Nacionales
Volar a la conquista de un nuevo nicho
Saria. Foto: Luis Doldán.
Uno de los aspectos de la vida en la Tierra que siempre me ha fascinado es la habilidad de algunas especies para volar. Uno podría pensar que es una habilidad, una adaptación de un grupo de especies emparentadas, pero cuando miramos la diversidad en la Tierra vemos que no es así, hay insectos que vuelan, hay mamíferos que vuelan, como los murciélagos, y sí hay un grupo en el que la mayoría de sus miembros vuelan, que son las aves. Pero evidentemente, el valor no es exclusivo de las aves. Y nosotros, los humanos, hemos intentado volar con adaptaciones a nuestros cuerpos y hemos diseñado máquinas para también poder volar. Lo que sí sabemos es que la evolución del vuelo en los animales ha ocurrido independientemente en los diferentes grupos y que, en el caso particular de las aves, se dio a través del ancestro “dinosaurio”, un reptil con plumas que no necesariamente habría aparecido con la habilidad de volar.
La evidencia científica nos indica que había plumas en ese reptil, y que los ancestros de las aves tienen relación con los ancestros de los cocodrilos, ya que la sustancia que permitió la evolución de las plumas también habría permitido la evolución del tegumento que tienen nuestros yacarés, por ejemplo. Lo cierto es que la aparición de las plumas en los dinosaurios ancestros de las aves parece responden a una necesidad evolutiva de la competencia, en particular, entre los machos, para apaciguar las batallas de territorios y las cuestiones de jerarquías. Los registros paleontológicos evidencian, al menos por ahora, que la ornamentación ósea de los cráneos en los dinosaurios y la agresión intrasexual fue moviéndose hacia una exhibición de plumas, o más claramente dicho, los dinosaurios con plumas utilizaron este ornamento como mecanismo de defensa.
La evidencia también habla de que estos reptiles con plumas podrían haber sido arborícolas y desde la altura se largaban planeando al suelo para capturar sus presas, y así habrían descubierto la posibilidad de volar, mientras que otra teoría señala que podrían haber sido corredores de tierra y que, al batir las alas, descubrieron que podían tomar vuelo. Sin embargo, hay una tercera explicación posible que la podemos ver hoy en día en varias aves y en particular en polluelos, que tiene que ver con el darse impulso para escalar o subir, y haciendo esto descubrieron que podían volar. Y en ese ambiente nuevo, el aire, había obviamente alimentos, como los insectos, y también desde el aire podían tener una mejor visión del territorio, y todo ello debe haber contribuido a consolidar adaptaciones que se fueron dando para que las aves conquistaran definitivamente el aire y el cielo.
Vemos así cómo, una estructura originalmente al servicio de la defensa y la reducción de la agresión, podría haber sido la oportunidad de un grupo de aves para conquistar un nuevo ambiente: el aire, donde evidentemente había un nicho vacío que rápidamente conquistaron.
Las aves habrían evolucionado de un ancestro con plumas y corredor y quizás arborícola y por la oportunidad ambiental rápidamente los elementos evolutivos, es decir, las especies a las que dieron origen, rápidamente se diversificaron y conquistaron muchos ambientes a nivel mundial, quizás por una característica más de las aves, que es poder regular su temperatura corporal, algo que los reptiles no podían hacer fisiológicamente y solo basándose en las oportunidades climáticas.
Y si miramos nuestra rica avifauna, podemos ver que tenemos varias especies que podrían ser similares a esos ancestros, aves o “plumíferos” que no pueden volar pero son excelentes corredores, como el ñandu guasu (Rhea americana), o aves corredoras que vuelan poco y tienen habilidad para subirse a los árboles y arbustos, como el caso de la saria (Cariama cristata) y la chuña (Chunga burmeisteri), y las mismas perdices o inambu, como el inambu pytã (Rhynchotus rufescens) o el inambu’i (Nothura maculosa), que son muy caminadoras y en particular entre los pastos y solo remontan vuelo cuando se sienten muy amenazadas (o estamos muy cerca) y con un batir de alas muy ruidoso que suele tomarnos desprevenidos cuando estamos caminando por los pastizales. El solo mirar los diferentes tipos de vuelos, además de cuánto acostumbran a volar, las diferentes formas de las alas, y la conformación de los huesos de las alas, uno se enfrenta a un sinfín de preguntas de índole evolutivo que en su mayor caso están respondidas, mientras que otras todavía requieren de muchas investigaciones.
Se agradece por sus fotos y acompañamiento personal y profesional a José María Paredes, Carlos Ortega y Luis Doldán.
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