Nacionales
Asunción y sus barrios rebosantes de historias
Club Deportivo Puerto Sajonia. (Imagen propiedad de portalguarani.com)
Este 15 de agosto se conmemoran los 485 años de la fundación de la capital del Paraguay. El español Juan de Salazar y Espinosa, muy cerca de la desembocadura del río Pilcomayo en el río Paraguay, había fundado el puerto y casa fuerte de Nuestra Señora de Santa María de la Asunción. A partir de allí, varios barrios fueron creados y marcaron hito en la historia del país. Algunos por sus hermosos paisajes, otros por su ubicación y la peculiar forma en que “nacieron”. Conozcamos algunos de ellos.
Emblemático barrio Sajonia
El nombre de uno de los barrios más antiguos y tradicionales es el adjetivo de hitos referenciales: el estadio del Defensores del Chaco, el viejo Mangrullo o Parque Carlos Antonio López, la Crucecita, entre tantos otros. Sin dudas el emblemático barrio Sajonia es uno de los más importantes de la ciudad de Asunción.
Puerto Sajonia debe su nombre al hábito del señor Christian Heisecke, cónsul de la casa de Holanda y del imperio Austro-Húngaro en el Paraguay, durante los últimos años del siglo pasado, de poner el nombre de “Sajonia”, región de Europa de donde era oriundo, a todas sus pertenencias: “dueño” -con Juan Berthé- de aquellos territorios ribereños.
El barrio, que surgió a ambos lados de la avenida 15 de Mayo, luego Carlos Antonio López, se llamó -naturalmente- Sajonia. Y así se llamó también la fábrica de cerveza que el yerno del señor Heisecke, Eduardo Schaerer (que luego sería presidente de la República) junto a otros socios, vendieron su parte a los hermanos Bosio para constituir la Cervecería Nacional, señalan algunos historiadores.
“Sajonia se llamó asimismo el buque que en 1904 condujo a los revolucionarios desde Buenos Aires para el derrocamiento del entonces presidente del Paraguay, Cnel. Juan A. Escurra. La embarcación, anteriormente llamada ‘Iniciativa’, había sido comprada por el ‘Banco Agrícola del Paraguay’ al mismo Christian Heisecke, en agosto de 1904. Luego del cambio de bandera en el Río de la Plata y tomada por los revolucionarios bajo el mando del comandante Manuel J. Duarte, Elías Ayala, Elías García y otros adherentes al Partido Liberal, fue rebautizada con el nombre de “Libertad”, con el que llegó a Asunción con la revolución prácticamente victoriosa”, expresa el material compartido por la Asociación Cultural Mandu’arã.
“A propósito del señor Juan Berthé, el mismo era dueño de “Berthé Cué”, actual sitio de la oficina del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas (de la Nación)”. Y en cuanto a la fábrica de cerveza, la misma fue fundada por los hermanos Bosio a partir de la adquisición, entre 1906 y 1907, de tres instalaciones que dieron fama a otros tantos lugares de la ciudad: la de ‘Arsenal Cué’, la de ‘Tuyucuá’ y la ya mencionada de ‘Puerto Sajonia’. La primera debía su nombre al enclave metalúrgico y elaboración de armamentos construido por los ingleses contratados durante el gobierno de Don Carlos A. López”, añade.
Chacarita y el “abogado de los pobres”
Pasillos de tierra, asfalto caliente, tapepo’i que resaltan el sitio, guardan historias que para los chacariteños representan la esencia misma de su forma de vida. Desde el año 1920, el barrio Chacarita posee el nombre de “Ricardo Brugada”, quien fue un periodista paraguayo conocido en el sitio. Después de su fallecimiento, los pobladores de ese lugar pusieron su nombre en homenaje al mismo.
Ricardo Brugada fue un periodista, escritor y diplomático paraguayo que defendió la causa de los más humildes. De hecho, según referencias bibliográficas, era conocido como el “abogado de los pobres”, ya que también estudió Derecho. En sus escritos denunció siempre la explotación laboral a la que era sometida la gente de escasos recursos económicos. Tenía como guía, en ese sentido, a Rafael Barrett, otro gran periodista y escritor que desde décadas atrás venía exponiendo los atropellos a los derechos de los obreros.
El 13 de enero de 1920, con apenas 40 años, falleció Brugada. Justamente en esos tiempos fue que empezó la migración masiva de personas del interior a Asunción, muchos buscando el “sueño de la capital” y otros expulsados de sus tierras. La zona ribereña de Asunción ya tenía en ese entonces una cantidad importante de personas viviendo a orillas del río Paraguay.
En la actualidad, la Chacarita es uno de los lugares bastante temidos por la gente. La escasa reputación que tiene este sitio a causa de algunos maleantes no significa desconocer a sus pobladores trabajadores y honestos. Es una especie de anexo del microcentro de Asunción. Entre los habitantes que pueblan este lugar pintoresco se encuentran personas humildes y trabajadoras que buscan salir adelante con cualquier tipo de labor, ya sean limpiavidrios, vendedores de tiendas o ambulantes, empleadas domésticas, zapateros, etc.
“¿Por qué siempre hablan mal de nosotros y de nuestro barrio?”, fue lo primero que preguntó en medio de la calle don Cecilio Aquino, también poblador de la Chacarita. Como el don, hay muchas personas que se sienten dolidas por la imagen negativa que se acentúa sobre el lugar por culpa de algunos y que terminan provocando que se los meta a todos en la misma bolsa.
Desde afuera sigue esa percepción, que en el populoso y tradicional barrio ribereño “reina” la inseguridad. De pronto, don Aquino murmura “aquí no todos somos como se dice de nosotros. Duele cuando hablan mal de todos los que vivimos en la Chacarita”, señaló.
El “pequeño infierno” que sobrevive con fe
Unas 99 casitas “brotaron” al costado de unos tapepo’i y forman el “corazón” del Mercado 4. Están ahí, en medio de los negocios. Un mundo aparte. Todos conocen la zona como Añaretã’i (pequeño infierno), pero la mayoría de los que viven ahí no están del todo conformes con el nombre. Prefieren que se los conozca como el barrio San José.
Lo cierto es que, cuando uno va de compras al populoso centro comercial y pasa por la zona de Rodríguez de Francia, casi saliendo hacia la avenida Fernando de la Mora, ni se imagina que entre las casillas que cubren por completo las hacinadas veredas sobrevive un pequeño y centenario barrio de estrechos pasillos.
Los de afuera les tienen temor. Dicen que ahí adentro, o en las adyacencias, cualquiera puede perder hasta la cabellera en un descuido. Pero los de adentro lo niegan y están cansados de los prejuicios y desprestigios que la sociedad les impuso. Es más, comentan que en el sitio nacen historias de vida, de lucha, tradiciones, de fe y milagros. Y eso resalta a la entrada misma al barrio, donde colocaron un altar enorme en honor a San Expedito, a quienes todos le agradecen por los “favores recibidos”.
“Vivimos con los prejuicios que la sociedad nos impuso, pero aquí estamos en la lucha. Este es un barrio cargado de fe y de gente trabajadora. La fe nos mantiene para salir a trabajar todos los días y ganarnos el pan dignamente”, contó a El Nacional doña Lourdes Paniagua, quien hace más de 14 años que vive en el sitio. “Este es un barrio como cualquier otro. Pasan cosas, pero como en cualquier otro barrio”, agregó.
Los pobladores son conscientes de que se los ve con las dos caras de la moneda: una, marcada por el sacrificio para sobrevivir en medio de la capital del país, en la que están como invisibles, y otra en la que el estigma les “bautizó” como “el lugar donde habita el diablo”, en el que nadie quiere entrar.
María Sanabria es otra de las que vive hace muchos años en Añaretã’i y sabe lo que es vivir con esos sentimientos. “Muchas veces se nos cierran las puertas simplemente porque saben que vivimos acá”, se lamentó. “Es importante que la gente sepa cómo vivimos acá, que también tratamos de tener una vida normal. No queremos que nos miren con malos ojos”, sostuvo.
Si bien su nombre oficial es San José, en el lenguaje popular es conocido como Añaretã’i (pequeño infierno), tal vez por la presencia de personas adictas en el lugar o la condición de informalidad en cuanto a la tenencia de las casas por parte de sus moradores. Según cuentan los lugareños, el sitio fue creado por carretilleros que venían hasta este punto para transportar mercaderías. En sus callejuelas únicamente pueden ingresar motocicletas que son de los dueños de las casas debido a su excesiva estrechez.
Añaretã’i se trataba de una propiedad fiscal que había sido donada por el señor Ángel Iribas a la Municipalidad de Asunción. Como mucha gente pudiente compraba los terrenos aledaños, los ocupantes que habían venido del interior y estaban en las inmediaciones se instalaron en el lugar y conformaron el barrio cruzado por dos pasillos que luego se unen y forman como un embudo. Dos entradas sobre Rodríguez de Francia y una sobre Próceres de Mayo.
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