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Padre César Villagra: “Elección de autoridades es un imperativo de la conciencia”

El año 2022 se fue con sus luces y sombras, aunque para algunos tuvo más sombras que luces. Con unos días ya inaugurados del nuevo año 2023, es conveniente parar para reflexionar y hacer un flash back de lo que fue el año que acaba de pasar a la historia. El pueblo paraguayo es eminentemente católico y tolerante con las demás religiones y sectas que oficialmente están funcionando en el país, por ese motivo, es pertinente leer las reflexiones de los ministros de la Iglesia, con el fin de estar en consonancia con la visión de la realidad actual que tiene la Iglesia del país.

En ese marco, El Nacional se ha puesto en contacto con el Pbro. Dr. César Nery Villagra Cantero, columnista de nuestro diario, quien nos da una pincelada de lo que nos dejó el año 2022, y también sobre algunos temas esenciales que son de pertinencia de todo practicante de la fe católica.

¿Qué nos dejó este año 2022 en términos espirituales en el país?

En realidad, este año 2022 que acaba de fenecer, para la Iglesia en Paraguay, estuvo marcado por dos acontecimientos fundamentales: la “sinodalidad” (una iniciativa del papa Francisco) y el Año de los Laicos. Mediante el diálogo y la escucha, como medios fundamentales, todos los fieles estamos invitados a redescubrir profundamente la naturaleza sinodal de la Iglesia, lo cual implica un permanente diálogo que nos permita articular cambios de mentalidad y de estructuras que fortalezcan la evangelización. Se trata de escucharnos entre todos, en especial a los que están en las márgenes y en las periferias. Con esta propuesta, que supone conversión personal y pastoral, se propone afrontar este nuevo milenio.

Muy vinculado con la “sinodalidad”, la Iglesia en Paraguay ha tenido la iniciativa de dedicar dos años al laicado (2022-2023) con el fin de que los laicos, como miembros del pueblo de Dios, puedan tener una participación cada vez más activa y efectiva en las responsabilidades eclesiales y, sobre todo, en la misión evangelizadora de la Iglesia.

¿Qué representa para los católicos del país la designación de Mons. Adalberto Martínez como cardenal paraguayo?

Sin duda, se trata de una “mirada” del papa Francisco hacia el Paraguay. Es un reconocimiento del santo padre a toda la Iglesia que peregrina en nuestro país que, desde el punto de vista organizativo de la comunidad eclesial, es una “provincia eclesiástica”. El obispo de Roma siempre ha tenido una atención especial para nuestro país, ya como arzobispo de Buenos Aires. Con frecuencia recuerda a la “gloriosa mujer paraguaya”, “la más gloriosa de América”, acostumbra decir, con el fin de subrayar el rol de las mujeres en la reconstrucción de la patria, sobre todo después de la Guerra Grande y de tantos conflictos internos y externos que nuestra nación experimentó.

Además, la Iglesia, con sus pastores, sacerdotes y laicos ha tenido, en no pocas ocasiones, a lo largo de la historia, un protagonismo relevante en la formación y acompañamiento del pueblo paraguayo.

Contar, por primera vez, con un miembro del Colegio cardenalicio, es un signo de bendición y de beneplácito a la misión de la Iglesia en Paraguay.

Según la tradición católica, ¿qué se recuerda específicamente el 1 de enero?

El 1 de enero se celebra desde antaño la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, una tradición que se origina hacia el siglo VI, en Roma, tiempo en el que se calcula que se empezó a festejar este día en honor a María, madre de Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, probablemente una de las fiestas más antiguas del que se tenga conocimiento.

Así, también, el 1 de enero se conmemoraba “la circuncisión de Jesucristo”, ocho días después de su nacimiento (cf. Lc 2,21). El vocablo griego peritomē, que —en general—traduce el hebreo mȗl, se practicaba en los niños judíos, y primeros judeocristianos, con el fin de introducirlos al pueblo de la Alianza para que integren a Israel. En virtud de la prohibición de circuncidarse por orden del rey greco-seleucida Antíoco Epífanes IV y, posteriormente por disposición de Adriano, la circuncisión adquirió el valor de confesión de fe. De hecho, los rabinos acentuaban el poder expiatorio de la sangre de la circuncisión incluso sobre el šabāt (día de fiesta semanal judía que nosotros, hoy, denominamos “sábado”).

Además de lo que nos ha comentado, ¿nos puede relatar sobre la circuncisión e imposición del nombre de Jesús?

Desde luego. La pregunta formulada se puede responder, directamente, con el Evangelio de san Lucas, específicamente con Lc 2,21 que, a la letra, dice: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno”.

En el texto bíblico señalado, no se afronta primariamente el ritual de la circuncisión —que aparece en el trasfondo—. Es un dato informativo, evidentemente, porque siendo José y María un matrimonio piadoso y practicante, era obvio que debían someter al niño al régimen de las prácticas religiosas vigentes.

Lo relevante era la imposición del nombre. Y al respecto se puede afirmar dos cosas: Primero, que no se trata de una iniciativa humana, pues ni José ni María deciden al respecto sino el enviado celestial, es decir el ángel que viene en representación de Dios y actúa como un “embajador”. En consecuencia, es Dios mismo el que ordena qué nombre se impondrá a su “Hijo predilecto”, el “Unigénito”. Y ese nombre es programático, es decir, encierra en su significado el “programa” que el niño realizará: Jesús, del griego Iēsoūs, trascripción del hebreo Yehôšua‘ significa “Yahwéh ayuda” o “Yahwéh es salvación”.

Profundizando el tema de la circuncisión, ¿por qué esta práctica se ha alejado de la fe católica?

Quisiera comenzar respondiendo con un texto del apóstol san Pablo a los cristianos de la Iglesia de Galacia: “Nosotros, en cambio, esperamos la justicia anhelada por medio del Espíritu y de la fe. Porque si pertenecemos a Cristo Jesús, ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen eficacia, sino la fe, que actúa por la caridad” (Gál 5,5-6).

La circuncisión, básicamente, es una práctica de la fe hebrea. Las enseñanzas de Jesús, el definitivo hermeneuta de la Toráh (Ley), es decir, del Antiguo Testamento, se centra más bien en la interiorización de las normas mosaicas (provenientes de Moisés). Y en el marco de esa perspectiva, muchas instituciones antiguas quedan superadas, entre ellas la circuncisión, así como afirma san Pablo a los gálatas (Gál 5,5-6). Además, el ritual por el que el neo cristiano entra a formar parte de la comunidad eclesial ya no es la circuncisión sino el bautismo, inaugurado por Juan el Bautista (con agua) y confirmado por Jesús que bautiza con Espíritu Santo y fuego (cf. Mt 3,11). Pablo de Tarso se burla de los judaizantes (cristianos de origen judío que propugnan la aplicación de las leyes mosaicas a los nuevos conversos), utilizando el vocablo griego katatomē que quiere decir “corte” o “mutilación” y acuña una nueva expresión, la “circuncisión del corazón” que abandona el aspecto físico de la práctica y subraya el aspecto espiritual y que es propia de los cristianos (Filip 3,1-9; Rom 2,29).

Con todo, hay que afirmar que no pocos católicos siguen practicando la circuncisión no ya como un ritual, según el modo hebreo, sino en razón de cierta recomendación médica.

En el contexto católico se da mucha prioridad y acatamiento al Nuevo Testamento, ¿en qué circunstancias se aplica el Viejo Testamento?

En primer lugar, hay que indicar que Antiguo y Nuevo Testamento no se pueden separar. El Nuevo Testamento recoge la revelación sobre Jesús de Nazaret, el Mesías prometido, el Hijo de Dios Viviente. Es el “punto de llegada” de la Historia de la Salvación que inició con la creación del universo y la constitución del antiguo Pueblo de la Alianza con Abrahán. Desde la encarnación de Jesús, pasando por su ministerio, su pasión, muerte y resurrección, relatados en los textos del Nuevo Testamento, junto con la experiencia de la naciente Iglesia, atesoran la última palabra de Dios sobre la historia de la humanidad. En este sentido, el Nuevo Testamento no solo es el conjunto de textos que tienen “prioridad” sobre otros sino es el principio y fundamento de la fe, no solo de los católicos sino de quienes se consideran cristianos.

Ahora bien, en segundo lugar, la base cultural del Nuevo Testamento es el Antiguo Testamento. Y cuando hablo de Antiguo Testamento quiero decir: la Biblia hebrea, la Septuaginta o versión griega de la Biblia hebrea, el Pentateuco Samaritano, la Biblia Siriaca, los textos de Qunrán y otros considerados los textos originales que refieren la experiencia del pueblo elegido. Y si afirmamos que el Antiguo Testamento es la base cultural del Nuevo Testamento estamos queriendo decir que la interpretación del Nuevo Testamento está supeditada a una correcta lectura y hermenéutica del Antiguo Testamento.

¿Promueve actualmente la Iglesia la lectura e interpretación de la Biblia?

A la presente pregunta corresponde una respuesta afirmativa. Varios Romanos Pontífices han promulgado Encíclicas respecto a la interpretación de la Sagrada Escritura. Solo quiero citar algunos, como la Providentissimus Deus (18 de noviembre de 1893) del Papa León XIII, que trata sobre los estudios bíblicos, y la Divino afflante Spiritu (30 de setiembre de 1943) del Papa Pio XII que pide traducir los textos originales hebreo, arameo y griego de la Sagrada Escritura a las lenguas modernas.

El documento fundamental que promueve la lectura e interpretación de la Biblia en la Iglesia es la Dei Verbum, Constitución dogmática del Concilio Ecuménico Vaticano II que afronta el problema hermenéutico en profundidad.  Este documento, con el más alto rango normativo, significó un fuerte espaldarazo para la investigación, publicación, estudio y difusión de las Sagradas Escrituras. Fue promulgado por el Papa Pablo VI en noviembre de 1965. Un tiempo después (medio siglo), el Papa Benedicto XVI, recientemente fallecido, convocó por primera vez en la historia de la Iglesia un Sínodo especial sobre la Palabra de Dios. De ese sínodo surgió un documento que lleva por nombre Verbum Domini (30 de setiembre de 2010). Esta Exhortación Apostólica trata sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

Además, la Iglesia, sensible a los tiempos actuales, ha promovido y fundado varios centros de formación y discusión de los textos sagrados. Además, de la Pontificia Comisión Bíblica de la Santa Sede, el referente fundamental actual es el Pontifico Instituto Bíblico de Roma, a cargo de las Padres Jesuitas, dependiente directamente de la Santa Sede. También los dominicos y franciscanos tienen centros formativos en la ciudad de Jerusalén. Así también varias Universidades Eclesiásticas cuentan con especialidades en la materia como la Pontificia Universidad Gregoriana, el Angelicum, el Antonianum y otros en Roma; también en Alemania, España, en América latina y en varios países más. Por primera vez también en Paraguay, la Congregación para la Educación Católica ha erigido la especialidad en Teología Bíblica en la Facultad Eclesiástica de Sagrada Teología dependiente de la Santa Sede y adscripta a la Universidad Católica.

Tampoco se puede olvidar la promoción de toda una Pastoral basada en la Palabra de Dios como es la Animación Bíblica de la Pastoral de la Conferencia Episcopal Paraguaya, además de varios centros diocesanos que ofrecen una formación básica a los fieles sobre la Biblia.

En la vorágine de las riñas político-partidarias se les nombra mucho a Jesús o a Dios como responsables de ciertos logros, ¿cuál es su reflexión sobre esta costumbre?

Al respecto, pienso que esa “costumbre” o “creencia” de que ciertos logros son atribuibles a Dios depende, ante todo, de la “idea de Dios”, del “concepto de Dios” que se tenga. En no pocos, la idea de Dios no es precisa; en algunos casos, la imagen de Dios está desfigurada. ¿Por qué? Y ante todo, por el desconocimiento de las Sagradas Escrituras y del Catecismo de la Iglesia. Además, acríticamente, se tiende a atribuir los buenos resultados a Dios y los malos al Maligno como si todo dependiese del juego entre dos fuerzas antagónicas (el Bien y el Mal).

El hábito de responsabilizar a Dios en el triunfo o fracaso de una meta o de un proyecto relega la libertad humana depositando la confianza en las fuerzas del “destino” o en las de cierto concepto de Dios, una perspectiva carente de fundamento cristiano. Por ejemplo, Jesús invita al “joven rico” a seguirle por el camino de la renuncia y de la entrega totales. Este hombre, innominado, que tenía una buena predisposición decide no abrazar la vía del desprendimiento porque no quería renunciar a sus muchos bienes. Jesús, que sintió cariño por él, no lo obliga; respeta su elección y el joven se marchó entristecido (cf. Mc 10,17-22).

Jesús propone un camino, un estilo de vida, unos principios y unos valores, centrados en el gran discurso, inaugural y programático, en el Monte (Mt 5,1—7,29). Estos valores fundamentales implican un estilo de vida, una vida coherente con esos principios. En este sentido, ser cristianos, en esencia, no depende solo de la pertenencia a una nucleación religiosa determinada. Depende más bien de la ética, entendida como una adhesión total al programa de Cristo y sabiendo que esa fidelidad a Dios, en general, puede terminar en la cruz, en el martirio, en el rechazo de propios y extraños.

Entonces, atribuir la victoria de unas pujas electorales, de un partido de fútbol o de otro tipo de competencia no es apropiado porque para Dios no hay “predilección” sino “elección”. No tiene predilección en el sentido de tener “preferencias” sino en razón de su proyecto del Reino de los Cielos “elige” personas que, de múltiples maneras, y en distintos ámbitos, podrán llevar a cabo la misión. Y hay que señalar que no siempre el “elegido” (o los “elegidos”) aseguran que saldrán airosos porque, por el camino de la vida, pueden caer y contrariar su vocación originaria.

Respecto a esta observación hay que decir que la Iglesia, ante todo, debe enseñar con insistencia el concepto de Dios con el fin de que los cristianos se formen de él una correcta imagen y vivan, en consecuencia, un estilo de vida coherente.

¿Cómo ve usted el próximo año que se viene con todas las elecciones generales? ¿Qué mensaje se les puede enviar a los electores?

Un mensaje muy simple y cristiano: El creyente vive en el mundo y mientras el mundo sea nuestra morada pasajera debemos aprender el arte de la convivencia. Y ese arte nos enseña la Palabra de Dios, los Evangelios. Y “convivir” supone buscar lo mejor para todos, buscar el bien común en todas sus formas. Esto implica elegir a las personas más adecuadas. ¿Con qué criterio debemos elegir? El cristiano, el católico está llamado al discernimiento, a una reflexión madura y sabia, es decir, meditar y elegir aquellas personas, con testimonio, y proyectos afines a lo que Cristo nos propone como camino de vida.

En lo que se refiere al aspecto económico y social, la Iglesia enseña en su Magisterio respecto a la distribución de los bienes y de los beneficios para una vida digna en su Doctrina Social de la Iglesia. Los católicos, en este sentido, deberían consultar estas enseñanzas y dejarse guiar por ellas.

La elección de autoridades es un derecho y un deber constitucionales y es un imperativo de la conciencia. Ahora bien, cada uno está obligado, moralmente, a formar su conciencia desde la fe que dice profesar. Dios nos habla en ese “sagrario” personal y nos orienta a buscar el bien, el propio y el de los demás. No obstante, tropezamos con dos grandes problemas, en este sentido: la falta de formación cívica y una deficiente formación cristiana y el compromiso que ella conlleva.

Si tuviera una audiencia con el papa Francisco, ¿qué le solicitaría?

La pregunta es hipotética y, en consecuencia, la respuesta también se formulará en ese mismo sentido. Le pediría al Papa Francisco lo que, en su momento, después del Consistorio que eligió papa a Benedicto XVI, solicitó el Cardenal Carlo María Martini (biblista y exarzobispo de Milán) al papa, entonces recientemente elegido: “Que la Palabra de Dios no mengue durante tu ministerio”. El papa emérito Benedicto XVI, que acaba de ser llamado a la Casa del Padre, honró este pedido del Cardenal Martini, considerado el “gran elector” de aquel cónclave, convocando un “Sínodo de la Palabra” con el fin de colocar la Palabra de Dios en el corazón de la misión de la Iglesia.

Actualizando estas palabras podría decirse: “Que la sinodalidad tenga como principio y fundamento la Palabra de Dios”. Estoy convencido que así lo está planteando su Santidad, pero como católico y biblista no podría pedir otra cosa.

En este horizonte, viene a mi memoria el texto del Salmo 100,105 en relación con la Palabra de Dios expresada en las Escrituras del antiguo orante: “Tu Palabra (Señor) es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero”. En la lápida del difunto cardenal, sepultado en la hermosa Catedral de Milán, reza este texto que resume lo que he dicho en precedencia. Solo la Palabra de Dios nos muestra el camino del amor, de la misericordia, de la paz y de la justicia.

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