, le impulsan a proclamar su experiencia, a “pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia”.

 

Lo que Jesús realiza con tanto vigor y emoción tiene una finalidad: El hombre debe obtener el pleno gozo de la recuperada pureza. Pero, el Nazareno quiere evitar cualquier revuelo sobre lo acontecido. Ordena al hombre callar respecto a lo sucedido. La pureza recuperada debe quedar registrada por el sacerdote, según el procedimiento fijado por la Ley y confirmada por una ofrenda ritual (Lv 14,1-32). De este modo, se salvan, al mismo tiempo, el bien del hombre curado y el fin principal de la  misión de Jesús.

 

Pero el cálculo de Jesús, la orden impartida sobre el “silencio”, no se cumple porque, en definitiva, se trata de seres humanos y es sumamente difícil que el comportamiento espontáneo tenga algún freno. Precisamente la severidad con que él enuncia su mandato demuestra que el absoluto silencio requerido es contrario al comportamiento natural y cuán escasa es la posibilidad que la orden sea cumplida. Entonces, curado imprevistamente, el hombre queda superado por la propia experiencia y no puede hacer otra cosa que hablar y difundir. Lo propala con grande celo, con mucho entusiasmo – como una “buena noticia” – y hace saber por todas partes lo que aconteció con él. Esta difusión evangélica ya no permitía que Jesús quedara en el anonimato, suscitando entusiasmo en las ciudades. Por eso, tuvo que quedarse en “las afueras”, “en los lugares solitarios”. Con todo, pese al “retiro” circunstancial de Jesús, la gente “acudía a él de todas partes”.

 

Brevemente: El texto de san Marcos pone de relieve tres aspectos: En primer lugar, la fe madura del leproso que, con determinación, se acerca a Jesús para suplicar su curación. En segundo lugar, la compasión misericordiosa del taumaturgo que decide limpiar al enfermo de su mal; y en tercer lugar, la propagación de la fama de Jesús, a pesar del “secreto mesiánico” que el Maestro quería imponer. Es interesante observar que la fe está directamente vinculada a la acción de Jesús. La fe es el punto de partida. Hay palabras del leproso dirigidas a Jesús, palabras cargadas de convicción y de certeza. Jesús no se manifiesta como un frío y escéptico calculador; todo lo contrario.Él se duele por la miseria humana, sufre, siente verdadera lástima por la condición del leproso. Por eso, reacciona y con energía exclama: “¡quiero, queda limpio!”. En definitiva, Jesús ha venido para procurar la purificación total del ser humano: mente, alma y corazón, carne y piel. El plan de Dios consiste en “limpiarnos”, “purificarnos” para darnos una nueva vida: plena y saludable. El hombre por su parte está llamado a dejarse sanar por Jesús y no inventar “nuevas lepras” y motivos para una “cultura del descarte”.

 

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