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Jesús “el cordero de Dios” y los primeros discípulos

 

“Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: “¿Qué buscáis?”. Ellos le respondieron: “Rabbí –que quiere decir ‘Maestro’– ¿dónde vives?”. Les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste encuentra primeramente a su propio hermano, Simón, y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” –que quiere decir, Cristo. Y le llevó a Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” –que quiere decir, ‘Piedra’”.

 

[Evangelio según san Juan (Jn 1,35-42), 2º Domingo del tiempo ordinario]

 

El texto del evangelio de san Juan, propuesto por la Iglesia para la liturgia dominical de la fecha, aborda dos temas: El título que Juan el Bautista confiere a Jesús (“el Cordero de Dios”) y el proceso de adhesión de los primeros discípulos.

Desde el principio del evangelio, Juan el Bautista es mencionado como “el testigo” porque “el vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz para que todos creyeran por él” (Jn 1,7). Juan, “el testigo”, ha llegado al término de su misión, término que abre un futuro: la Buena Nueva se va a difundir sin que nada ni nadie logre detenerla.Jesús pasa. Esta vez no viene a Juan, como en Jn 1,29. Camina sin que sepamos a dónde va. Tampoco se indica de dónde viene (según Juan: … de Dios). En el primer encuentro de Jesús con Juan éste exclama: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” ¿Por qué no se repite, ahora (en Jn 1,36): “que quita el pecado del mundo? Porque aquí la expresión tiene una función diversa. En Jn 1,29 se señala la tarea de Dios que lleva a su fin la obra salvífica, por medio de “su” Cordero; aquí, en Jn 1,36, se concentra la atención en la persona de Aquel que va a realizar el plan divino, es decir, en Jesús.

La expresión “Cordero de Dios”, evidentemente, indica una figura simbólica porque -mediante ella- se representa a Jesús según una imagen teriomórfica. Este simbolismo extraído del mundo “animal” (terios, en griego) guarda relación con la primera lección de catecismo de la Iglesia naciente (Hch 8,26-35) cuando Felipe explica al ministro eunuco de la reina Candace de Etiopía el pasaje del profeta Isaías que dice: “Como un cordero conducido al matadero, como una oveja muda ante los esquiladores, él no abre la boca…” (Is 53,7). Pero aquí se trata de una simple comparación (“como un cordero…”). Además, el “cordero” de Isaías expía o “lleva” el pecado de Israel, pero no lo quita. Tampoco se trata, según parece, del “cordero vencedor” del Apocalipsis, cuya cólera es terrible (Ap 6,16) y que va a triunfar sobre los siete reyes aliados de la Bestia (Ap 17,14). Se ha pensado, además, que el “Cordero” presentado por Juan es el “verdadero cordero pascual”. Esta identificación se basa en la presentación cristiana primitiva de Cristo “nuestra Pascua (que) ha sido inmolado” (1 Cor 5,7), y que nos explica la primera carta de Pedro “Habéis sido rescatados por una sangre preciosa, como de un cordero sin reproche y sin mancha, Cristo” (1 Pe 1,19).

En fin, Jesús es ciertamente el “cordero de Dios”, pero no en el mismo sentido (y mucho menos en el mismo plano) que los corderos de los sacrificios judíos; lo es por el hecho de que, por sí sola, su venida suprime de parte de Dios la necesidad  de los ritos por los cuales, durante el tiempo de espera, Israel tenía que renovar continuamente su vínculo existencial con Yahwéh-Dios. Así, el Bautista expresa en una imagen densa de contenido que con Jesús Dios concede la plenitud del perdón a Israel y al mundo. Jesús no es aquí la nueva víctima cultual, sino aquel por el que Dios interviene ofreciendo a los hombres la reconciliación perfecta con él. Con el Mesías –“Cordero de Dios”- llega a su fin la penosa espera de Israel, el pueblo elegido se encuentra finalmente con el Dios Salvador.

A continuación, el narrador indica que los dos discípulos se pusieron a seguir a Jesús porque habían oído a Juan y seguido a Jesús (cf. Jn 1,32.34). Para los discípulos, el oír precede al ver. En el v. 37 volvemos a encontrar el proceso por el que la fe se transmite en Israel mediante la escucha. El ver se realiza solo cuando Jesús se manifiesta.

Los primeros discípulos de Jesús no se presentan como pescadores de Galilea que abandonan su barca para seguir a Jesús, sino como hombres que están ya buscando algo, ocupados por el Dios Salvador a quien quisieron hallar al lado del Bautista. Entonces, es Dios el que, en realidad, le da a su Hijo los primeros discípulos, tal como indicará Jesús: “Los que tú me diste”, dirá a su Padre. De este modo, el Cuarto Evangelio profundiza en la tradición Sinóptica sobre la vocación de los discípulos; ésta tiene su origen en el Padre.Los discípulos “siguen” –en el sentido físico de la palabra– a Jesús que avanza hacia su destino. Seguir a un rabino, entre los judíos, supone seguir al maestro, no sólo en sus desplazamientos, sino hasta el punto al que éste ha llegado en su saber, en su sabiduría. El discipulado, en principio, supone un itinerario sapiencial: “El que me sigue no camina en tinieblas”(Jn 8,12).

¿Hacia dónde camina Jesús? Camina hacia el cumplimiento de las promesas. Tomando la iniciativa, Jesús interviene, no por medio de una llamada autoritaria, sino con una pregunta que es su primera palabra en el Cuarto Evangelio: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). Las primeras palabras del Resucitado serán también “¿a quién buscas? (Jn 20,15) dirigida a María Magdalena. En Jn 1,38 los discípulos contestan a Jesús con otra pregunta: “Rabbí, ¿dónde moras?”. María también responde preguntando “¿dónde han puesto…?”. Pregunta dónde han puesto al que ella no encuentra en el sepulcro (Jn 20,15). En ambos casos, la pregunta que se plantea se refiere a una localización de este mundo: la morada de Jesús o el lugar donde descansa su cuerpo. Jesús responde a María que “sube hacia su Padre” del que añade que es también “vuestro Padre”. Nuestro texto insiste curiosamente en el verbo morar: “¿Dónde moras…?”.“Vieron donde moraba, y moraron a su lado aquel día”(Jn 1,39). Aunque a primera vista se trata de la habitación concreta de Jesús, la repetición del verbo evoca, para el lector familiarizado con Juan, la morada de la que Jesús hablará más tarde (cf. Jn 14,2ss). Se trata, en el fondo, de la inhabitación en Dios-Padre. Así, Jesús tendía a elevar el objeto de esa búsqueda: se tratará para el discípulo de participar en la relación que une a Jesús con el Padre. Puede deducirse, de esta manera, que seguirle supone estar donde él está (cf. Jn 12,26): “Si alguno me sirve, que me siga y donde yo estoy, allí estará también mi servidor”(Jn 12,26).

Siguiendo a Jesús, el discípulo es conducido por la cruz a la gloria, es decir, a estar donde yo estoy, a estar donde Jesús mora. En el lenguaje joánico, venir (a Jesús) significa de ordinario creer en él. No se dice nada del contenido de la conversación. Se cuenta el resultado. Antes de hacerlo el narrador cuenta que era alrededor de la hora décima, hora que evoca el cumplimiento. En la tradición sinóptica, Andrés y Simón son llamados juntos por Jesús. Según el Evangelio de san Juan, Simón se acerca a Jesús por medio de su hermano. Simón, aunque es en cierta manera segundo (antes está Andrés), es el primer beneficiario de una palabra personal. Con todo, aquí es Andrés y no Pedro, quien confiesa la mesianidad de Jesús (¿implica esto dos tradiciones?). Sin ningún motivo aparente, Jesús le da a Simón el nombre de Cefas o Kefás. El verbo griego emblepō, dirigir la mirada, mirar profundamente, le revela el sentido del paso que ha dado al dejarse conducir por Andrés al Mesías: su vocación será la de ser Kefás. El arameo Kefás significa fundamento rocoso (tal vez piedra preciosa: ¿por ser el primero en el círculo de los Doce?¿En función de su rol eclesiológico?). En el mundo semítico el nombre expresa la esencia de la personalidad y del destino. Aquí no se requiere la confesión mesiánica de las tradiciones sinópticas.

Brevemente: La presencia de Jesús, “el Cordero de Dios” suprime toda otra mediación para la salvación. La suya es la definitiva y verdadera. Al oír estas palabras de boca de su propio maestro, los discípulos de Juan siguen a Jesús para cooperar en la instauración de la comunidad mesiánica.

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