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Pa’i Oliva, el jesuita español que eligió Paraguay como patria

El pa'i Oliva. (Foto Fernando Lugo)

El pa'i Oliva. (Foto Fernando Lugo)

A los 13 años, Francisco de Paula Oliva sonrió y con esa mirada tierna y tranquila dijo a sus padres: “Quiero ser misionero jesuita”.  La repuesta que recibió fue que aún era muy chico para tomar una decisión así. Él no se desanimó. En ese tiempo a Sevilla, España, lugar donde el adolescente vivía con sus padres, llegaron unos misioneros que servían en Japón. Francisco fue testigo del trabajo que realizaban. Quedó sorprendido y maravillado.

En sus años de juventud se dedicó a ayudar a quienes podía y a prepararse académicamente. Después de estudiar literatura, filosofía y teología, asumió la dirección de una radio educativa. En este tiempo su provincia, Andalucía, ayudaba a Paraguay y su provincial le contó que necesitaban un sacerdote para dar clases de Comunicación en la Universidad Católica de nuestro país. Entones, aquella tarea de ser misionero volvió a resurgir en él. A decir verdad, Oliva quería ir a Japón, como aquellos misioneros a quienes vio en su adolescencia, pero tomó coraje y decidió venir al Paraguay, donde, tal vez sin buscarlo, se convirtió en un emblema de la lucha cotidiana por la igualdad social.

Oliva se hizo jesuita a los 18 años, en 1946, y en 1964, a la edad de 36 años, se instaló en Paraguay para trabajar como maestro. Se nacionalizó paraguayo al año siguiente y adoptó nuestro país como suyo y dos cosas influyeron en su vida: “una es mi fe en Dios, que no es una fe de culto o de ceremonia, sino una fe que consiste en que Dios quiere que la gente sea feliz en la tierra. Y la otra cosa es ver la pobreza de la gente. Esto me hizo cambiar, había que cambiar”, dijo en su momento el Pa’i Oliva, como ya todos lo comenzaron a llamar.

Lejos de Paraguay

Un tiempo después fue expulsado del país, durante el régimen de Alfredo Stroessner. Tuvo su paso por Argentina, donde su superior de entonces, con el que mantenía constantes conversaciones, era el jesuita Jorge Bergoglio. Sí, el papa Francisco. También sirvió en Inglaterra, Ecuador y Nicaragua. Pero el corazón del padre Oliva siempre estuvo en Paraguay. Y tras su “exilio” en otros países,  volvió a Asunción en 1994, donde “guerreó” con la palabra hasta su último día. Adoptó el Bañado Sur como su lugar en el mundo. “Quise ir a un sitio donde nunca había ido y hacer algo. Eso era el Bañado”, dijo.

Su voz retumbaba en la radio Fe y Alegría y se lo podía leer en su Facebook, Twitter o en su columna semanal en un periódico nacional, pero lo más seguro era encontrar al Pa’i Oliva en casi cada manifestación cívica en Asunción que apoye a las personas víctimas de injusticias, siendo la voz de aquellos que no son escuchados. Siempre llevando un mensaje conciliador, respetuoso, pero contundente para ayudar los más necesitados. “Yo estoy empeñado en que el Paraguay, el país que elegí como patria, no se hunda”, señaló.

Desde entonces, gran parte de sus esfuerzos solidarios se centraron en las comunidades de la zona del Bañado Sur de Asunción, una de las áreas más pobres de la capital paraguaya, donde fundó la entidad benéfica Mil Solidarios.

“Como creyente, todos los días rezo para que el Paraguay tenga lo que necesita, sin embargo, también estoy convencido de que no basta con rezar, además tenemos que comprometernos, unirnos, organizarnos, luchar para que el Paraguay tenga salud para todos, justicia, educación, seguridad, reforma agraria integral y un trabajo digno”, fue una de sus frases más compartidas.

“Finalmente, la vida es una misión encomendada. Soy parte de un colectivo humano que vive pobremente. Y Dios no quiere eso. Él soñó para nosotros un mundo de felicidad. Y nos encomendó a nosotros hacerlo. Y yo me siento aludido por este compromiso. Testimonio que 93 años he vivido, he soñado, he amado. Y me siento feliz por eso”, escribió en una de sus últimas publicaciones.

A los 93 años, el sacerdote jesuita español Francisco de Paula Oliva, figura emblemática del cristianismo en Paraguay, famoso por su lucha por los derechos de las personas de escasos recursos del Bañado Sur de Asunción, falleció, pero dejó un legado que muchos hoy en día siguen: la de luchar por los más vulnerables.

“Sin él, miles quedamos huérfanos”

Sus allegados lo recuerdan como el hombre que revolucionó la manera de brindar ayudar. “Yo viví con él 8 años en el Bañado. Cuando él quedó en silla de ruedas, lo acompañé de cerca, prácticamente vivía con él. Sin él, miles quedamos huérfanos. Él llevaba luchando hace varios meses, ahora ya está descansando. Lo acabamos de despedir”, comentó Gladis Fischer, quien era amiga del Pa’i Oliva. “Ha marcado la vida de mucha gente”, agregó.

“Tenemos un nuevo santo paraguayo. San Pa’i Oliva. Fue al encuentro del Padre a las 15:00. Partió sin dejar de sorprendernos. Un grande entre los grandes. Aguyje, Pa’i.  PAZ Y BIEN, hermano, compañero y amigo por siempre”, dijo la escritora Margarita Durán Estragó, quien trabajó mucho tiempo con el cura.

“Estamos consternados ante la noticia… El admirado Pa’i Oliva, Premio Peter Benenson 2018 de Amnistía Internacional, ha pasado este plano físico y ha ingresado a la memoria viva de grandes luchadores por los humildes y los que sufren”, lo recordó en redes sociales Amnistía Internacional Paraguay.

 

 

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