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¿Puede frenar la ola de abusos una educación sexual con enfoque preventivo?

Niño abusado. Foto ilustrativa

Niño abusado. Foto ilustrativa

La última semana fue duramente golpeada por casos de menores de edad que sufrieron terribles abusos por parte de victimarios del mismo seno familiar. Esta situación no está ajena a los últimos tiempos, ya que, en el pasado, simplemente las víctimas, por temor a una doble victimización, prefirieron guardarse, generando terribles consecuencias.

Esta situación no es ajena a la necesidad de educar e informar a los niños inocentes sobre la importancia de reconocer estos límites, que muchas veces los propios abusadores normalizan, haciendo un verdadero infierno para sus víctimas.

Es por ello que, desde El Nacional, conversamos con la Lic. Nara Mongelós, Psicóloga Clínica, Investigadora de Sexualidad y Género, Diplomada en Terapias Basadas en Evidencia Científica para Niños y Adolescentes, a quien consultamos sobre la importancia de la Educación Sexual Integral (ESI), lo que conlleva y la necesidad de conocer los límites.

– En una sociedad que cuestiona duramente la ESI, ¿qué es lo que los padres deben saber sobre esta educación para quedar tranquilos de que sus hijos estarán recibiendo información acorde a cada edad?

Antes de hablar de la adecuación por edad, que es muy importante, quiero resaltar que lo que más deben saber los padres sobre la educación sexual es que no conocer nada sobre sexualidad es un factor de riesgo que pone en peligro a niños, niñas y adolescentes, no solo de embarazos y enfermedades de transmisión sexual, sino de sufrir abuso sexual por parte de adultos.

Yo creo que el cuestionamiento tan duro que tenemos hacia la Educación Sexual, especialmente con niños, niñas y adolescentes, es por la tristeza y rabia que nos provoca a la mayoría, lastimosamente eso a veces lleva a una gran negación. Empatizo con las personas a las que les cuesta aceptar esa realidad, porque es muy dura, pero tenemos que abrir los ojos. Además, veo con mucha tristeza que hay grupos políticos que buscan desviar la atención y crear enemigos imaginarios y se aprovechan de ese miedo para ganar votantes.

Sin embargo, las investigaciones científicas dicen claramente que una buena educación sexual influye en retrasar la iniciación sexual, reduce la frecuencia de relaciones sexuales sin protección, y promueve la equidad y el respeto mutuo. Eso quiere decir que se hicieron encuestas y análisis estadísticos en varios países, entrevistando a varias personas, no basándose en simples prejuicios, discursos políticos o ejemplos aislados o ideales.

Sobre la adecuación a la edad, recalcar que se puede dar información básica sobre sexualidad a un niño o niña, sin promoverlo a practicar de ella. Los niños y niñas ven películas, juegan videojuegos y saben qué es la violencia, también, si les enseñamos, saben que no es correcto lastimar o ser lastimados. A veces ven como algún adulto toma una copa de vino y se les explica que eso es algo de adultos y se les sirve un jugo. El tema es que no queremos aceptar que es un tabú hablar de sexualidad, incluso más que de violencia; sin embargo, exponemos a los niños y niñas a través de chistes, publicidades, pero nunca se les puede hablar en serio. La realidad es que sí van a entender alguna cosa, pero van a entender mal, si dejamos que simplemente aprendan así.

No porque les hablemos a nivel básico de sexualidad (y por ende sepan reconocer situaciones peligrosas y poner límites) quiere decir que les estemos dando acceso a vivir una sexualidad adulta, todo lo contrario, se previenen abusos. Si no saben distinguir de forma básica las partes de su cuerpo, lo apropiado e inapropiado, a veces los niños y niñas no saben cómo denunciarlo y parte del juego de los abusadores es manipularlos para que no denuncien.

– Una realidad dura es que la mayoría de los casos de abusos ocurre en el seno familiar, evidentemente, esto va acompañado de un problema de salud mental ¿Qué acciones se deben encarar para la educación y prevención?

Lamentablemente, estas estadísticas son reales, en mayo de 2024, nada más que el Ministerio de la Niñez y Adolescencia (Minna), reportó que en Paraguay cada 3 horas una niña, niño o adolescente es abusada o abusado y en el 95% de los casos se da en el entorno familiar. Muchas personas alegan que la responsabilidad de hablar de sexualidad es de los padres, pero estas cifras son las que nos impulsan a profesionales de salud mental a pedirle al estado que sea un derecho garantizado, porque dejar eso en manos de los padres, lastimosamente a veces significa dejar desprotegidas muchas infancias.

A todos nos aterra que existan abusos infantiles y es una realidad difícil de aceptar, pero mientras más queramos evitar aceptar que existe, más se hace un problema. Todo se hace aún más terrorífico cuando la propia víctima y familiares tienen que aceptar que fue perpetrado por un miembro de la familia. Muchas personas cuentan en consultorio que sus padres no creyeron su abuso porque ellos eran niños o niñas, y porque era un familiar querido, o bien ellos mismos sintieron culpa de denunciar. Si tuviéramos suerte, nuestro vínculo con nuestra familia sería sano e “incondicional” pero no es la realidad que vemos todos los días en el consultorio y es peligroso llenar de más culpa a las víctimas con este tipo de discurso.

También nos empeñamos en que no se hable del factor género y rechazamos materiales que lo mencionan, pero la realidad es que en términos de abusos sexuales, la mayoría de las víctimas son mujeres, y esto es estadísticamente cierto a cualquier edad. Estos datos se pueden encontrar fácilmente en mecanismos internacionales como la ONU, pero también en datos proveídos por el mismo Gobierno Nacional o la Policía Nacional.

Hace 60 años las mujeres podemos votar, esto es un hecho histórico no una opinión, y hoy en día hay muchas leyes inclusivas, pero las personas, que finalmente somos quienes las cumplimos o no, no hemos avanzado con las leyes, es lo natural porque hasta hace poco tiempo derechos fundamentales eran aún discutidos. Esto influye en cómo nos ve la sociedad a las mujeres y en las distintas formas de violencia, porque la violencia sexual es finalmente no respetar la autonomía de la otra persona. No se puede hablar de violencia sexual sin hablar de violencia de género, al menos en Paraguay.

– Desde el punto de vista de la prevención, ¿qué podemos hacer desde cada uno de nuestros lugares para evitar más casos?

Educación y concienciación: Es vital romper el tabú sobre hablar de sexualidad de manera seria y respetuosa, eso incluye hablar de abuso, basándonos en la opinión de educadores y profesionales de la salud con bases científicas.

Cada persona tiene un papel en la prevención del abuso sexual. Esto comienza con la educación, no solo de los niños y niñas, sino también de las personas adultas. Es crucial escuchar y creer a víctimas de cualquier edad.

Promover la ESI: Como individuos, podemos abogar por la inclusión de la ESI en el currículo escolar, apoyando iniciativas y proyectos que promuevan una educación sexual basada en evidencia científica, evitar caer en discursos y materiales que promueven la censura y la evitación del problema, escuchar las estadísticas para tener una opinión informada como padres y madres.

Apoyo a las víctimas: Es crucial que las víctimas reciban apoyo emocional y psicológico adecuado, y que se fortalezcan los sistemas de denuncia para que los abusadores enfrenten las consecuencias legales. Como terapeutas, también podemos ayudar a las personas a procesar sus experiencias y sanar.

– ¿Qué desea recomendar a los educadores sobre este tema?

A no bajar los brazos. Muchos y muchas educadoras que conozco, al conocer tan de cerca estas problemáticas y generar empatía hacia sus alumnos, porque son personas que ven todos los días, saben sobre estos problemas. Lo triste es que a veces las instituciones o la propia sociedad no les deja hacer su trabajo, y entonces no basta con hablar a los educadores y educadoras, sino a la población general y a quienes legislan, para que exista realmente un cambio.

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