Nacionales
Jesús y la predicación de Juan el Bautista
Pbro. Dr. César Nery Villagra Cantero
“Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él bautizará con Espíritu Santo”.
(Evangelio según san Marcos 1,1-8 – Segundo Domingo de Adviento)
El presente texto, propuesto por el calendario litúrgico para este Segundo Domingo de Adviento nos presenta “el comienzo del Evangelio de Jesús”, los orígenes de la buena noticia. El apelativo “buena” muestra que la noticia afecta al presente de los lectores, quienes experimentan sus gozosos efectos. Marcos no pretende, por tanto, comunicar la buena noticia a su comunidad, que ya conoce por experiencia, sino narrar los acontecimientos que dieron origen a la realidad que viven sus lectores. Esto confirma la finalidad catequética del evangelio, que no intenta exponer directamente el mensaje de Jesús a los que no lo conocen, sino servir para la formación de la comunidad y de los cristianos neófitos. En último término, los orígenes de la buena noticia están en la persona, mensaje y actividad de Jesús.
Jesús será el personaje principal del relato evangélico; él ocupará el primer plano de la narración a partir de Mc 1,9, cuando se verifica su llegada, anunciada antes por su precursor (Mc 1,7s). A Jesús se aplican dos títulos complementarios: “Mesías” (título judío; cf. Mc 8,29; 14,61) e “Hijo de Dios” (título universal; cf. Mc 3,11; 5,7; 14,61; 15,39).
Primero: El “Mesías”, título hebreo que significa “ungido”, designaba en el judaísmo al futuro rey o líder que Dios había de enviar para salvar al pueblo. Según la mentalidad judía, la llegada del Mesías había de producir un cambio radical en la historia de Israel: lo libraría del yugo extranjero y comenzaría el reinado de la justicia, de la prosperidad, de la fidelidad a Dios, con la purificación de las antiguas instituciones. Bajo su reinado, Israel sería el centro del mundo, y el resto de las naciones le estarían sometidas (cf. Sal 2,8-9).
Segundo, “Hijo de Dios” se decía del rey ungido establecido por Dios y, más en general de los que ejercían autoridad en nombre de Dios (Sal 82,6). Pero este título se aplicaba por antonomasia al Mesías, expresando su elección y misión divinas (Mc 14,61). El doble título “Mesías Hijo de Dios” describe la realidad de Jesús como salvador, por oposición al de “Mesías Hijo de David”, que él rechaza (Mc 12,35-37). Según la concepción semítica, “hijo” no denota simplemente el hecho de haber sido engendrado por un padre, sino ante todo, la semejanza con él en el ser y en el obrar: el hijo tiene por modelo al padre y se comporta como él. Por tanto, el modelo de Jesús no es David, rey guerrero, sino Dios mismo; la salvación que él trae no seguirá la línea de la violencia, sino la del Espíritu de Dios. No será un segundo David, sino la presencia de Dios entre los hombres y el realizador de la obra de Dios.
Evocando al profeta Isaías, Marcos habla del “mensajero” enviado delante del Mesías con el fin de preparar su camino. Ese “camino” es un “éxodo”, es decir, supone una liberación colectiva de un estado de opresión y la llegada a una tierra prometida, prevista en el plan divino. El mensajero anunciado eleva su voz y de improviso es presentado, como en un escenario, “en el desierto”. El camino no se impone, se prepara; es el camino del Mesías que deberá ser un camino transitable y despejado. Por eso se exhorta a “enderezar” el camino. Desde el desierto se persuade a la sociedad a un cambio de vida porque toda la comunidad es responsable de la injusticia que en ella existe; y por eso, se necesita una rectificación, un restablecimiento de la justicia conculcada. El Señor que viene podrá alcanzar su objetivo si los oyentes responden al llamamiento del que grita. La salvación no es cosa de Dios solo, ni tampoco del mensajero: todos ha de poner su parte. El texto profético que se aplica a Juan el Bautista lo muestra como precursor del Mesías y anunciador del nuevo éxodo liberador. En su misión se resume la función de todo el Antiguo Testamento, pues Juan prepara la misión del Mesías invitando a Israel a cambiar de vida (“enderezad”). El Mesías, Jesús, ha de llevar a término el éxodo definitivo que conducirá a la nueva tierra prometida. Su obra será la de Dios mismo.
La figura de Juan que proclama desde el desierto se mantiene fuera de las estructuras sociales, lo mismo políticas que religiosas. El objetivo de la misión de Juan era la reconciliación con Dios (“el perdón de los pecados”). Para obtenerla, la religión judía ofrecía medios, entre ellos los sacrificios de expiación. Juan no los toma en consideración e invita a un gesto simbólico: el bautismo en el río. Así, el mensajero de Dios prescinde de la institución religiosa. El bautismo simboliza la muerte – mediante la inmersión en el agua -. “Muerte” es una expresión radical, metáfora de la máxima ruptura con la vida actual, cambio total de la vida civil y religiosa. Se trata de sepultar el pasado pecador, renunciar a toda injusticia para renacer a una nueva vida de gracia, de amor, de paz y de rectitud. El acto exterior del bautismo es indicativo del cambio interior, de una “metamorfosis” de la vida. Marcos relata el éxito de la misión de Juan porque mucha gente acudía a él y confesaban sus pecados.
Juan no viste como establecía la sociedad a cuyas convenciones no se adhiere. Viste de modo adusto, con un estilo casi penitencial, con piel de camello, con una correa de cuero a la cintura; su comida es brindada por la naturaleza; consistía en langostas y miel silvestre. Jesús dice de él que no era un hombre refinado ni elegante. No era un “pabilo vacilante”, es decir, tenía una personalidad fuerte, pues no era manipulable. Su proclamación consistía en el siguiente anuncio: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias”. Con estas expresiones indicaba que Jesús, el Mesías, era más poderoso que él, ante quien se sentía indigno. Juan anuncia dos bautismos, el de él y el de Jesús. El suyo es con agua; el de Jesús con el poder del Espíritu Santo.
Brevemente: El inicio del Evangelio según san Marcos nos presenta dos personajes de absoluta relevancia para el nuevo régimen salvífico: Jesús el Mesías, Hijo de Dios, el salvador y Juan el Bautista su precursor. El anuncio de la llegada del Cristo implica una invitación a un cambio radical, a una conversión, es decir, a la renuncia al estilo de la vida anterior – con todas sus implicancias – con el fin de renacer, por el bautismo, a una vida nueva, renovada por el Espíritu Santo de Dios traído por Jesús.
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